lunes, 2 de abril de 2012

Novelas del Autor / Crónicas...


Capítulo 5


Saurise

T´Hur recibió el primer ataque justo en el momento en que el enlace de contacto con Ayles se cortaba. Los aviones, prácticamente indetectables para los sistemas automáticos de defensa, llevaron a cabo su tarea con precisión y efectividad, anulando toda posibilidad de coordinación y ordenamiento de una defensa organizada. Los centros de comunicación fueron atacados con prioridad como habían hecho en Ayles; una vez completada esa parte de la misión, los aviones se concentraron en bases de cañoneras y sistemas de defensa automáticos, que pondrían en peligro el futuro desembarco de tropas.
Una vez radiado el aviso de que la primer oleada había quebrado el cerco defensivo del sistema y lo había golpeado seriamente, los transportes de infantería fueron despachados desde los navíos de despliegue rápido, escoltados por cazas de combate que se harían cargo de proteger en el espacio a la fuerza de desembarco.
Los transportes, de estructuras  anchas y poca altura, largos e impulsados por poderosos motores, ganaron la órbita de T´Hur con facilidad y penetraron apenas la atmósfera, lo justo para permitir la salida de los contingentes que harían pie en el planeta. Las gigantescas puertas en su cubierta superior se abrieron como una caja que despliega sus lados, permitiendo que las lanchas de desembarco ganaran distancia veloces, al tiempo que desde compuertas retráctiles en su panza, grupos de enlaces artillados se apuraban por preceder a las lanchas para protegerlas en su descenso a la superficie y luego cubrir el despliegue de la infantería por el terreno.
El espectáculo era aterrador. El avance avasallante de las Legiones Oscuras paralizaba a cualquiera. Las fuerzas de defensa a cargo de Lord Rivan y los otros Lores no atinaron ni siquiera a trepar a sus propios aparatos; la mayoría de las bases quedaron inutilizadas y los aviones destruidos en tierra, sin un solo combate aéreo, por medio de la acción de los bombarderos y cazas de ataque que despegaron de los portanaves.
Enormes aparatos de cuerpos alargados y gran envergadura alar, pintados de color negro, para ser imposibles de ver en vuelo por el espacio, habían llegado cerca del planeta y saturaron la superficie regando artefactos de explosión controlada que inutilizaron bases de despliegue y espacio puertos desde donde algún navío hubiese podido levantar vuelo. Los cazas se ocuparon de penetrar la atmósfera y controlar que la supremacía del espacio aéreo les perteneciera. Patrullaron los cielos de las indefensas comarcas como apoyo suplementario al desembarco de la infantería que encontró el primer foco de resistencia importante en las tropas de tierra thurenses.
Impedidos de presentar batalla en las dos zonas defensivas previas (la atmósfera y el espacio), los thurenses no tuvieron más opción que entrar en combate de la forma más compleja y menos común por aquellos tiempos: en zona y cuerpo a cuerpo, donde los ejércitos avanzaban y retrocedían disputando cada palmo de terreno, generando una situación de campaña tensa y sangrienta. La muerte se regó así por las planicies y las colinas del planeta verde azulado; sus ciudades fueron destruidas una a una, las tierras se rasgaron con las marcas de centenares de trenes de aterrizaje que depositaban más y más invasores que avanzaban con furia y violencia.  Pocos instantes después de las primeras explosiones, los principales centros de actividad de los dos planetas eran un caos de destrucción, muerte, ruinas e incendios.
Los batallones de infantería se hallaban en pleno avance cuando el comando central de la fuerza ordenó poner en marcha la fase final del ataque. El combate estaba entrando en un lento pero progresivo equilibrio a favor de los nativos, luego de la brutal avanzada invasora; era un hecho que en todo movimiento de asalto, se daba un período previo a la caída definitiva en el cual las fuerzas atacadas parecían hacer pie en la defensa, asegurando posiciones y parando en seco el avance enemigo. La ilusión venía dada a través de una lógica reacción posterior a la sorpresiva parálisis que provocaba un ataque conjunto, como el que se había llevado a cabo en Saurise.
En esos momentos nadie avanzaba ni retrocedía, aunque los combates se libraban de manera feroz y sin treguas. Un tercer contingente de naves se desprendió de las entrañas de los navíos más grandes que componían la flota y avanzó hasta estacionarse en los estratos superiores de la atmósfera. Se fijaron en órbitas geoestacionarias y adquirieron blancos específicos sobre los cuales hacer fuego a su tiempo. La estrategia apuntaba a ablandar las posiciones de resistencia enemigas, facilitando así el avance de la invasión acorazada que marcaría el inicio del fin de la campaña.


Tud-Dommne

La táctica a aplicar en los gemelos era básicamente la misma que en Saurise, al menos en la teoría. En la práctica, los responsables de las órdenes en el lugar eran los comandantes de escuadrones, dirigidos por los miembros que rodeaban al comandante de la fuerza de tareas, un contralmirante de raza brosa cuya capacidad analítica lo ponía unos escalones por debajo de un ordenador de a bordo. En la mayoría de los casos, esta cualidad era la carta de triunfo cuando se enfrentaba a situaciones de una linealidad lógica, pero en éste, al enfrentarse con un pueblo que no se atenía a los mismos convencionalismos de raciocinio y pensamiento, esa característica fue lo que le jugó una mala pasada  poniendo en peligro toda la operación.
Debido a que ninguno de los dos sistemas contaba con un despliegue importante de fuerzas que pudiera hacerle frente, el contraalmirante Dudde ordenó que, a diferencia de lo llevado a cabo en Saurise, se obviara la incursión de vuelos de bombardeos de saturación y se apuntara a interceptar las comunicaciones y a desplegar rápidamente unidades de infantería apoyadas por fuego de enlaces y fuerzas acorazadas.
La flota no bloqueó los sistemas para evitar movimientos de circulación por la periferia, se estacionó equidistante de ambos y dispuso una formación que le permitiera controlar lo que ocurría en ambos lugares a la vez. Esta decisión determinó que grandes espacios quedaran fuera del control de la flota.
Para cuando Dudde ordenó la primera avanzada, fragatas misilísticas hontties se habían agrupado cerca de la superficie de Yenray, el primer planeta del sistema y del que más cerca se estacionara la flota, y le salieron al cruce a los navíos de desembarco descargando potentes baterías de misiles a corta distancia que no erraron un solo blanco. En la primer movida la flota perdió casi la mitad de su fuerza de desembarco.
Las fragatas se retiraron a una órbita más baja, quedando bajo la protección de dos escuadrones de combate, y se encargaron de atacar y destruir a los enlaces artillados, fuertemente armados pero sin la velocidad ni el blindaje para hacer frente a un avión de caza en una refriega mano a mano. El resultado dio ventaja a los nativos, asestando una primer derrota fatal a los invasores. La segunda sería aún más importante.
 Una nueva oleada de navíos de desembarco se preparó para descender sobre los planetas, pero esta vez a cubierto de las descargas de destructores que abrieron una brecha segura por la cual volar. Los enormes cañones disparaban cargas que recorrían la distancia entre la flota y la superficie de los planetas de forma casi instantánea; a veces estallaban a cierta altura sobre la atmósfera y eran interceptados por disparos antiaéreos provenientes de las defensas. Otras perforaban la invisible membrana de vida y daban de lleno en la delicada superficie causando estragos  en su fisonomía; de cualquier manera el objetivo estaba asegurado: nada podía impedir que la fuerza de desembarco pusiera pie en tierra.
Los primeros contingentes tuvieron cuidado de aterrizar lejos de los centros poblados, en espacios vírgenes y abiertos donde posibles emboscadas no pudiesen ser llevadas a cabo. Los infantes no abrirían la avanzada precediendo a las tropas acorazadas, lo harían juntos, evitando encontrarse con nuevas sorpresas y el paso que llevarían sería arrollador; no estaban dispuestos a sufrir un revés similar por segunda vez.
Los enlaces artillados avanzaban por el terreno sobre los objetivos asegurando posiciones que luego eran ocupadas por los tanques, las baterías móviles y la infantería. Se iban fijando puestos de retaguardia que aseguraban la posesión del lugar una vez tomado; una vez más, el confiar a pie juntillas en la teoría de la guerra generó lo que los estrategas llaman “imponderables.”
La libertad de vida de los hontties se hallaba reafirmada en casi quinientos ciclos planetarios de historia, en los cuales varios pueblos y culturas foráneas quisieron someterlos y no lo lograron; curiosamente, cada vez que tuvieron que enfrentar una situación cómo esta lo hicieron de la misma forma y ninguno de sus adversarios se tomó el trabajo de leer la historia. Los hontties jamas resistieron una invasión, la dejaron venir y, una vez establecida, la combatieron desde adentro, en su propia tierra, en su propio territorio, llevando al invasor a lugares que los extranjeros desconocían, a particularidades con las que jamás habían lidiado, desde el clima hasta la geografía cambiante de la selva, o depredadores salvajes que acechaban ocultos y pueblos marginales que sobrevivían en las entrañas de cerradas concentraciones vegetales, aislados de cualquier contacto con otros seres.
En cuanto las Tropas Oscuras pusieron pie en las bellas zonas selváticas que trepaban por altas y sinuosas colinas muy cerca de los confines de los territorios urbanizados, la lucha volvió a equilibrarse.
Los soldados infundían miedo con su sola presencia. Todos, sin excepción, poseían una gran contextura física y una estatura importante. Se creía que eran mejorados genéticamente a partir de ciertos experimentos que no acababan de confirmarse. Iban ataviados con uniformes que parecían diseñados por la misma Maldad Personificada, sin distinguir en qué Cuerpo o División revistiesen servicio. Llevaban sobre el cuerpo, de pies  a cuello, una tipo de cota de malla blanca, hecha de un entramado de fibras sintéticas delgado y liviano, resistente a pequeños daños típicos de la misión de un soldado de infantería; sobre esta se colocaban corazas blindadas de color rojo que protegían pantorrillas, antebrazos, codos, torso y hombros. De las manos al cuello, los brazos se enfundaban en una caparazón retráctil de pliegues dorados que los hacían ver amenazadores y diabólicos, pero también engañosamente vistosos y llamativos.
La cabeza iba cubierta con una capucha negra (curiosamente desistían de llevar cascos protectores) que contenía equipos de visión mejorada, circuitos de aire para ser usados como apoyo de situación y elementos de comunicación y telemetría. Del cinturón principal colgaban diversos contenedores de equipo, el arma de puño y un elemento tubular para llevar explosivos en formas de pequeñas bolas de material negro, metálico. En la espalda, un dispositivo adosado a la coraza contenía un fusil de asalto compacto, que se complementaba con equipo suplementario alojado en un cinturón más pequeño, ajustado a su muslo izquierdo.
Un cobertor, también dorado, corría de lado a lado de la mandíbula, extendiéndose hacia arriba, por detrás de las orejas, terminado en punta por encima de la cabeza. Se desconocía el sentido de éste adminículo.
A medida que las Tropas Oscuras avanzaban ganando terreno y reagrupándose,  los hontties coordinaban los usuales planes de resistencia que comúnmente ponían en practica en situaciones como esas; se retiraban de lugares abiertos donde la supremacía de las fuerzas acorazadas era indiscutible y esperaban al acecho en las zonas selváticas y de mayor vegetación, donde aquellas no podían ingresar. Habían formado un cerrojo dividido en dos sectores, a una distancia considerable de la ciudad sobre la que marchaban los Oscuros, en las laderas de las colinas; al pie de las mismas un sendero, que traía el tráfico terrestre desde las llanuras afuera de los anillos urbanos, se iba cerrando imperceptible a medida que se adentraba en un valle cada vez más angosto. Para cuando los enlaces de avanzada, que habían llegado a observar el terreno mucho más adelante, quisieron replegarse para evitar que las tropas terrestres siguieran esa dirección, fue tarde. Ocultos hontties disparaban misiles portátiles desde pequeños servidores que podían ser manejados por solo dos hombres.
Decenas de estelas blancas surgían del verde follaje y buscaban las siluetas que segundos antes los rastreadores de estructuras habían fijado en las memorias electrónicas de los mortíferos aparatos; los primeros enlaces cayeron convertidos en bolas de fuego, justo enfrente de los tiradores; otros un poco más lejos, cuando vacilaron sin comprender lo que ocurría. Para cuando los que formaban la retaguardia tomaron la iniciativa, los que habían infligido el daño estaban a cubierto en oportunas cuevas que recorrían las entrañas de las colinas dándoles salidas por distintos lugares de la selva.
Las fuerzas terrestres quisieron ganar terreno para batir con su artillería las laderas vacías y lo único que consiguieron fue estancarse peligrosamente en una zona perfecta para un golpe similar al dado a los enlaces.
Cuando el mando central recibió estas novedades retiró de las zonas críticas a las tropas y ordenó el movimiento con el que deberían haber abierto la campaña: bombardeos contra la periferia de los objetivos, cuya finalidad sería allanar el camino de las tropas terrestres.
En la nueva etapa que se iniciaba, los nativos pagarían el precio de la campaña.

NCS – Sulus, órbita exterior de Tud-Dommne.

Forzando al máximo el régimen de los potentes motores cuádruples que impulsaban al transporte, los técnicos y navegantes del capitán del Sulus lograron hacer entrar el navío en la primer órbita del sistema en un tiempo notable, en momentos en que una extraña quietud cubría la zona.
Manejándose con suma atención, los navegantes indicaban a los pilotos rutas cortas para recorrer, que hacían avanzar a la nave poco a poco a través del invadido sistema. Se suponía que iban a encontrar despliegue de naves, controles, hasta un ligero bloqueo de seguro; pero nada de eso ocurrió. La zona se hallaba en una extraña calma, al punto en qué casi no parecía real.
Alak, el capitán Zil Efam, Apoth y los oficiales primero y segundo de la nave rodeaban la mesa de situación prestando atención a los datos que el navegador central de a bordo reproducía en forma de imágenes. Los sistemas de rastreo barrían el entorno de la nave con sensores que recogían distinto tipo de información; esta información era procesada y distribuida, según resultados, a distintas áreas del control de la nave en el puente de mando. Una de esas áreas era la mesa, que convertía en imágenes lo que los sensores “veían” en el espacio reproduciendo un cuadro virtual de la situación real, a la vista de los analistas.
Allí estaba el “Sulus” navegando solo a través de un vasto vacío; no había nada a la vista ni dentro de los límites de alcance de los instrumentos.
- ¿Dónde están todos?- Se preguntó Smithsak en voz alta -  Deben estar al otro lado del sistema, entre ambos Gemelos - se volvió al primer oficial y le habló –. Lancen un par de RR y vean que hay más allá. Con cuidado; no queremos que nos encuentren y nos vuelen en pedazos, Primero.
- Sí, señor. A la orden.
- Segundo.
- ¿Señor?
- Ponga una guardia doble frente los controles de esos aparatos. Quiero información de primera mano y al instante.
- Sí, señor.
- Veremos con qué nos encontramos – dijo volviendo su atención a Smithsak y a Apoth al haberse marchado los otros.
- ¿Han interceptado comunicaciones?
- Nada relevante. Tráfico nada más. Deben haber llevado a cabo el desembarco hace ya rato.
- ¿Por qué no están aquí? - Volvió a preguntarse Smithsak como ausente -. ¿Por qué no cubrieron la zona?
- Porque no esperaban refuerzos ni evacuación. El ataque se debe haber realizado por total sorpresa.
- Lord Rivan olía algo. Había una anormal actitud de relajamiento en el seno del gobierno en Onseron.
- ¿Complot? – Inquirió Efam.
- No exactamente. Creo que mi padre se refería a luchas internas. Se estaba prestando mayor atención a disputas domésticas que a cuestiones de estado. Alguien debe haber susurrado alguna palabra en los oídos de los Oscuros.
- Siempre hay oídos dispuestos a escuchar – terció Apoth.
- Más de lo que te imaginas, amigo mío. ¿Cuáles son los pasos a seguir?- Preguntó clavando la vista en Efam.
El capitán le devolvió la mirada y meditó un momento, paseando la vista por la reproducción virtual del entorno del “Sulus”.
- Nos moveremos con cuidado. Trataremos de levantar toda la información que podamos. Si hay una avanzada sobre este lugar por parte del Imperio, seremos sus únicos ojos y oídos.
- Inteligencia.
- Exacto. Trataremos de recabar toda la información de inteligencia que podamos. Mientras tanto esperaremos instrucciones o decidiremos por nuestra cuenta si éstas no llegan. Pero no haremos nada que nos arriesgue o que ponga en peligro la seguridad de esta nave o su tripulación.
Smithsak y Apoth intercambiaron una fugaz mirada cómplice y sonrieron imperceptiblemente mientras el capitán hablaba mirando la reproducción virtual de su nave, ajeno a los planes de los otros dos.


Cuando los impulsores ubicados en el techo del enlace dejaron de silbar y comenzaron a enfriarse, las puertas laterales se despegaron de la estructura y bajaron como brazos hasta tocar tierra, haciendo las veces de rampas por donde los hombres de Smithsak bajaron para poner pie en Yenray.
Se desplegaron poniéndose a cubierto, mientras otros dos enlaces hacían lo mismo, escalonados, unos metros atrás. En segundos una pequeña fuerza de unos cuarenta hombres con Smithsak, Yast y Haffez a la cabeza, se había filtrado hasta el planeta de una forma atrevida, burlando la dispersa vigilancia de las Legiones, que habían puesto mayor atención en controlar lo que ocurría en Xsartys que en Tud-Dommne.
Los pilotos, usando los mandos de control en tierra, movieron los aparatos hasta ocultarlos debajo de grandes y frondosos árboles ubicados a los lados del espacio abierto en el que habían descendido. Los soldados de Smithsak se dispersaron por entre la vegetación,  adentrándose un poco en la espesura desde donde comenzaron a observar el entorno y a planificar los movimientos a seguir.
Cuando el capitán había comenzado a exponer su intención acerca de cómo manejarse en aquella situación, Smithsak ya tenía en claro que sus planes no coincidían con la visión de Efam; por esto, los juicios de Efam no amedrentaron a Smithsak en ningún momento. El joven comandante dejo seguir al capitán, mientras él se ocupaba de evaluar la información que le había conseguido Haffez; disponían de una fuerza efectiva, como para realizar una incursión moderada, de más o menos cien hombres; bien pertrechados, con dotaciones de armamento, munición y equipo perfectamente adecuado al tipo de movida que Alak quería llevar a cabo. Siete de los diez enlaces que el transporte llevaba en las bodegas estaban en condiciones de ser equipados con baterías de armas desmontables, las cuales servían tanto como apoyo a tropas terrestres como para ataques de cobertura y protección aérea. Todo esto dependía directamente de la pericia de los pilotos a cargo.
El equipo estándar que cada soldado llevaba era suficiente para el fin que se perseguía y los pertrechos que podían agruparse dotaban a esos cien hombres de una reserva más que suficiente. Por una cuestión de seguridad se optó por no usar el total de los elementos disponibles; aproximadamente la mitad tomaría parte en la acción que  Smithsak estaba planificando, en la cual él mismo llevaría el mando. La otra mitad del contingente, a cargo del capitán Apoth, quedaría estacionada en el transporte actuando como equipo de soporte del que descendiera. Si la cosa se ponía fea, los de reserva serían los encargados de ir en ayuda de los primeros.
Al momento en que Efam informó a Smithsak de la situación, éste ya tenía en marcha el curso de acción a seguir: se acercarían a Yenray todo lo posible, buscando una vía de aproximación liberada, y enviarían al planeta tres enlaces armados con la mitad de los hombres de que disponían. Buscarían  ver qué situación se desarrollaba en el lugar y tratarían de allanar el camino a una futura incursión del Imperio, que ya se estaría despachando, a fin de restaurar el orden alterado.
El grito de protesta que esgrimió Efam retumbó por todo el puente de mando y llegado el momento en que las voces del capitán y del comandante se hicieron ásperas a la tripulación, ambos y el séquito de Smithsak, se retiraron a la cámara privada del primero a terminar de discutir el asunto.
Las posturas eran claras: Efam no tenía ninguna otra intención más que quedarse como observador del conflicto hasta tanto alguien le comunicara un curso de acción a seguir. No comandaba una nave de combate, su navío era un transporte, simple y sencillo, dotado de algunos lujos en cuanto a tecnología y equipo, pero carecía en absoluto de armamento y protección de guerra aunque fuera para enfrentarse a una simple patrullera orbital. No iba a suicidarse internándose en medio de una zona plagada de destructores, acorazados y fragatas.
Smithsak sabía que a bordo del navío, él y sus hombres, como así también los soldados de los demás Lores, no eran de ninguna utilidad. Si su padre le había transmitido por vía del Oficial de Seguridad la necesidad de acercarse a Los Gemelos, era porque pretendía que se involucrara en el asunto, buscando saber hasta qué punto podía hacer algo al respecto. Tal vez contactaran una resistencia. Tal vez, podían ubicar el lugar donde el gabinete de gobierno se hubiese refugiado. Tal vez, el eje de la invasión se hubiese dirigido a alguno de los otros cinco planetas que conformaban la totalidad de las áreas que abarcaban ambos sistemas. Cualquier cosa menos quedarse allí a la espera de nada.
La discusión no avanzó mucho en los primeros tramos. El capitán invocó reiteradamente las normas de navegación y servicio vigentes, reguladas por el propio Parlamento, que marcaban muy claro que el transporte era su territorio y donde no recibía órdenes de nadie. Ni de alguien muy por encima de su autoridad fuera del navío.
A pesar de que el navío formaba parte de la flota personal de Lord Rivan, y de que Smithsak era comandante de parte de la misma, la ley  amparaba al capitán Efam en cuanto a que sus ordenes se emitían antes de partir de su base y nada podía cambiarlas a menos que la cadena de mando se rectificara por un hecho extraordinario, como parecía ser el que estaban sufriendo. Cuando Smithsak entendió que autoridad por autoridad sus argumentos perdían peso frente a la lógica clara del capitán, optó por abordar la discusión desde otro enfoque.
Él mismo había recibido órdenes cambiadas directamente de su superior absoluto, Lord Rivan (aquí desaparecían los parentescos), rectificando la consigna anterior, reunir y convocar a los Lores al viaje hacia T´Hur para el cónclave, para cumplir la actual que era dirigirse a Los Gemelos. Una vez allí, la lógica indicaba que haber recorrido semejante distancia solo para oficiar de observador era una empresa inútil. En el final de la discusión que no estaba llegando a ningún lado, se acordó hacer ciertas concesiones de ambas partes para alcanzar un punto de acuerdo gracias a la palabra mediadora de Haffez.
Efam accedía a que Smithsak desembarcara en Yenray, poniendo como condición que el grupo de apoyo quedara en alerta en el transporte y que éste, pudiera retirarse fuera de los límites del planeta en un punto donde estar a cubierto de cualquier ataque.
A cambio, Smithsak se comprometía a regresar al transporte una vez que hiciera una revisión in situ de la situación, y pudiera aportar datos o informaciones potables ante una eventual acción por parte del Imperio, o bien llevar colaboración de la Casa Smithsak a los habitantes de Tud-Dommne, según ordenes de su Señor, Lord Rivan.
Cuando se acordó cumplir con lo pactado, tras dar palabra de caballero entre las partes, las bodegas se llenaron de actividad y en poco tiempo los enlaces volaban hacia las tropicales tierras de Yenray.
Ahora, habían superado el tránsito por la zona de peligro que rodeaba el planeta, el “Sulus” estaba a buen resguardo a distancia de allí y Smithsak había logrado su cometido de echar pie en Yenray.
Agachado, semioculto tras un tronco caído, Smithsak observaba con atención todo el panorama por delante de sí. El terreno libre en el que habían descendido era una especie de cauce seco abierto entre dos vastas extensiones de selva que se perdían, una en dirección a una cadena de colinas y la otra hacia el lado que daba a las playas y el mar. El cauce, bien ancho en el lugar que se hallaban, venía desde varios kilómetros atrás y serpenteaba hacia delante, perdiéndose cuando torcía su rumbo a la izquierda, en dirección al agua.
- ¿Adónde llevará esta brecha?- Preguntó sin dirigirse a nadie.
- No me lo imagino - contestó Yast que apoyaba la espalda contra el mismo tronco que ocultaba a Smithsak y vigilaba las posiciones de los hombres que estaban en su retaguardia – Ni siquiera sé que pudo causarla.
- Pudo ser vía de tránsito de vehículos terrestres - aventuró Haffez un poco más allá, casi al borde de la protección del follaje. Se adelantó unos pasos y acarició el suave pasto mirando arriba y debajo de la senda – No hace mucho que se regeneró la vida vegetal. Aunque aún la selva no haya ganado terreno, no tardará mucho. Definitivamente usaban esto como referencia de circulación.
- Eso significa que debe llevar a algún lado.
- Eso creo.
- Bien. Es un buen lugar por el que empezar. Nkay, toma a tu grupo; sepáralo en dos y sigan la senda hacia delante, uno a cada lado del claro. Tahr, tú irás atrás cerrando la marcha. Lo mismo, dos grupos. No usen los equipos de comunicación, usaremos tu lenguaje de manos para hablarnos. La rutina usual ¿entendido? - Miró a uno y a otro y ambos asintieron.
- Pasen la voz de mimetizarse y luego den la orden de silencio de radio.
Haffez y Yast se ocuparon de cumplir con lo pedido. Smithsak chequeó su equipo y aguardó a que todo estuviera listo para iniciar la marcha, mientras pensaba.
No se habían cruzado con un solo Oscuro desde que llegaron a los confines del sistema. ¿Dónde estaban todos? Volvía a preguntarse una y otra vez. No les salió al paso una sola sección de naves de combate, que deberían haber estado patrullando al menos algunas zonas de entrada al sistema. No fueron interceptados en su transito interno hacia las órbitas interiores, a un paso de los planetas. Tampoco hallaron resistencia al filtrarse al interior y desembarcar como lo hicieron. Por último, lo más sorprendente, habían hecho pie en territorio ocupado sin encontrar un atisbo de vida ni movimiento.
Nada era lógico.
Cuando Smithsak quiso comprobar la marcha de los preparativos para empezar a moverse no vio a ninguno de sus hombres. Haffez, Yast y todos los otros que un instante antes estaban desparramados, tratando de no destacarse mucho contra el medio, habían desaparecido. No había rastro de ninguno de ellos.
Smithsak sonrió y se calzó el casco, echando hacia atrás la melena negra, y lo ajustó; acomodó el micrófono para tenerlo bien pegado a los labios como le gustaba usarlo. Acto seguido tecleó una botonera que llevaba adherida al antebrazo izquierdo, y al instante, la superficie de la armadura de combate que vestía pareció ser recorrida rápidamente por un líquido que cambiaba el color grisáceo de la misma por una gama de tonalidades idénticas a las del entorno. A medida que se movía, el mecanismo ajustaba el camuflaje copiando el color del lugar por el que pasaba. Él también desapareció de la vista y tuvo  que cubrirse la cara con el visor del casco para que los sistemas internos le permitieran distinguir a los ocultos guerreros que lo rodeaban.
Comenzaron a moverse.
Señaló a Yast, de pie a unos metros de distancia, y luego extendió el brazo hacia adelante, indicándole que abriera la marcha. Yast hizo señas a su grupo y, separándose como habían acordado, los hombres pasaron frente al comandante dispersándose a medida que ganaban terreno.
Le hizo la misma indicación a Haffez señalando la retaguardia y, a continuación, indicó a su propio grupo dividirse en dos y penetrar en las zonas más resguardadas, a ambos lados de la brecha. Cuando pudo comprobar que todo el mundo estaba en su lugar transmitió, a través de la cadena preestablecida de hombre a hombre, la orden de avanzar y el grupo se puso en movimiento.






Todo el material aquí volcado es de propiedad intelectual del autor, Marcelo Branda, y esta resguardado por el correspondiente registro en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual de la República Argentina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario