sábado, 7 de abril de 2012

Cuentos del Autor / Ella y La Luna...


Ella y La Luna Sobre Bourbon Street


“Espero quieta bajo la luz de la luna y las luces. Ellos pasan anónimos y desprevenidos ¿y si supieran que jamás verán mi rostro durante el día?...”

Estela tiene un halo de misterio que la envuelve y la sigue, como si fragmentos de la tela más delicada y fina flotaran alrededor de ella. Es esbelta, de piel pálida y labios carnosos, pintados de un delicado y llamativo carmesí. Su cabello es negro como la noche, y no gracias a aditivos sintéticos, y enmarca un fino rostro de grandes ojos grises. Estela camina por Av. Santa Fe, tarde, de noche, en viernes. Fuma con delicadeza y sensualidad y mira vidrieras mientras camina despreocupada. Sabe de las miradas que le cruzan, pero ella no las corresponde. Tiene pechos pequeños y firmes Estela; parecen dos gotas de agua. Las manos delgadas, los dedos finos, las piernas bien torneadas y firmes. Estela es alta, más que la media para una mujer, y tiene una apostura señorial. Estela vive sola; se mueve sola; duerme sola. Pero no se acuesta sola.
Enfundada en su catsuit arrastra miradas de hombres y mujeres. El largo impermeable de legítimo cuero negro baila con la brisa y juega a mostrarla… ahora sí… ahora no. Su figura se recorta por partes para deleite de los que la cruzan; como si verla toda entera fuese una maldición, una pena que se paga caro.
Busca a su hombre Estela. Vaga con la esperanza de hallarlo algún día. Se para en una esquina y observa el resplandor de la luna contra las cúpulas de los edificios de estilo frances; sueña con ver un movimiento, una figura recortada a contraluz. Y una vez más no hay nada.
Baja la vista y sigue su camino, Estela.

“Hace tiempo me convertí en lo que soy. Caí en ello siendo joven e inocente.
Condenada a vagar bajo la luz de la luna, tengo la mirada de la cortesana y las manos del sacerdote ¿Por qué amo lo que destruyo y destruyo lo que amo?

Derrocha sensualidad y elegancia Estela. Puede elegir que hacer cada noche; de hecho recorre la ciudad deteniéndose en diferentes fiestas a las que la invitan. Fiestas de alto nivel, veladas de gente bien. Le agrada lo delicado y admira la inteligencia; no seduce ni se deja seducir por quien no es inteligente. Y el término “inteligente” involucra muchos otros términos en su particular, extenso, vocabulario. Estela elige a sus hombres de una manera muy especial. También a sus mujeres. Pero con éstas no es tan complicado. La ley de atracción de iguales funciona mucho mejor entre mujeres que entre hombres y mujeres. A las mujeres las elige por su recato; por esa sutil manera de hacerse notar, sin llamar la atención. Le agrada el cruce de miradas discreto, un acercamiento casual, beber una copa al ritmo de una conversación interesante. Estela prefiere hablar de arte o viajes, con preferencia hechos por Europa. Domina varios idiomas Estela.
Con los hombres, ellos no pueden no hacerse notar, es diferente. Pierde un poco de ese recato femenino. Les frena el envión cuando arrancan impetuosos y si no lo saben comprender, ahí mismo detiene el avance. Mide los tiempos; y si su compañero es paciente y sabe llevar el juego, ahí van juntos a la aventura. Si no, no. Reconozco que tuve que ser fuerte cuando la encontré parada en la esquina de Santa Fe y Callao. A pesar de haberla visto y observado interminables noches desde afuera de su ventana, de conocerla hasta en íntimos detalles, de verla con la mirada perdida buscando algún desconocido consuelo, tuve que pensarlo dos veces antes de ir en su búsqueda.

“No sirvió de mucho nacer en cuna de oro; una familia aristocrática, de buen nombre… Recorrer el mundo, los mejores colegios… Solo para terminar rogando a Dios en lo alto a la vez que lo niego… Soy lo que soy y ¿debo pagar por ello?”

Cruzó Callao y siguió por Santa Fe calle arriba. Caminó hasta un pub y se perdió en el ruido del interior, atestado y de atmósfera densa. Llegué justo cuando alguien le encendía otro cigarrillo. Estela se irguió, echó la cabeza hacia atrás y extendió su delicada  mano de largos dedos para tomarlo y separarlo de su boca suavemente. Sopló hacia arriba y una columna de humo azulado salió de entre sus labios, como si un espíritu la abandonara. Como si un efectivo conjuro hubiese hecho salir de su interior a la esencia que la llenaba.
Le eché al hombre una mirada fugaz y supe que tendría una oportunidad. Parecía saber moverse. Algo en su forma de tratarse me hizo pensar que se conocían. No; era poco probable. Estela se hallaba cómoda.  La forma en que se reía y movía la cabeza, balanceando el cabello lacio que iba y venia con gracia. Hablaba con entusiasmo; sacudía la ceniza en un cenicero con un elegante golpe de índice; se pasaba los dedos peinándose, abría los ojos sorprendida por un comentario. A él no se lo podía ver bien ahora, estaba de espaldas. Me quedé mirando mientras tomaba algo para justificar la estancia.
Salió sola Estela cuando no había pasado largo rato. Su mirada llevaba algo de rabia, cosa no habitual en ella. Por algún motivo el hombre estaba adentro y ella allí afuera. No había sido una buena elección.
Justo detrás de mí alguien salió y la llamó cuando ya me había sacado media cuadra de ventaja. Usé el celular como excusa para tomar distancia y observar.
Saludo. Charla cordial pero distante. La chica insiste y Estela niega con estilo. “No hoy. Otro día tal vez” y se aleja con el mismo paso elástico, elegante, que la trajo hasta allí. Y yo vuelvo a ponerme en marcha a la saga. Se la ve tan bella que casi debo obligarme a recordar lo debo hacer. El no sonido de sus pasos me devuelve a la realidad y me hace estar alerta. Su pelo vuela detrás de ella igual que los faldones de su largo saco. Puedo percibir su perfume desde aquí. Y cuando me doy cuenta de eso, algo cambia de golpe. No debería ser así.
Estela se detiene en seco y se vuelve para mirarme. No tengo donde esconderme. Solo atino a devolverle la mirada, clavado allí en medio de la calle.
Estela retoma el paso, serena, y vuelve al movimiento de Santa Fe. Pareciera que me da opción a alcanzarla. Al sumarnos a la corriente de gente que arrastra, quedo por un segundo frente al gran espejo de una vidriera y me observo. Mi cara, de mandíbula ancha, cuadrada, piel clara, ojos azules y nariz gruesa, me devuelve la mirada y certifica mi sospecha. Vestido también de negro, he atraído su atención. Lo siguiente en lo que repara es en mis rasgos europeos; mi altura también me delata como extraño de estas tierras. Busco una librería atestada de ejemplares de temas diversos y me entretengo a hojear “15th Century Paintings” de Rose-Marie y Rainer Hagen. De repente está parada a mi lado.
Muy buena elección, me dice en perfecto alemán. La observo curioso. Está tan cerca que su perfume se entremezcla con el leve aroma del tabaco de los cigarrillos que le vi fumar. Como me quedo callado unos segundos, me interroga en holandés. Pregunta si se equivocó en la observación o el idioma. En ninguna, contesto sonriendo. Y agrego que debemos ser especiales para vernos entre la multitud.
Puede ser, dice ella, simpática pero formal.
“Jared de Alemania” Digo extendiendo la mano. “Estela de Argentina”.
Estela empieza a dirigir la charla por carriles de prueba, testeando conocimientos y haciendo un tour virtual por algunos lugares de Alemania para luego pasar a Polonia y demostrar que es una experta en territorio antiguo rumano y yugoslavo. Casi nada de eso existe ya, pero a ella le gusta recordarlo así. Pasamos de pintura a edificaciones, de música a ballet y de ballet a ópera. Exploramos un poco de literatura, desde algo divertido hasta curiosas e interesantes teorías de programación neurolingüística.
Pasamos a un café donde la charla se hizo más intimista y ella me mintió descaradamente acerca de un pasado inexistente. Debo reconocer que en un punto unió cosas de su verdadera historia con las de su personaje. A un momento de la noche, comenzó a sacar las primeras armas de seducción de su arsenal. Por lo visto había yo aprobado el nivel de iniciación. El hombre del pub quedará en deuda conmigo de por vida  y nunca va a saberlo.
Estela apronta un cigarrillo insinuando esperar mi respuesta.
Sin perder el hilo de lo que hablo se lo enciendo como un acto natural, cási distraído. Me pregunta si no fumo. Le respondo que no, pero siempre llevo encendedor por una ocasión como esta. Se sonrie e inmediatamente me pregunta si me molesta. En absoluto. Me agrada ver como le sienta el fumar, le da un halo de magnetismo sexual irresistible.
Sonrie y me observa. Sin dejar de mirarme fijo se lleva el cigarrillo a los labios. Lo marca con la pintura, aprisionándolo, aspirando una bocanada de humo que un segundo después sale hacia arriba entre un mohín.
Dejamos correr un rato más de intimidad cada vez más sensual. Estela hace bien su trabajo, yo hago bien el mío.   Nos retiramos del lugar con dos rondas de café y una botella de champagne encima. Una salvaje excitación comienza a sobrevolarnos de manera sutil. Me sorprende volviéndose de repente camino a la puerta, obligándome a pegarme a ella. Deja que mis brazos la rodeen dentro del abrigo recién puesto y me invita a recorrer su espalda desnuda, de nuca a cóccix. No lleva nada debajo del catsuit y se divierte con mi reacción. Me regala un beso rápido. Su boca se siente fría y sus labios confunden el rojo fuego de su color con el azul hielo de su piel. Está empezando a cambiar.
Su excitación comienza a transformarla. Me habla al oído. Me provoca. Promete placer, locura y lujuria. Ya no es la distante y lánguida mujer joven que flotaba por Avenida Santa Fe. Se convierte en una mujer felina que me arrastra, ahora soy su presa indefensa.
Estela no corre riesgos. Es mi hotel o su casa, y elige su casa. Me obliga a elegir su casa. Y no vacila en usar los métodos que sean necesarios.
Los ojos de Estela se agrandan y su piel adquiere un color diferente. Apenas puede contener la progresión de su deseo. Algo la empuja fuera de sí. Una vez más debo reconocer que, pese a toda mi formación, el esfuerzo que hago para mantenerme controlado es enorme. Es casi imposible sostener el embate de sensualidad, de descarada lujuria, de abierta insinuación que esta mujer ejerce sobre uno.
La ropa comienza a caer en la misma sala de entrada del petit hotel de Recoleta donde Estela vive. La luz de la luna filtra por enormes ventanales cubiertos por dos cortinados, uno fino de algún delicado hilo blanco que no llego a distinguir. El otro, denso, pesado, oscuro. Terciopelo doble color borravino, opaco. Imposible que el sol entre allí. Al llegar a la escalera veo que las únicas manchas oscuras de su cuerpo están a la altura de los pechos, redondos, pequeños, tersos. El resto es una lozanía casi irreal, todo curvas y firmezas. Me urge a ir dentro suyo allí sin más y yo estoy listo. Me tomo entonces un momento para pensar y recuerdo. Hace unos cuarenta años que conozco a Estela. La he visto en diferentes grabados, pinturas, bajorrelieves, pergaminos y documentos; escritos, pintados y tallados a lo largo de los últimos tres siglos. Sting le dedicó “Luna Sobre Bourbon Street”, creyendo que era una leyenda. Me han enseñado a observarla, a seguirla y a vigilarla hasta que mis maestros estuvieron seguros de que no fallaría en mi tarea.
El cuchillo brilló a la luz de la luna. Saltó hacia delante desde el mecanismo que lo contenía, atado al brazo, y le atravesó el corazón, luego de penetrarla desde el plexo. Sus ojos se agrandaron, pero ya no de placer. Su piel se había tornado pálida y fría, sus labios eran de hielo y los colmillos sobresalían diez centímetros de su boca, aún sensual. No emitió sonido; hasta me pareció ver una mirada de agradecimiento, una semblanza de paz en su rostro lívido y condenado siglos atrás.
Deslicé fuera de su cuerpo la lámina de plata pulida y lo observé por última vez, bello y excitante, antes de que empezara a descomponerse. Un pequeño lujo que pude darme por haber sabido resistir el mortal encanto que Estela despertaba en los desdichados humanos que cazaba para vivir.

1 comentario:

  1. Termino de leer el cuento me pareció buenísimo no solo por tu detallada y minuciosa narración en cuanto a los detalles de cada personaje y lugar, sino por mantener la intriga de saber quien era Estela, el desenlace me sorprendió, y eso me gusta ya que desvaneció lo que supuestamente yo daba por hecho. Bien Marce te felicito y te confiezo que me hizo investigar sobre Bourbon Street, lo cual me encantó.- Besos, Azu

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