lunes, 19 de marzo de 2012

Novelas del Autor / Crónicas de La Órden de La Luz



Capítulo 3



Paxthis...

Las diferencias entre los distintos modelos de reproductores holográficos que se comercializaban en cualquier estrato o segmento de la población, eran ínfimas; por eso Alak se disponía a hablar con Lord Rivan a través de un aparto casi igual que el que había comunicado a Roge Kensheere con el Sumo Sacerdote Balafón.
Alak se sentía inquieto si hablaba frente al artefacto sentado, prefería moverse. Por eso los técnicos debían prestar mayor atención al fijar la señal, a fin de que la transmisión fuera correctamente hecha.
La figura del Señor de T´Hur se corporizó de repente frente a él, tomando un tamaño casi idéntico al real; Lord Rivan se hallaba sentado en su estudio, en el lugar habitual que ocupaba el equipo de transmisión, cerca del gran ventanal que mostraba los jardines interiores del palacio. Alak notó al instante que su padre mostraba la postura que adoptaba cuando algo le preocupaba de manera especial.
- Padre – saludó al ver la imagen, y se inclinó respetuoso.
- Hijo, me alegra verte bien. Tu madre te envía su amor.
- Y yo el mío, padre. Estamos prontos a partir hacia allí, supongo que mañana, antes del atardecer, estaré en castillo.
- Me alegro que así sea – expresó Lord Rivan circunspecto – cada vez se hace más urgente este cónclave.
- ¿Ha ocurrido algo nuevo?
- No. Por ahora. Pero tengo un mal presentimiento. Estaré más tranquilo cuando se decida un curso de acción de acuerdo a las necesidades del reino. Los informes que se reciben no muestran distensión.
- ¿Quién recaba información?.
- Sir Onker Moo está a cargo de la información referida a movimientos de vigilancia.
- Debes estar tranquilo entonces padre. Sir Onker es un veterano conocedor de las artes del engaño en la guerra. Si algo se está tramando, él lo descubrirá.
- No estoy tan seguro, hijo mío. Pero dime, que resultados obtuviste tu.
- Excelentes. Todos los que convocaste están listos para embarcar hacia allá mañana, como nosotros. Estoy seguro de que lograremos un importante frente para actuar apoyando al Rey.
- Que así sea. Alak, la urgencia está puesta en llegar aquí lo antes posible ¿lo comprendes?. No hay tiempo que perder.
- Lo entiendo padre. Haremos lo imposible por estar allá lo más rápido que podamos. Cada Señor que me acompaña está de acuerdo en apoyar la moción de ocuparse de la tutela de regiones del Imperio que se hallan descuidadas. Es obvio que no podrán planteárselo así al enviado real, pero la voluntad es firme, más allá de las formas.
- Sí. Eso es lo que necesitamos. Nuestros gobernantes están un tanto distraídos. No lo comprendo, pero es así.
Por un momento Alak estuvo a punto de preguntar por Lord Harrot y comentar el cruce que habían tenido con los Tai. Era una buena oportunidad de aclarar el hecho consultando a su padre si había participado de la reunión al representante del emblema pardo; al instante decidió que no era buena idea y lo dejó pasar apartándolo de su mente.
- Padre, mañana todo tendrá una forma distinta cuando se pueda abordar el tema; hasta ahí no nos queda mucho por hacer.
- Tienes razón. Comenta con los hombres esto que te he confiado. Tengo necesidad de escuchar aportes de ideas fuera de mi consejo. No sé por que siento que no hablamos de lo mismo.
Alak sonrió y sacudió la cabeza. Su padre mantenía todavía el empuje que lo ponía a la cabeza de sus hombres tanto tiempo atrás, aún antes de él nacer.
- Es porque tu quieres estar siempre delante de los acontecimientos y a algunos se les hace difícil seguirte, Lord Rivan.
- Voy a dejar de hablar antes de que deba escuchar un sermón a manos de mi heredero.
- Es una sabia decisión, señor. Te veré mañana; dale un abrazo a mi madre.
- Lo haré hijo. Nuestro corazón está contigo.
Alak alzó la palma a modo de saludo y se despidió de su padre. Esa fue la ultima vez que habló con él y que lo vio en su  vida.



Zin-Haye...

El refugio hasta el que llegó el Sumo Sacerdote Balafón se hallaba oculto en una zona alejada y deshabitada del planeta donde reinaba la vida salvaje. No era la idea ocultarse de nadie en particular, ningún ser viviente podía ser tan insano mentalmente como para arriesgarse a meterse en una zona así. Aunque tuviera un motivo.
Era simplemente una razón práctica la que lo ubicaba ahí: gobernaba absolutamente sobre el lugar sin ningún contratiempo; obedecían a los designios del señor de la región bestias, fuerzas naturales y máquinas; nada escapaba a su voluntad allí.
Balafón viajó por tierra en un vehículo particular hasta un punto en el que la geografía comenzaba a mostrar un panorama poco alentador y a partir de ahí cambió de transporte, pasando a una plataforma de vuelo bajo que lo adentró en un ambiente selvático y montañoso. El vehículo se desplazó a velocidad moderada por senderos pre marcados, ocultos por el denso follaje que cubría el lugar como un techo. Hubiese sido imposible transitar por allí por medios propios sin extraviarse y quedar a merced de la naturaleza.
Al llegar a destino, la plataforma se detuvo y posó su pesada estructura sobre trenes de aterrizaje que se desplegaron entre siseos y bufidos. Dos puertas se desplegaron arriba y abajo como la boca de un enorme caimán y una explanada conectó el interior de la nave con el suelo húmedo, a las puertas de una construcción excavada directamente en la roca.
La pared de piedra se perdía más allá del follaje, muy alto sobre la cabeza del Alto Maestre; pocos lugares se podían percibir tal lúgubres como aquel, que helaría la sangre de cualquiera que lo viese. Pero Balafón había estado allí antes y no se amilanó, por el contrario su negro espíritu descansó en la tranquilidad de estar de éste y no del otro lado en estos tiempos que corrían.
Avanzó con paso firme por un pasillo ganado por esqueléticas ramas muertas, tallos de alguna frondosa trepadora en otros tiempos, e iluminado por tazas que contenían líquido inflamado. El lugar estaba desierto y solo sus pasos acompañaban su marcha. Atravesó un portal doble e ingresó a un patio interno, rodeado por altas murallas de un color gris azulado rematadas en algunas torres; al otro lado se paró frente a las grandes puertas que daban paso al interior de la fortaleza. Hincó en tierra una rodilla (la izquierda) y agachó la cabeza en señal de respeto. Alzó la diestra con la palma de frente a las puertas y la desplazó con un suave movimiento, como si descorriera un velo invisible frente a él... y las puertas retrocedieron en la oscuridad del lugar dándole paso.
Se incorporó y entró en el frío y húmedo refugio con paso firme; echó hacia atrás su capa y movió los brazos abrazando el lugar de forma simbólica: interminables conjuntos de tazas colgantes se encendieron y el fuego iluminó hasta lo más recóndito de la gigantesca construcción, mezcla de castillo y catedral, donde las proporciones de todo eran, por lo menos, tres veces más grandes que las que corresponderían a habitantes humanos.
Torres y escaleras se perdían en las oscuras alturas; las paredes eran irregulares en su superficie, sin llegar a percibirse un solo lugar liso. No había forma de saber si aquello había sido construido en piedra o con piedra. Todo formaba un conjunto simbiótico: el lugar, el material de construcción y la roca que lo abrazaba.
Cientos de salientes como balcones se veían hasta donde la vista alcanzaba; lo mismo ocurría con huecos oscuros que semejaban una colmena gigantesca. El centro de la sala mostraba un complicado dibujo armado con minúsculas piezas de cerámica, cuya forma y significado Balafón desconocía. Y sobre el dibujo, en el techo de la estancia, un hueco enorme (el más grande de todos los huecos que había en el lugar) se abría paso por entre las entrañas de la construcción y trepaba alto y lejos como una chimenea, rematada en una abertura a través de la cual se podía ver el cielo nocturno.
Balafón esperó tranquilo y de pié en medio del salón vacío y cubierto de polvo. Comenzaba a acostumbrarse a los ecos del lugar cuando un rechinar se oyó por encima de cualquier otro sonido casual de las entrañas del edificio. Lozas del piso se removieron y abrieron un espacio hueco del que emergió una figura cubierta por túnicas de color rojo intenso, tocado por una capucha que ocultaba sus facciones. Iba sentada en un trono tallado en piedra, cubierto de bajorrelieves imposibles de distinguir individualmente; en su conjunto, el trono parecía tener vida propia, como si estuviese acunando a la figura en sus brazos.
Balafón repitió la inclinación hecha a la entrada; esta vez esperó paciente a que le indicasen que podía levantarse.
La figura levantó las manos delgadas y esqueléticas como garras de los apoyabrazos de piedra y echó hacia atrás la capucha que ocultaba su cabeza.
La piel amarillenta y las protuberancias adosadas a ella fueron lo primero en verse. El ser se incorporó y sus ojos brillaron como gemas contra la luz amortiguada del fuego que brillaba alrededor.
- Levántate, sicario. Estas sirviendo bien a tu Amo.
Balafón hizo lo que se le ordenaba, pero no miró al Prime Sire.
- Mírame y dime lo que quiero escuchar.
- A tus órdenes, Amo. Todo está listo, tal como lo pediste, Señor.
- ¿El humano cree que va a verme?.
- Sí, Amo.
- Bien. Deja que se acerque.
La voz era profunda y clara, fuerte para la presencia que el ser tenía y que parecía engañosamente frágil y senil.
- No vamos a requerir de sus servicios por mucho más.
- Sí, Amo.
- Dependerá de cómo sirva a su Amo, el que obtenga alguna recompensa. Tu te unirás a mí.
- Sí, Amo.
- Nos haremos dueños de las fuerzas y empezará el reinado.
- Sí, Amo.
- Quiero saber el momento preciso  en el que el humano va a moverse.
- Sí, Amo.
- Le liberaré el camino para poder conquistar más rápido.
- Sí, Amo.
- Después vendrá la verdadera conquista.
- Sí, Amo.
- Avanzaremos sobre la Luz, tomaremos sus dominios, poseeremos a sus súbditos. Son débiles; lo percibo. Su fe flaquea, sucumbirán a la fuerza de la corrupción. Sus lugares sagrados me pertenecerán. Todo se irá fundiendo en una sola cosa: oscuridad.
- Sí, Amo.
- Y existiremos para siempre. Seremos lo único que exista. Este plano dejará de pertenecer a los mortales, en cualquiera de sus formas.  El Creador se equivocó; sus criaturas son imperfectas. Y el precio que se pagará por ello es mi deseo. El deseo de regir la supremacía de lo oscuro en todo y sobre todo.
Posó su vista sobre el Sumo Sacerdote y lo señaló con un huesudo dedo.
- Libera ahora las fuerzas del humano. Dales poder para que avancen y luego únete a mí para hacer grande la causa.
- Sí, Amo.
Y Balafón procedió a hacer lo que se le había ordenado.


Kerkeden – 2° planeta del Sistema Pharam

Había que remontar un largo camino de ascenso para llegar al lugar llamado Kyomi. La región en la que se ubicaba era una de las más inclementes del planeta, cerca del anillo central del mismo, donde los rayos del único y enorme sol que regía el sistema caían a plomo en cualquier época del ciclo orbital.
Encontrar el camino que llevaba a Kyomi era de por sí difícil en medio de aquel laberinto de montes, acantilados, gargantas y mesetas con las que se encontraba el viajero, luego de atravesar un desierto plano como una hoja donde no había nada. Nada en el sentido literal de la palabra. Los pocos animales salvajes que habitaban los alrededores cumplían movimientos migratorios que les llevaban el triple de tiempo cubrir para desviarse al norte y no tener que atravesar el desierto. Aquel que se atrevía a cruzarlo en otra cosa que no fuese un vehículo rápido, se condenaba a muerte a sí mismo.
Luego de una interminable alfombra de color naranja, las primeras elevaciones aparecían como una enorme construcción natural que abarcaba una vasta superficie en esa parte del planeta. En su interior había armado un microcosmos de vida propia. Algunos pueblos nómades, que no habían podido asimilarse a las distintas culturas que fueron pasando por el planeta, vagaban por el territorio con sus animales procurándose elementos básicos de subsistencia.
Los moradores estables del lugar, una raza alienígena que no tenía contacto alguno con otras etnias, llamada Battashavva, obtenía sus recursos de los minerales del planeta. Esto era algo conjeturado basándose en datos vagos aportados por alguna fuerza expedicionaria que los había observado a la distancia. Aunque otros también eran moradores estables; en número mucho menor que los battashavvas, y de condición humana.
Casi en el centro geográfico de la extensa región se ubicaba Kyomi; una meseta enclavada a una altura considerable sobre el nivel del suelo, que desalentaba su exploración a cualquiera, debido a sus complicados y duros senderos, difíciles de transitar y más difíciles aún de descifrar.
La construcción que se ubicaba en un rincón de la meseta solo podía ser vista desde el aire; se hallaba oculta en una especie de hondonada natural y se llegaba a ella a través de un pasaje abierto en la roca. Nadie sabía como ni cuando había sido construida. Solo que se hallaba allí desde siempre, como una parte más del inhóspito paisaje.
Su cuerpo principal era cuadrado y muy alto. Sobre este primer cuerpo se montaban otros tres, cada uno más bajo y de menor superficie, conformando una estructura de torre. Al frente, una larga escalera apuntaba desde el suelo hasta casi la altura de su primer terraza, terminando en un pórtico de entrada compuesto por una torre rematada por una cúpula y unas normes puertas dobles que siempre se hallaban cerradas.
Del lateral de la torre otra escalera, amplia y de piedra como la frontal, se elevaba adosada a la pared hasta terminar su recorrido contra el suelo de la meseta, en uno de los ángulos del cuadrado principal. De manera inteligente, la construcción no era más que la entrada a una serie de laberínticos pasajes que, en la mayoría de los casos, solo conducían a trampas mortales y encierros de los que salir resultaría improbable. Solo unos pocos pasillos, conocidos por los que allí vivían, eran los que llevaban a los lugares propios de la morada de los monjes, a kilómetros de distancia.
Los monjes eran siete, un Hermano Guía y seis Hermanos Guardianes; todos vivían allí recluidos y, ocasionalmente, si las circunstancias así lo requerían, abandonaban el lugar para mezclarse con alguna raza o etnia en cualquier lugar de la galaxia. Un par eran los más jóvenes, otros tres tenían una edad indefinida oculta tras ojos de miradas cansadas y largas melenas y barbas. Los dos restantes eran los más ancianos, con los cabellos plateados por el tiempo y los rostros surcados por miles de arrugas.
Ambos se hallaban en una de las cámaras interiores de Templo; una de las más importantes, la que guardaba el Libro Sagrado legado por El Creador a su pueblo en tiempos de los orígenes de la vida. Ambos hermanos habían desarrollado la capacidad de leer e interpretar las Escrituras hacía ya tiempo, y en ese momento llevaban encerrados en la cámara varios días, retirados en oración, esperando una revelación.
Según pasajes del Libro Sagrado, cuyo contenido era un detalle preciso del curso de los acontecimientos de la vida en el universo, hacía ya eones que la evolución había cambiado de rumbo hacia lo que se describía como “... un período de limbo antes de la definición de un nuevo nacimiento...”, aparentemente una época de cambios profundos en los cuales el destino de Los Que Siguen La Ley estaba en juego.
La estancia estaba alumbrada por lámparas de aceite que desprendían un suave perfume a bosque y hierba, en círculo se disponían unas especies de taburetes sin patas, apenas despegados del piso, donde había que cruzar las piernas para sentarse. En el centro del círculo, un arcón de madera enorme, tallado con delicadeza y ornamentado con filigranas de cerámicas de colores, guardaba en su interior el preciado objeto. Los Hermanos se hallaban uno frente a otro, los ojos cerrados, las manos apoyadas en el regazo, las espaldas rectas, los rasgos relajados, sin un síntoma de tensión a pesar de llevar largo tiempo en esa postura. Dass Kaffee era el mayor de ambos y quien ostentaba el honor de haber sido nombrado Hermano Guía, el de rango más elevado entre los siete; Sai Kermomme, era el Hermano Guardián que seguía a Kaffee en edad y jerarquía. Por ser el mayor del resto de los hermanos, su responsabilidad lo ponía justo un escalón por debajo de Kaffee.
Los dos abrieron los ojos al mismo tiempo y sus miradas se cruzaron sin mediar palabra.
“¿Viste lo mismo que yo?” Preguntó Kaffee con el pensamiento.
“Sí” respondió Kermomme de igual manera.
“¿Significa esto que el inicio de la profecía está cerca?” 
“Más que cerca, diría que es inminente”.
“La cámara debe ser abierta. Ahí está la respuesta a los tiempos que vendrán”.
“Sí. Así lo he visto también”.
“Debemos hacerlo ahora mismo”.
Ambos se levantaron al mismo tiempo y salieron del recinto portando una lámpara que les proveyó luz para el camino. Se adentraron por un pasillo que les obligaba a andar en fila, tan estrecho era que no tenían lugar para ir codo a codo.
Sus hábitos de color marrón oscuro parecían flotar detrás de ellos y las sandalias de cuero y suela raspaban el suelo de piedra, arrancándole leves sonidos. El sistema de ventilación natural que formaban los corredores les echaba hacia atrás las capuchas a la vez que les brindaba aire fresco en los rostros.
Caminaron sin bajar la marcha pasando por distintos lugares del monasterio, algunos abiertos en forma de amplias salas, otros cerrados y ocultos. Bajaron un par de niveles y llegaron al final de una larga escalera en bajada que los dejó frente a una puerta ornamentada con un extraño símbolo. La puerta era de piedra y se hallaba incrustada contra la roca; muchas veces habían llegado hasta allí como parte de la rutina que les llevaba a controlar todos los lugares del monasterio, pero jamás se habían detenido a observar como la puerta se desprendería de su marco para abrirse. Ni siquiera se les había pasado por la mente la posibilidad de que aquello ocurriese. Era evidente que estaban en las postrimerías de algo importante. Algo temerosamente importante. Esa cámara se había sellado en algún momento de la historia, muy antigua y muy profunda, con el objeto de guardar algo que sería utilizado solo cuando el Curso de los Acontecimientos torciera su rumbo. Y ese momento había llegado. El Curso de los Acontecimientos estaba por dar un giro y lo que estaba tras esa puerta podía determinar hacia qué lado iba a girar: La Luz o La Oscuridad.
Los monjes se miraron y Kermomme asintió, como dándole fuerzas a su hermano para que procediera. Kaffee se acercó y examinó la puerta con más atención. Si hubiese querido abarcarla con los brazos extendidos no le habrían alcanzado; además del símbolo que se grababa en el centro de ella, todo el resto de la superficie se hallaba cubierta de bajorrelieves que dibujaban intrincadas formas. Detectó una en particular que tenía la forma de una mano humana. Con sorpresa noto que parecía haber sido tallada usando su propia diestra como molde, porque el calce era perfecto. Miró a Kermomme sorprendido, quien le devolvió la misma mirada, mezcla de miedo y sorpresa. Kaffee hundió la mano en el molde y una luminiscencia amarilla e intensa se desprendió de la cavidad, por detrás de su mano. Acto seguido, toda la puerta retrocedió con un bufido, mientras polvo y piedra caían de las junturas y un ruido de piedra desplazándose sobre piedra los sobresaltó.
Se echaron hacia atrás con sorpresa para ver como la puerta retrocedía y se levantaba como el puente de un castillo sobre el foso. Otros sonidos se escuchaban en el interior a oscuras de la cámara. Una ruidosa  maquinaria se había puesto en marcha; se oían crujidos y bloques de piedra desplazándose, ruidos de grilletes y cadenas, palancas que calzaban unas contra otras. De repente, un haz de luz cayó desde algún lugar del techo, oculto en una impenetrable oscuridad, e iluminó como un reflector el centro de la estancia.
Un enorme sarcófago de piedra, más alto que un humano de estatura considerable, flotaba girando lento sobre su eje mostrando todas las caras de su cuadrada estructura, tallada de forma elegante y prolija tal como lo estaba la puerta de entrada. El cono de luz era, seguramente, fruto de un juego de espejos qué la transportaban por reflejo desde el exterior; al pie del sarcófago, una base esperaba que éste bajara y se incrustara en ella para darle equilibrio y sostén.
Los dos monjes rodearon embelesados el flotante objeto sostenido en forma majestuosa en el aire ante sus ojos. Giraron en torno a la base de piedra buscando algo que los orientara en los pasos a seguir y encontraron, tal como ocurrió con la puerta, una hendidura similar a la hallada en el exterior con la forma de la mano, solo que esta vez era la diestra de Kermomme la que calzaba.
Un pensamiento surgió entonces a la vez en la mente de ambos monjes. Si la historia era verdad, y por El Creador que no llevaban consigo un ápice de duda, desde el comienzo de los tiempos ellos habían sido predestinados a estar allí en ese momento preciso de la evolución de los tiempos. Sus huellas habían sido puestas ahí por El Creador eones de tiempo antes de que cualquiera de los dos comenzara su fugaz existencia en este plano; la dimensión de la comprensión de esa idea los hizo temblar de vértigo por un instante. Se ayudaron a sostenerse mutuamente y luego Kaffee alentó a Kermomme a hacer su parte.
El monje hundió sin dudar su mano en la huella y el sarcófago dejó de girar al instante. Comenzó un suave descenso que concluyó cuando se posó con un ruido sordo contra la base de piedra. Esta lo atrapó entre rígidas guías y lo abrió por el medio como un libro voluminoso cuyas páginas se separan a un lado y a otro.
El artefacto se inclinó hacia atrás, con delicadeza, a medida que se abría, de forma tal que su contenido quedó perfectamente a la luz cuando se detuvo y abrió por completo. Los hermanos tuvieron que dar la vuelta a su alrededor para ver el contenido, que había quedado de frente a la entrada.
Ambas partes del artefacto eran de piedra maciza. El peso del mismo debía de ser increíble; haber intentado penetrarlo por otro medio que no fuera la combinación de la base que lo sostenía,  hubiese sido inútil además de imposible. La piedra del interior de ambas partes estaba tallada en la forma justa para servir de encastre a un traje, a la izquierda, y a un extraño objeto de metal, al menos en apariencia, a la derecha.
El traje parecía una armadura de combate, vacía de cuerpo que la vistiera. El material del que estaba hecho era imposible de adivinar; guantes y botas de una clase de metal dorado, cuya superficie destellaba en brillos cegadores bajo la luz que la bañaba, remataban las extremidades de un entretejido de  piel negra, que parecía formada por diminutas, resistentes y flexibles escamas que se aglutinaban unas contra otras dando la impresión de ser impenetrable.
Los hombros y el cuello también estaban protegidos por el mismo metal dorado. En el cuello una gema verde resaltaba furiosa en el contraste de colores; el casco que protegía la cabeza de quien lo vistiera, formado de idénticas escamas que el resto del cuerpo, mostraba una firme mandíbula igualmente dorada y que daba al traje un aspecto feroz.
En la parte opuesta, una larga hoja de metal gris, reluciente como las partes doradas del traje, iba rematada de una empuñadura gruesa. Un guardamonte ancho y pesado, trabajado con el mismo tipo de tallado que se veía en la hoja y el sarcófago, separaba la hoja de la empuñadura. Jamás habían visto nada parecido ni remotamente. Giraron en torno al sarcófago y revisaron la superficie exterior. Decenas de compartimentos disimulados por la superficie quedaron revelados y fueron abiertos uno a uno; cada uno de ellos contenía piezas, aparentemente de equipo, que supusieron sería complemento de la armadura traje.
El último compartimento en ser abierto resultó ser el más importante. Todo lo que necesitaban saber acerca del contenido del sarcófago de piedra estaba allí. Aprendieron como desmontarlo de su base y trasladarlo. Podrían haber usado sus capacidades telequinéticas, pero trataban con un objeto de demasiada importancia como para usar métodos que podían no aplicarse a él.
Solo cuando se adentraron en el conocimiento de lo que ese traje era y significaba fue que comenzaron a comprender la dimensión de lo que se les estaba revelando.
Haría falta mucho más tiempo de meditación y oración para comprender la tarea que les estaba siendo encomendada a los siete a través de esta revelación. Los tiempos que se abrían por delante eran realmente oscuros. Tanto, que ambos flaquearon en su convicción por un segundo para luego retractarse y ratificar que su misión sería llevada a cabo tal como había sido planeada desde el principio de los tiempos.
Que La Luz triunfara sobre la Oscuridad dependía de ello.





Todo el material aquí volcado es de propiedad intelectual del autor, Marcelo Branda, y esta resguardado por el correspondiente registro en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual de la República Argentina.

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