martes, 24 de abril de 2012

Libros / Opinión - "Vivir y Dejar Morir" (1954)


Cuando uno avanza sobre el trabajo de Fleming, "Vivir y Dejar Morir" es su segundo libro, entiende con bastante claridad lo acotado que era como escritor. No obstante esto, sí debe otorgarsele el mérito de saber dosificar la acción y ser detallista agregando datos y comentarios que terminarían ilustrando al lector en un recorrido por el buen vivir y el gusto por los lujos excéntricos.
Fleming no se complicaba la vida escribiendo, por el contrario, para no perder de vista el goce de redactar se ciñó a una estructura literaria que respetó a conciencia hasta poco antes del final de su corta carrera como escritor. Una vez definida la fórmula, solo le restó cambiar y combinar diferentes ingredientes como antagonista, lugares y momentos, villanos, acompañantes femeninas, motivación criminal e imaginación malvada.
Tal como ocurriría años después con los filmes, Bond estaba predestinado desde su nacimiento a ser un producto controlado y previsible. Su padre literario al menos no le permitiría cobrar vuelo solo. Tampoco sus tutores cinematográficos. Hubo que recorrer casi cincuenta años para ver al buen James con nuevos bríos y sangre renovada.
Entonces... ¿Cuál es esta famosa fórmula? Básicamente todo inicia cuando algo le quita el sueño a M, el frío, cínico y distante almirante retirado que dirige el Servicio Secreto Británico y la mayor parte de la vida del Comandante Bond. M pone al tanto a Bond del problema. Bond va a donde le indican. Invariablemente allí se encuentra con quien a la postre será el villano y archienemigo. Este sujeto siempre tendrá a mano a una dama en apuros con quien lo unirá una relación enfermiza del tipo amor - odio. Por tanto esto, Bond esta condenado a salvarla.
Al iniciar la acción, Bond toma la iniciativa de ir sobre el villano. El primer round siempre queda a su favor. En el segundo, advertido ya el villano, evadirse no le va a ser tan fácil. Aquí entra la escapatoria por los pelos, luego de lo cual Bond reagrupa fuerzas y vuelve por el éxito. El villano lo atrapa y todo parece quedar perdido; ante su impotencia aquel no resiste a revelarle sus intenciones en total detalle, luego de lo cual lo condena a muerte: Por lo general, dolorosa y desagradable. Pero aquí es donde mente y cuerpo del experimentado agente se colocan por encima de lo normal y, aunque siempre mal herido, se sobrepone a la situación y termina venciendo al villano y salvando a la chica.
Es obvio que el estado físico deplorable en el que Bond queda después de esto amerita un tiempo de recuperación, siempre acompañado de la dama rescatada, lo cual justifica una pseudo luna de miel en la que la dama tiene oportunidad de agradecer debidamente el sacrificio del abnegado agente.
Y aquí se termina la historia. La continuidad y cierre definitivo, vendrá al comienzo de la siguiente asignación que encontrará al comandante de nuevo solo y repuesto, con el ego y la sexualidad recargados para afrontar  el nuevo desafío que le impondrá su jefe.
Hecha esta aclaración, podremos entrar a la historia y ver de que se trata.


Es interesante ver la visión que Fleming tiene como ingles del resto del mundo y cómo traslada a Bond esa visión. Recordemos que estamos ubicados a principios de los cincuenta en Europa; la Segunda Guerra Mundial acaba de terminar apenas unos años antes y el mundo esta bastante sensibilizado en muchos aspectos.
Bond vuela del Reino Unido a Estados Unidos y lo primero que registra al llegar es una sociedad americana impersonal, mecanizada, paranoica por la amenaza nuclear en mucha mayor medida que los europeos. El recorrido por los lugares que visita le muestra que esa paranoia está a flor de piel en los carteles que indican refugios y en los permanentes avisos que determinan que se puede y que no se puede hacer, todo en aras de la seguridad general.
Como contrapartida a esto, Bond se sorprende por el mecanismo consumista que intenta volver a poner a la sociedad en un ritmo de supuesta normalidad post guerra; Hitler y sus huestes nazis parecerían haber desaparecido, lo que nadie sabía era que Stalin y los suyos serían una pesadilla aún peor y de larga duración.
Es gracioso ver desde aquí cómo en ese momento la cultura inglesa creía ser abierta cuando en realidad las novelas de Fleming eran un decálogo racista. Bond prácticamente odia o no comprende a cualquier etnia que no sea sajona o normanda. Detesta a los italianos, no tiene piedad con búlgaros o checos y de hecho los rusos son el enemigo a batir. Para no perder la línea, en "Vivir..."los malos están encarnados en la piel de hombres de raza negra, con el agravante de asociarse con comunistas, que se dedican a cuanto negocio mal habido pueden controlar y administrar. En especial bares, prostitución y tugurios de dudosa moral que albergan todo tipo de ejemplares del sub mundo del crimen.
Fleming hace a este punto una pintura mas bien tétrica de lo que uno hubiese visto en Nueva York de haber viajado en aquel momento. Y las elecciones que hace (color, raza e ideología) terminan siendo de lo más provocador para la época, regida por conceptos pre claros de actitud occidental, liberal y cristiana.


Bond llega por primera vez a América por estos años posteriores al final de la Gran Guerra, a principios de los cincuenta, con la misión que M le encomendara referida a investigar la aparición de partes de un antiguo tesoro que data de la época de la piratería británica. En apariencia, el oro y joyas proveniente de esas arcas se utiliza para financiar actividades delictivas y de espionaje. 
Quien encabeza la organización que controla este embrollo es un tal Bonaparte Ignacio Gallia, particular exponente de raza negra conocido por la contracción de su nombre como Mr. BIG, mitad francés mitad haitiano, cuyo rasgo distintivo a la vista era una enfermedad crónica cardiovascular que hacía que su piel tuviera un eterno tinte grisáceo.  La leyenda decía, y hacía creer a las legiones de hombres y mujeres formados o no en la religión vudú, que Mr. Big no era otro que la encarnación del Barón Samedi, Príncipe de las Tinieblas en las culturas afro, que venía a comandar a las legiones de zombies que él mismo se encargaba de crear a partir de humanos débiles y distraídos que caían bajo su dominio.
Este particular, es el método por el cual el tal Big controla una vasta y extensa red de gente a disposición dentro de la comunidad negra de Estados Unidos y el Caribe.
Lo cierto es que Bond va introduciéndose en un  mundo y una cultura ajena a él en absoluto, con la ventaja de la ignorancia en lo que a religión y sugestión respecta. Es este desconocimiento lo que le permite ver la cosa como son: Mr. Big es solo un hábil manipulador que dirige y administra la voluntad de gran parte de la población delictiva negra, basado en el efectivo método del miedo y la violencia. El recorrido de 007 queda sembrado de cadáveres por los sitios que va recorriendo.
Los anónimos colaboradores de Mr. Big surgen de cualquier lugar donde hombres y mujeres negros trabajen o desempeñen sus vidas. Camioneros, vagabundos, rateros, changarines de estación, mozos, guardas de tren, choferes o acomodadores de cine, conforman una endiablada pirámide en cuya cúspide está el omnipresente franco-haitiano.
A duras penas Bond logra sacudirse de encima la asfixiante e implacable persecución que lanzan sobre él. En algún momento del libro de verdad Fleming nos hace creer que esta gente controla los Estados Unidos. Están en todos lados y lo controlan casi todo. Pocos pueden moverse sin que Mr. Big controle sus movimientos. Desde aquí el autor nos muestra aristas del perfil de Bond que serán clásicas hacia adelante y que serán vinculantes entre él y su personaje.
Bond, como Fleming, es un conocedor y aficionado del mundo submarino. Claro que a diferencia del autor, el personaje tendrá características superlativas al respecto. Para la época en que Cousteau estaba perfeccionando el invento que revolucionaría la exploración subacuática (el equipo de respiración autónoma) era de esperar que sería Bond uno de los primeros humanos en dominar el arte del buceo con este equipo.
Ya veremos en varias historias posteriores cómo Bond echa mano de sus habilidades físicas para el submarinismo. De hecho en "Vivir..." el asalto a la guarida de Mr. Big es un ejemplo maravilloso.


Con todos estos ingredientes, quienes auguraron un futuro promisorio para el personaje no se equivocaron.
La saga de libros editados y las veintidós películas a la fecha dan prueba de ello.
Por mi parte opino que "Vivir..." es uno de los mejores libros de Fleming junto a "Operación Trueno" y "Dr. No", los tres ambientados en el entorno que mejor le sienta a un ingles oprimido por la fría y húmeda Londres, el Caribe cálido y de ensueño con playas de arena blanca y aguas transparentes donde echarse y relajarse después de salvar al mundo.

martes, 17 de abril de 2012

Libros / Opinión - "Moonraker" (1955)


"Moonraker" es un libro diferente a lo que Fleming hizo respecto de sus dos novelas anteriores. Después de mucho leer su obra y a sus analistas, entendí que a pesar de que escribía bajo un esquema fijo, Fleming siempre intentó abordar la narración de sus historias desde puntos de vista diferentes.

Portada de edición  inglesa de "Moonraker" 


En "Casino Royale" arrancó por una base conocida, su propia experiencia durante la Segunda Guerra observando a un grupo de agentes nazis jugando en casinos de Portugal, y eligió el conflicto amoroso para presentarnos el perfil de Bond en rasgos generales.
Con "Vivir y Dejar Morir" tomó una postura más arriesgada y, haciendo pie en tópicos sociales  controvertidos para la época (ver nota), eligió enmarcar la aventura de Bond en un cuadro más exótico y aventurero.
Para su tercer libro, "Moonraker", decide complicarse la vida y presentar el capítulo de turno de la aventurera vida de Bond a través de una trama por momentos un poco forzada y poco comprensible desde lo formal.
Bond está en uno de esos períodos del año en el que sus servicios Doble Cero no son requeridos. El aburrimiento y el hastío perjudican a los agentes de la sección que están inactivos. Por lo tanto el jefe M decide romper ciertos códigos y la rutina solicitando la ayuda de Bond de manera personal. 
Hay un personaje muy afamado en círculos sociales de Londres que es descubierto haciendo trampas jugando cartas en rutinarias reuniones de clubes de hombres. Si el susodicho fuese un ilustre desconocido, solo sería puesto en evidencia y desterrado del circuito exclusivo de entidades elitistas de caballeros. Pero resulta que el estafador en cuestión es el nuevo mecenas del gobierno de su majestad, Sir Hugo Drax, millonario filantropo que decide donar al gobierno británico la tecnología y el dinero para desarrollar un  misil defensivo de características continentales. Cualquiera que ose desafiar al Reino Unido dentro de Europa, debe saber que éste posee la capacidad de golpear a un potencial agresor a distancia y con un arma capaz de transportar la misma carga mortal que los japoneses sufrieron en Hiroshima y Nagasaki.





¿Cómo manejar el bochorno de que semejante figura pública estafe a sus compañeros de juego en algo tan intrascendente como una partida de cartas?
M echa mano de las habilidades y gustos del Comandante Bond y lo invita a participar de una partida con el benemérito Sir Drax, divirtiéndose y cosechando unas libras en ganancias libres de impuestos, al tiempo de descubrirlo y escarmentarlo en la privacidad de la mesa de juego, pero haciéndole entender que lo mejor es desistir de la poco elegante actitud de estafar a sus colegas.
Este, si se quiere gracioso punto, es el inicio de un camino largo y tortuoso que Bond deberá recorrer para poner al descubierto la mayor conspiración que Inglaterra afronta desde la intención de Hitler de invadirla. Y por cierto que es bastante interesante de abordarla.

Primero, Fleming acepta el reto de superarse un poco respecto de sus anteriores libros complejizando la trama y el planteo del conflicto; y segundo, aprovecha de forma ordenada y directa para revelar detalles de la vida íntima de Bond, aprovechando la falta de urgencia y de crisis con la que abre esta historia. 
Es decir, no tenemos nada más urgente de que ocuparnos, entonces comienza a revelarnos pequeños detalles cotidianos de la rutinaria vida del Comandante.



Edición de la Editorial Albón con detalles interesantes de gráfica. La foto
que ilustra la tapa refleja muy bien el personaje de Sir Hugo Drax
aunque sin corresponder al personaje compuesto para el filme.
El fotograma de contratapa corresponde a otro filme Bond.
Para el momento de la edición del libro el filme aún no se había realizado.
De tal manera nos enteramos como al pasar que Bond es, ademas de espigado y alto, un tipo de espaldas anchas. Al menos así lo indica una observación en momentos en que sale de un ascensor, yendo desde el polígono de tiro en los subsuelos del edificio del Servicio hacia sus oficinas.
Se hace una descripción interesante de este lugar en el que pasa gran parte de su tiempo entre asignación y asignación. El Servicio mantiene en activo solo a tres agentes Doble Cero y todos comparten un mismo lugar de trabajo. Un amplio y espacioso despacho amueblado con tres grandes escritorios y mobiliario necesario para el trabajo de oficina.
Aquí nos enteramos del nombre de otro Doble Cero, Fairbanks, quien se halla descansando brevemente en Berlín luego de una misión, mientras que el otro Doble Cero en activo, 0011, esta a ese momento extraviado en algun lugar de Singapur en el marco de una misión en desarrollo.
Gran parte del tiempo que Bond pasa en la oficina se dedica a revisar expedientes relacionados con su trabajo; generalmente información que debe asimilar para estar mejor preparado acerca de lo que va a encontrar en el campo de acción cuando le toque salir a él.
Esto sumado a practicas de tiro, adiestramiento físico y alguna que otra interconsulta con departamentos afines del gobierno, es el grueso del trabajo que un anónimo funcionario del servicio afronta día a día.
Fuera de esto, la vida de Bond transita por una rutina tan chata como improductiva a los ojos de cualquier mortal que pueda analizarlo.
No tiene ningún tipo de planteo espiritual, religioso ni existencial. Toma la mayoría de sus comidas en la cantina del servicio o en alguno de los clubes de hombres que un par de veces a la semana frecuenta después del trabajo.
Sus otras actividades son el golf, el cual juega generalmente los fines de semana, y el descanso en su modesto departamento de dos habitaciones atendidos por May, una mujer escocesa entrada en años que funciona como su ama de llaves.
Acorde a esta filosofía pasatista, sus vínculos afectivos se limitan a las tres relaciones que mantiene con sendas mujeres casadas. Una garantía para asegurar que ninguna progresará más allá de lo sexual y casual.
Su renta anual es bastante modesta, pero compensa ese monto con los extras que obtiene de los reembolsos que obtiene de sus viajes en las misiones que cúmple. No obstante esto, considera que acumular efectivo o posesiones es improductivo, por ello mantiene en un mínimo el monto de una cuenta de resguardo y el resto lo dedica a gastos y a inversiones en gustos particulares. Sostiene la postura de que a su muerte, por falta de herederos, quiere legarle al estado la menor cantidad de dinero posible.
En las siguientes entregas de las notas en que desarrollaremos el análisis de "Moonraker", habrá mas detalles de la vida de James Bond, además del análisis de la novela en sí.


Poster del filme de 1979. Como se ve, pocos elementos del libro original fueron conservados para el guión.




jueves, 12 de abril de 2012

Imágenes que dicen más que palabras...

Para quienes estén siguiendo el desarrollo del libro "Crónicas de la Orden de La Luz", tengo el gusto de presentar aquí hoy un material invaluable que viene de otros tiempos. Literalmente...
En momentos en que el libro fue redactado, un entrañable amigo y compañero se fue mimetizando con la historia y le surgió de plasmarla en imágenes.
El resultado es el que expongo.
Y todas las palmas se las lleva el Sr. Damián Martino, genio del dibujo y el arte conceptual, responsable de la creación de todo el universo visual que se generó a partir de la historia.
Sus diseños y dibujos llamaron la atención de la mismísima Disney Latinoamérica, con quienes hemos sabido tener nuestro momento de oportunidad.
Y hoy los hemos traído del arcón de la abuela para que todo el mundo pueda ver y disfrutar.
Espero que también generen comentarios que serán bienvenidos.

Un wallpaper muy original con el nombre que al inicio del desarrollo se había dado al proyecto.

Uno de los primeros dibujos del personaje principal, El Caballero.

Ogro, siervo de las fuerzas oscuras.

Una pose típica de El Caballero, previa al combate.

El Caballero desembarca en la ciudad sitiada por tropas Thai Shi

Xarthis, el iguanoide. Un ser de genética reptílica con aportes humanos.

Uno de los afiches publicitarios de la novela

Afiche en el que se pueden apreciar los nombres de cada integrante del proyecto.

Otro Poster...

El Prime Sire Obscurantis, núcleo energético de las fuerzas oscuras

Una de las varias presentaciones del General Rogue Kensheree, Comandante de las Legiones Negras.

Una versión  muy particular de El Caballero mutando luego de cumplir su primer ciclo evolutivo.

Tropa Oscura

Guerrero Thai Shi

martes, 10 de abril de 2012

Ensayos / "Argentino: ¿Marchó Ud...


"Argentino: ¿Marchó Ud. A las Fronteras?" es un ensayo histórico con eje en una experiencia autobiográfica vivida en el año 1979. Estando en la escuela secundaria, el gobierno de facto promueve una movilización nacional de cientos de miles de jóvenes estudiantes secundarios de escuelas de Capital y Gran Buenos Aires, para marchar en delegaciones a escuelas de frontera.
El objetivo: mostrar una capacidad de despliegue y acercamiento hacia áreas remotas del país en momentos en que los ecos de una posible guerra con Chile aún  podían oírse.
El libro se ocupa de narrar con un relato pormenorizado el detalle del viaje, su preparación y los resultados, a la vez que ubica al lector en tiempo y espacio, llevándolo a aquel año y haciéndole palpar cual era la realidad del momento. Por último, se analiza de manera personal las conclusiones del viaje a la luz de los años pasados y de la visión de un adulto que vuelve a pasar revista a la experiencia adolescente. 

El diario de viaje redactado en aquella época es la columna vertebral de este libro, editado por Bibliográfika en 2008.




El libro está disponible para su adquisición en edición impresa.



sábado, 7 de abril de 2012

Cuentos del Autor / Ella y La Luna...


Ella y La Luna Sobre Bourbon Street


“Espero quieta bajo la luz de la luna y las luces. Ellos pasan anónimos y desprevenidos ¿y si supieran que jamás verán mi rostro durante el día?...”

Estela tiene un halo de misterio que la envuelve y la sigue, como si fragmentos de la tela más delicada y fina flotaran alrededor de ella. Es esbelta, de piel pálida y labios carnosos, pintados de un delicado y llamativo carmesí. Su cabello es negro como la noche, y no gracias a aditivos sintéticos, y enmarca un fino rostro de grandes ojos grises. Estela camina por Av. Santa Fe, tarde, de noche, en viernes. Fuma con delicadeza y sensualidad y mira vidrieras mientras camina despreocupada. Sabe de las miradas que le cruzan, pero ella no las corresponde. Tiene pechos pequeños y firmes Estela; parecen dos gotas de agua. Las manos delgadas, los dedos finos, las piernas bien torneadas y firmes. Estela es alta, más que la media para una mujer, y tiene una apostura señorial. Estela vive sola; se mueve sola; duerme sola. Pero no se acuesta sola.
Enfundada en su catsuit arrastra miradas de hombres y mujeres. El largo impermeable de legítimo cuero negro baila con la brisa y juega a mostrarla… ahora sí… ahora no. Su figura se recorta por partes para deleite de los que la cruzan; como si verla toda entera fuese una maldición, una pena que se paga caro.
Busca a su hombre Estela. Vaga con la esperanza de hallarlo algún día. Se para en una esquina y observa el resplandor de la luna contra las cúpulas de los edificios de estilo frances; sueña con ver un movimiento, una figura recortada a contraluz. Y una vez más no hay nada.
Baja la vista y sigue su camino, Estela.

“Hace tiempo me convertí en lo que soy. Caí en ello siendo joven e inocente.
Condenada a vagar bajo la luz de la luna, tengo la mirada de la cortesana y las manos del sacerdote ¿Por qué amo lo que destruyo y destruyo lo que amo?

Derrocha sensualidad y elegancia Estela. Puede elegir que hacer cada noche; de hecho recorre la ciudad deteniéndose en diferentes fiestas a las que la invitan. Fiestas de alto nivel, veladas de gente bien. Le agrada lo delicado y admira la inteligencia; no seduce ni se deja seducir por quien no es inteligente. Y el término “inteligente” involucra muchos otros términos en su particular, extenso, vocabulario. Estela elige a sus hombres de una manera muy especial. También a sus mujeres. Pero con éstas no es tan complicado. La ley de atracción de iguales funciona mucho mejor entre mujeres que entre hombres y mujeres. A las mujeres las elige por su recato; por esa sutil manera de hacerse notar, sin llamar la atención. Le agrada el cruce de miradas discreto, un acercamiento casual, beber una copa al ritmo de una conversación interesante. Estela prefiere hablar de arte o viajes, con preferencia hechos por Europa. Domina varios idiomas Estela.
Con los hombres, ellos no pueden no hacerse notar, es diferente. Pierde un poco de ese recato femenino. Les frena el envión cuando arrancan impetuosos y si no lo saben comprender, ahí mismo detiene el avance. Mide los tiempos; y si su compañero es paciente y sabe llevar el juego, ahí van juntos a la aventura. Si no, no. Reconozco que tuve que ser fuerte cuando la encontré parada en la esquina de Santa Fe y Callao. A pesar de haberla visto y observado interminables noches desde afuera de su ventana, de conocerla hasta en íntimos detalles, de verla con la mirada perdida buscando algún desconocido consuelo, tuve que pensarlo dos veces antes de ir en su búsqueda.

“No sirvió de mucho nacer en cuna de oro; una familia aristocrática, de buen nombre… Recorrer el mundo, los mejores colegios… Solo para terminar rogando a Dios en lo alto a la vez que lo niego… Soy lo que soy y ¿debo pagar por ello?”

Cruzó Callao y siguió por Santa Fe calle arriba. Caminó hasta un pub y se perdió en el ruido del interior, atestado y de atmósfera densa. Llegué justo cuando alguien le encendía otro cigarrillo. Estela se irguió, echó la cabeza hacia atrás y extendió su delicada  mano de largos dedos para tomarlo y separarlo de su boca suavemente. Sopló hacia arriba y una columna de humo azulado salió de entre sus labios, como si un espíritu la abandonara. Como si un efectivo conjuro hubiese hecho salir de su interior a la esencia que la llenaba.
Le eché al hombre una mirada fugaz y supe que tendría una oportunidad. Parecía saber moverse. Algo en su forma de tratarse me hizo pensar que se conocían. No; era poco probable. Estela se hallaba cómoda.  La forma en que se reía y movía la cabeza, balanceando el cabello lacio que iba y venia con gracia. Hablaba con entusiasmo; sacudía la ceniza en un cenicero con un elegante golpe de índice; se pasaba los dedos peinándose, abría los ojos sorprendida por un comentario. A él no se lo podía ver bien ahora, estaba de espaldas. Me quedé mirando mientras tomaba algo para justificar la estancia.
Salió sola Estela cuando no había pasado largo rato. Su mirada llevaba algo de rabia, cosa no habitual en ella. Por algún motivo el hombre estaba adentro y ella allí afuera. No había sido una buena elección.
Justo detrás de mí alguien salió y la llamó cuando ya me había sacado media cuadra de ventaja. Usé el celular como excusa para tomar distancia y observar.
Saludo. Charla cordial pero distante. La chica insiste y Estela niega con estilo. “No hoy. Otro día tal vez” y se aleja con el mismo paso elástico, elegante, que la trajo hasta allí. Y yo vuelvo a ponerme en marcha a la saga. Se la ve tan bella que casi debo obligarme a recordar lo debo hacer. El no sonido de sus pasos me devuelve a la realidad y me hace estar alerta. Su pelo vuela detrás de ella igual que los faldones de su largo saco. Puedo percibir su perfume desde aquí. Y cuando me doy cuenta de eso, algo cambia de golpe. No debería ser así.
Estela se detiene en seco y se vuelve para mirarme. No tengo donde esconderme. Solo atino a devolverle la mirada, clavado allí en medio de la calle.
Estela retoma el paso, serena, y vuelve al movimiento de Santa Fe. Pareciera que me da opción a alcanzarla. Al sumarnos a la corriente de gente que arrastra, quedo por un segundo frente al gran espejo de una vidriera y me observo. Mi cara, de mandíbula ancha, cuadrada, piel clara, ojos azules y nariz gruesa, me devuelve la mirada y certifica mi sospecha. Vestido también de negro, he atraído su atención. Lo siguiente en lo que repara es en mis rasgos europeos; mi altura también me delata como extraño de estas tierras. Busco una librería atestada de ejemplares de temas diversos y me entretengo a hojear “15th Century Paintings” de Rose-Marie y Rainer Hagen. De repente está parada a mi lado.
Muy buena elección, me dice en perfecto alemán. La observo curioso. Está tan cerca que su perfume se entremezcla con el leve aroma del tabaco de los cigarrillos que le vi fumar. Como me quedo callado unos segundos, me interroga en holandés. Pregunta si se equivocó en la observación o el idioma. En ninguna, contesto sonriendo. Y agrego que debemos ser especiales para vernos entre la multitud.
Puede ser, dice ella, simpática pero formal.
“Jared de Alemania” Digo extendiendo la mano. “Estela de Argentina”.
Estela empieza a dirigir la charla por carriles de prueba, testeando conocimientos y haciendo un tour virtual por algunos lugares de Alemania para luego pasar a Polonia y demostrar que es una experta en territorio antiguo rumano y yugoslavo. Casi nada de eso existe ya, pero a ella le gusta recordarlo así. Pasamos de pintura a edificaciones, de música a ballet y de ballet a ópera. Exploramos un poco de literatura, desde algo divertido hasta curiosas e interesantes teorías de programación neurolingüística.
Pasamos a un café donde la charla se hizo más intimista y ella me mintió descaradamente acerca de un pasado inexistente. Debo reconocer que en un punto unió cosas de su verdadera historia con las de su personaje. A un momento de la noche, comenzó a sacar las primeras armas de seducción de su arsenal. Por lo visto había yo aprobado el nivel de iniciación. El hombre del pub quedará en deuda conmigo de por vida  y nunca va a saberlo.
Estela apronta un cigarrillo insinuando esperar mi respuesta.
Sin perder el hilo de lo que hablo se lo enciendo como un acto natural, cási distraído. Me pregunta si no fumo. Le respondo que no, pero siempre llevo encendedor por una ocasión como esta. Se sonrie e inmediatamente me pregunta si me molesta. En absoluto. Me agrada ver como le sienta el fumar, le da un halo de magnetismo sexual irresistible.
Sonrie y me observa. Sin dejar de mirarme fijo se lleva el cigarrillo a los labios. Lo marca con la pintura, aprisionándolo, aspirando una bocanada de humo que un segundo después sale hacia arriba entre un mohín.
Dejamos correr un rato más de intimidad cada vez más sensual. Estela hace bien su trabajo, yo hago bien el mío.   Nos retiramos del lugar con dos rondas de café y una botella de champagne encima. Una salvaje excitación comienza a sobrevolarnos de manera sutil. Me sorprende volviéndose de repente camino a la puerta, obligándome a pegarme a ella. Deja que mis brazos la rodeen dentro del abrigo recién puesto y me invita a recorrer su espalda desnuda, de nuca a cóccix. No lleva nada debajo del catsuit y se divierte con mi reacción. Me regala un beso rápido. Su boca se siente fría y sus labios confunden el rojo fuego de su color con el azul hielo de su piel. Está empezando a cambiar.
Su excitación comienza a transformarla. Me habla al oído. Me provoca. Promete placer, locura y lujuria. Ya no es la distante y lánguida mujer joven que flotaba por Avenida Santa Fe. Se convierte en una mujer felina que me arrastra, ahora soy su presa indefensa.
Estela no corre riesgos. Es mi hotel o su casa, y elige su casa. Me obliga a elegir su casa. Y no vacila en usar los métodos que sean necesarios.
Los ojos de Estela se agrandan y su piel adquiere un color diferente. Apenas puede contener la progresión de su deseo. Algo la empuja fuera de sí. Una vez más debo reconocer que, pese a toda mi formación, el esfuerzo que hago para mantenerme controlado es enorme. Es casi imposible sostener el embate de sensualidad, de descarada lujuria, de abierta insinuación que esta mujer ejerce sobre uno.
La ropa comienza a caer en la misma sala de entrada del petit hotel de Recoleta donde Estela vive. La luz de la luna filtra por enormes ventanales cubiertos por dos cortinados, uno fino de algún delicado hilo blanco que no llego a distinguir. El otro, denso, pesado, oscuro. Terciopelo doble color borravino, opaco. Imposible que el sol entre allí. Al llegar a la escalera veo que las únicas manchas oscuras de su cuerpo están a la altura de los pechos, redondos, pequeños, tersos. El resto es una lozanía casi irreal, todo curvas y firmezas. Me urge a ir dentro suyo allí sin más y yo estoy listo. Me tomo entonces un momento para pensar y recuerdo. Hace unos cuarenta años que conozco a Estela. La he visto en diferentes grabados, pinturas, bajorrelieves, pergaminos y documentos; escritos, pintados y tallados a lo largo de los últimos tres siglos. Sting le dedicó “Luna Sobre Bourbon Street”, creyendo que era una leyenda. Me han enseñado a observarla, a seguirla y a vigilarla hasta que mis maestros estuvieron seguros de que no fallaría en mi tarea.
El cuchillo brilló a la luz de la luna. Saltó hacia delante desde el mecanismo que lo contenía, atado al brazo, y le atravesó el corazón, luego de penetrarla desde el plexo. Sus ojos se agrandaron, pero ya no de placer. Su piel se había tornado pálida y fría, sus labios eran de hielo y los colmillos sobresalían diez centímetros de su boca, aún sensual. No emitió sonido; hasta me pareció ver una mirada de agradecimiento, una semblanza de paz en su rostro lívido y condenado siglos atrás.
Deslicé fuera de su cuerpo la lámina de plata pulida y lo observé por última vez, bello y excitante, antes de que empezara a descomponerse. Un pequeño lujo que pude darme por haber sabido resistir el mortal encanto que Estela despertaba en los desdichados humanos que cazaba para vivir.

martes, 3 de abril de 2012

Cine / Opinión... Quantum of Solace (Final)


Quantum of Solace (Parte 3) - Entrando en acción

Después de la secuencia pre títulos y la presentación, el paneo de Bond entrando en Siena fue un solaz. De haber dependido de mí, la mayoría del filme hubiese transcurrido en Italia. Los productores deberían pensar en ambientar allí una historia de Bond, aprovechando paisajes y geografía de ensueño. No sé si en acción completa; tal vez no toda, pero sí en parte importante. De la misma forma que supieron aprovechar lo que ofrecía Grecia en “Solo Para Sus Ojos” ¿porqué no probar con Italia?

Primer punto alto en el discurrir de la historia, como cité con anterioridad: la aparición de Mitchell. Si la persecución de los autos era vertiginosa pero válida como recurso para introducirnos en tema, el tiroteo previo y la posterior lucha en la capilla en refacción compensa la crítica y nos regala algo a lo que los directores y los guionistas nos desacostumbraron: La Sorpresa.
Mitchell me tomó por sorpresa. Totalmente. Y es difícil hoy por hoy que el espectador se quede azorado por una vuelta de guión. Los golpes de efecto ya no me provocan nada. Me causa gracia ver un filme de la mano con mi esposa y sentir como la de ella salta y se crispa cuando algo aparece de golpe, mientras la mía queda tan muerta como un pescado frío.
Son las vueltas inteligentes que se le dan al guión, a la historia, lo que me gusta que me sorprenda, lo que me sacude en el sillón. Y aquí hay que anotarles un punto importante a los guionistas.
La carrera por los tejados me pareció interesante, corre aquí lo mismo que para la persecución del comienzo. No voy a redundar. Una vez salvadas esas premisas, también me resultó soberbia. Buen ritmo. Una solución de continuidad al planteo de la sorpresa (con la que arranca esa parte) que demuestra que cuando uno trabaja a conciencia las buenas ideas fluyen, aparecen. En este sentido me pareció un punto muy alto (este será de seguro otro pase que quedará como clásico) el momento de la acción violenta tras el discurso de Mr. White, que determina la continuidad de la acción a velocidad infernal, cambiando de escenarios, llevando a los personajes de un lugar a otro en la persecución sin perder el hilo que hilvana las escenas en ningún momento.
El vértigo bien entendido lleva a que el espectador disfrute una píldora usual en las películas de Bond que se rescataron a partir de Brosnan: un Bond físico, de acción, que pone el cuerpo y te corre hasta debajo de la cama si es necesario.
La escena en el campanario y la caída sobre los andamios son las marcas en el orillo que le otorgan a “Quantum” la acreditación de “Filme Bond Legítimo” Espectacularidad, despliegue, acción inteligente, creíble. Esta es una muestra de qué velocidad debe mantener la cámara para transmitir vértigo sin perder enfoque ni visión. El espectador puede ser zamarreado de lado a lado sin perder de vista lo que está pasando. Lástima que dura poco.

A partir de este punto, el planteo de la trama, interesante muy bien encuadrado en la actualidad, comienza a mostrarse como complejo e inteligente a la vez. Aunque poco después se cometa el error de complicarlo sin sentido. Y aquí entra de nuevo el tema de la velocidad y las críticas con las que acuerdo: en el afán de poner vértigo se obviaron los momentos de calma en los cuales, por norma, el guión y los diálogos inteligentes nos cuentan de que va la historia. Al faltar esto y querer reemplazarlo todo con actos, con acción, el problema que aparece es la confusión.
A estas alturas del filme, el espectador llega a un punto en el que olvida cual es el verdadero objetivo que mueve a Bond
¿Es su venganza por la muerte de Vesper? ¿Responder al atentado para M? o ¿Detener al escurridizo Greene?
La idea base que los guionistas quieren mostrar se entiende e introduce un concepto que remite a las amenazas que asomaban en tempranas películas como “Thunderball”, “Desde Rusia con Amor” o “Solo Se Vive Dos Veces”.
Hay una amenaza concreta muy adecuada a los tiempos que corren. Una amenaza que se presenta con un pervertido concepto de globalidad de la cual, aparentemente, nadie está fuera ni a salvo. El discurso de Greene, en el avión que comparte con los americanos, es una prueba concisa. Habla de Sudamérica con un contexto de realidad, con una falta de respeto tan enorme por la libertad de elección de los pueblos, que eriza la piel.
El buen hombre tras el cual Bond va se llama Dominic Greene y poco a poco va quedando de manifiesto lo artero y peligroso de su discurrir. Negocia, compra, vende, traiciona, mata y pacta con quien quiere, lo que quiere y cómo quiere.
Su concepto de Venezuela y Ecuador acerca de sus bienes territoriales, el uso que se le puede dar y lo inestable de su equilibrio respecto a la pertenencia de los mismos, es descarnado. Cualquier parecido con la realidad es absolutamente cierto.
Lo que la organización de la cual Greene es parte plantea, también es pavorosamente real y cierto. Aquí nadie tiene delirios megalómanos de poder y supremacía como en filmes anteriores. Aquí solo se trata de negocios. “It´s just business” diría un americano. Y es así, tal cual. Por eso a partir de allí todo vale. ¿Porqué no hablar con Greene si él tiene lo que nosotros necesitamos? Muy real. Muy de esta época. Y Bond empieza a entender cada vez menos. Entonces se pone nervioso y empieza a hacer lo que mejor sabe. Darle de comer a los funerarios.



Bond empieza a caminar el mundo, o parte de él, a partir de un dato que lo lleva de Siena a Puerto Príncipe, previo paso breve por Londres. En Haití va al encuentro de alguien al que mata al cabo de una breve y violenta lucha. No tuve tiempo de enterarme ni quien era, ni que hacía, ni que rol jugaba dentro de la historia. Bond me lo despachó demasiado rápido.
Acto seguido, y sin que nadie la llame, una morochita con cara de pocos amigos, ojitos claros y poca ropa, aparece dándole ordenes a Bond. “Súbete” le dice desde el interior de un Ford Ka que parece salido de un zoológico, con ese dibujo tipo huella de garra en la parte trasera.
De acá en más, salvo transitar por el acto de redactar una sinopsis, es mejor hablar de las partes salientes, las altas y las bajas, y buscar elogios y críticas para hacer en lugar de caer en el aburrido trámite de la crítica convencional.
La persecución en lanchas me pareció bien lograda aunque a mí en particular no me atraigan. Prefiero ver luchas bien coreografiadas o persecuciones a pié. Los cambios de escenario tan veloces me dieron la impresión de no existir el tiempo entre ellos; como si para viajar de Haití a Austria, el recorrido durara lo que tarda la cámara en cambiar de secuencia. Bond viaja en esta cinta de país en país como quien hace combinaciones de subte. Baja de una camioneta para subir a un avión, para bajar de él y abordar un auto que lo depositará fresco y al mismo tiempo que quien salió antes que él, como si los efectos de jet lag no existieran. Lo mismo podríamos decir de los personajes que después de salir de mugrosos almacenes portuarios (Greene y su lacayo) abordan un avión y pasando por el toilette se ven muy presentables, para luego llegar a la opera espléndidos después de ¿Cuánto? ¿Mínimo ocho o diez horas de avión? Otra duda temporal que me quedó ¿Cómo hacen para embarcarse al otro lado del mundo y llegar justo a destino para el comienzo de la opera? ¿Hicieron escala en algún lado? ¿Pasaron por el hotel para cambiarse? Viajaron sin equipaje, así que mejor no nos metamos en el detalle de cómo viajar con lo puesto. Pero bueno, a Bond todo se le perdona.

Sin dudas coincido en que la parte que se juega alrededor del escenario de Tosca es notable. Bond logra a base de observación e inteligencia hacerse de lo necesario para participar de una ingeniosa conferencia. Luego, en una escena montada al estilo del final de “El Padrino 3” (cuando la hija de Michael muere en la escalera y, antes, los que deben ser ajusticiados sufren su destino al son de la música) Bond escapa por los pelos de un momento difícil, cuando con imágenes y música de la pieza corre por su vida mientras se tirotean sin piedad a través de un coqueto restaurante y su cocina. El manejo de la cámara, la contraposición de lo violento de la imagen y lo visceral de la música y la acción cambiada de velocidad en ciertos tramos, le otorgan al momento un dramatismo y una gravedad notable. Este es otro punto muy diferente a otras situaciones similares vistas durante la saga. También aquí parecen los productores dar una vuelta de tuerca y reafirmar que esta vez van más en serio.
A raíz de un pasaje de esta parte, recuerdo ahora los comentarios acerca de las citas a otros filmes u homenajes que “Quantum” plantea. En este tramo de acción, Bond permite que quien lo persigue caiga de lo alto de un techo, retirándole su sostén. Lo mismo hizo Roger Moore con Sandor, el compañero de Jaws, en Egipto cuando después de matar a la amante de Fekkesh terminan luchando en los techos de la casa y puesto al filo de los mismos, trata de no caerse agarrado de la corbata de Bond. Displicentemente, éste de un golpe la rompe y el esbirro cae al vacío. De la misma manera, la persecución de lanchas podría emular a la de “Vivir y Dejar Morir” y, obviamente, el hallazgo de Fields en la cama donde antes tuvieron sexo con Bond haciendo referencia al final de Shirley Eaton en “Goldfinger”. Pero salvo este último punto, soy más propenso a creer que ya los clichés se acabaron y solo resta repetirse a sí mismo ¿Qué vamos a descubrir de nuevo en el género? Puede haber escenas mejor o peor filmadas, con más o menos ritmo, más apagadas o con mayor brillo, pero originales, diferentes, no vistas con anterioridad… Imposible.
Alejados del glamour de la opera en Viena el derrotero lleva a Bond a Bolivia, previa parada en el privilegiado retiro de Mathis, quien en apariencia gracias a la picana que le suministraran gentilmente los británicos en “Casino”, ha podido instalarse en una tosca pero bellísima villa en las orillas del mar, en Talamone, Italia.
Decía que a la llegada a Bolivia comienza el principio del fin para toda esta intriga montada hasta aquí y que se vino complejizando de manera seria. Bond se instala en un hotel lo más acorde posible a su imagen (luego de un traspié de su enlace de la embajada) se da un tiempo de placer (creo que el más breve en toda la historia de la saga) es invitado a una fiesta y en lo que dura un suspiro pasa del cielo al infierno cuando una seguidilla vertiginosa de alianzas, traiciones y cambios de suerte repentinos en el póquer que todos están jugando lo ponen en jaque nuevamente.
En la sucesión de cosas que pasan de aquí al final (y haciendo constar que se trata de la película de menor duración de la saga) Bond estará a punto de morir a manos de la Policía Boliviana, pilotará un antiguo DC-3, saltará sin paracaídas para no morir acribillado, caminará por el desierto (en otro guiño a la escena de Moore / Bach en “La Espía…”), conocerá la intimidad de cómo viven los coyas y escapará de sus propios colegas para dar por terminadas dos cuestiones pendientes que trae a la saga: Descubrir si su amante le traicionó y pararle los pies al inquieto de Greene en su afán de negociar recursos con Dios y María Santísima.
Por último, el final va acorde con lo clásico. Bien. En general bien. Cerramos respetando la tradición; y obviamente que dentro de este cierre no puede faltar la vuelta de tuerca necesaria para reafirmar que éste Bond es un verdadero bastardo mal nacido, cuando se encarga del maldito Sr. Greene.
Algo que me llamó la atención sobre el final (y en tren de seguirles la corriente a aquellos que insisten en emparentar a Bond con Bourne) es que 007 tenga que viajar a Rusia para cerrar historias, escuchar explicaciones y atar cabos para que nada quede suelto. Justo igual que Bourne. Mismo lugar, parecidas situaciones ¿desafortunada coincidencia? Muchachos, hay tantos lugares en el mundo para encontrarse…
Creo que una de las últimas frases de Bond, antes de despedirse hasta la próxima vez, puede quedar como broche para esta etapa de transición. “Este hombre y yo tenemos algunos asuntos pendientes” le susurra a la hermosa canadiense que acompaña al hombre que está frente a la boca negra de la Walther, sostenida por una mano elegantemente enguantada.
Bond no deja nada colgado; salvo a alguien que lo haya mirado mal u osado meterse con su anatomía. Por eso podemos estar tranquilos que estando los hombres que integran Quantum dando vueltas por el mundo, deberá volver a plantarles cara para saber si será posible combatirlos y desterrarlos o, como dijo Mr. White al principio, terminará por descubrir muy a su pesar que lleva años trabajando para ellos.

lunes, 2 de abril de 2012

Novelas del Autor / Crónicas...


Capítulo 5


Saurise

T´Hur recibió el primer ataque justo en el momento en que el enlace de contacto con Ayles se cortaba. Los aviones, prácticamente indetectables para los sistemas automáticos de defensa, llevaron a cabo su tarea con precisión y efectividad, anulando toda posibilidad de coordinación y ordenamiento de una defensa organizada. Los centros de comunicación fueron atacados con prioridad como habían hecho en Ayles; una vez completada esa parte de la misión, los aviones se concentraron en bases de cañoneras y sistemas de defensa automáticos, que pondrían en peligro el futuro desembarco de tropas.
Una vez radiado el aviso de que la primer oleada había quebrado el cerco defensivo del sistema y lo había golpeado seriamente, los transportes de infantería fueron despachados desde los navíos de despliegue rápido, escoltados por cazas de combate que se harían cargo de proteger en el espacio a la fuerza de desembarco.
Los transportes, de estructuras  anchas y poca altura, largos e impulsados por poderosos motores, ganaron la órbita de T´Hur con facilidad y penetraron apenas la atmósfera, lo justo para permitir la salida de los contingentes que harían pie en el planeta. Las gigantescas puertas en su cubierta superior se abrieron como una caja que despliega sus lados, permitiendo que las lanchas de desembarco ganaran distancia veloces, al tiempo que desde compuertas retráctiles en su panza, grupos de enlaces artillados se apuraban por preceder a las lanchas para protegerlas en su descenso a la superficie y luego cubrir el despliegue de la infantería por el terreno.
El espectáculo era aterrador. El avance avasallante de las Legiones Oscuras paralizaba a cualquiera. Las fuerzas de defensa a cargo de Lord Rivan y los otros Lores no atinaron ni siquiera a trepar a sus propios aparatos; la mayoría de las bases quedaron inutilizadas y los aviones destruidos en tierra, sin un solo combate aéreo, por medio de la acción de los bombarderos y cazas de ataque que despegaron de los portanaves.
Enormes aparatos de cuerpos alargados y gran envergadura alar, pintados de color negro, para ser imposibles de ver en vuelo por el espacio, habían llegado cerca del planeta y saturaron la superficie regando artefactos de explosión controlada que inutilizaron bases de despliegue y espacio puertos desde donde algún navío hubiese podido levantar vuelo. Los cazas se ocuparon de penetrar la atmósfera y controlar que la supremacía del espacio aéreo les perteneciera. Patrullaron los cielos de las indefensas comarcas como apoyo suplementario al desembarco de la infantería que encontró el primer foco de resistencia importante en las tropas de tierra thurenses.
Impedidos de presentar batalla en las dos zonas defensivas previas (la atmósfera y el espacio), los thurenses no tuvieron más opción que entrar en combate de la forma más compleja y menos común por aquellos tiempos: en zona y cuerpo a cuerpo, donde los ejércitos avanzaban y retrocedían disputando cada palmo de terreno, generando una situación de campaña tensa y sangrienta. La muerte se regó así por las planicies y las colinas del planeta verde azulado; sus ciudades fueron destruidas una a una, las tierras se rasgaron con las marcas de centenares de trenes de aterrizaje que depositaban más y más invasores que avanzaban con furia y violencia.  Pocos instantes después de las primeras explosiones, los principales centros de actividad de los dos planetas eran un caos de destrucción, muerte, ruinas e incendios.
Los batallones de infantería se hallaban en pleno avance cuando el comando central de la fuerza ordenó poner en marcha la fase final del ataque. El combate estaba entrando en un lento pero progresivo equilibrio a favor de los nativos, luego de la brutal avanzada invasora; era un hecho que en todo movimiento de asalto, se daba un período previo a la caída definitiva en el cual las fuerzas atacadas parecían hacer pie en la defensa, asegurando posiciones y parando en seco el avance enemigo. La ilusión venía dada a través de una lógica reacción posterior a la sorpresiva parálisis que provocaba un ataque conjunto, como el que se había llevado a cabo en Saurise.
En esos momentos nadie avanzaba ni retrocedía, aunque los combates se libraban de manera feroz y sin treguas. Un tercer contingente de naves se desprendió de las entrañas de los navíos más grandes que componían la flota y avanzó hasta estacionarse en los estratos superiores de la atmósfera. Se fijaron en órbitas geoestacionarias y adquirieron blancos específicos sobre los cuales hacer fuego a su tiempo. La estrategia apuntaba a ablandar las posiciones de resistencia enemigas, facilitando así el avance de la invasión acorazada que marcaría el inicio del fin de la campaña.


Tud-Dommne

La táctica a aplicar en los gemelos era básicamente la misma que en Saurise, al menos en la teoría. En la práctica, los responsables de las órdenes en el lugar eran los comandantes de escuadrones, dirigidos por los miembros que rodeaban al comandante de la fuerza de tareas, un contralmirante de raza brosa cuya capacidad analítica lo ponía unos escalones por debajo de un ordenador de a bordo. En la mayoría de los casos, esta cualidad era la carta de triunfo cuando se enfrentaba a situaciones de una linealidad lógica, pero en éste, al enfrentarse con un pueblo que no se atenía a los mismos convencionalismos de raciocinio y pensamiento, esa característica fue lo que le jugó una mala pasada  poniendo en peligro toda la operación.
Debido a que ninguno de los dos sistemas contaba con un despliegue importante de fuerzas que pudiera hacerle frente, el contraalmirante Dudde ordenó que, a diferencia de lo llevado a cabo en Saurise, se obviara la incursión de vuelos de bombardeos de saturación y se apuntara a interceptar las comunicaciones y a desplegar rápidamente unidades de infantería apoyadas por fuego de enlaces y fuerzas acorazadas.
La flota no bloqueó los sistemas para evitar movimientos de circulación por la periferia, se estacionó equidistante de ambos y dispuso una formación que le permitiera controlar lo que ocurría en ambos lugares a la vez. Esta decisión determinó que grandes espacios quedaran fuera del control de la flota.
Para cuando Dudde ordenó la primera avanzada, fragatas misilísticas hontties se habían agrupado cerca de la superficie de Yenray, el primer planeta del sistema y del que más cerca se estacionara la flota, y le salieron al cruce a los navíos de desembarco descargando potentes baterías de misiles a corta distancia que no erraron un solo blanco. En la primer movida la flota perdió casi la mitad de su fuerza de desembarco.
Las fragatas se retiraron a una órbita más baja, quedando bajo la protección de dos escuadrones de combate, y se encargaron de atacar y destruir a los enlaces artillados, fuertemente armados pero sin la velocidad ni el blindaje para hacer frente a un avión de caza en una refriega mano a mano. El resultado dio ventaja a los nativos, asestando una primer derrota fatal a los invasores. La segunda sería aún más importante.
 Una nueva oleada de navíos de desembarco se preparó para descender sobre los planetas, pero esta vez a cubierto de las descargas de destructores que abrieron una brecha segura por la cual volar. Los enormes cañones disparaban cargas que recorrían la distancia entre la flota y la superficie de los planetas de forma casi instantánea; a veces estallaban a cierta altura sobre la atmósfera y eran interceptados por disparos antiaéreos provenientes de las defensas. Otras perforaban la invisible membrana de vida y daban de lleno en la delicada superficie causando estragos  en su fisonomía; de cualquier manera el objetivo estaba asegurado: nada podía impedir que la fuerza de desembarco pusiera pie en tierra.
Los primeros contingentes tuvieron cuidado de aterrizar lejos de los centros poblados, en espacios vírgenes y abiertos donde posibles emboscadas no pudiesen ser llevadas a cabo. Los infantes no abrirían la avanzada precediendo a las tropas acorazadas, lo harían juntos, evitando encontrarse con nuevas sorpresas y el paso que llevarían sería arrollador; no estaban dispuestos a sufrir un revés similar por segunda vez.
Los enlaces artillados avanzaban por el terreno sobre los objetivos asegurando posiciones que luego eran ocupadas por los tanques, las baterías móviles y la infantería. Se iban fijando puestos de retaguardia que aseguraban la posesión del lugar una vez tomado; una vez más, el confiar a pie juntillas en la teoría de la guerra generó lo que los estrategas llaman “imponderables.”
La libertad de vida de los hontties se hallaba reafirmada en casi quinientos ciclos planetarios de historia, en los cuales varios pueblos y culturas foráneas quisieron someterlos y no lo lograron; curiosamente, cada vez que tuvieron que enfrentar una situación cómo esta lo hicieron de la misma forma y ninguno de sus adversarios se tomó el trabajo de leer la historia. Los hontties jamas resistieron una invasión, la dejaron venir y, una vez establecida, la combatieron desde adentro, en su propia tierra, en su propio territorio, llevando al invasor a lugares que los extranjeros desconocían, a particularidades con las que jamás habían lidiado, desde el clima hasta la geografía cambiante de la selva, o depredadores salvajes que acechaban ocultos y pueblos marginales que sobrevivían en las entrañas de cerradas concentraciones vegetales, aislados de cualquier contacto con otros seres.
En cuanto las Tropas Oscuras pusieron pie en las bellas zonas selváticas que trepaban por altas y sinuosas colinas muy cerca de los confines de los territorios urbanizados, la lucha volvió a equilibrarse.
Los soldados infundían miedo con su sola presencia. Todos, sin excepción, poseían una gran contextura física y una estatura importante. Se creía que eran mejorados genéticamente a partir de ciertos experimentos que no acababan de confirmarse. Iban ataviados con uniformes que parecían diseñados por la misma Maldad Personificada, sin distinguir en qué Cuerpo o División revistiesen servicio. Llevaban sobre el cuerpo, de pies  a cuello, una tipo de cota de malla blanca, hecha de un entramado de fibras sintéticas delgado y liviano, resistente a pequeños daños típicos de la misión de un soldado de infantería; sobre esta se colocaban corazas blindadas de color rojo que protegían pantorrillas, antebrazos, codos, torso y hombros. De las manos al cuello, los brazos se enfundaban en una caparazón retráctil de pliegues dorados que los hacían ver amenazadores y diabólicos, pero también engañosamente vistosos y llamativos.
La cabeza iba cubierta con una capucha negra (curiosamente desistían de llevar cascos protectores) que contenía equipos de visión mejorada, circuitos de aire para ser usados como apoyo de situación y elementos de comunicación y telemetría. Del cinturón principal colgaban diversos contenedores de equipo, el arma de puño y un elemento tubular para llevar explosivos en formas de pequeñas bolas de material negro, metálico. En la espalda, un dispositivo adosado a la coraza contenía un fusil de asalto compacto, que se complementaba con equipo suplementario alojado en un cinturón más pequeño, ajustado a su muslo izquierdo.
Un cobertor, también dorado, corría de lado a lado de la mandíbula, extendiéndose hacia arriba, por detrás de las orejas, terminado en punta por encima de la cabeza. Se desconocía el sentido de éste adminículo.
A medida que las Tropas Oscuras avanzaban ganando terreno y reagrupándose,  los hontties coordinaban los usuales planes de resistencia que comúnmente ponían en practica en situaciones como esas; se retiraban de lugares abiertos donde la supremacía de las fuerzas acorazadas era indiscutible y esperaban al acecho en las zonas selváticas y de mayor vegetación, donde aquellas no podían ingresar. Habían formado un cerrojo dividido en dos sectores, a una distancia considerable de la ciudad sobre la que marchaban los Oscuros, en las laderas de las colinas; al pie de las mismas un sendero, que traía el tráfico terrestre desde las llanuras afuera de los anillos urbanos, se iba cerrando imperceptible a medida que se adentraba en un valle cada vez más angosto. Para cuando los enlaces de avanzada, que habían llegado a observar el terreno mucho más adelante, quisieron replegarse para evitar que las tropas terrestres siguieran esa dirección, fue tarde. Ocultos hontties disparaban misiles portátiles desde pequeños servidores que podían ser manejados por solo dos hombres.
Decenas de estelas blancas surgían del verde follaje y buscaban las siluetas que segundos antes los rastreadores de estructuras habían fijado en las memorias electrónicas de los mortíferos aparatos; los primeros enlaces cayeron convertidos en bolas de fuego, justo enfrente de los tiradores; otros un poco más lejos, cuando vacilaron sin comprender lo que ocurría. Para cuando los que formaban la retaguardia tomaron la iniciativa, los que habían infligido el daño estaban a cubierto en oportunas cuevas que recorrían las entrañas de las colinas dándoles salidas por distintos lugares de la selva.
Las fuerzas terrestres quisieron ganar terreno para batir con su artillería las laderas vacías y lo único que consiguieron fue estancarse peligrosamente en una zona perfecta para un golpe similar al dado a los enlaces.
Cuando el mando central recibió estas novedades retiró de las zonas críticas a las tropas y ordenó el movimiento con el que deberían haber abierto la campaña: bombardeos contra la periferia de los objetivos, cuya finalidad sería allanar el camino de las tropas terrestres.
En la nueva etapa que se iniciaba, los nativos pagarían el precio de la campaña.

NCS – Sulus, órbita exterior de Tud-Dommne.

Forzando al máximo el régimen de los potentes motores cuádruples que impulsaban al transporte, los técnicos y navegantes del capitán del Sulus lograron hacer entrar el navío en la primer órbita del sistema en un tiempo notable, en momentos en que una extraña quietud cubría la zona.
Manejándose con suma atención, los navegantes indicaban a los pilotos rutas cortas para recorrer, que hacían avanzar a la nave poco a poco a través del invadido sistema. Se suponía que iban a encontrar despliegue de naves, controles, hasta un ligero bloqueo de seguro; pero nada de eso ocurrió. La zona se hallaba en una extraña calma, al punto en qué casi no parecía real.
Alak, el capitán Zil Efam, Apoth y los oficiales primero y segundo de la nave rodeaban la mesa de situación prestando atención a los datos que el navegador central de a bordo reproducía en forma de imágenes. Los sistemas de rastreo barrían el entorno de la nave con sensores que recogían distinto tipo de información; esta información era procesada y distribuida, según resultados, a distintas áreas del control de la nave en el puente de mando. Una de esas áreas era la mesa, que convertía en imágenes lo que los sensores “veían” en el espacio reproduciendo un cuadro virtual de la situación real, a la vista de los analistas.
Allí estaba el “Sulus” navegando solo a través de un vasto vacío; no había nada a la vista ni dentro de los límites de alcance de los instrumentos.
- ¿Dónde están todos?- Se preguntó Smithsak en voz alta -  Deben estar al otro lado del sistema, entre ambos Gemelos - se volvió al primer oficial y le habló –. Lancen un par de RR y vean que hay más allá. Con cuidado; no queremos que nos encuentren y nos vuelen en pedazos, Primero.
- Sí, señor. A la orden.
- Segundo.
- ¿Señor?
- Ponga una guardia doble frente los controles de esos aparatos. Quiero información de primera mano y al instante.
- Sí, señor.
- Veremos con qué nos encontramos – dijo volviendo su atención a Smithsak y a Apoth al haberse marchado los otros.
- ¿Han interceptado comunicaciones?
- Nada relevante. Tráfico nada más. Deben haber llevado a cabo el desembarco hace ya rato.
- ¿Por qué no están aquí? - Volvió a preguntarse Smithsak como ausente -. ¿Por qué no cubrieron la zona?
- Porque no esperaban refuerzos ni evacuación. El ataque se debe haber realizado por total sorpresa.
- Lord Rivan olía algo. Había una anormal actitud de relajamiento en el seno del gobierno en Onseron.
- ¿Complot? – Inquirió Efam.
- No exactamente. Creo que mi padre se refería a luchas internas. Se estaba prestando mayor atención a disputas domésticas que a cuestiones de estado. Alguien debe haber susurrado alguna palabra en los oídos de los Oscuros.
- Siempre hay oídos dispuestos a escuchar – terció Apoth.
- Más de lo que te imaginas, amigo mío. ¿Cuáles son los pasos a seguir?- Preguntó clavando la vista en Efam.
El capitán le devolvió la mirada y meditó un momento, paseando la vista por la reproducción virtual del entorno del “Sulus”.
- Nos moveremos con cuidado. Trataremos de levantar toda la información que podamos. Si hay una avanzada sobre este lugar por parte del Imperio, seremos sus únicos ojos y oídos.
- Inteligencia.
- Exacto. Trataremos de recabar toda la información de inteligencia que podamos. Mientras tanto esperaremos instrucciones o decidiremos por nuestra cuenta si éstas no llegan. Pero no haremos nada que nos arriesgue o que ponga en peligro la seguridad de esta nave o su tripulación.
Smithsak y Apoth intercambiaron una fugaz mirada cómplice y sonrieron imperceptiblemente mientras el capitán hablaba mirando la reproducción virtual de su nave, ajeno a los planes de los otros dos.


Cuando los impulsores ubicados en el techo del enlace dejaron de silbar y comenzaron a enfriarse, las puertas laterales se despegaron de la estructura y bajaron como brazos hasta tocar tierra, haciendo las veces de rampas por donde los hombres de Smithsak bajaron para poner pie en Yenray.
Se desplegaron poniéndose a cubierto, mientras otros dos enlaces hacían lo mismo, escalonados, unos metros atrás. En segundos una pequeña fuerza de unos cuarenta hombres con Smithsak, Yast y Haffez a la cabeza, se había filtrado hasta el planeta de una forma atrevida, burlando la dispersa vigilancia de las Legiones, que habían puesto mayor atención en controlar lo que ocurría en Xsartys que en Tud-Dommne.
Los pilotos, usando los mandos de control en tierra, movieron los aparatos hasta ocultarlos debajo de grandes y frondosos árboles ubicados a los lados del espacio abierto en el que habían descendido. Los soldados de Smithsak se dispersaron por entre la vegetación,  adentrándose un poco en la espesura desde donde comenzaron a observar el entorno y a planificar los movimientos a seguir.
Cuando el capitán había comenzado a exponer su intención acerca de cómo manejarse en aquella situación, Smithsak ya tenía en claro que sus planes no coincidían con la visión de Efam; por esto, los juicios de Efam no amedrentaron a Smithsak en ningún momento. El joven comandante dejo seguir al capitán, mientras él se ocupaba de evaluar la información que le había conseguido Haffez; disponían de una fuerza efectiva, como para realizar una incursión moderada, de más o menos cien hombres; bien pertrechados, con dotaciones de armamento, munición y equipo perfectamente adecuado al tipo de movida que Alak quería llevar a cabo. Siete de los diez enlaces que el transporte llevaba en las bodegas estaban en condiciones de ser equipados con baterías de armas desmontables, las cuales servían tanto como apoyo a tropas terrestres como para ataques de cobertura y protección aérea. Todo esto dependía directamente de la pericia de los pilotos a cargo.
El equipo estándar que cada soldado llevaba era suficiente para el fin que se perseguía y los pertrechos que podían agruparse dotaban a esos cien hombres de una reserva más que suficiente. Por una cuestión de seguridad se optó por no usar el total de los elementos disponibles; aproximadamente la mitad tomaría parte en la acción que  Smithsak estaba planificando, en la cual él mismo llevaría el mando. La otra mitad del contingente, a cargo del capitán Apoth, quedaría estacionada en el transporte actuando como equipo de soporte del que descendiera. Si la cosa se ponía fea, los de reserva serían los encargados de ir en ayuda de los primeros.
Al momento en que Efam informó a Smithsak de la situación, éste ya tenía en marcha el curso de acción a seguir: se acercarían a Yenray todo lo posible, buscando una vía de aproximación liberada, y enviarían al planeta tres enlaces armados con la mitad de los hombres de que disponían. Buscarían  ver qué situación se desarrollaba en el lugar y tratarían de allanar el camino a una futura incursión del Imperio, que ya se estaría despachando, a fin de restaurar el orden alterado.
El grito de protesta que esgrimió Efam retumbó por todo el puente de mando y llegado el momento en que las voces del capitán y del comandante se hicieron ásperas a la tripulación, ambos y el séquito de Smithsak, se retiraron a la cámara privada del primero a terminar de discutir el asunto.
Las posturas eran claras: Efam no tenía ninguna otra intención más que quedarse como observador del conflicto hasta tanto alguien le comunicara un curso de acción a seguir. No comandaba una nave de combate, su navío era un transporte, simple y sencillo, dotado de algunos lujos en cuanto a tecnología y equipo, pero carecía en absoluto de armamento y protección de guerra aunque fuera para enfrentarse a una simple patrullera orbital. No iba a suicidarse internándose en medio de una zona plagada de destructores, acorazados y fragatas.
Smithsak sabía que a bordo del navío, él y sus hombres, como así también los soldados de los demás Lores, no eran de ninguna utilidad. Si su padre le había transmitido por vía del Oficial de Seguridad la necesidad de acercarse a Los Gemelos, era porque pretendía que se involucrara en el asunto, buscando saber hasta qué punto podía hacer algo al respecto. Tal vez contactaran una resistencia. Tal vez, podían ubicar el lugar donde el gabinete de gobierno se hubiese refugiado. Tal vez, el eje de la invasión se hubiese dirigido a alguno de los otros cinco planetas que conformaban la totalidad de las áreas que abarcaban ambos sistemas. Cualquier cosa menos quedarse allí a la espera de nada.
La discusión no avanzó mucho en los primeros tramos. El capitán invocó reiteradamente las normas de navegación y servicio vigentes, reguladas por el propio Parlamento, que marcaban muy claro que el transporte era su territorio y donde no recibía órdenes de nadie. Ni de alguien muy por encima de su autoridad fuera del navío.
A pesar de que el navío formaba parte de la flota personal de Lord Rivan, y de que Smithsak era comandante de parte de la misma, la ley  amparaba al capitán Efam en cuanto a que sus ordenes se emitían antes de partir de su base y nada podía cambiarlas a menos que la cadena de mando se rectificara por un hecho extraordinario, como parecía ser el que estaban sufriendo. Cuando Smithsak entendió que autoridad por autoridad sus argumentos perdían peso frente a la lógica clara del capitán, optó por abordar la discusión desde otro enfoque.
Él mismo había recibido órdenes cambiadas directamente de su superior absoluto, Lord Rivan (aquí desaparecían los parentescos), rectificando la consigna anterior, reunir y convocar a los Lores al viaje hacia T´Hur para el cónclave, para cumplir la actual que era dirigirse a Los Gemelos. Una vez allí, la lógica indicaba que haber recorrido semejante distancia solo para oficiar de observador era una empresa inútil. En el final de la discusión que no estaba llegando a ningún lado, se acordó hacer ciertas concesiones de ambas partes para alcanzar un punto de acuerdo gracias a la palabra mediadora de Haffez.
Efam accedía a que Smithsak desembarcara en Yenray, poniendo como condición que el grupo de apoyo quedara en alerta en el transporte y que éste, pudiera retirarse fuera de los límites del planeta en un punto donde estar a cubierto de cualquier ataque.
A cambio, Smithsak se comprometía a regresar al transporte una vez que hiciera una revisión in situ de la situación, y pudiera aportar datos o informaciones potables ante una eventual acción por parte del Imperio, o bien llevar colaboración de la Casa Smithsak a los habitantes de Tud-Dommne, según ordenes de su Señor, Lord Rivan.
Cuando se acordó cumplir con lo pactado, tras dar palabra de caballero entre las partes, las bodegas se llenaron de actividad y en poco tiempo los enlaces volaban hacia las tropicales tierras de Yenray.
Ahora, habían superado el tránsito por la zona de peligro que rodeaba el planeta, el “Sulus” estaba a buen resguardo a distancia de allí y Smithsak había logrado su cometido de echar pie en Yenray.
Agachado, semioculto tras un tronco caído, Smithsak observaba con atención todo el panorama por delante de sí. El terreno libre en el que habían descendido era una especie de cauce seco abierto entre dos vastas extensiones de selva que se perdían, una en dirección a una cadena de colinas y la otra hacia el lado que daba a las playas y el mar. El cauce, bien ancho en el lugar que se hallaban, venía desde varios kilómetros atrás y serpenteaba hacia delante, perdiéndose cuando torcía su rumbo a la izquierda, en dirección al agua.
- ¿Adónde llevará esta brecha?- Preguntó sin dirigirse a nadie.
- No me lo imagino - contestó Yast que apoyaba la espalda contra el mismo tronco que ocultaba a Smithsak y vigilaba las posiciones de los hombres que estaban en su retaguardia – Ni siquiera sé que pudo causarla.
- Pudo ser vía de tránsito de vehículos terrestres - aventuró Haffez un poco más allá, casi al borde de la protección del follaje. Se adelantó unos pasos y acarició el suave pasto mirando arriba y debajo de la senda – No hace mucho que se regeneró la vida vegetal. Aunque aún la selva no haya ganado terreno, no tardará mucho. Definitivamente usaban esto como referencia de circulación.
- Eso significa que debe llevar a algún lado.
- Eso creo.
- Bien. Es un buen lugar por el que empezar. Nkay, toma a tu grupo; sepáralo en dos y sigan la senda hacia delante, uno a cada lado del claro. Tahr, tú irás atrás cerrando la marcha. Lo mismo, dos grupos. No usen los equipos de comunicación, usaremos tu lenguaje de manos para hablarnos. La rutina usual ¿entendido? - Miró a uno y a otro y ambos asintieron.
- Pasen la voz de mimetizarse y luego den la orden de silencio de radio.
Haffez y Yast se ocuparon de cumplir con lo pedido. Smithsak chequeó su equipo y aguardó a que todo estuviera listo para iniciar la marcha, mientras pensaba.
No se habían cruzado con un solo Oscuro desde que llegaron a los confines del sistema. ¿Dónde estaban todos? Volvía a preguntarse una y otra vez. No les salió al paso una sola sección de naves de combate, que deberían haber estado patrullando al menos algunas zonas de entrada al sistema. No fueron interceptados en su transito interno hacia las órbitas interiores, a un paso de los planetas. Tampoco hallaron resistencia al filtrarse al interior y desembarcar como lo hicieron. Por último, lo más sorprendente, habían hecho pie en territorio ocupado sin encontrar un atisbo de vida ni movimiento.
Nada era lógico.
Cuando Smithsak quiso comprobar la marcha de los preparativos para empezar a moverse no vio a ninguno de sus hombres. Haffez, Yast y todos los otros que un instante antes estaban desparramados, tratando de no destacarse mucho contra el medio, habían desaparecido. No había rastro de ninguno de ellos.
Smithsak sonrió y se calzó el casco, echando hacia atrás la melena negra, y lo ajustó; acomodó el micrófono para tenerlo bien pegado a los labios como le gustaba usarlo. Acto seguido tecleó una botonera que llevaba adherida al antebrazo izquierdo, y al instante, la superficie de la armadura de combate que vestía pareció ser recorrida rápidamente por un líquido que cambiaba el color grisáceo de la misma por una gama de tonalidades idénticas a las del entorno. A medida que se movía, el mecanismo ajustaba el camuflaje copiando el color del lugar por el que pasaba. Él también desapareció de la vista y tuvo  que cubrirse la cara con el visor del casco para que los sistemas internos le permitieran distinguir a los ocultos guerreros que lo rodeaban.
Comenzaron a moverse.
Señaló a Yast, de pie a unos metros de distancia, y luego extendió el brazo hacia adelante, indicándole que abriera la marcha. Yast hizo señas a su grupo y, separándose como habían acordado, los hombres pasaron frente al comandante dispersándose a medida que ganaban terreno.
Le hizo la misma indicación a Haffez señalando la retaguardia y, a continuación, indicó a su propio grupo dividirse en dos y penetrar en las zonas más resguardadas, a ambos lados de la brecha. Cuando pudo comprobar que todo el mundo estaba en su lugar transmitió, a través de la cadena preestablecida de hombre a hombre, la orden de avanzar y el grupo se puso en movimiento.






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