sábado, 23 de abril de 2016

James Bond - De La Literatura Al Cine







Curiosamente no fue el primer libro escrito por Fleming el primero en filmarse dentro de la franquicia original. Hubo que esperar al año 2006, marcando el debut de Daniel Craig en el rol del agente, para ver reflejada en pantalla grande la idea esencial de Fleming, aggiornada a los tiempos actuales.
Pero en el inicio, al inicio de la década de los 50 para los libros y 1962 para los filmes, ¿qué fue lo que generó tanto revuelo en la aparición de esta propuesta y este personaje? 
¿Qué había de diferente en ella en contraposición a todo lo conocido hasta ese momento?

Personalmente sostengo que fue el momento histórico lo que ayudó a Fleming con el éxito de sus historias.
Eso, y la correcta combinación de detalles sumado a una expresión escandalosamente incorrecta de ciertos pasajes de la historia y su personaje, hicieron de Bond y sus aventuras un cócktail imposible de ignorar por la mayor parte del público de aquel momento.
  
Las novelas de Bond comienzan a ganar la calle durante un período oscuro de la historia de mediados del siglo XX, donde la sombra de la post guerra, la amenaza soviética y el temor de un holocausto nuclear eran el pan de cada día.
De alguna forma era necesario creer que el mundo descansaba en manos seguras o a las espaldas de alguien capaz de lidiar con todos esos demonios al mismo tiempo.

La Guerra Fría comenzaba su ascenso. 
Hacia 1963 vería su apogeo con la creación del Muro de Berlín; “casualmente” el mismo año del estreno del primer filme Bond, “El Satánico Dr. No”.



Los antecedentes del autor proponían a sus libros como una suerte de “manual de espionaje” que introducía al lector en un mundo desconocido, lleno de fantasías, misterios y romanticismo.

Las historias de heroísmo y sacrificio de la Segunda Guerra Mundial con las distintas resistencias combatiendo al enemigo nazi, todavía tenían un peso específico enorme en el inconsciente colectivo.

El cine y la literatura se habían convertido en vehículos vinculantes entre pequeños o desconocidos detalles mentirosos de la lucha, (el glamour, la excentricidad, el refinamiento y la buena vida) convirtiendolos en gigantescos íconos, y el hombre común que veía en la pantalla o en las páginas escritas el único modo de acceso a este mundo, desconocido, intrigante,  misterioso
¿Cómo iba a resistirse a la tentación de soñar con todo aquello aunque más no fuese por un par de horas en la oscuridad de una sala o en la intimidad de la lectura?

La fórmula había sido creada, ahora solo había que probarla...


Estos íconos generarían una increíble pero aceptada marca indeleble que el mundo compraría sin discutir: la del espía limpio, impoluto, bien arreglado, vestido con clase y esmero, gozando de los mejores placeres de la vida, lejos de las experiencias reales vividas por agentes y soldados de carne y hueso en los frentes de batalla donde aún por esos tiempos y en secreto, se libraba una guerra violenta, descarnada e inhumana.
El público asistía absorto y ausente a la primera manipulación psicológica masiva que el hombre ejerciera sobre el hombre.

Fleming, absolutamente inocente y casual, inició la tarea. El cine la perfeccionó y completó. La venta masiva de una ilusión que solo existió en la mente de él y el resto de los creativos y que la gente consumió por necesidad.
En especial los propios ingleses, que veían en la fantasía de Bond lo que sus verdaderos agentes secretos no podían lograr en la realidad: dominar la penetración soviética que de la mano de celebres “topos” desestabilizaban a la sociedad y el gobierno desde dentro de sus propias entrañas.

Para ilustrar debidamente ésto, sería conveniente que el lector refrescara conocimientos sobre quienes eran Donald Duart Maclean, Guy Francis De Moncy Burgess y Harold Adrian Russell "Kim" Philby, y así comprender mejor esta teoría. 
O que leyeran a John Le Carre o den un vistazo a la película “El Topo”.

Los ingleses intentaron calmar la ansiedad de solucionar a través de la literatura lo que no podían resolver en la vida real.
Lo mismo que los americanos hicieron años después en el cine con Vietman: ganaron en las pantallas la guerra que perdieron en la realidad cotidiana.

La irrupción de Bond en el ámbito del cine no hizo más que imprimir a sus libros una inyección de vitalidad notable.
Fleming llegó a ver al menos sus dos primeras apariciones y participó en el desarrollo de la tercera.
Como dato curioso, cabe citar que nunca le conformó la elección de Sean Connery en la personificación del personaje.

Connery y Fleming durante la filmación de "Dr. No" (gentileza de daily.greencine.com)


Connery, Shirley Eaton y Fleming durante la  filmación de "Goldfinger" (gentileza de  hmssweblog.wordpress.com)


Los libros habían ido escalando posiciones en los gustos de los lectores y en las listas de ventas. La fiebre Bond se hacía sentir y se esparcía de manera silenciosa por todo el planeta a paso lento pero seguro.
El presidente Kennedy le dio un espaldarazo muy oportuno al citar que en su mesa de luz descansaba “Desde Rusia Con Amor” como uno de sus preferidos a la hora de la lectura.


(hbirddesigns.com)


Alan Dulles, jefe de la CIA por aquelos años, dejó caer un comentario brutal mencionando que todo agente de la agencia debería leer los libros de Fleming como una forma de comprender ciertas situaciones a las que se encontraban expuestos. No me consta que esto sea cierto. 
Pero para los fines de promoción de la época, los resultados están a la vista.

Todo esto marcó un antes y un después en el trabajo de Ian Fleming. O al menos en la valorización de su producción. Falleció en 1964 cuando “Goldfinger” aun no se había estrenado, y ya habían pasado dos de sus libros a la pantalla: “Dr. No” y “Desde Rusia Con Amor”.

Tapa de una de las ediciones de "Goldfinger" (de la colección personal del autor)


Retomando la línea abierta en la primera parte de esta nota, cabe hacer una puntualización en dos sentidos acerca de cuales fueron los motivos subyacentes del éxito de la invención de Fleming.

Creo que apuntaron a dos flancos débiles de la sociedad de aquel entonces.
El primero, como dije, referido a resolver en el papel y la pantalla lo que no se podía controlar en la vida real.
Los servicios de inteligencia británicos eran el hazmerreír de la época; por ende, hacía falta una figura imbatible, superior, leal y abnegada que pusiera la protección y la representación de la corona por encima de todo.

El segundo, siempre como una opinión personal y discutible, iba sobre la doble moral de la sociedad mundial en general y sobre la inglesa en particular, respecto a lo que era política y socialmente correcto e incorrecto.
Bond representaba, exento de cualquier tipo de responsabilidad, culpa o remordimiento, los deseos irrealizables de la mayoría de los mortales.
Desde poseer a la mujer que se deseara, hasta matar autorizado por el gobierno, pasando por recorrer el mundo en aras de salvarlo haciendo derroche discrecional de los fondos aportados por los impuestos de los cumplidores ciudadanos. Todo esto sin tener que rendir cuentas a nadie; salvo a su superior en contadas ocasiones ¿Quién no hubiese querido rendir examen para probar obtener la licencia Doble Cero?



Emblema y sigla del Servicio Secreto Británico


Es fenomenal. Todo puede ser hecho en nombre de la defensa y protección del Reino y los súbditos ¿Quién no quisiera estar amparado bajo ese paraguas?

Las historias del escritor reivindicaban la desastrosa imagen que por esa época martirizaba a los servicios secretos ingleses. La enorme cantidad de escándalos que los acosaban iban desde infiltrados, agentes dobles, escándalos sexuales, perversiones y otras yerbas, todo protagonizado por hombres en cargos de primera línea en el gobierno británico. El bochorno era inaudito.
Los casos de Philby, Burguess y Maclean, siguen siendo estudiados en círculos de inteligencia como referentes aleccionadores de lo que no debe ocurrir en toda organización que se precie de seria.

Por otro lado Bond vino a exponer sin tapujos lo que hasta ese momento otros solo insinuaban, haciéndolo no solo explícito sino además justificado.
El asesinato en nombre de la libertad y la protección del mundo occidental y capitalista, el consumo excéntrico, la falsa cultura snob del refinamiento basado en falsos preceptos, la falta de escrúpulos o el proceder libre de remordimientos eran ingredientes irresistibles a la hora de elegir qué consumir por parte de los lectores y espectadores.

Ni que hablar del tema sexo, del trato machista y la reducción de la imagen femenina a poco menos que una figura decorativa, siendo viable de usar y descartar a juicio y elección del frío hombre que siempre actúa en y por el nombre de la Reina.

Una línea memorable al respecto, se encuentra en “Operación Trueno” (“Thunderball” en el original) aventura en la cual Bond debe encontrar dos bombas nucleares tomadas de un avión Vulcan de la Real Fuerza Aérea, secuestrado y oculto.

Luego de una maratón sexual notable entre una agente enemiga y el propio Bond, la agraciada y voluptuosa mujer seducida (o seductora, depende de que lado lo veamos) deja entrar a los esbirros a sus órdenes para que dispongan de Bond.
Su comentario al pasar es referido al gusto mutuo que el encuentro produjo.
Sin que un solo músculo se le mueva, la respuesta de Bond es, textual, “Ni por un momento se me ocurrió algo semejante. Solo lo hice por la Reina y la Patria”.

Hasta ese momento, pocos o casi ningún filme exponía de forma tan cruda el sadismo, la violencia y la frialdad como lo hacían los filmes Bond. Éstos expresaron durante la primera mitad de la década de los sesenta, un sentido explícito evidente.
Los libros incluían ya ciertos aditamentos por demás llamativos y perversos, pero el punto de giro que le dieron los filmes a las historias originales fue definitivo.

A la vez, como cité anteriormente, Bond reivindicaba tanto en los libros como en los filmes el desastroso desempeño que los servicios secretos ingleses tuvieron después de la guerra en la vida real.
Recordemos que fue necesaria la entrada de Estados Unidos en la guerra para que el equilibrio de dominación beneficiara lentamente a los europeos. Solo tres años después de esto los aliados lograrían volver a poner pié en el continente y empezar a empujar a Hitler de vuelta hacia Alemania.

El rol que les tocó jugar y vivir a los ingleses en estas épocas y las posteriores, hablando de seguridad nacional, secretos y contrainteligencia, fue poco menos que paupérrimo.
Bond, en contrario a la realidad, encarnaba el espíritu de lucha, lealtad, patriotismo y sagacidad puestos al servicio de la Corona que a los protagonistas reales de la historia les faltaba. Poco importaba que para llevar sus misiones a buen término se echara mano sistemática a los métodos más radicales de acción, entre ellos la tortura explícita, el secuestro, el sabotaje y el asesinato. Nada diferente de lo que hoy leemos en los diarios de todos los días; solo que hoy estamos acostumbrados. Por aquellos años la locura recién comenzaba y había quienes creían que lo que ocurría en otras sociedades nunca iba a ocurrir en la propia. Se equivocaban.
  
Veremos en entregas sucesivas cómo esta particularidad fue rápidamente utilizada, primero para garantizar la facturación desmesurada nunca vista antes en las salas de cine y un poco después, para suavizar la imagen del agente británico hasta convertirlo en un héroe casi familiar, rozando los límites de lo caricaturesco en su segunda etapa a cargo de Roger Moore.


Si la primera etapa Bond (1962 – 1968) con el rostro de Sean Connery estuvo signada por los conceptos de los que hablamos anteriormente (violencia, sadismo, sexualidad y sensualidad), lo cual distinguía al agente de cualquier otro imitador, la segunda (1971 – 1985) estaría enfocada al divertimento familiar y la sucesión de aventuras inefables, con mucho de imaginación, buenos recursos técnicos y precisas historias que llevaban a soñar a los espectadores.
Si no, vean un adelanto en “Moonraker”
Bond sobrevive al carnaval carioca y a las Cataratas de Iguazú, para llegar cabalgando vestido de gaucho a las puertas de una iglesia jesuíta. 

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