lunes, 12 de marzo de 2012

Novelas del Autor / Crónicas de La Órden de La Luz


Capítulo 2



Paxthis...

Mucho antes de que el atardecer los sorprendiera, el comandante Smithsak dio las órdenes pertinentes para ubicar el mejor lugar donde pernoctar antes de emprender el descenso final hacia el espacio puerto. Una vez ubicado éste, se montó el campamento que necesitaban para efectuar el alto en la marcha.
 Aunque a decir de verdad, pensó entonces, luego del incidente de la caravana ya no tenía gran sentido evitar las rutas comerciales y hacer el trayecto casi a pie buscando pasar desapercibidos.
El concepto bajo el cual se planificó todo había quedado desvirtuado. Tendría que decidir si recorría el corto trecho que restaba bajo el plan original o si variaba su estrategia por lo poco que quedaba.
El motivo del viaje desde T´Hur, su planeta natal, los territorios de la Casa Smithsak en el Sistema Saurise, se atenía a instrucciones de su padre Lord Rivan derivadas de la última reunión que los Lores de la región habían tenido con el emisario del Rey Breddar.
Sistemáticamente se habían incrementado los rumores primero, y luego los informes acerca de desusados movimientos de revuelta, en distintos sistemas lejanos del gobierno central del reino. Estos informes daban cuenta de hechos poco usuales dentro de los territorios controlados por el Imperio y tenían que ver con disputas territoriales, por un lado, y con la aparición de Legiones Negras, por otro. Esto último era un hecho inédito en largo tiempo. Su nacimiento se remontaba a la transmutación del Rey Lydar y el momento en que el trono había pasado a manos de su heredero Breddar, actual monarca; seis sistemas habían visto la oportunidad de escindirse de los territorios asphartanos y generaron un levantamiento liderado por un oscuro general a quien se le atribuían contactos con la secta milenariamente opuesta a la Hermandad.
El crecimiento de la alzada fue casi tan rápido como la disolución posterior de la Alianza a manos del mismo hombre que la había propuesto. El general Roge Kensheere tomó el mando sobre los cinco sistemas que lo habían seguido y de ahí en más se convirtió en un oponente del  Imperio Asphartax.
Donde Asphartax asimilaba cultura, Thiaris conquistaba y anexaba; la tolerancia no estaba dentro de los cánones de las huestes de Ken-Sheere. Por un tiempo sus ejércitos desaparecieron de la escena cuando se internaron en territorios que habían sido abandonados de vida y tránsito hacía ya eones de tiempo. Nadie sabía que existía allí; solo los monjes tenían conocimiento teórico y jamás una palabra salió de sus bocas con referencia al tema. A todas luces se veía que el tema era prohibido.
Sin embargo no fue ignorante la actitud de la Hermandad. Lejos de  desentenderse, instó a redoblar la vocación por las escrituras, por la alabanza al culto y la disposición de todo seguidor de la Orden de La Luz a profundizar de todas las formas posibles su vocación y compromiso. Se generaron más espacios para templos, la Orden se abrió a recibir mayor cantidad de aspirantes, los súbditos atendieron más devotamente los ritos, y los señores dieron muestras de disposición de no apartarse de los preceptos básicos de la Ley. Todo hacía pensar que era importante reafirmar de que lado uno se alineaba. Luz u Oscuridad.
Poco después, la respuesta empezó a llegar, lenta pero constante. Los ejércitos de Kensheere habían sido transformados en emisarios de lo oculto, bajo la forma de millones de seres consagrados a la energía negra del universo. Las Legiones Negras de la Inmensa Oscuridad se desparramaron por la galaxia como lo hace un líquido volcado sobre una mesa. Avanzaron rápido sobre todo lo que pudieron conquistar.
Primero sobre los más débiles, experimentando sus fuerzas, luego avezándose cada vez más sobre quienes les opusieron resistencia, hasta terminar avanzando sobre poderosos sistemas que eran sistemáticamente doblegados y sometidos, aniquilados en muchos casos. Fue tal la explosión del avance y la virulencia de la carga que se erigieron como habitantes de la galaxia por el derecho de la fuerza; los Parlamentos miraban hacia otro lado. Las coaliciones no los enfrentaban y mantenían un trato tributista para evitar ser atacados. Una brecha muy amplia separaba a Asphartax del resto, por lo cual, a fin de evitar una lucha total que llevaría a la galaxia a situaciones que ya se habían vivido, el Imperio optó por dedicarse a cercar todo lo que pudo el avance de las Legiones, evitando que las refriegas que, inevitables, se planteaban a menudo en distintos y alejados puntos quedaran en eso, sin llevar a una escalada de violencia.
Alak había crecido en ese ambiente, donde veía a una sociedad justa y equilibrada, en constante amenaza de sucumbir, tal vez, a manos de bárbaros legionarios. Pero había algo subyacente en estas huestes que inoculaba mayor inquietud, y era algo relacionado con la maldad, con lo oculto, con lo oscuro. Alak lo intuía cada vez más como un enfrentamiento final entre bien y mal. Entre libertad y opresión, entre luz y negrura.
- ¿Qué es lo que te preocupa, si puedo saberlo?
Apoth apareció detrás de Alak con un cuenco de comida humeante que despedía un aroma exquisito. Se lo pasó a su señor, que se incorporó de donde había estado sentado pensando, y caminaron hasta unos pequeños contenedores apilados que hacían las veces de mesa. A Smithsak no le gustaba hacer mucha diferencia entre sus hombres por su rango y su calidad de noble. Prefería mezclarse como uno más entre ellos, lo cual hacía sentir a ambas partes más cómodas y en camaradería.
Se acomodaron en el lugar al tiempo que se iba sumando a la improvisada reunión más gente. Lord Avalhot apareció con un par de ayudantes y los otros se pusieron de pie en señal de respeto.  
- Por favor tomen asiento – dijo al tiempo que los palmeaba -. Me preguntaba si tendrían inconveniente en que este viejo noble recordara los tiempos de campaña en que hacía esto con sus hombres...
- En absoluto, Milord, por supuesto que es usted bienvenido –. Alak invitó al hombre a tomar asiento en la cabecera. Al mismo tiempo Haffez entraba al lugar.
- Únetenos, Tahr. Ni si lo hubiese planeado, podíamos estar en tan buena compañía.
Todos se acomodaron. Lord Avalhot dio instrucciones a sus hombres para que les acercaran comida y bebida allí, en lugar de hacerlo en las tiendas que les habían asignado para el descanso.
- Es mi honor, Milord. Se lo agradezco -. Haffez jamás hacía uso de familiaridades con Smithsak frente a gentes que no fueran de su absoluta confianza.
- ¿Tiene idea de a quién pertenecía el emblema del contingente, señor?- interrogó Alak a Lord Avalhot, pretendiendo instaurar la conversación.
- Sí. Supongo que es el emblema de la casa Harrot, si mal no recuerdo. Hizo una pausa como recordando y luego prosiguió–. Lord Harrot no dejó descendencia, por lo que su hermano continuó con la línea de herencia. Lord  Pinkert Harrot; gran prole. Ocho. Todas Mujeres.
Haffez sonrió tímido y Alak y Seem se miraron cómplices.
- ¡Vaya casa de la que hacerse cargo! – Comento Apoth.
- ¡Oh, sí! – Convino Lord Avalhot – Dignas herederas de su padre, las jovencitas son famosas por su carácter. Sobre todo la mayor, Lady Dapnee. Toda su corte está compuesta por mujeres.
- ¿Cree usted que era ella? – Quiso saber Alak.
- Tal vez. Casi con seguridad. Aunque debería usted saber si fue convocada por su padre al cónclave.
- De hecho no he recibido indicación de ello.
- Entonces debe haber sido una coincidencia que nos cruzáramos con ellos. Su destino será otro seguramente. A propósito, no tengo vistos a los otros. Los perseguidores.
En esos momentos un par de soldados de servicio entraron con comida y bebida para los cuatro y dispusieron todo lo necesario para la cena rápidamente; luego se marcharon tan discretamente como habían aparecido y la charla prosiguió sin interrupciones.
- Los Tai no son caballeros; de hecho - aportó Apoth.
- Se los conoce como hombres Tai o Tai Shi - aclaró Alak –. Nos hemos topado con ellos algunas veces en compañía de Haffez. En realidad él sabe de ellos más que nosotros. Cuéntale, Haffez.
Haffez visualizó por una fracción de segundo la imagen de un Tai rodando por la arena abrazado a Smithsak en violenta lucha, antes de que el joven caballero alcanzara a desenfundar el arma oculta que siempre llevaba dentro de la bota derecha. El disparo le atravesó el cráneo, entrando por una hendidura de la unión de la armadura, en la base del cuello. Casi en un acto reflejo, el hombre Tai propinó a Alak una descarga de energía desde la palma de su mano que los separó violentamente, haciendo que el cuerpo gris blindado del soldado llegara hasta el borde de un despeñadero y cayera por él perdiéndose de vista. Apartó el destello de recuerdo y siguió el hilo de la charla.
- Es más lo que hay para preguntar que lo disponible para contar. Los primeros que dieron cuenta de estos misteriosos seres fueron los hasselanos. Hasselet, Sistema Mira. Aparecieron haciéndose cargo de la guardia personal del Primer Ministro. Hace tiempo acompañaba yo a Lord Rivan a una reunión del consejo de seguridad del Parlamento. Estos “hombres” eran soldados perfectos. Aplicados, rápidos, silenciosos. Cumplían con su deber de una manera casi robótica.
- ¿Acaso son androides?
- No lo sé. No se sabe, realmente. Visten unas armaduras formidables, repletas de armamentos y equipo. Usualmente se ocultan bajo un capote oscuro y largo, parecido a los nuestros, que solo dejan cuando entran en combate. Nadie vio nunca que hay debajo de la armadura o detrás de las mascaras que cubren sus rostros.
- De hecho – hizo saber Alak – el nombre que le dieron los hasselanos significa algo así como “el hombre detrás de la mascara”. T´Sun Ai, en la lengua correcta.
- ¿Y por que estaban aquí? ¿Por qué perseguían a los de la casa Harrot?
- Lo desconozco. Pero por desgracia, esto confirma ciertas informaciones que nos han llegado de sistemas remotos. Muchos Tai Shi han sido vistos en distintos planetas y sistemas. No iban con ningún ejercito ni comitiva. No acompañaban a nadie. Por lo general no se los ve por su cuenta.
- ¿Y qué puede significar eso?
- Que quien los tiene de su lado se está ocultando – acotó Apoth.
- ¿Kensheere? – Preguntó temeroso el anciano.
- Eso es lo que todos creemos – respondió Alak –. Verá. El motivo por el cual mi padre convocó a esta reunión tiene que ver con esto. Se busca aunar acciones efectivas para afrontar un temor que cada vez más toma forma de hecho.
- El avance de las Legiones Negras.
- Correcto.
- Hace largo tiempo que se los ve rondando.
- En efecto. El Imperio y las Legiones nunca han confrontado.
- No abiertamente - intervino Haffez.
- ¿Qué significa eso? - Quiso saber Alak.
Haffez se acomodó en el contenedor de equipo que le servía de asiento y su expresión se volvió algo sombría.
- Sí han confrontado; muchas veces. Pequeñas escaramuzas, apoyos velados a sistemas en conflictos. Luchas a través de terceros. No debemos confundirnos. La guerra fue la relación sostenida que hubo entre ambos bandos durante muchísimo tiempo. Secreta, silenciosa; feroz por momentos. Pero, ciertamente, evitando que sea abierta y total.
- Sería, seguramente, la destrucción de ambos. O al menos de uno de los dos.
Nadie habló por un instante sopesando las conclusiones que se habían volcado. Cada uno estaba tratando de esconder muy en su interior el miedo que crecía cuando pensaban en cómo se relacionaban los hechos y a qué apuntaban en su conjunto.
El Imperio se había vuelto demasiado extenso y difícil de supervisar; mucho más de controlar. Ese había sido el motivo por el cual se había otorgado autonomía limitada a muchos de los sistemas que más tiempo llevaban en el régimen, permitiendo que se autoadministraran.
A la vista de un buen observador era evidente que el Parlamento y la sede del gobierno estaban perdiendo fuerza de control en los lugares donde la distancia jugaba un papel crucial; eso sin mencionar a las culturas nativas que presionaban para obtener supremacía en los sistemas parlamentarios locales.
Todo indicaba que la maquinaria que en otros tiempos mantenía en un funcionamiento óptimo cuestiones de control y gobierno, actualmente se hallaba lenta, debilitada y descuidada. 
- Creo que gran parte de esta situación comenzó con una cuestión moral – expresó Lord Avalhot. Quiero decir que nos hemos dedicado más a la expansión que al conocimiento. No creo que El Creador quiera un monopolio de visión en la galaxia, debe haber otros pueblos que también puedan aportar su propia forma. ¿Por qué hemos de creer que somos los más capaces de dictar línea de conducta?
- Estoy de acuerdo con usted, Milord – convino Alak.
Apoth y Haffez asintieron.
- ¿Acaso el tener más tierras hace más sabio al señor? – Se preguntó éste último en voz alta - ¿O es el conocimiento cabal de lo que se tiene entre manos lo que le enseña al hombre a ser más sabio? ¿Acaso mayor sabiduría significa mayor rectitud, mayor acción correcta en la vida? Creo que en algún momento se ha confundido el camino y esta es la consecuencia.
- Buena reflexión la suya, Maestro –concedió el anciano- Muchas veces me pregunto si no estaremos relajando nuestra atención sobre el foco de lo que nos hace fuertes. La convicción de nuestras creencias. A eso me refiero. Estoy convencido de que los cinco principios básicos de nuestra Ley hace ya tiempo que no rigen la vida de la mayoría.
- Es un juicio muy duro el suyo, Milord – aventuró a discutir Apoth.
- Creo lo mismo que Milord, Seem. No estamos tan compenetrados en mantener la esencia de nuestra convicción. No sé dónde se perturbó, pero una cosa es segura, lo oí de labios de un Hermano: “El hombre olvida poseer espíritu, por lo tanto cualquier conquista que haga se vuelve nula si no va acompañada por la conquista del corazón”.
- Así sea.- sonaron al unísono las voces de los otros tres.
La puerta de la tienda fue separada por un guardia personal del Comandante Smithsak y un segundo guardia, vestido distintivamente con uniforme púrpura, entró en el lugar haciendo una reverencia.
- Milord, todo esta listo para establecer comunicación con T´Hur.
- Excelente. Caballeros, si me disculpan... – se levantó dejando la frase inconclusa.
Los demás se pusieron de pié y cuando Smithsak salió, Haffez lo siguió sin preguntar nada. Si su Señor no lo necesitaba se lo hubiese dicho.
Cuando salieron de la gigantesca tienda de campaña y se dirigían al centro de comunicaciones, cambiaron unas palabras antes de separarse.
- Dile a Nkay que solo despache a los hombres a descanso luego de tener todo listo para la partida al amanecer. Que un grupo quede rezagado  levantando el campamento y embarcando luego; quiero estar en camino a Saurise sin demoras.
- Así se hará, Milord.
Se separaron y Smithsak fue al encuentro de su padre.


Zin-Haye, primer planeta del Sistema Uralya

La ciudad de Lager tenía su origen en épocas remotas; la realidad de su fundación se había mezclado con lo legendario de su folclore a un punto tal que era imposible separar lo real de lo fantástico.
Lo cierto era que en el devenir del tiempo, el agregado de un mercado a otro fue conformando un conglomerado que cubría una superficie equivalente a la de varias ciudades juntas. Su crecimiento fue arbitrario e irregular, dictado por urgencias y necesidades sin ningún tipo de planeamiento ni orden. El resultado era una mega ciudad laberíntica, intrincada, sucia y llevada por su propio ritmo; sin más ley que su propia ley, ni más organización que su propia organización. Lo cual dejaba mucho que desear.
Millones de seres transitaban por su compleja urbanización diariamente; millones más entraban y salían a diario de ella, llegados en naves mercantes, comerciales y de carga, además de los usuales contrabandistas y traficantes que llevaban y traían todo lo que estaba a su alcance.
La mejor palabra para definir el ritmo de vida de Lager era caos. Todo podía resumirse en esa palabra: caos. Y al hombre, que caminaba por la zona como por distracción, le encantaba ese concepto.
Recorría los lugares de mercadeo minorista con el placer de quien sale a disfrutar de un campo florido en una mañana de sol y cielo azul; se paseaba entre las gentes observando y consumiendo con avidez las situaciones que presenciaba. Rencillas, regateos y robos eran las más comunes; estafas, seducciones, engaños y despojos las más elaboradas; los asesinatos por codicia y competencia eran lo más buscado, aunque había que estar atento para no perdérselos. Ocurrían tan a diario que era difícil seleccionar aquellos que serían más interesantes. De lo único que estaba seguro era de que le reconfortaba su negro espíritu ver la corrupción de los seres, fueran del origen que fueran. Una cosa había aprendido con el tiempo: cualquier ser vivo que habitara este plano, del género que fuese y de la raza que descendiera, era proclive a sucumbir a los mismos impulsos corruptos que regían la vida de los humanos; y él se regocijaba en eso.
Se destacaba de la media del tipo de gente que se hallaba en el lugar,  podría decirse que hasta peligrosamente. No era alto, tenía una fisonomía más bien robusta y baja, bastante cercana a la obesidad; pero su persona en conjunto rezumaba clase. El escaso cabello plateado iba peinado hacia adelante y estaba levemente untado con aceites aromáticos; la piel mostraba una tersura y un color muy saludable; sus ropas eran finas y elegantes y, como si hubiese hecho falta algún detalle para hacer ver que se trataba de un hombre rico, el anillo que se destacaba en su diestra explotaba en destellos de color cada vez que la luz daba en su trabajada superficie.
Hubiese sido más cómodo ver como las presas venían hacia él, mansas y voluntariosas, pero le costaba horrores resistirse a la tentación que significaba  verlas comer de su palma, para luego capturarlas de un zarpazo con embriagante placer.
Era imposible dejar de observarlo recorriendo las calles abarrotadas de puestos, que ofrecían desde comida hasta repuestos de vehículos militares, desde joyas y orfebrería hasta sustancias ilegales, cargamentos de mercancía robada y esclavos para los más dispares fines. Sus ropas de ese día eran finas y de evidente calidad; a su paso, los mercaderes lo identificaban como un posible comerciante rico que había querido ver con sus propios ojos el agujero donde se generaba su riqueza. Otros lo veían como un buscador de placeres sensuales, quizás a manos de alguna inquietante alienígena. Lo cierto es que, para hacer justicia, el hombre era un compendio de eso y mucho más. Cosas que jamás hubiesen pasado por la mente de esos mortales moraban en la mente y el corazón de ese ser de espíritu maligno.
Como cosecha particular de ese día eligió, como primer candidato a un joven humano moreno, de fuerte complexión y torso desnudo, que vagaba masticando un fruto, manchándose los desarrollados pectorales.
Lo observó largo rato escrutando sus ojos oscuros de mirada profunda, buscando en su inquieta mente y desnudando los más bajos secretos de su alma. Sí, pensó imbuido de un absoluto placer, el mortal era un ser torturado, buscaba presas, como él. Sobrevivía de esa forma primitiva y violenta. Veía como el joven se alejaba entre la multitud, cruzando la calle por donde en ese instante un transporte de granos intentaba abrirse paso.
Cuando el transporte pasó, se hallaba de frente al joven, quien no pudo evitar fijarse en el elegante hombre, de porte señorial, ataviado con costosos ropajes, apoyándose en un cayado bellamente trabajado y aspirando perfume de un frasco oculto en su palma, a fin de paliar la intensa mezcla de aromas que invadía el ambiente.
El hombre se volvió distraído acariciando su prolija barba alrededor de su boca y siguió caminando; unos pasos detrás, el joven se le puso a la saga sin perderle pisada. El hombre se movió con soltura entre la multitud y en un momento el joven temió perderlo. Parecía flotar hacia delante y moverse sin tocar el piso. Daba la impresión de que la gente se apartaba sin darse cuenta a su paso, allanándoselo. Un par de veces estuvo a punto de perderlo  pero al centrar su atención, volvía a ubicarlo.
El hombre se detuvo por un segundo y luego se adelantó decidido en un callejón donde, a cada lado, se alineaban distintas puertas, acceso a otro pliegue del sub-mundo del lugar. El joven lo alcanzó antes de que el otro hubiese dado veinte pasos dentro de la estrecha calle vacía y se le adelantó cortándole el paso.
- Se lo ve perdido. Puedo guiarlo, si gusta.
El hombre lo miró con ojos inocentes y sonrió fingiendo nerviosismo.
- ¡Ah! Mi oportuno amigo, nunca nada más a tono – se abanicó con la palma dándose aire –. Creí que la muchedumbre me arrastraría allá afuera.
El joven sonrió y en sus ojos hubo un destello maligno, señal de que disfrutaba de la situación, al tiempo que no terminaba de creer en su suerte de aquel día.
- Pues yo puedo sacarlo de este apuro mostrándole la forma de salir de aquí.
- Eso sería magnífico, puedo recompensarte por ello.
- Seguro que vas a recompensarme – Buscó entre los pliegues abiertos de su pantalón y extrajo un unificador de carbono que llevaba adosado al muslo.
- Y lo vas a hacer según lo que te diga, antes de que te separe la cabeza del resto del cuerpo.
Tomó por el cuello al hombre con su siniestra y lo incrustó contra la pared, unos metros atrás, llevándolo en vilo mientras en la diestra conectaba la letal herramienta y un potente haz de luz roja unía los extremos de dos gruesas puntas de metal.
La herramienta se usaba para soldar partes de metal en lugares de difícil acceso para hacer reparaciones; aplicada a la carne producía el mismo daño que un disparo láser a quemarropa.
El hombre golpeó contra la pared sin acusar recibo de la violencia del impulso. Aún con los pies despegados del piso el joven le puso el haz de luz chispeante frente a los ojos al tiempo que le hablaba tan de cerca que pequeñas gotas de saliva salpicaban su cara.
- No solo vas a darme todo lo que tienes encima, sino que además vas a llevarme a tu transporte, porque tu no perteneces aquí ¿eh, no es cierto? – y para darle más énfasis a sus palabras le sacudió la cabeza contra la pared.
El hombre esbozó una sonrisa que se fue convirtiendo en risa franca en poco tiempo. El joven abrió los ojos, furioso: ¿acaso el pobre imbécil estaba loco? ¿O no comprendía que estaba a punto de morir?. Lo atrajo hacia sí hasta que sus narices casi chocaron.
- ¡Cuál es la gracia, extranjero!
- ¡Es cierto que no pertenezco a este lugar! ¡Lo gracioso es que te des cuenta y aún así insistas! - El hombre hablaba entre risas y tenía los ojos cerrados, como si escondiera algo detrás de ellos.
- ¿Insista en que, imbécil?
- ¡En que este error te haga mío! - La risa había sido reemplazada por un tono de voz gutural que paralizó al ladrón dejándolo sin reacción. Las facciones del ser (había dejado de ser un “hombre” en algún momento reciente) iban cambiando frente a sus ojos, que no daban crédito a lo que veían. Sus labios se estiraron en una sonrisa que corría en un rostro de ojos velados entre pliegues de piel densa y verdosa, surcada de verrugas y carente de vello por completo. Sus ojos se abrieron mostrándose rojizos, como los de una bestia infernal, y su boca dibujó una mueca feroz mostrando hileras interminables de afilados colmillos.
Posó unas manos esqueléticas en los hombros del joven, hundiendo las largas y filosas uñas en la carne, haciendo que hilos de sangre corrieran por su espalda, y lo volvió con violencia dejándolo, inmóvil, la piel blanca como la nieve y paralizado de terror.
- Tu alma es mía ahora, y lo que quede de tu cuerpo servirá a los propósitos de la Oscuridad. Pero antes... – el hedor que despedía su aliento era insoportablemente fétido y lanzaba hilos de viscosidad que se le adosaban al cuello y las mejillas -... reclamo el placer de corromper tu frágil humanidad.
Echó la cabeza hacia atrás y de distintos puntos de su cuerpo (cuello, torso, bajo vientre y muslos), a través de la carne agrietada, fuertes y convulsos tentáculos se proyectaron sobre la espalda del infeliz, tanteando orificios por donde penetrarlo.
Ubicaron uno y fueron dentro de su cuerpo arqueándolo de dolor, a medida que su interior era desgarrado; más allá de esto, los látigos de carne se abrieron paso a la fuerza perforando el cuerpo en varios lugares, aprisionándolo contra el cuerpo del ser que se debatía de placer profanando al moribundo; en tanto, a metros de allí, el mercado seguía con su ritmo, ajeno a lo que ocurría en el callejón.
Al cabo de un rato, el ser que mutaba en criatura volvió a aparecer en apariencia humana por la calle del mercado, desde el mismo callejón donde se había puesto a cubierto de las miradas de intrusos.
En las sombras del callejón, el cuerpo yacente del joven asaltante se hallaba de costado, brazos y piernas en grotesca postura, su carne lacerada, en medio de un charco de sangre.
Su piel había tomado una tonalidad verdosa y opaca, como si estuviese entrando en un estado acelerado de descomposición
El hombre observó la calle arriba y abajo. Seguía tal cual la había dejado al momento de atraer su presa a la trampa. Nada había cambiado. Aspiró de su frasco distraídamente y echó a andar en sentido opuesto al que lo había llevado hasta ahí perdiéndose en la multitud. 






Todo el material aquí volcado es de propiedad intelectual del autor, Marcelo Branda, y esta resguardado por el correspondiente registro en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual de la República Argentina.

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