Mostrando entradas con la etiqueta Bariloche. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bariloche. Mostrar todas las entradas

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Operation Sea Wolf - El Libro / Entrega 4




3-



Carlos Szmuckler, apodado “Bigotes”, tenía los rasgos de un basset hound calcados en sus facciones. Ojos azules de mirada triste y bolsas que colgaban debajo; rostro alargado, barba siempre crecida de uno o dos días, labios escondidos tras el bigote del apodo, cabellos de un rubio sucio planchados sobre la cabeza por falta de higiene. Caminaba encorvado y fumaba “Camel” de una manera compulsiva. Le importaba tres carajos la apariencia, la aceptación del prójimo y la atención de las mujeres.
Al prójimo no le daba ni cinco, la apariencia era la que había. Y si quería la atención de una mujer, la visitaba a Susana en su departamento frente a “Maluco Beleza”, a unas cuadras del Congreso, y por doscientos pesos (en una época llegó a agarrarle Ticket Canasta) compraba toda la atención que necesitaba durante dos horas y media.
A las 17:35 sonó el teléfono. Mensaje de Randale. Sonaba con el tema de James Bond, y decía: “Reunión de trabajo. Plantel completo. Equipo estándar. Prepará cena. Chau cuerno”
El chau cuerno identificaba sin dudas que se trataba del irlandés. El texto escueto y en forma de telegrama decía mucho más que lo escrito. Daba toda una serie de instrucciones. Pero solo Bigotes y El Irlandés lo sabían.
Miró por la ventana. El tiempo cambió con la lluvia. Metió un buzo y varias otras cosas en una mochila. Envió un mensaje que decía “Preparate. Paso en 30, nos vamos al taller. Hay trabajo” y lo envió al contacto identificado como “Anchoa”.
Después envió otro a una tal Cynthia, preguntando si la liquidación de verano ya había empezado; diez segundos después contestaron “Fijate la vidriera del local”.
Por último, escribió dos notas breves; las guardó en sendos sobres sin aclarar remitente ni destinatario. Salió de la casa a metros de Avenida Yrigoyen en Valentín Alsina y encaró por ésta en dirección a la Capital a bordo de un Fiat Adventure Locker con el ploteo de “Escuela de Piratería Submarina”, la empresa de Randale sobre prospección y buceo.
El primer sobre lo puso en manos de un limpiavidrios en Belgrano y Nueve de Julio que por $ 50 se lo cruzó a un rubio con facha de turista que sacaba fotos del edificio con la cara de Evita, en medio de la Avenida.
El segundo se lo llevó un canillita en Ayacucho y Santa Fe a cambio de una revista “Lugares”. Tiró la revista al asiento trasero y dobló por Santa Fe hacia Plaza Italia. Al 2200 observó el frente de un local de lencería que estaba casi al final de la cuadra sobre la misma mano que iba. Una empleada estaba pegando un coqueto arreglo en la vidriera que anunciaba “Summer Sale Off - 60%”. Tomó nota mentalmente y buscó salir hacia Av. Del Libertador para encarar hacia zona norte.
La versión electrónica de un viejo tema de “Ráfaga” identificaba la entrada de mensajes de “Anchoa”. Odiaba la cumbia y todo lo referente a la tribu que hacía de ella un culto. El nombrado avisaba que iba a estar donde debía, cuando debía.
Por ahora, todo marchaba bien.
¿Con qué se aparecería el irlandés esta vuelta?


*****


Se suponía que Nino Venturini era policía. También se suponía que había sido formado como tal. Ambas cosas eran técnicamente correctas, pero realmente mentiras. En principio.
Recibió un mensaje por el teléfono “especial”; un Sony XPeria entrado al país vía valija diplomática holandesa, del cual solo había activos en el país doce. Y todos estaban en manos de gente del grupo de Venturini.
“Comunicate” decía el mensaje. Venía del contacto “Jefe”. Dos toques y el teléfono ya sonaba. Atendieron al tercer llamado.
- Nino…
- Jefe…
- ¿Cómo va eso?
- Aburrido.
- Me imagino ¿El resto está con lo del fiscal?
- Correcto.
- Que momento de mierda para elegir cuestionarte…
- Que se le va a hacer. Es así, según Murphy.
- ¿Quién?
- Murphy.
- ¿Quién es? ¿Alguien nuevo? No me avisaron…
- Murphy el de las leyes Jefe.
- ¡Ah...! Un chiste…
Silencio.
- Necesito que vengas. Tengo algo para que te entretengas. No es oficial, así que vas a poder encargarte mientras no puedas hacerte cargo de cuestiones de la Unidad.
- ¿Está en Leloir?
- Sí ¿En cuánto estás si salís ahora?
- No sé. Una hora, tal vez menos. Depende como esté el tránsito.
- Ok, charlamos mientras preparo algo de comer.
- Me trata mejor que mi chica al final.
- Aflojando, que para puto ya hay mucho dando vuelta.
- Si; dentro de un tiempo nos van a señalar a los dos y van a decir “¡Ahí van esos dos degenerados que les gustan las mujeres!”
- Basta Venturini, movete.
Nino se rio del otro lado.
- No vemos.
Cortó.

Nino sacó el Peugeot 207 de la cochera en Bartolomé Mitre al 2000, en la misma cuadra del edificio donde funcionaba la Unidad.
Mientras, frente al CENARD, Bigotes ponía las balizas para hacer un alto y levantar a Anchoa.


*****


Randale se quedó de una pieza cuando vio que “el colaborador” de Binder era una mujer. Se había hecho de noche más rápido por la tormenta, pero cuando ella entró, pareció salir el sol.
Tendría treinta años como mucho, daba mayor, pero no adivinaba porque le parecía. Tenía piel muy blanca y rasgos angulosos, una sonrisa cautivante y grandes ojos grises que iban muy abiertos. El cabello abundante le caía en bucles sobre los hombros, aunque notó que lo llevaba cómodamente corto. Tal vez por trabajar en el agua. Aunque no lo tenía castigado. Los que pasaban mucho tiempo en el mar debían cuidarse el cabello si no querían perderlo.
- John Randale, la doctora Juliette Landau. Nuestra científica de campo.
Se estrecharon las manos. Los ojos de la doctora no se cerraron ni la sonrisa se borró. Randale se dio cuenta que se parecía mucho a una actriz de televisión, pero no podía ubicarla.
- Encantado doctora.
- Señor Randale, es un gusto. He oído hablar de usted; será un placer trabajar juntos.
- ¿Mi currículum me precede? - Dijo incómodo el Irlandés - No tenía ni idea de que era tan famoso - Y miró a Binder fastidiado.
- Por favor sentémonos. Doctora ¿toma algo?
- ¿Pedimos o algo de acá?
- Lo que quiera.
- Café por favor, con leche para agregar.
- John…
- Me arreglo con lo que hay aquí, gracias. Tengo que seguir trabajando.
- Como quiera.
Solicitó servicio de habitación y en breve tiempo golpearon la puerta y entró un joven empujando la mesa que traía café, leche, jugo de naranjas, tostados y masas. El empleado se retiró tan rápido y silencioso como había llegado, llevándose veinte dólares de propina en el pase. Randale lo notó y se lo guardó para sí. No hizo comentario ni demostró interés. Solo tomó nota. Si Binder repartía billetes a diestra y siniestra tenía un capitalista importante respaldándolo.
- Por donde quieren empezar - preguntó Binder mientras se hacía cargo del café de la doctora.
- Supongo que una charla informativa - Arrancó Randale - ¿Qué elementos tenemos que justifiquen mojarnos los pies? Quiero decir, han hecho algún estudio previo, han chequeado fuentes… Los documentos que me mostraron dan ciertas pistas, pero solo indicando dónde buscar. ¿Qué certeza hay de que vamos a encontrar algo? ¿Qué certeza tenemos de que no vamos a estar a tontas y locas viendo millones de pies cúbicos de agua sin resultado?
- El tema arranca, como la mayoría de las búsquedas, con un enorme trabajo de biblioteca.
- Sí, me imagino por la cantidad de papeles que vi.
- Es que el punto estaba en chequear datos y especificar otros. Es un recorrido de migas de pan, por decirlo de alguna forma.
- Indicios que llevan a otros indicios.
- Exacto. Y chequear y volver a chequear y rogar porque no aparezca una línea alternativa…
- ¿Y cuál es esa línea principal que ustedes siguen? ¿Qué pretenden encontrar? ¿O que tiene ese naufragio en especial que todos lo buscan?
- El resto no sé. Nosotros tenemos un objetivo muy especial al que queremos echarle mano - Dijo de pronto misteriosa la doctora.
- ¿Y creen tener pruebas de que lo que buscan está ahí y no en otro lado?
- Correcto. EL punto es que tenemos que ubicar el lugar exacto.
- Tengo entendido que las búsquedas que se realizaron hasta ahora fracasaron. Inclusive un operativo montado por la Armada Argentina a fines de los noventa. Estuvieron quince días en el agua y no obtuvieron nada.
- Buscaban con datos equivocados - Aportó Binder, también jugando al detective - Malinterpretaron un par de datos claves.
- Raro - Dudó el irlandés - A ese nivel y que se equivoquen en detalles…
- Casi siempre ocurre - Aclaró Landau - Pasaron por sobre el Titanic varias veces años antes de que Ballard lo encontrara en el mismo lugar que ya habían explorado.
- Le doy la derecha a la doctora; es cierto.
- El error que se cometió es semántico - Aportó Binder
- ¿A qué se refiere con “semántico”? - Quiso saber Randale
- A Palabras. Confundieron palabras. El nombre del cual se hace referencia para marcar el sitio donde, supuestamente, hay dos submarinos. Ahí no hay nada. Se habla de dos submarinos hundidos en Caleta De Los Loros. Nunca se encontraron porque ahí jamás se hundió ningún submarino. Hubo avistajes, no hundimientos. El lugar donde está lo que buscamos, es en la costa de enfrente a Caleta de Los Loros. El lugar se llama Isla de Los Pájaros. Al no haber otra referencia se indicó Caleta de Los Loros por Isla de Los Pájaros. Y la misión del último U-Boot, un tercero del que pocos saben, no era transportar sino guardar.
- Guardar lo que estamos tratando de recuperar - Dijo Landau
Randale miró a uno y a otro como sopesando lo que escuchaba. Si lo que decían era cierto, el problema estrechaba márgenes. Solo era cuestión de posicionarse y relevar en espiral, de un punto hacia afuera. Más tarde o más temprano darían con el naufragio.
- Por lo que yo veo, no sé cuál será su opinión - Dijo dirigiéndose a Landau - estamos en condiciones de pasar a planificar el operativo. No tiene sentido que sigamos hablando aquí.
- Si, me parece bien - Acordó la doctora.
- Creo que nosotros podemos abocarnos a preparar lo necesario y arrancar. Si para mañana mi gente puede juntar el equipo que vamos a usar, por la noche podemos estar en Mar del Plata. De ahí zarparemos a primera hora del día siguiente y estaremos en marcha ya sobre el punto de trabajo.
- Me parece genial - Dijo Binder con una sonrisa chanta y restregándose las manos.
Randale anotó algo en una hoja y se la pasó.
- Usted ocúpese de hablar con esa persona. Es mi abogado. Le explicará que tipo de papeles hay que firmar y cómo y cuánto deberá ser depositado. Si se resuelve todo mientras nos ocupamos de los preparativos de mañana, el trabajo sigue su curso. Si surge cualquier inconveniente, suspendemos hasta resolverlo.
- Estoy de acuerdo - Y le extendió la mano a Randale - Temenos un trato.
- Tenemos un trato - Aceptó Randale.
Y de mala gana le estrechó la diestra.


*****


Venturini llegó a la quinta de Leloir antes de lo previsto. La casa estaba a varios metros del portón de entrada enmarcado en dos gruesos pilares. Todo el diseño era colonial, antiguo, de buen gusto, bien cuidado a pesar de haber sido construidos, casa y perímetro, más de cuarenta años atrás.
Dos ovejeros alemanes enormes, jóvenes, aparecieron a trote lento acompañando al amo cuando éste salió al llamado de la campana que tañó Nino. El hombre tenía paso corto pero rápido; entrado en años y con una envidiable figura enjunta, producto de muchos años de buena alimentación digitada por su mujer. Llevaba la autoridad pintada en la parada.
Le franqueó el paso a Venturini y lo invitó a pasar. Un apretón de manos firme y seco y se encontraban de camino a la casa. A una orden del amo, los dos canes se quedaron de guardia en la puerta sin mosquearse. No le prestaron ni cinco de atención a Venturini; aunque si hubiese hecho un movimiento equivocado sobre la persona del dueño de casa, los dos le hubiesen destrozado la garganta en segundos.
La cocina era, tal vez, el ambiente más grande, mejor provisto y más concurrido de toda la casa. Dos de las cuatro paredes eran ventanas hasta la altura de la cintura; por debajo de éstas, una mesada recorría todo el largo. Ollas, cacerolas y utensilios colgaban de las paredes; había infinidad de frascos llenos de granos, hojas y conservas. Aquí y allá objetos varios; taburetes, un mueble con un TV de 40 pulgadas, microondas, horno eléctrico, cafetera y otras yerbas. En el centro, la cocina y a su lado una gran mesa de madera que más parecía un banco de carpintero, rústico, grueso, pesado. Un taburete estaba preparado en un lateral con una copa delante.
El comisario inspector Gattás invitó a tomar asiento y se calzó el delantal negro y rojo para iniciar el ritual de la cocina.
- Empecé adelantando algo. Espero no te ofenda - Dijo con un vozarrón profundo pero modulado en volumen.
Tenía el cabello entrecano cortado muy corto, ojos negros como la noche, nariz prominente y un grueso bigote prolijo, bien cuidado, que acababa de pintar la fisonomía árabe de una manera impactante.
- No hay problema. ¿Y su señora?
- Nietos. En Martínez. Se va para allá y se queda unos días. Prefiere lidiar con varios chicos y no con un solo viejo pelotudo y cabrón.
Hubo risas mientras el corcho de un malbec sonaba a largada de carrera.
- Mucho alboroto allá ¿no? - Dijo haciendo referencia a la Unidad.
- Ni idea se da. No hay nadie en la oficina. Están todos ocupados al tema del fiscal.
Gattás paró de picar cebolla.
- No jodas.
- Así como le digo.
- ¿Y no fueron capaces de reincorporarte estos jodidos?
- No… - Había una resignación profunda en la voz de Nino.
- No importa; que se jodan. Agarrá eso - Dijo señalando una carpeta de grueso cartón marrón.
Adentro había una foto de un tipo joven, de rasgos nórdicos, que empujaba un carrito en el hall de un aeropuerto. Un grueso de unas veinte o treinta hojas seguían a la foto y en el filo de la tapa había una etiqueta con datos.
- ¿Quién es?
- Lo conocemos por Rürhe. Viaja con pasaporte noruego. Legal, aparentemente. Tiene conexiones con células nazis en un par de lugares de Europa, países del norte principalmente. Habría que echarle un ojo para saber a qué vino. Pensé que te podías hacer cargo.
- ¿Por adentro o por afuera de la Unidad?
- Me da igual. Pero dado como están las cosas no creo que pueda ser por adentro… ¿no?
- No. Seguro.
Gattás picaba ingredientes y separaba en pequeños bols. Venturini siempre se sorprendió de que dominara y le gustara tanto la cocina árabe como la italiana. Aporte de padre y madre decía el comisario retirado.
- Entró hace unos días y se alojó en un hostel de Congreso. Pero se fue un día después de registrarse y le perdimos el rastro. En realidad nadie lo busca por nada en especial, pero necesito que una vez lo ubiquen vos te hagas cargo de ver que hace, a quien ve. Queremos saber si la visita es casualidad o tiene relación con el caso del fiscal.
- Me está jodiendo… - Venturini detuvo la copa camino a la boca y lo miró por sobre el filo.
- ¿Por?
- Poco quilombo tenemos y sumamos gente…
- No sé. No tengo idea si tiene o no que ver con algo. Pero mejor estar atentos. Para estar boludeando ya están los otros ¿no? Lindo quilombo se echaron a las espaldas. No va a quedar ninguno, los van a limpiar a todos. En menos de quince días están todos sumariados y en la casa mirando por televisión como los disecan para el pueblo.
- ¿Esto es para leer? - Preguntó volviendo a la carpeta. No tenía ganas de entrar en el otro tema.
- Sí. Te va a ayudar a entender al tipo. Anda organizando comités y da charlas allá en Europa. Interpol le puso un ojo cuando un par de muñecos con los que trató aparecieron en ISIS…
- ¡Ah, bueno! Estamos todos…
- Estos pibes, con el quilombo de la revista francesa, saltaron en los avisos de retenes policiales. Tarde. Habían salido por Turquía tres meses atrás. Los de allá creen que este muchacho está fichando o reclutando gente para la causa del Estado Islámico.
- Y viene acá a ver qué onda…
- No sabemos. Eso es lo que hay que averiguar. Donde va, con quien se ve, cuanto se queda… La entrada acá le fue facilitada por camaradas locales.
Venturini resopló. Tenía la humanidad un poco saturada de que vinculen a los organismos de seguridad y defensa a la lacra nacionalsocialista; pero la historia pesaba.
- Te llevas eso y arrancás mañana mismo. Ahora pasame el aceite que voy a empezar a dorar estos pedazos de bife de chorizo mientras le agrego ajo, cebolla y ají. Servite otro vino y cambiá la tele si querés. Yo no estaba mirando nada.

Y la velada discurrió entre charla de recetas, cocina y política internacional vinculada a su trabajo. Jamás hablaban de política local. No era su problema.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Operation Sea Wolf - El Libro / Entrega 2





1-



Originalmente el nombre era John Randale (se pronuncia “randeil”) y era argentino, nacido en la Ciudad de Buenos Aires, pero como a los compañeros de colegio les resultaba ridículo, ellos lo llamaban Juan; a secas.
Y eso lo enojaba…
Así aprendió a convivir con su nombre original en su casa y con el otro fuera de ella. Pero siendo hijo de irlandeses, al menos por parte de padre, él tenía el convencimiento de que tenía derecho a llamarse y que lo llamen John. Y como casi nadie lo quiso entender debió aprender a agarrarse a trompadas desde chico. Y la elección dio sus frutos. Al poco tiempo entró a formar parte de una selecta cofradía que reunía a lo mejor de la Escuela Nro. 9 de Villa Ballester. Y aunque los años hubiesen pasado, y no de la mejor manera que le hubiese gustado, Randale o “El Irlandés” como también muchos aprendieron a llamarlo, se dedicó a transitar la vida con mucho de ese encabronamiento que de chico le generó el tema de su nombre.
Tipo frontal y de pocas pulgas éste irlandés nacido argentino que en esas primeras semanas de enero protestaba contra las adversidades que le tocaba afrontar. Fue por eso principalmente que cometió el error de seguirle la corriente al tipo que lo había llamado de parte de Finn “El Toro” O´Harey, un paisano que había conocido años atrás en Hamburgo y con quien había hecho buenas migas.
La gente como Randale no es fácil de convencer por teléfono, aun viniendo de parte de un conocido, y menos personalmente cuando no quiere entrar en razón. Pero este cabrón que lo llamaba tenía algo peculiar en su forma de manejar la palabra… Te enroscaba hábil y sin vergüenza.
- ¿Si? - Dijo Randale cuando atendió antes del cuarto pitido.
- ¿El señor John Randale? - La voz del otro lado del teléfono sonó sorpresiva. Si alguien quería congraciarse de entrada, lo mejor era arrancar llamándolo “John”. Pareciera como que quería agradarle el desconocido.
- ¿Quién lo busca?
- Lucius Binder. Tenemos un amigo en común, el señor O´Harey. Me dijo que podía llamarlo por una consulta.
- Sí, ubico a O´Harey ¿Por qué asunto es?
- Un trabajo de prospección. Bajo el agua. Me dijo que usted se dedica a eso.
Sí, entre otras cosas, Randale se dedicaba a prospecciones submarinas. Siempre y cuando las condiciones lo permitieran y el cliente aceptara pagar lo que él pedía.
- Es correcto pero por lo general no trato temas de trabajo por teléfono ¿Desde dónde me habla?
- Estoy en Buenos Aires. Alojado en el Microcentro ¿Éste teléfono al que lo estoy llamando es de Olivos, verdad?
No es que fuera un secreto saber que la característica 4794 correspondía a los alrededores de la Quinta Presidencial, pero que lo empiecen madrugando de esa forma, sumado al meloso “John”, ya lo puso de nalgas.
- Sí correcto. Y dígame una cosa señor Binder ¿tiene usted alguna referencia más concreta que la mención del nombre de O´Harey para verificar que él en persona lo recomienda? No me avisó nada ni estuve en contacto con él desde hace un tiempo.
- Si por supuesto, tengo una nota escrita de puño y letra. Algunas fotos también. No éramos íntimos pero tuve oportunidad de contratar sus servicios un par de veces… - Lo dijo como al pasar. De manera casual. Pero hubo un ínfimo detalle en la entonación que hizo que a Randale se le pararan los pelos de la nuca.
- Entiendo - Dijo cauteloso y sin dar lugar a mayor confianza - Hagamos lo siguiente, déjeme su teléfono o una forma de contactarlo y lo vuelvo a llamar. Necesito ver en qué momento podríamos encontrarnos.
- Me parece bien ¿toma nota?
Y así se hizo de una manera de ubicar al tipo. Y de paso se lo quitó de encima. Ahora él podría tomar la iniciativa y chequearle un par de datos antes de saber quién era y que quería.
Lo primero que hizo fue contactar al “Toro” O´Harey para pedirle referencias. En un mail conciso pero bastante extenso, “El Toro” le confirmó que él había hablado con Binder en Hamburgo antes de fin de año. Le comentó que viajaría a la Argentina en los próximos días y que necesitaba hacer una prospección en las aguas frente a las costas de un lugar en Rio Negro. Una estancia de buenas dimensiones que pertenecía a alguien relacionado a él, terminaba en el último tramo de tierras dentro de sus límites en ese sitio.
El tipo era alguna clase de asesor en planificación financiera vinculada a seguros; Randale jamás había oído hablar de eso pero entendía que en Europa desarrollaban ocupaciones que a veces tenían que ver con ciertas cuestiones particulares de sus economías o sus dinámicas sociales, muy distintas de las nuestras. “El Toro” tuvo el buen tino de pasarle un archivo con una foto junto a su respuesta. La cara que lo miró desde la pantalla de su computadora era la de un tipo de una edad indefinida en los cincuenta y pico. Poco pelo, mucha frente, rubio obvio, ojos claros, vivaces y una sonrisa sobradora, canchera. Era difícil decir que edad tenía con certeza. Pero se podía ver en general que la vida le había sonreído al tal Binder. No tenía traza de estresado.
Chequeó dos o tres cosas más y cuando estuvo conforme cerró la computadora y dejó para el día siguiente la devolución del llamado. Un trabajo como ese podía significar iniciar el año laboral con perspectivas más alentadoras que con las que contaba hasta ese momento.


*****


Del otro lado del mundo, en un cálido y bien arreglado piso frente al Drzewa Park, en Bergedorf, en las afueras de Hamburgo, un anónimo sujeto desconectaba la computadora portátil luego de enviar la respuesta a varias consultas que un tal Randale le hacía al pobre O´Harey.
El hombre envió a continuación un mensaje de texto que sería retransmitido a Binder en Buenos Aires avisando que la supuesta comunicación entre Randale y O´Harey ya se había hecho. Él no era O´Harey; se lo conocía como Barnes y jamás se cruzaría con Randale.
Barnes se calzó su abrigo, guardó sus pertenencias en el maletín y echó una mirada alrededor para cerciorarse de que todo quedaba en orden y nada mostraría su paso por el lugar. Cuando quedó conforme salió cerrando con la misma llave que había entrado.
Mientras él se disponía a regresar a su casa en Dover, Inglaterra, Finn “El Toro” O´Harey yacía frío y medio comido por los peces en el fondo de un lago de la Selva Negra alemana. Y John “El Irlandés” Randale jamás sabría eso.


*****


Hacía ya varios años que Randale elegía circular sin armas cuando la situación no lo exigía explícitamente.
Los chorros circulaban frente a los podridos servicios de “seguridad” nacionales con arsenales de guerra que serían la envidia de cualquier grupo paramilitar africano en aras de hacer un golpe, y nadie les hacía nada.
Ahora si a cualquier ciudadano normal, que por error creyera que tenía el derecho de protegerse, lo enganchaban con una .22 vieja y oxidada, se comía tantos garrones en los siguientes diez años que no le quedaban ganas ni de portar un gas pimienta.
Y ni que hablar si en defensa propia matabas a un caco. Mejor pedías asilo político en un país en serio.
Mientras tanto a diario, los noticieros se regodeaban mostrando cómo los delincuentes se tiroteaban a plena luz del día con la policía o mataban gente a diestra y siniestra sin que a nadie se le moviera ya un pelo. Encima algún candidato a presidente, pelotudo y trasnochado, salía a declarar que él se postulaba para traer “seguridad y tranquilidad”…
¿Qué pensaba… que lo esperábamos a él para que se cumplan esas necesidades?
¿Y todos los años que lleva en el gobierno en otras funciones distintas a la de presidente? ¿Por qué no hizo algo en todo ese tiempo…?

*****

Atravesó las puertas del hotel ubicado en la esquina de Maipú y Av. Córdoba dos días después del llamado de Binder. Se presentó en el mostrador y se anunció. Lo invitaron a tomar asiento luego de comunicarse con el huésped y avisarle que en unos momentos bajaría a encontrarse con él.
Se acomodaba en unos sillones del lobby cuando giró la vista por reflejo. Del ascensor venía un sujeto un poco excedido de peso, alto, vestido con traje azul, camisa blanca impecable y sin corbata. El poco cabello que tenía estaba bien acomodado. No usaba anillos ni nada exagerado a la vista, salvo un Rolex Oyster Perpetual Sea-Dweller 4000 en la muñeca izquierda.
Se acercó con la mano extendida y Randale se sintió un poco sorprendido ¿Cómo sabía que era él? Se paró por obligación y recibió a Binder.
- Señor Randale, un placer. Lucius Binder ¿Cómo está? Gracias por venir.
- No hay problema.
- Por favor - E indicó los sillones para sentarse. Se acomodó mientras buscaba a alguien de la plantilla de empleados para pedir algo de tomar.
Ordenaron sendas tónicas con hielo y limón; Randale nunca ingería alcohol cuando trataba cuestiones profesionales.
- La verdad le estoy muy agradecido por la rapidez de su respuesta.
- Tenía que resolver compromisos antes de vernos.
- Por supuesto, por supuesto…
- Bueno. Usted dirá en que puedo serle útil.
- Bien, sí. Verá, me dedico al asesoramiento acerca de planificación financiera e inversiones en el mercado de seguros. Atiendo demandas de clientes que buscan asegurar ciertos capitales a futuro, principalmente dirigidos a cubrir alguna necesidad puntual. Educación, retiro, renta, supervivencia… ¿Tiene usted seguro de vida, John?
Por una fracción de segundo lo miró por encima del vaso del que bebía y estuvo a punto de ir al cruce del avance que el otro hizo. Pero se reprimió. Quería constatar algo. Lo dejó pasar.
- No ahora. Lo tuve en otras épocas y ya lo rescaté…
- ¡Ah! - Dijo divertido Binder - Veo que domina la jerga.
- Simple información básica.
- Bueno como le decía, me dedico a resguardar capitales. Trato de sugerir colocar partidas en opciones que no sean muy osadas, todo lo contrario. Discreción, seguridad y lo esperable en función de mantener una línea y una buena imagen. Entonces cuando unos familiares de mi esposa me comentaron que tenían tierras aquí y querían ver la posibilidad de moverse de posición respecto a vender e invertir en algo distinto, levanté el guante.
- Interesante ¿Dónde tienen tierras?
- En Chubut. Es una estancia importante. Las últimas tierras están sobre la costa.
- Y usted… colabora, de alguna manera, viendo cómo hacer subir la cotización de esas tierras.
- Algo así. Y para eso, nos interesa saber que hay en las aguas frente a esas costas.
Randale puso cara de sorpresa. En verdad no entendía.
- No comprendo ¿En qué les afecta o qué interés tienen en lo que hay bajo el agua? Por más que sean tierras con propietario, la posesión se termina en la línea del agua. De hecho no debería el dueño tener injerencia hasta la línea de la playa. La propiedad debería terminar antes.
- Pues no es así. Los informes de agrimensión indican que las playas entran dentro de la propiedad.
- Bueno entonces, suponiendo que así sea, lo que hay bajo el agua, aun estando frente a tierras propias, no tiene nada que ver con la propiedad sobre terrenos. Lo que hay bajo la línea de la costa no tiene dueño. Ni acá ni en ningún lugar del mundo. Como mucho el dueño de lo que hay bajo las aguas de un país es propiedad intrínseca del mismo. Se llama soberanía.
Binder lo miraba alegre, con una sonrisa de oreja a oreja. Divertido.
- Todo se puede discutir, mi amigo.
“No soy tu amigo gringo. Y ya me está rompiendo las pelotas esta conversación” Pensó Randale, haciendo un esfuerzo para que no se note.
- En realidad no quiero reclamar nada. Ni hacer revuelo ni montar nada espectacular - Explicó el visitante adoptando un tono más privado. Su cara se tornó sombría de golpe. A Randale le sorprendió el cambio repentino. Pasó de una actitud confianzuda y dicharachera a un estado frío y cortante. Amenazador diría Randale.
Se quedaron mirándose uno al otro por un par de segundos. Cuando Binder se dio cuenta, volvió a cambiar con una facilidad pasmosa.
- Mi estimado John… - Dijo adoptando un tono amistoso, meloso - Che, podemos tutearnos ¿no?
Randale arqueó las cejas y se encogió de hombros.
- Si quiere hacerlo a mí no me molesta. Yo no lo hago. Cuestión de principios.
- Lo que pasa es que me parece que somos de la misma edad y… ¿Vos sos de acá de Buenos Aires? Yo de chico vivía en Martínez. Estudiaba en el pupilo del colegio Hölters en Cardales.
Golpe bajo y desestabilizador ¿No era alemán este gringo de mierda?
- Entendí que usted era de allá… - dijo Randale en referencia a Alemania.
- No, no, soy hijo de alemanes pero criado acá. En realidad para nosotros es lo mismo. Para los que viven allá no. Seguimos siendo “experimentos sudamericanos”.
- No le entiendo muy bien…
- Quiero decir que por más educación y costumbres que tengamos, los que nacimos fuera de Alemania para los alemanes nativos y residentes, somos “extranjeros”. No nos reciben bien.
Randale no supo que responder.
- Son más jodidos de lo que parecen… perdone la sinceridad pero, ya que me invita a la confianza… Dije lo que pensaba. Acá creemos que ustedes, como otras colectividades, mantienen como primordial la nacionalidad de sus padres antes que la nuestra.
- Si, no es tan así. La diferencia es la vertiente. Los pueblos de ascendencia latina o normanda son tal vez más así. Los sajones o los nórdicos son mucho más sectarios.
“Me perdí” pensó Randale “De qué carajos estamos hablando ahora ¡Qué pérdida de tiempo este muchacho!”
- Señor Binder, para concretar, ¿Cuál es la necesidad puntual que tiene para solicitar mis servicios? ¿Sabe usted a qué me dedico? ¿Sabe cómo manejo mis contratos, los costos, los honorarios? ¿Lo que implica una operación de buceo? ¿Tiene idea de algo relacionado? ¿Qué necesita específicamente?
Binder lo estudió un momento. Evidentemente había vuelto a cambiar de rol. Pero esta vez Randale sospechaba que no iba a volver al anterior, al del tipo simpático y entrador que quería pasar por porteño alemanizado o alemán porteñizado.
- Sí estoy al tanto de a qué se dedica y cómo lo hace - Lo dijo serio, tranquilo, mirándolo de frente sin quitarle la vista de encima - Se perfectamente cómo maneja su trabajo y estoy al tanto de lo que implica una operación de buceo. Créame.
Hizo una pausa, no se supo si para agregar dramatismo o para que Randale asimilara lo siguiente que iba a escuchar.
- John, el motivo por el cual lo contacté,- Su voz se tornó suave y su hablar pausado - es porque necesito que ubique un buque hundido del cual se debe rescatar un elemento.
Se inclinó hacia adelante en su asiento y su mirada se heló cuando le clavó la vista al irlandés.
- Necesito que encuentre un submarino alemán de la segunda guerra que fue ocultado, hundido, en algún punto de una porción de aguas territoriales argentinas.

Silencio profundo flotando entre los hombres mientras alrededor el mundo seguía su rutina en el lobby del hotel de Maipú y Av. Córdoba.