miércoles, 26 de agosto de 2015

Operation Sea Wolf - El Libro / Entrega 2





1-



Originalmente el nombre era John Randale (se pronuncia “randeil”) y era argentino, nacido en la Ciudad de Buenos Aires, pero como a los compañeros de colegio les resultaba ridículo, ellos lo llamaban Juan; a secas.
Y eso lo enojaba…
Así aprendió a convivir con su nombre original en su casa y con el otro fuera de ella. Pero siendo hijo de irlandeses, al menos por parte de padre, él tenía el convencimiento de que tenía derecho a llamarse y que lo llamen John. Y como casi nadie lo quiso entender debió aprender a agarrarse a trompadas desde chico. Y la elección dio sus frutos. Al poco tiempo entró a formar parte de una selecta cofradía que reunía a lo mejor de la Escuela Nro. 9 de Villa Ballester. Y aunque los años hubiesen pasado, y no de la mejor manera que le hubiese gustado, Randale o “El Irlandés” como también muchos aprendieron a llamarlo, se dedicó a transitar la vida con mucho de ese encabronamiento que de chico le generó el tema de su nombre.
Tipo frontal y de pocas pulgas éste irlandés nacido argentino que en esas primeras semanas de enero protestaba contra las adversidades que le tocaba afrontar. Fue por eso principalmente que cometió el error de seguirle la corriente al tipo que lo había llamado de parte de Finn “El Toro” O´Harey, un paisano que había conocido años atrás en Hamburgo y con quien había hecho buenas migas.
La gente como Randale no es fácil de convencer por teléfono, aun viniendo de parte de un conocido, y menos personalmente cuando no quiere entrar en razón. Pero este cabrón que lo llamaba tenía algo peculiar en su forma de manejar la palabra… Te enroscaba hábil y sin vergüenza.
- ¿Si? - Dijo Randale cuando atendió antes del cuarto pitido.
- ¿El señor John Randale? - La voz del otro lado del teléfono sonó sorpresiva. Si alguien quería congraciarse de entrada, lo mejor era arrancar llamándolo “John”. Pareciera como que quería agradarle el desconocido.
- ¿Quién lo busca?
- Lucius Binder. Tenemos un amigo en común, el señor O´Harey. Me dijo que podía llamarlo por una consulta.
- Sí, ubico a O´Harey ¿Por qué asunto es?
- Un trabajo de prospección. Bajo el agua. Me dijo que usted se dedica a eso.
Sí, entre otras cosas, Randale se dedicaba a prospecciones submarinas. Siempre y cuando las condiciones lo permitieran y el cliente aceptara pagar lo que él pedía.
- Es correcto pero por lo general no trato temas de trabajo por teléfono ¿Desde dónde me habla?
- Estoy en Buenos Aires. Alojado en el Microcentro ¿Éste teléfono al que lo estoy llamando es de Olivos, verdad?
No es que fuera un secreto saber que la característica 4794 correspondía a los alrededores de la Quinta Presidencial, pero que lo empiecen madrugando de esa forma, sumado al meloso “John”, ya lo puso de nalgas.
- Sí correcto. Y dígame una cosa señor Binder ¿tiene usted alguna referencia más concreta que la mención del nombre de O´Harey para verificar que él en persona lo recomienda? No me avisó nada ni estuve en contacto con él desde hace un tiempo.
- Si por supuesto, tengo una nota escrita de puño y letra. Algunas fotos también. No éramos íntimos pero tuve oportunidad de contratar sus servicios un par de veces… - Lo dijo como al pasar. De manera casual. Pero hubo un ínfimo detalle en la entonación que hizo que a Randale se le pararan los pelos de la nuca.
- Entiendo - Dijo cauteloso y sin dar lugar a mayor confianza - Hagamos lo siguiente, déjeme su teléfono o una forma de contactarlo y lo vuelvo a llamar. Necesito ver en qué momento podríamos encontrarnos.
- Me parece bien ¿toma nota?
Y así se hizo de una manera de ubicar al tipo. Y de paso se lo quitó de encima. Ahora él podría tomar la iniciativa y chequearle un par de datos antes de saber quién era y que quería.
Lo primero que hizo fue contactar al “Toro” O´Harey para pedirle referencias. En un mail conciso pero bastante extenso, “El Toro” le confirmó que él había hablado con Binder en Hamburgo antes de fin de año. Le comentó que viajaría a la Argentina en los próximos días y que necesitaba hacer una prospección en las aguas frente a las costas de un lugar en Rio Negro. Una estancia de buenas dimensiones que pertenecía a alguien relacionado a él, terminaba en el último tramo de tierras dentro de sus límites en ese sitio.
El tipo era alguna clase de asesor en planificación financiera vinculada a seguros; Randale jamás había oído hablar de eso pero entendía que en Europa desarrollaban ocupaciones que a veces tenían que ver con ciertas cuestiones particulares de sus economías o sus dinámicas sociales, muy distintas de las nuestras. “El Toro” tuvo el buen tino de pasarle un archivo con una foto junto a su respuesta. La cara que lo miró desde la pantalla de su computadora era la de un tipo de una edad indefinida en los cincuenta y pico. Poco pelo, mucha frente, rubio obvio, ojos claros, vivaces y una sonrisa sobradora, canchera. Era difícil decir que edad tenía con certeza. Pero se podía ver en general que la vida le había sonreído al tal Binder. No tenía traza de estresado.
Chequeó dos o tres cosas más y cuando estuvo conforme cerró la computadora y dejó para el día siguiente la devolución del llamado. Un trabajo como ese podía significar iniciar el año laboral con perspectivas más alentadoras que con las que contaba hasta ese momento.


*****


Del otro lado del mundo, en un cálido y bien arreglado piso frente al Drzewa Park, en Bergedorf, en las afueras de Hamburgo, un anónimo sujeto desconectaba la computadora portátil luego de enviar la respuesta a varias consultas que un tal Randale le hacía al pobre O´Harey.
El hombre envió a continuación un mensaje de texto que sería retransmitido a Binder en Buenos Aires avisando que la supuesta comunicación entre Randale y O´Harey ya se había hecho. Él no era O´Harey; se lo conocía como Barnes y jamás se cruzaría con Randale.
Barnes se calzó su abrigo, guardó sus pertenencias en el maletín y echó una mirada alrededor para cerciorarse de que todo quedaba en orden y nada mostraría su paso por el lugar. Cuando quedó conforme salió cerrando con la misma llave que había entrado.
Mientras él se disponía a regresar a su casa en Dover, Inglaterra, Finn “El Toro” O´Harey yacía frío y medio comido por los peces en el fondo de un lago de la Selva Negra alemana. Y John “El Irlandés” Randale jamás sabría eso.


*****


Hacía ya varios años que Randale elegía circular sin armas cuando la situación no lo exigía explícitamente.
Los chorros circulaban frente a los podridos servicios de “seguridad” nacionales con arsenales de guerra que serían la envidia de cualquier grupo paramilitar africano en aras de hacer un golpe, y nadie les hacía nada.
Ahora si a cualquier ciudadano normal, que por error creyera que tenía el derecho de protegerse, lo enganchaban con una .22 vieja y oxidada, se comía tantos garrones en los siguientes diez años que no le quedaban ganas ni de portar un gas pimienta.
Y ni que hablar si en defensa propia matabas a un caco. Mejor pedías asilo político en un país en serio.
Mientras tanto a diario, los noticieros se regodeaban mostrando cómo los delincuentes se tiroteaban a plena luz del día con la policía o mataban gente a diestra y siniestra sin que a nadie se le moviera ya un pelo. Encima algún candidato a presidente, pelotudo y trasnochado, salía a declarar que él se postulaba para traer “seguridad y tranquilidad”…
¿Qué pensaba… que lo esperábamos a él para que se cumplan esas necesidades?
¿Y todos los años que lleva en el gobierno en otras funciones distintas a la de presidente? ¿Por qué no hizo algo en todo ese tiempo…?

*****

Atravesó las puertas del hotel ubicado en la esquina de Maipú y Av. Córdoba dos días después del llamado de Binder. Se presentó en el mostrador y se anunció. Lo invitaron a tomar asiento luego de comunicarse con el huésped y avisarle que en unos momentos bajaría a encontrarse con él.
Se acomodaba en unos sillones del lobby cuando giró la vista por reflejo. Del ascensor venía un sujeto un poco excedido de peso, alto, vestido con traje azul, camisa blanca impecable y sin corbata. El poco cabello que tenía estaba bien acomodado. No usaba anillos ni nada exagerado a la vista, salvo un Rolex Oyster Perpetual Sea-Dweller 4000 en la muñeca izquierda.
Se acercó con la mano extendida y Randale se sintió un poco sorprendido ¿Cómo sabía que era él? Se paró por obligación y recibió a Binder.
- Señor Randale, un placer. Lucius Binder ¿Cómo está? Gracias por venir.
- No hay problema.
- Por favor - E indicó los sillones para sentarse. Se acomodó mientras buscaba a alguien de la plantilla de empleados para pedir algo de tomar.
Ordenaron sendas tónicas con hielo y limón; Randale nunca ingería alcohol cuando trataba cuestiones profesionales.
- La verdad le estoy muy agradecido por la rapidez de su respuesta.
- Tenía que resolver compromisos antes de vernos.
- Por supuesto, por supuesto…
- Bueno. Usted dirá en que puedo serle útil.
- Bien, sí. Verá, me dedico al asesoramiento acerca de planificación financiera e inversiones en el mercado de seguros. Atiendo demandas de clientes que buscan asegurar ciertos capitales a futuro, principalmente dirigidos a cubrir alguna necesidad puntual. Educación, retiro, renta, supervivencia… ¿Tiene usted seguro de vida, John?
Por una fracción de segundo lo miró por encima del vaso del que bebía y estuvo a punto de ir al cruce del avance que el otro hizo. Pero se reprimió. Quería constatar algo. Lo dejó pasar.
- No ahora. Lo tuve en otras épocas y ya lo rescaté…
- ¡Ah! - Dijo divertido Binder - Veo que domina la jerga.
- Simple información básica.
- Bueno como le decía, me dedico a resguardar capitales. Trato de sugerir colocar partidas en opciones que no sean muy osadas, todo lo contrario. Discreción, seguridad y lo esperable en función de mantener una línea y una buena imagen. Entonces cuando unos familiares de mi esposa me comentaron que tenían tierras aquí y querían ver la posibilidad de moverse de posición respecto a vender e invertir en algo distinto, levanté el guante.
- Interesante ¿Dónde tienen tierras?
- En Chubut. Es una estancia importante. Las últimas tierras están sobre la costa.
- Y usted… colabora, de alguna manera, viendo cómo hacer subir la cotización de esas tierras.
- Algo así. Y para eso, nos interesa saber que hay en las aguas frente a esas costas.
Randale puso cara de sorpresa. En verdad no entendía.
- No comprendo ¿En qué les afecta o qué interés tienen en lo que hay bajo el agua? Por más que sean tierras con propietario, la posesión se termina en la línea del agua. De hecho no debería el dueño tener injerencia hasta la línea de la playa. La propiedad debería terminar antes.
- Pues no es así. Los informes de agrimensión indican que las playas entran dentro de la propiedad.
- Bueno entonces, suponiendo que así sea, lo que hay bajo el agua, aun estando frente a tierras propias, no tiene nada que ver con la propiedad sobre terrenos. Lo que hay bajo la línea de la costa no tiene dueño. Ni acá ni en ningún lugar del mundo. Como mucho el dueño de lo que hay bajo las aguas de un país es propiedad intrínseca del mismo. Se llama soberanía.
Binder lo miraba alegre, con una sonrisa de oreja a oreja. Divertido.
- Todo se puede discutir, mi amigo.
“No soy tu amigo gringo. Y ya me está rompiendo las pelotas esta conversación” Pensó Randale, haciendo un esfuerzo para que no se note.
- En realidad no quiero reclamar nada. Ni hacer revuelo ni montar nada espectacular - Explicó el visitante adoptando un tono más privado. Su cara se tornó sombría de golpe. A Randale le sorprendió el cambio repentino. Pasó de una actitud confianzuda y dicharachera a un estado frío y cortante. Amenazador diría Randale.
Se quedaron mirándose uno al otro por un par de segundos. Cuando Binder se dio cuenta, volvió a cambiar con una facilidad pasmosa.
- Mi estimado John… - Dijo adoptando un tono amistoso, meloso - Che, podemos tutearnos ¿no?
Randale arqueó las cejas y se encogió de hombros.
- Si quiere hacerlo a mí no me molesta. Yo no lo hago. Cuestión de principios.
- Lo que pasa es que me parece que somos de la misma edad y… ¿Vos sos de acá de Buenos Aires? Yo de chico vivía en Martínez. Estudiaba en el pupilo del colegio Hölters en Cardales.
Golpe bajo y desestabilizador ¿No era alemán este gringo de mierda?
- Entendí que usted era de allá… - dijo Randale en referencia a Alemania.
- No, no, soy hijo de alemanes pero criado acá. En realidad para nosotros es lo mismo. Para los que viven allá no. Seguimos siendo “experimentos sudamericanos”.
- No le entiendo muy bien…
- Quiero decir que por más educación y costumbres que tengamos, los que nacimos fuera de Alemania para los alemanes nativos y residentes, somos “extranjeros”. No nos reciben bien.
Randale no supo que responder.
- Son más jodidos de lo que parecen… perdone la sinceridad pero, ya que me invita a la confianza… Dije lo que pensaba. Acá creemos que ustedes, como otras colectividades, mantienen como primordial la nacionalidad de sus padres antes que la nuestra.
- Si, no es tan así. La diferencia es la vertiente. Los pueblos de ascendencia latina o normanda son tal vez más así. Los sajones o los nórdicos son mucho más sectarios.
“Me perdí” pensó Randale “De qué carajos estamos hablando ahora ¡Qué pérdida de tiempo este muchacho!”
- Señor Binder, para concretar, ¿Cuál es la necesidad puntual que tiene para solicitar mis servicios? ¿Sabe usted a qué me dedico? ¿Sabe cómo manejo mis contratos, los costos, los honorarios? ¿Lo que implica una operación de buceo? ¿Tiene idea de algo relacionado? ¿Qué necesita específicamente?
Binder lo estudió un momento. Evidentemente había vuelto a cambiar de rol. Pero esta vez Randale sospechaba que no iba a volver al anterior, al del tipo simpático y entrador que quería pasar por porteño alemanizado o alemán porteñizado.
- Sí estoy al tanto de a qué se dedica y cómo lo hace - Lo dijo serio, tranquilo, mirándolo de frente sin quitarle la vista de encima - Se perfectamente cómo maneja su trabajo y estoy al tanto de lo que implica una operación de buceo. Créame.
Hizo una pausa, no se supo si para agregar dramatismo o para que Randale asimilara lo siguiente que iba a escuchar.
- John, el motivo por el cual lo contacté,- Su voz se tornó suave y su hablar pausado - es porque necesito que ubique un buque hundido del cual se debe rescatar un elemento.
Se inclinó hacia adelante en su asiento y su mirada se heló cuando le clavó la vista al irlandés.
- Necesito que encuentre un submarino alemán de la segunda guerra que fue ocultado, hundido, en algún punto de una porción de aguas territoriales argentinas.

Silencio profundo flotando entre los hombres mientras alrededor el mundo seguía su rutina en el lobby del hotel de Maipú y Av. Córdoba.

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