jueves, 15 de marzo de 2012

Libros... Casino Royale (1953)


He leído mucho a través de los años y mi intención aquí es solo contar mi opinión sobre esos libros y compartirla. También compartir el gusto de recomendar y sugerir títulos, muchos de los que leemos nos vienen dados a través de referencias o comentarios que encontramos al pasar.
Me gustaría a su vez, que cada uno se sienta libre de hacer sus propias recomendaciones además de comentarios. De seguro nuestra biblioteca personal se ampliará a partir de este intercambio.
Que lo disfruten.


Casino Royale (1953) Ian Fleming



Leí Casino Royale solo un par de veces desde que me hice del libro hace unos treinta años.
La primera cuando lo encontré, ya viejo y ajado, en una librería de la calle Corrientes.
La segunda, hace un par de años cuando estrenaron el nuevo filme Bond de ese momento, “QUANTUM OF SOLACE”. A raíz del estreno y otras cuestiones relacionadas, decidí volver en aquel momento sobre el trabajo original de Fleming para revisarlo y recordar detalles perdidos, a la vez de querer analizar qué tanto empeño pusieron los encargados de la saga cinematográfica en enlazar a Daniel Craig con el oscuro personaje que saltó a la palestra hace ya cincuenta y cinco años.
Lo que sigue es un intento de comprender el fondo de un éxito que medio siglo después de parido sigue generando expectativas y dividendos.

Iniciando un negocio de 55 años y muchos millones

Ya conté en otra sección de este blog cómo Ian Fleming entró al mundo de las letras. Su mujer, harta de que la revoloteara quejoso, le preguntó en cierta ocasión por qué no escribía un libro para entretenerse.
Y así de simple e increíble fue como nació James Bond.

Ian Fleming, creador de James Bond

En su nacimiento, Bond se nos presenta como un anónimo empleado de un departamento dependiente del Ministerio de Defensa británico, unos siete u ocho años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, en Londres. Un funcionario rutinario y aburrido, que es comisionado por sus superiores a jugar cartas en un casino francés esperando el momento de cruzarse con su objetivo, un sujeto odioso y desagradable al que deberá enterrar vivo a partir de generar su bancarrota a través del juego.
Esa es la primera impresión que uno se lleva de este ingles, poco expresivo, individualista y retraído, que hace de su no historia una bandera.

Este es el retrato de Bond hecho por el propio Fleming. Así se veía 007 por los ojos de su creador en la década de los ´50

¿Qué significa “no historia”?
Que Bond no acusa vínculos con el resto del mundo. No se liga con nadie, no tiene amigos, ni mujer, ni pareja estable. No tiene familia y su vida gira en torno al trabajo, la supervivencia y uno que otro placer mundano entre los que principalmente cuentan mujeres, comida y un automóvil muy particular, modelo 1933, del que parece haber pocos y que recibió un cuidado especial durante los años de guerra.
Es a partir de ese planteo de inicio, y en el discurrir del resto de la historia, que el autor empieza a erigir un personaje sólido, un ícono, para luego rebajarlo a niveles de destrucción absoluta atentando principalmente a herir su hombría en lo físico y en lo psíquico.
Llegado al clímax de la historia, intentará una vuelta de tuerca cínica y brutal, una desazón extrema, que determine y justifique su paso definitivo al bando de los resentidos que buscan hacer de la suya una causa que justifique absolutamente todo.
En principio reivindicar el uso del prefijo 00 como método de resolución de la mayoría de los conflictos que su jefe le presenta.


Distintas cubiertas de ediciones de "Casino Royale"

Tal vez haya que comprender, y poner a su favor, el hecho de que en cincuenta y cinco años de historia transcurrida, los paradigmas que regían aquella sociedad en la que Bond nació, no son los mismos que rigen ésta.
Por lo tanto los hechos que determinan el camino que Bond elige, son propios de aquel tiempo. Si hoy se pretende seguir haciendo que el invento dé frutos, hay que hacer algo para aggiornarlo.

La traición que el autor pretende mostrar como terrible y reveladora en el momento en que fue escrito el libro, hoy no tiene peso propio
¿Acaso el mundo del espionaje no esta basado en un galimatías de doble cara?
En este punto, tal vez el filme de Craig buscó darle un marco más cercano a la realidad haciendo un poco más de justicia a la historia original como base argumental.
Bond, en esta primera pincelada de su vida, juega con soltura el papel de un acaudalado millonario jamaiquino que utiliza su fortuna para comprar distracción en tanto espera el encuentro con el hombre al que debe anular de plano, reducirlo a despojo para la causa de Occidente.
Y aquí también Fleming sienta las bases de lo que será un modelo clásico en el resto de la saga: la construcción del antagonista.
Todos los personajes a los cuales Bond se enfrenta a lo largo de su vida literaria (mucho más marcado que en la fílmica) son arquetipos de “fenómenos” o mejor nombrados “freaks” que no son factibles de englobar dentro de la media humana.
Todos sus villanos cargan con la distinción maldita de la deformidad física, rasgos marginales o características que los sacan por fuera de lo que consideramos la definición de “normalidad” para un ser humano.



En el caso del Sr. “La Cifra”, “El Número” o “Le Chiffre” en el original, no solo es marginal por su constitución física sino además por su origen; o lo poco que se sabe del mismo.
Según reza la información a la que Bond accede, el perfil de este hombre arranca con una condena suprema.
No tiene nombre. Carece de identidad porque es hallado en 1945 en el campamento DP Dachau en la zona americana de Alemania, apenas terminada la guerra. Sufre de amnesia y parálisis en las cuerdas vocales. No tiene historia para mostrar y si la tuviera, no podría contarla.
Casualmente, es algo parecido con lo que le ocurre a Bond y a otros tantos personajes a lo largo de la saga: no hay atrás para contar. Solo lo presente, y por un tiempo limitado.
Los aliados resuelven su caso otorgándole un pasaporte apátrida y un número de identificación. A partir de allí se convertirá en Monsieur Le Chiffre.
Su descripción dice que es un hombre de alrededor de 45 años, de cabello castaño rojizo, piel pálida, boca femenina, dentadura postiza de sumo valor, orejas pequeñas y lóbulos grandes, carente de vello salvo por sus manos, donde abunda en forma hirsuta.
Tal vez, y a primera lectura, no impresione ésta como una descripción muy particular. Pero esperen a conocer a un tal Mister Big en el siguiente capítulo de la saga y entonces se comenzará a comprender de que se habla.



Promediando la historia, podemos decir que el encuentro con Le Chiffre no se lleva la verdadera parte central del libro, si bien sirve para poner de manifiesto algunas de las características que definen a Bond como persona y como personaje.
Esto Fleming lo deja reservado para el siguiente acto, una vez que estrecha la relación entre Bond y Vesper, moldeando un amalgama que el lector también irá forjando en su mente como inseparable. Y quizá en esto descanse un punto importante para el autor y a su favor. Le hace creer a su personaje (y al inocente lector) que ha triunfado y que va a disfrutar de las mieles del éxito. Pero solo es un engaño vil para, acto seguido, empujarlo a una bestial revelación final que va a condicionar todo lo que resta por venir en la vida del torturado agente.

Bond es traicionado no tanto por su egocentrismo (que es mucho y difícil de llevar) como por una reacción infantil, propia de un principiante y no de alguien que sobrevivió tras las líneas enemigas durante la guerra.
Primero Le Chiffre lo atrae a su trampa para desquitarse del trago amargo que le propina en lo previo. Después, cae por segunda vez víctima del sentimentalismo sin ver venir el golpe.
Y aquí es donde se testimonia, a diferencia de la saga fílmica reivindicada recién a través de la personificación de Craig, lo humano que Bond resulta.
Es capturado, reducido, humillado y torturado hasta que, más por fortuna que por capacidad propia, su vida es salvada por una cuestión de profesionalismo. “No se me indicó matarte” le confiesa el verdugo de Le Chiffre, cuando lo encuentra con sorpresa convertido en un despojo humano.
Así puede volver con los buenos y luego de una larga convalecencia aspirar a retomar su vida normal. Lo que no me cierra y me resulta a la distancia falto de peso específico, es el planteo filosófico que Bond hace a Mathis, poco antes de abandonar su internación.
Para un hombre fogueado en las lides del espionaje, con la experiencia de una guerra atroz en su haber y la promoción que lo deposita en la Sección Doble Cero, luego de dos asesinatos a sangre fría, no me parece que haya lugar en su psiquis para tanto cuestionamiento de conciencia.
De todas formas, para Fleming es válido y luego de hacer pasar a su personaje por el filo de lo soportable a nivel físico, lo rescata para hacerle creer que la vida es justa y ofrece compensaciones.
Error. Bond aprende rápido y en carne propia que solo se le otorga el beneficio del descanso solo en lo mínimo y necesario para recomponerse y volver al ruedo a saldar cuentas con urgencia y con una frialdad pasmosa.
Bond recibe la estocada mortal que lo convierte en lo que todos conocemos, cuando cree que su existencia dio un giro y está resuelta hacia otros horizontes. Otro craso error. Nada es lo que parece. Y esta premisa parece abofetearlo a cada momento por ese tiempo



¿Bond “es” o “se hace”?
¿Puede justificar que su forma de ser, su temperamento y o su actitud vienen dada por un desengaño?
¿O la brutalidad, lo oscuro, lo marginal, ya habitaban en él y solo se requirió un motivo para que eso aflore?
Habrá que seguir investigando en su biografía, a través de lo que Fleming nos comparta en sus libros para llegar a hacernos una idea mejor acabada sobre quien es este buen hombre llamado James Bond.



Las imágenes que ilustran esta nota fueron tomadas de las siguientes páginas


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