lunes, 27 de febrero de 2012

Novelas del Autor / Crónicas de La Órden de La Luz


“Sucede siempre que el hombre olvida poseer espíritu y, en consecuencia, toda la grandeza que va conquistando se vuelve nula.
En un tiempo creímos haber llegado alto, tan alto que olvidamos de dónde veníamos, hacia dónde íbamos, a quién nos debíamos. Llegamos tan alto que tanto más duro fue el golpe en la caída.
El hombre no debe olvidar que viene del Creador y debe volver a Él. Ahora lo hecho, hecho está. Solo nos queda esperar en calma y orar en silencio, aguardando que El Nombrado del Basaaf venga y restablezca el orden alterado.”
 Dass Kaffee
Hermano Guardián
Hermandad de La Luz

“...Aquellos que observan la Ley del Creador entrarán en decadencia cuando sus dominios sean incontables. Los Que No Creen los someterán y reinarán por un ciclo completo, persiguiéndolos y destruyendo sus Lugares Sagrados. La historia de Los Que Siguen La Luz será casi polvo y su fe será puesta a prueba.
Solo entonces llegará El Que Fue Elegido, El Nombrado, El Hombre de Honor, porque así está escrito en su Carta por el mismo Creador. Combatirá solo contra Los Que No Creen, vendrá armado con instrumento desconocido por cualquiera y será imbatible para aquellos que no sigan La Ley y los que no estén del lado de la Luz.”


Libro del Curso Humano
Crónica de Los Tiempos Oscuros
Libro Sagrado del Basaaf.



Prólogo

En el principio, La Luz y La Oscuridad se mantenían separadas. Ajenas la una de la otra.
 La Luz tenía forma de Imperio, un Imperio llamado Asphartax, cuyos súbditos profesaban el culto a la Orden de La Luz, también conocida como Hermandad de La Luz por la comunidad que conformaban aquellos monjes, aspirantes y sacerdotes que la componían.
La Oscuridad, tal como se la conoció más tarde, aún no existía. La Oscuridad comenzó a tomar forma en el alma de un ser; un ser que se convertiría en un solo ente para luego fundirse en la encarnación misma de la Maldad, Madre de la Oscuridad Absoluta. De allí nació la semilla que crecería silenciosa y oculta, al amparo de la Magia Negra y los Conjuros, de los Hechiceros Sicarios y Sacerdotisas Impías y se reveló al universo como Legiones Negras de la Inmensa Oscuridad. Pero eso fue después. Mucho después.
Antes de esa época reinó La Luz en manos de quienes seguían La Ley del Creador. La Hermandad de La Luz, en la forma de sus hombres, era la encargada de transmitir y conservar de generación en generación las enseñanzas escritas en el Basaaf, Las Sagradas Escrituras que contenían la Historia del Curso Humano y que solo aquellos iniciados en el duro tránsito del camino espiritual podían aspirar a conocer y mucho más adelante, a interpretar. Se decía y se creía que el Basaaf contenía el detalle de todos los acontecimientos por los que las Razas Vivas deberían pasar, desde su creación hasta su desaparición.
Asphartax fue un Imperio en expansión desde sus orígenes, cuando la Casa Real de Asphar recuperó el trono que le había sido arrebatado por ciclos en la persona de  Lord Lydar Syks, primer Rey reconocido por derecho propio, luego de las Justas Abiertas, pruebas de iniciación a las que fueron convocados todos los varones mayores pertenecientes a las distintas familias que componían la Casa Real. El Rey Syks, caballero joven, de mente amplia y devoto seguidor de las enseñanzas del Creador, ejerció su mandato basado en la convocatoria a todos los territorios,  lejanos o cercanos a la galaxia que quisieran quedar bajo su protectorado, siendo condición excluyente la tolerancia entre las distintas formas de vida que se unificaban y la adhesión a la Ley del Creador como regente común para todo aquel que pretendiera la protección del Reino.
Asphartax comenzó a anexar territorios en forma inmediata y progresiva; su Casa Real despachó contingentes de tropas, misiones diplomáticas y de gobierno hacia cada sistema que requería su anexión para hacerse cargo de la administración pertinente. Los resultados comenzaron a verse pronto y resultaron altamente beneficiosos para ambas partes.
A la edad de ciento cuatro ciclos planetarios, tal era la forma de medición del tiempo entre los humanos de aquella época, el Rey Syks, aún en su absoluto juicio y ejercicio del poder, pudo ver con orgullo y gozo cómo por primera vez en largo tiempo la galaxia vivía en paz y unida bajo su tutela. Y así llegó el tiempo en que el Rey delegó el poder en el tercero de sus cinco hijos, con el acuerdo y la renuncia al reclamo del trono de los dos mayores. Las reglas protocolares de la Casa Real no imponían el traspaso de la corona al primogénito; se regían por un concurso de aptitud en el cual se analizaba cuál de los herederos se hallaba más apto para el ejercicio del poder al momento de la sucesión. En dicha evaluación el Rey recibía el asesoramiento de los más ancianos sabios del Consejo Parlamentario, de sus consejeros personales y de los tutores de los postulantes. Estos tutores eran los que seguían de cerca el crecimiento y la evolución de los herederos desde temprana edad en su desarrollo, observando y manteniendo informado al soberano acerca de los progresos y contratiempos que cada uno mostraba; estos juicios ayudarían al Rey a dictaminar quién podía ser más apto para hacerse cargo de la difícil tarea de conducir los destinos del Reino, en caso de que éste debiera ceder la corona.
Así, Breddar Syks, Hijo Tercero del Rey Lydar, Heredero Legítimo de la Casa Real de Asphar, inició su reinado en tiempos de plenitud y crecimiento, de abundancia y sabiduría, bajo la bendición y la mirada orgullosa de su anciano padre.
Seis ciclos más tarde el Reino de Asphartax celebraba con serenidad y respeto los Ritos Sagrados de Transmutación que llevaron el alma del viejo monarca Lydar de vuelta al Creador.
En la creencia de la Orden de La Luz, todas las almas eran enviadas a este plano visible a cumplir una misión de evolución espiritual y servicio encarnando en un cuerpo. Cuando el ciclo se cumplía, el alma invariablemente volvía al Creador y dependía de su grado evolutivo que tuviera o no que volver a encarnar en este plano o transmutar a otros estados más elevados del ser, desconocidos para la mente y el corazón humanos.
En los Ritos se celebraba con gozo el hecho de que quien se marchaba de este plano lo hacía bajo la consigna del llamado del Creador. No había otra forma, nadie partía antes o después. Y la partida significaba evolución, por lo tanto, no había lugar para la tristeza, salvo por el hecho de no tener más presente en el plano físico al ser amado. La misma fórmula se aplicaba a un Rey como al último de los súbditos; nadie era más o menos a los ojos del Creador.
El ritual en sí mismo se iniciaba con la reunión de los afectos cercanos a quien partía y se lo recordaba con alegría, transmitiendo a los más pequeños su historia a través de los hechos relevantes que se habían destacado en su paso por este plano, por los cuales el protagonista iba a ser recordado. Así se mantenía la tradición de legar por testimonio, oral en el caso de la plebe y escrito en la realeza, todos los detalles de la historia de quienes los habían precedido en el interminable camino de la vida.
Cumplida esta ceremonia, el capullo (tal era el concepto que se tenía acerca del cuerpo material que contenía el “verdadero ser”) se depositaba en una sala de oración, dentro de un contenedor de líquidos purificadores que ayudaban al desprendimiento del alma de su atadura física, mientras sus afectos cercanos disponían del tiempo necesario para meditar a solas con él por última vez, antes de que se diera paso a la última instancia del ritual. En ésta los Hermanos de Orden, Sacerdotes de la Hermandad, se encargaban de iniciar los ritos de consagración y, luego, la consumación de la transmutación definitiva, a través de la pira funeraria dentro del Templo Real que sumaría las cenizas del Rey a las de sus antepasados.
El Parlamento ratificaba su reconocimiento al nuevo Rey luego de finalizados los Ritos, en una ceremonia pública con la participación del pueblo que saludaba a su nuevo Señor; después de esto, los distintos sistemas que componían el Reino comenzaban a cumplir con los protocolos de presentación ante el nuevo monarca. En esos  críticos momentos de transición, La Oscuridad cobró vida propia en la forma de una nefasta agrupación de seis sistemas apátridas que rápidamente fue identificada como la Alianza de los Seis.
Se apartaron de la Casa Real Asphar y al poco tiempo comenzaron unas tibias disputas territoriales que terminaron en la escisión de los Seis del Sistema Asphartax. Formaron una coalición de la que pronto emergió el futuro líder detrás de quien se encolumnarían las, más tarde denominadas, Legiones Negras. El General Roge Kensheere tomó el control del gobierno central de la coalición, que duró menos de lo que el más pesimista hubiera podido sospechar, y luego de agrupar sus ejércitos, su flota y sus escuadrones de ataque, Kensheere no dudó en colocar tropas intervencionistas en cada uno de los otros sistemas rebeldes y disolver los gobiernos locales, convirtiendo a cada uno de ellos en simples territorios anexados al gobierno central establecido en el Sistema Thiaris, “su” sistema, por lo tanto “su” gobierno. La hegemonía y el equilibrio de etnias y razas de la galaxia se rompieron rápido.  Kensheere amalgamó  sus fuerzas armadas bajo un solo apelativo, un color y un símbolo. Las Legiones Negras comenzaron a marchar implacables sobre distintos sectores de la galaxia conquistando y sometiendo, la fórmula opuesta a la que la Casa Real de Asphar había puesto en práctica desde tiempos inmemoriales. Pronto se alejaron del eje central del sistema galáctico desapareciendo de escena por largo tiempo.
Hasta entonces...




Todo el material aquí volcado es de propiedad intelectual del autor, Marcelo Branda, y esta resguardado por el correspondiente registro en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual de la República Argentina.

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