lunes, 5 de marzo de 2012

Novelas del Autor / Crónicas de La Órden de La Luz

“...Aquellos que observan la Ley del Creador entrarán en decadencia cuando sus dominios sean incontables. Los Que No Creen los someterán y reinarán por un ciclo completo, persiguiéndolos y destruyendo sus Lugares Sagrados. La historia de Los Que Siguen La Luz será casi polvo y su fe será puesta a prueba.”




Primera Parte – Crónicas del Descenso

Paxthis, tercer planeta del Sistema Krithar


Capítulo 1


Encaramado en lo alto del mirador natural que formaban las rocas apiladas, el caballero exploró el panorama barriendo con la vista el amplio valle que se abría por delante. Las planicies que tan bien conocía habían quedado ocultas bajo el espeso manto de nieve; a los costados, escarpadas laderas trepaban al cielo ocultando los remates de sus picos entre los nubarrones grises que pendían de invisibles hilos en el cielo. La mañana gélida y calma se le antojó traicionera. Entrecerró los ojos para que la suave pero helada brisa que soplaba no castigara su vista y pensó que estaba contemplando la conocida calma anterior a la tormenta.
     Paxthis se aprestaba a recibir una nueva descarga de nieve en forma de temporal arrasador y lo mejor sería encontrar refugio en las cuevas antes de que eso comenzara; se volvió y con una seña le indicó a su lugarteniente que se abriese hacia la izquierda y observara el otro lateral de la colina para ver si encontraban un sendero en mejor estado e iniciar la bajada. El resto, unos treinta caballeros más, aguardaban atentos en apretado grupo bastante más lejos.
Todos vestían armaduras de combate ocultas debajo de los gruesos ropajes que los protegían del frío; los amplios capotes de color pardo llevaban en la espalda y el pecho, sobre la izquierda, el distintivo de la llama encerrada en el iris de un ojo ornamentado con filigranas y guardado por un triángulo de gruesos bordes. El símbolo de la Hermandad de la Luz también iba grabado en cada peto de armadura que los caballeros vestían.
Los rostros mostraban huellas de cansancio, fruto de la larga marcha y las permanentes escaramuzas que se habían visto obligados a afrontar durante la travesía que ya llevaba tres días; si El Creador los acompañaba, les esperaba todo un día y una noche de descanso antes de emprender el descenso hacia el espacio-puerto de Paxthis, desde donde viajarían a Onseron, planeta capital del Imperio Asphartax. Lo merecían. Sus hombres se habían comportado a la altura de las circunstancias y el Comandante de Brigada Alak Smithsak, Lord Smithsak, hijo de Lord Rivan Smithsak, Señor de las Tierras Altas de T´Hur, (pronunciado “tajur”, en lengua aspharta) estaba con razón orgulloso de ellos.
     La mayoría de quienes lo acompañaban eran nobles; lores y barones que él en persona se había encargado de visitar para convocarlos al Cónclave  de Seguridad que su padre, Lord Rivan, había propuesto ante la amenaza de  invasión  a la que parecían estar expuestos algunos territorios soberanos del Imperio en lugares remotos, según informes que la Corte venía recibiendo.
Si bien la mayoría de los caballeros lo aventajaban en edad, el Comandante Smithsak tenía a su favor la experiencia de la guerra y el conocimiento del combate cuerpo a cuerpo, un arte perdido por esas épocas donde las batallas se libraban a distancia o protegidos los hombres por vehículos. Su contextura era normal, no se destacaba en altura ni en complexión, pero era extremadamente ágil en sus movimientos y violento en el combate; su educación en el manejo del cuerpo y las manos, principalmente como armas de combate, había estado a cargo de un astuto y mañoso nómade que se  había unido a su padre durante la Campaña Greeda, luego de salvarle la vida, cuando ambos eran más jóvenes de lo que Alak era ahora. Conocedor cabal de las artes de la supervivencia en territorios difíciles, Tahr Al Haffez había abandonado a su diezmado clan y se había unido a Lord Rivan convirtiéndose en su principal maestro armero y hombre de confianza. Inició personalmente la formación del joven príncipe en las artes de la lucha personal (tal era la tradición de inicio para cualquier futuro guerrero entre los de su raza), en la cual se tomó la libertad de mezclar reglas de honor tradicionales de combate con artimañas no tan nobles pero que en más de una ocasión habían servido para salvar la vida.
     Su rostro curtido estaba enmarcado en una espesa y larga cabellera negra que le llegaba a los hombros; la barba prolija y tupida y los ojos oscuros e insondables le daban al guerrero un porte señorial y a la vez amenazante. Smithsak era un caballero honorable, sin duda alguna,  pero también un soldado temible; entre sus hombres y el resto de los caballeros gozaba de otro tipo de respeto además de lo referente a la guerra. Era un hombre de conocimiento, de estudio; dominaba lenguas extranjeras, solía llevar por escrito un diario de viaje cuando alguna cuestión de estado lo llevaba a tierras lejanas. Toda la información recavada era puesta al servicio de los sabios de la corte; más tarde, ellos sabrían darle buen uso en beneficio de los dictámenes de gobierno de su padre. Se decía también que era conocedor y practicante de ciertas mancias, cosa que él no afirmaba ni desmentía. Muchos así lo intuían luego de que se ausentara por largo tiempo hacia los inclementes desiertos de Walfredmaine en el Sistema Pharam, las tierras nativas de Haffez, donde se murmuraba que había sido iniciado en ceremonias herméticas y ritos de aceptación a cofradías desconocidas para los asphartanos. Smithsak era un hombre de pocas palabras, casi siempre absorto en sus pensamientos, la atención puesta en el presente, su mente nadie sabía dónde.
     Se acercó al lugar desde el que su lugarteniente medía el sendero serpenteante que bajaba a sus pies por la ladera. El capitán Seem Apoth negó con la cabeza en forma terminante cuando Smithsak lo interrogó con la mirada.
- Imposible por este lado – dijo cuando estuvieron a la par –. No es seguro bajar por aquí. Nos desbarrancaríamos ni bien más de tres hombres estuviesen sobre el sendero. Sugiero ir por las terrazas. Va a ser menos forzoso para todos. Tardaremos más, pero ganaremos en tranquilidad.
- Opino igual. No hay nada confiable del otro lado. Reunamos al grupo y apuremos la marcha; no quiero estar expuesto cuando eso – señaló con la cabeza los nubarrones -, se abra y empiece a escupir nieve y viento. Andando.
Se echaron a la carrera, y llegaron rápido junto a los que esperaban en apretado grupo, inmóviles, entre la bruma que iba cubriendo poco a poco la cima de la colina.
- Volveremos por las terrazas y bajaremos al valle más lento pero también más seguro - anunció a los demás con voz potente – Insis, adelántate en el camino con un par de rastreadores para que nos anticipen cualquier problema.
Insis Tannet, un caballero de ojos azules como el cielo claro y con el rostro prácticamente oculto en una maraña de cabellos y barba del color del cobre, se golpeó el peto con la diestra enguantada en señal de obediencia y salió disparado a la carrera alejándose del grupo hacia donde un grupo de tropas  esperaban al resguardo. Al alejarse el hombre, un sonido vago, indefinido, se dejó oír en algún lugar del valle. Los caballeros se miraron unos a otros como si alguno esperase que otro de ellos confirmara el rumor.
- ¿Qué es eso? - preguntó Lord Avalhot, un caballero mayor, de barba y cabellera plateada.
- ¿Todos lo oyeron? - interrogó Smithsak.
- Seguro - respondieron varios.
- Creí que había sido ilusorio.
- Vino del valle - aseguró el capitán Apoth.
- Investiga de qué se trata. ¡Rápido!
Mientras Apoth cumplía la orden, el resto de los caballeros se desparramaron formando pequeños grupos, y trataron de cubrir visualmente la mayor cantidad de terreno posible; buscaban anticipar cualquier amenaza.
Desde el lugar donde antes se hallaban con Smithsak, Apoth divisó el origen del ruido abajo en el valle: dos grupos de siluetas, uno persiguiendo al otro. Los cazadores, desplegados en formación de abanico trataban de aprovechar la velocidad de sus speeder y la pericia de sus pilotos, intentaban adelantar al otro grupo por los flancos y así cerrarles el paso. Los perseguidos, ciegos en la huida, tratando de poner la mayor distancia posible con sus enemigos sin notar que, al fondo del valle, el camino se cerraba. Apoth supo de inmediato cuál era la situación y le costó dar crédito a lo que veía.
     Apoth abrió el canal de comunicación del equipo que llevaba adosado al cuello con un movimiento muscular y habló para que Smithsak lo escuchara. En realidad todo aquel que lo tuviera abierto escucharía.
- No vas a creer lo que veo - escuchó Alak en el minúsculo aparato que llevaba en el oído derecho.
- Dímelo.
- Hombres Tai. Abajo en el valle, dando caza a un contingente. Parece una caravana.
- Busca una insignia, un estandarte, algo que los identifique.
- Será mejor que los hombres se muevan mientras tanto.
- Yo me encargo de eso. Nkay, ¿me oyes?
- Sí, señor.
- Únete a Apoth y dime qué ves.
- Sí, señor.
- Nkay está en camino. ¿Qué hay?
- No falta mucho para que tengamos que intervenir.
- ¿Pudiste identificarlos?.
- A los del grupo no. No conozco su insignia. Deben ser nativos de aquí. Tal vez Lord Avalhot pueda ayudarte.
- Es posible, pero todo a su tiempo. Ocúpate de desplegar artillería móvil a tu alrededor y trata de disuadir a los Tai con algunos disparos. Si se vuelven contra nosotros, bórralos de este plano  sin dudarlo.
- Entendido.
- Los hombres van allá. Comandante Cuizhar, ¿me oye?
- Sí, señor. Estuve siguiendo la conversación. Comprendí la orden. Están en camino, señor.
- Bien. Ordene que el resto se repliegue y se ponga a cubierto por donde vinimos.
- A la orden, señor.
Lo que siguió fue un frenesí de movimiento. Cajas de un sucio gris que las tropas transportaban a retaguardia, usando convectores de energía que las mantenían flotando sobre el piso, se abrieron y cambiaron su forma convirtiéndose en arañas de cuerpos cúbicos que hacían crecer cortos y gruesos tubos de su interior. Cañones de plasma, arma de cadencia de fuego rápida capaz de perforar un blindaje mediano, ni que hablar disparada contra un grupo de seres vivos u androides.
Al terminar de armarse cada batería, un soldado se montaba en el lugar del artillero y se dirigía a ocupar la posición que el capitán Apoth le asignaba, según la planificación rápida que llevaba a cabo al borde de la saliente sobre el valle. Una docena de soldados con rifles de combate y armas de mano de largo alcance se unieron a las ocho baterías que se habían desplegado formando un frente que cubría poco más de la mitad del ancho del valle. A una señal de Apoth, tres de las baterías dispararon un par de cargas cada una, que salieron escupidas de las bocas de los cañones en forma de cilindros alargados de un color naranja brillante.
Los disparos levantaron polvo y piedras abajo en el valle, lejos, a los costados del grupo perseguido. Los hombres Tai advirtieron de inmediato la amenaza y se detuvieron solo un instante par ver de dónde venía el ataque. Con el primer disparo que efectuaron contra los soldados, Apoth dio la orden de fuego directo.
El grupo que era perseguido torció su rumbo sin detener la marcha y comenzó a poner distancia de la escaramuza, justo en la dirección por la que habían venido. El intercambio de disparos se convirtió en una cascada de proyectiles azules y verdes, de las armas de los soldados y de los Tai respectivamente. Un par de soldados cayeron hacia atrás alcanzados por los disparos Tai; luego de los primeros dos disparos la artillería dejó de tener la ventaja. Los enemigos se habían dispersado tanto que era prácticamente imposible hacerles blanco de uno en uno, no obstante, el fuego sostenido impidió que se agruparan obligándolos a emprender la retirada trepando por las laderas opuestas del valle, gracias a la potencia de los speeder en los que se movilizaban. Un buen par de tiradores acertaron sendos blancos que se batían en retirada. Los dos hombres Tai cayeron de sus vehículos como si una mano gigante les hubiese propinado un brutal golpe en la espalda. Una explosión se vio brillar en los capotes negros que eran parte de su vestimenta habitual, al tiempo que salían despedidos hacia delante y sus vehículos sin control se estrellaban más allá, envueltos en bolas de fuego.
Los últimos del grupo, que estaban por delante de los caídos, volvieron sobre sus pasos obligando a sus vehículos a ejecutar cerradas curvas que los llevaron junto a los cuerpos inertes. Sin ningún miramiento los alzaron con manos firmes, como si de bultos se tratara y los cargaron a la grupa para luego retomar la huida.
En cuestión de segundos desaparecieron detrás de las elevaciones al otro lado del valle.
- Huyeron- avisó Apoth por el comunicador. La acción había durado menos del tiempo que le llevó a Smithsak organizar a la tropa y llegar al lugar.
- Lo sé. Aquí estoy- respondió Alak parándose junto a él para ver hacia abajo.
- No hay nadie allí – dijo sorprendido.
- Los Tai treparon por aquel lado- agregó Apoth señalando con un gesto vago.
- Una hoja parda, enmarcada en un escudo amarillo, cruzada por detrás por una banda roja–. La voz del Capitán Nkay Yast sonó detrás de ellos.
- ¿Alcanzaste a verlos? – Interrogó Apoth.
- Sí. No conozco el estandarte. Tampoco vamos a tener oportunidad de preguntar quiénes son. Redoblaron la marcha ni bien lograron volver a un camino liberado. Llevan la misma dirección que nosotros, y el contingente es importante.
- Lord Avalhot nos dirá quiénes son – afirmó Alak –. Hemos demorado bastante. Agrupen a los hombres y retomemos la marcha, analizaremos esto luego; estoy seguro de que tendrá repercusiones.
Un buen rato después, ya entrada la mañana y con los nubarrones encima de sus cabezas listos para descargar su furia sobre ellos, los hombres retomaron el tramo final que los dejaría en las puertas de la comunicación con el resto de la galaxia al día siguiente.



Logemark, segundo planeta del Sistema Thiaris

Thiaris era un sistema vasto, pero no por ello privilegiado en su composición geofísica. Solo dos planetas había en él, secundados por varias lunas y una incontable cantidad de planetoides que, por su pequeño tamaño y su dispersión, se agrupaban por regiones.
Gayter y Logemark eran sus dos planetas. El primero albergaba el seno del poder desde donde emanaba el control dictatorial que mantenía a raya a las Legiones; el segundo era la base de la industria pesada que alimentaba el incansable apetito bélico del general Kensheere. Los contingentes de pobladores habían aprovechado hacía tiempo la oportunidad de abandonar esas dos rocas inertes en el espacio anhelando ubicarse en tierras mejor dotadas por la naturaleza. De esta forma, se movieron en verdaderas oleadas que conformaron una especie de “masa invasora civil”, que Kensheere aprovechó en toda su dimensión para ocupar los sitios conquistados y desplazar así a los nativos.
El explosivo crecimiento demográfico de los thiarianos funcionó como elemento natural de presión sobre otros pueblos, que no se hallaban preparados para ser literalmente ocupados por grupos étnicos que, como mínimo,  los triplicaban en número. Luego de esto, establecer sistemas gubernamentales de control en cada sistema ocupado se hacía fácil y sus resultados eran efectivos: en todos los casos la abrumadora mayoría thiariana, mantenida a gusto por sus pares gobernantes, se convertía en colaboracionista inconsciente del movimiento.
Kensheere y sus ministros eran inescrupulosos pero también astutos. Si bien mantenían una férrea disciplina en el manejo del aparato que permitía el funcionamiento de la dictadura, utilizaban de manera magistral un simple método de castigos y recompensas con el cual digitaban el comportamiento de la población. Se ensalzaba a quien colaboraba con el régimen, mostrándolo a los ojos del resto de la sociedad como alguien que colaboraba a sostener al Sistema en su estado de crecimiento y bonanza. Por el contrario, se castigaba de distintas formas a quien contradecía al régimen, haciéndolo ver como un traidor al Sistema que le otorgaba innumerables beneficios y lo protegía ocupándose de su bienestar.
Surgieron algunos movimientos opositores al régimen, desde elevados intelectuales hasta primitivos guerrilleros de feroz perfil combativo. Todos fueron neutralizados, ya por la habilidad de conspiradores y corruptos negociadores, ya por sanguinarios  e implacables soldados.
Los planes de expansión de Kensheere marchaban tal como él y sus estrategas lo habían planeado.


El navío que el general había elegido para su transporte personal era un esbelto y rápido crucero de combate, adaptado a las exigencias de ser el puesto de mando de un complicado entretejido de ejércitos.
El vehículo alargado, de proa bulbosa, erizado de torres de armamento defensivo, tenía su puente de mando levemente alzado de la cubierta principal en la primera mitad de su cuerpo. En el opuesto, en la popa, doce turboimpulsores dispuestos en dos líneas de seis le daban la movilidad necesaria para penetrar la densa atmósfera de Logemark, escoltado por dos fragatas misilísticas y un par de secciones de cazas de combate.
La luz del único y gigantesco sol que regía la vida del sistema alumbraba la parte del planeta en la que descenderían. Las interminables planicies yermas, cruzadas por altos cordones montañosos y miles de accidentes orográficos, se extendían por gran parte de la superficie que estaba a la vista. Más allá, las aguas de uno de los dos océanos que el planeta tenía  contrastaban furiosas de azul contra el marrón pálido de los desiertos y las montañas.
El crucero se fue poniendo más pesado en los controles a medida que la atmósfera lo iba envolviendo; su capitán derivó más porcentaje de la supervisión de mandos al computador de a bordo y el defecto fue corregido de inmediato.
- Estaremos aterrizando en unos instantes. Haga que le avisen a la guardia personal del general - pidió el capitán a su ayudante de vuelo.
El humano se separó de la consola que operaba y salió de la cabina de mando a cumplir la orden con algo de inquietud; no le gustaba enfrentarse con la guardia personal del general; a pesar de que lo hacía con frecuencia no llegaba a acostumbrarse. Nunca le resultaron agradables los Hombres Tai.
Dos de ellos estaban apostados fuera del recinto en el que viajaba el general. Iban ataviados con sus armaduras de combates, libres de los innecesarios capotes, y portaban armas largas listas para disparar. Cuando el ayudante estuvo a unos pasos de los guardias, uno de ellos lo barrió con un haz de luz verde revisando si estaba armado o si portaba alguna amenaza potencial para el entorno. Nada, estaba limpio.  El haz que se generaba en el lateral derecho del casco que cubría su cabeza se apagó.
     - ¿Necesidad? – Preguntó el guardia con una voz modulada de manera electrónica.
- Vengo con una comunicación del capitán a Su Excelencia.
- Interior – llamó a sus pares –. Presencia para Su Excelencia.
- Ingreso – le respondió una voz en el interior de su cabeza metálica.
La puerta se abrió y el secretario personal del general recibió el mensaje de aterrizaje, siendo despachado de regreso de inmediato, sin más protocolo.
El general Roge Kensheere no era hombre de fisonomía imponente, pero un halo de fuerza rodeaba su persona. Cuando el secretario ingresó a la sala personal del general éste se hallaba de pie frente a la ventana amplia que le ofrecía una impresionante vista de la superficie del planeta. Tal como lo requería la ocasión, iba vestido con un uniforme  de protocolo color gris acero de chaqueta y pantalón, polera de color negro con la insignia de mando grabada en su cuello y botas altas de igual tono. Su estatura, alta para la media humana, estaba desplegada en perfecta extensión; la espalda recta, el mentón alto, las manos tomadas atrás en actitud reflexiva. Las líneas angulosas de su delgado rostro recibían un reflejo de luz del exterior que tallaban sus facciones como si se tratara de un busto.
- ¿Estamos llegando?- Preguntó impávido, sin apartar la vista del espectáculo que lo tenía absorto.
- Sí Excelencia. Podemos hacer los aprestos para desembarcar.
- Bien.
Giró sobre sus talones y se enfrentó a su ayudante observándolo con fríos ojos grises, como si quisiera hipnotizarlo, las comisuras de los labios rígidas, la boca apretada.
- Puede retirarse ahora.
Se mantuvo inmutable sin decir más, y el otro se retiró en silencio,  temeroso. Una vez que la puerta se hubo cerrado con un suave siseo neumático, Kensheere se tomó un segundo antes de volverse a su comunicador holográfico y ponerlo en funcionamiento. Azules líneas bailotearon instantáneamente mientras la imagen se formaba sobre la bandeja circular y enrejada. Una forma creció y se definió mostrando a un ser humanoide, de cabeza calva y ojos amarillos; en lugar de orejas dos elementos similares a diales de control se ubicaban en los laterales del cráneo y tres especies de juntas guía surcaban la coronilla desde arriba de la frente hasta la nuca. El ser vestía una capa de color rojo furioso adornada con una guarda blanca en sus bordes interiores, sobre la cual hilos de oro configuraban extrañas formas y símbolos. Un cuello alto y rígido le daban un aura majestuosa. Por debajo de ésta se lograba entrever que un traje ajustado sobre el cuerpo, del mismo rojo que la capa, era todo lo que cubría a aquel extraño ser que fue saludado con respeto por Kensheere.
- Sumo Balafón, mis respetos.
- General Kensheere, mis respetos también – breves reverencias acompañaron los saludos –. Me complace volver a encontrarme en su presencia.
- Se viven momentos decisivos, Sumo Sacerdote; me gusta ocuparme en persona de lo importante.
- La atención del amo aplica a las bestias – Un gutural sonido, similar a una risa apagada, escapó de su garganta y luego prosiguió - ¿Está usted llegando aquí, acaso?
- No. Voy en camino, pero antes deberé hacer un alto en Logemark para supervisar ciertos detalles. Luego emprenderé el viaje a su encuentro.
- Excelente, excelente. ¡Tenemos un encuentro privado con el Prime Sire!- exclamó el humanoide con un dejo de excitación.
-          Lo sé, Alto Maestre.
Un raro frío le recorrió la espalda pero se recompuso al instante.
– Mi deseo es llegar a ese momento con lo prometido.
- Excelente, excelente - repitió su frase preferida como concesión de acuerdo.
– Aquí todo está listo para la reunión. La hora de la liberación está cerca, General. Será una hora de victoria.
- Eso espero Alto Maestre. Ultimaré los detalles con mis comandantes de expedición y dejaré instrucciones de que nos informen al momento sobre la evolución de los acontecimientos. Estamos a un paso de saber si el curso del destino nos fue favorable.
- ¿Acaso cabe alguna duda mi general? – su tono de voz sonó profundo y grave como si el comentario estuviera a mitad de camino entre la duda y la amenaza.
- En absoluto, Alto Maestre. Es el sentir de cerca la sensación de triunfo lo que me predispone a ser cauteloso. Solo experiencia de combate. La victoria no se anuncia sino sobre los cuerpos de nuestros enemigos.
Los ojos amarillos lo enfocaron con una mirada llena de maldad y astucia, su boca se curvó en una mueca maliciosa.
- Un concepto muy interesante, mi general; muy interesante. Lo veré en el encuentro. Que lo oscuro le sea favorable y lleguen a buen puerto sus planes bajo la sombra de Nuestro Prime Sire.
- Que así sea Maestre.
Se hicieron una breve reverencia y ambas imágenes se desvanecieron al mismo tiempo. Acto seguido, el general abrió el canal de comunicación de su equipo personal, adosado al emblema de su cuello.
- Comandante Terens, estoy en camino a la reunión. Que todos estén listos a mi llegada para comenzar de inmediato.
Un seco sonido de estática le incomodó un poco los oídos cuando casi al instante le llegó la respuesta.
- Sí Excelencia; todo está dispuesto.
- Bien.
Cortó la comunicación sin más y enfundándose en un grueso abrigo que lo cubría casi hasta los talones, salió con pasos largos y firmes seguido por los dos Hombres Tai que aguardaban fuera de su estancia privada.


El viento arremolinaba enormes bucles de polvo alrededor de los trenes de aterrizaje del enlace, cuando tocó el seco y árido suelo logemarakano. Una comitiva de desembarco salió a recibir a la sorpresiva personalidad que había elegido ese lugar como punto de encuentro con su Alto Mando a fin de ultimar los detalles de lo que ellos mismos llamaban “el toque definitorio”.
Un grupo de técnicos se dedicó a rodear el aparato para su atención post-vuelo y prepararlo así para la partida, mientras que un pelotón de soldados intentaba en vano poner un cerco de seguridad alrededor de la nave, donde Hombres Tai ya habían tomado posiciones e ignoraban a las tropas legionarias.
La comitiva que recibió al general fue escoltada al interior de unas estructuras gigantescas que cumplían las funciones de hangares taller para estacionamiento y atención de naves de servicio; a unos diez niveles por debajo del suelo, el centro de comando del lugar ofrecía uno de los lugares más seguros y mejor equipados para mantener la reunión.
Se movieron en bloque hasta las gigantescas puertas corredizas que semejaban fauces de un monstruo primitivo; abordaron unos vehículos especialmente adaptados para el transporte de personal, que se movieron veloces por un laberinto de pasillos y se detuvieron frente a una serie de puertas trampas que los engulleron y asimilaron al sistema de conductos, por donde se desplazaban los ascensores de servicio, y antes que tuviesen tiempo de ver cómo funcionaban, habían llegado a destino.
Bajaron de los vehículos y penetraron en una zona donde la luz era más tenue y la decoración distinta. Habían salido del sector de talleres e ingresado en el de control y administración. Se veían militares y civiles, humanos y alienígenas, trabajando en distintos puestos y yendo y viniendo, cumpliendo tareas, ajenos a los que buscaban el salón de conferencias, escoltados por varios guardias.
El salón en cuestión era un anfiteatro con capacidad para unos cien asientos y un puesto de exposición en el centro de la herradura, perfectamente visible desde cualquier ubicación. El general Kensheere se ubicó un par de filas por encima del nivel más bajo y en el centro exacto de la herradura; los demás se distribuyeron a su alrededor y se acomodaron, mientras un comandante de escuadrones de caza se ponía al frente de la disertación para la cual habían sido convocados.
Kensheere había solicitado personalmente a sus asesores inmediatos un relevamiento específico de todas las fuerzas disponibles de ser agrupadas en un plazo de tiempo predeterminado. Sus comandantes debían presentar un análisis operacional exacto del potencial que tenían entre manos a fin de ser puesto a disponibilidad del Comando de Estrategia, que se hallaba abocado al diseño de una operación denominada “Golpe de Puño”, el motivo de la reunión que los convocaba en ese momento, de la cual se sabía poco y nada.
El comandante se cuadró frente a los mandos de la mesa holográfica dando a entender que se hallaba listo para comenzar. El primero en enfocar su atención en él fue Kensheere; un par de segundos luego, todo el mundo observaba al comandante atentamente.
- Tengo hoy el honor –comenzó diciendo en un tono alto y con voz notablemente clara y resonante– de exponer los pormenores de esta operación, directamente comisionado para ello por el general Kensheere, presente aquí con nosotros. Con su permiso quisiera comenzar con la misma, señor.
- Adelante comandante.
- Gracias – inclinación de cabeza mediante, atacó el tema.
- Se nos ha indicado presentar un informe específico de las capacidades operativas de las fuerzas a nuestro mando, que ha sido cumplimentado en tiempo y forma. El objetivo de este informe conjunto era conocer, en un estado de tiempo real, de qué tipo de fuerza se disponía en caso de tener la necesidad de lanzar una operación de guerra a gran escala, fuerzas de ocupación y apoyo logístico incluidos.
Hizo una breve pausa para que los presentes fueran asimilando la información al tiempo que solicitaba la colaboración de un ayudante quien se puso al frente de la consola de la mesa.
- El planteo de la operación: lograr concentrar una gran fuerza de tareas sin despertar sospecha en nuestros potenciales observadores. Luego de esto, ordenar esta fuerza para llevarla a través del hiperespacio y hacerla salir de él, justo en un punto cercano al objetivo final, dejándola tan cerca del mismo que sus fuerzas de defensa no tengan tiempo de reaccionar antes de que avancemos sobre ellas - indicó al operador algo y sobre la mesa, un diagrama tridimensional comenzó a tomar forma.
- Xsartys y Tud-Dommne, dos sistemas gemelos ubicados en una zona apartada de la galaxia, que no reviste mayor interés estratégico ni comercial para la confederación que lidera el Imperio - dos conjuntos de tres planetas cada uno, brillantes y llenos de vida a juzgar por el azul claro que revelaba grandes superficies de agua y el verde oscuro signo de vegetación tupida, se mostraron separados por un espacio salpicado de lunas y planetoides – Por otro lado... – otra indicación al operador y se dibujó otro sistema -... Saurise, uno de los centros de poder más importantes del Imperio, se podría decir, la llave de entrada al sistema central, sede del gobierno de la corona. A una distancia bastante considerable de los otros dos – hizo una pausa para darle más teatralidad al momento –. Caballeros. La idea de la Operación Golpe de Puño es: crear una avanzada inicial en los dos sistemas menores para dividir frentes atrayendo la atención del Imperio y la Confederación, en tanto la verdadera fuerza de combate se sitúa para saltar desde el hiperespacio lo más cerca que nuestros técnicos y navegantes nos puedan llevar de Saurise. Una invasión relámpago y a gran escala de uno de los sistemas  que son la antesala de la sede del Imperio Asphartax: el bastión final antes de la supremacía total de Thiaris en la galaxia.
Murmullos de sorpresa recorrieron la sala brevemente hasta que el comandante llamó la atención de todos.
- Ahora, el general Kensheere va a dar cuenta personalmente de los detalles de la operación. Señor, por favor.
- Gracias comandante - se paró y avanzó hacia el estrado tomándose su tiempo, como correspondía. Se aclaró la voz y luego empezó a hablar en un tono calmo y pausado – Señores la Operación Golpe de Puño se iniciará ni bien mi nave de comando despegue de Logemark y les sean entregadas sus instrucciones de servicio - se detuvo y observó a los presentes dando mayor énfasis a la situación con un prolongado silencio –. Se reportaran al Mando Conjunto de Operaciones a medida que tomen las posiciones que se les asignen y partirán a sumarse a los convoyes en el momento en que cada grupo de batalla quede conformado - se volvió hacia la mesa y el operador, que ya sabía lo que debía hacer, hizo desaparecer los sistemas planetarios y en su lugar puso una réplica de una fuerza de tareas conjunta que comenzó a moverse según las indicaciones de voz de Kensheere –. La táctica de esta operación es tan básica como sencilla. Inician la acción los transportes de infantería que desembarcan tropas en distintos puntos del planeta, previamente elegidos, y actúan como distracción para las fuerzas enemigas, al tiempo que naves de neutralización destruyen sus centros de comunicaciones. El discurso del general iba acompañado de la representación gráfica de los hologramas, como si se tratara de un juego de animación. Los transportes de tropas volaban en dirección al planeta objetivo en formaciones separadas, protegidos por cazas de combate. Una vez en el suelo las tropas se desplazaban ocupando diversos objetivos – Mientras estas fuerzas reciben el debido apoyo, se flanquean las posiciones enemigas enviando una fuerza conjunta de bombarderos y cazas de ataque que neutralizan las bases de despliegue y los espacio puertos enemigos, evitando que guarden supremacía aérea sobre los objetivos. Logrado el punto de paralización de las fuerzas enemigas, comienza el despliegue táctico de los enlaces artillados y los bombarderos estratégicos que saturan los objetivos y abren camino a la invasión acorazada principal que hará pié en el terreno de combate para acabar arrasando al enemigo, - la visión de los hologramas era pavorosa. Si solo una parte de lo que Kensheere pretendía llevar a cabo se cumplía, lo que quedaría por reclamar sería mínimo. La destrucción que planteaba era difícil de dimensionar, mucho menos comprender y aceptar.
- El tiempo total estimado para esta operación es de un día. Este será el último contacto que tendremos antes de iniciar los movimientos tácticos. Si alguien quiere expresar algo, éste es el momento, caballeros. No habrá otro.
Obviamente nadie expresó palabra; y si pensó en hacerlo lo desechó de inmediato. Los presentes  se limitaron a asentir avalando lo que habían escuchado, aunque la realidad era que la decisión de invasión los había tomado a todos por sorpresa.
- El movimiento de ataque para desarrollar en Saurise es idéntico, - prosiguió absorto Kensheere -. Solo la magnitud de los contingentes cambia. Es evidente que no vamos a ir sobre los dos sistemas menores en igual condición de fuerzas. Los grupos destinados al objetivo Saurise  serán de mucha mayor envergadura y esperamos que el tiempo de campaña sea más extenso. Tal vez tres días, cinco en las condiciones menos favorables, según las proyecciones de nuestros analistas. De la forma que sea caballeros... – dio un paso al frente y observó a los ojos a cada uno de sus subordinados -... la operación está en marcha y vamos a llevarla hasta la victoria. Sin dudas ni indecisiones. Espero que están a la altura de las circunstancias... por la gloria del régimen.





Todo el material aquí volcado es de propiedad intelectual del autor, Marcelo Branda, y esta resguardado por el correspondiente registro en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual de la República Argentina.

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