jueves, 9 de junio de 2011

Argentino: ¿Marchó Ud. a las Fronteras? Cap. 1

1


Tengo recuerdos claros pero segmentados de ese año 1979 en el que aún no se acallaban los ecos del Mundial de Fútbol ganado el año anterior, cuando la Selección Juvenil, con Maradona a la cabeza, conquistaba otro título en Japón, esta vez para la categoría Sub-20. El siete de septiembre estábamos en la escuela con la radio pegada al oído, medio de contrabando, esperando que la nueva copa viniera a la Argentina.
No recuerdo el momento exacto en el que se dio la novedad pero por esos meses la escuela, formalmente Escuela Nacional de Comercio de Villa Ballester (luego denominada “Gral. Don Manuel Belgrano”) había notificado en forma oficial a todo el alumnado, que un viaje se realizaría a mediados de noviembre en el marco de un gran operativo nacional dirigido por Gendarmería y que un grupo de alumnos a designar representaría al establecimiento.
Los orígenes de “El Comercial”, como usualmente se lo conocía en el barrio, se remontan a una ley emitida durante el gobierno del presidente Marcelo T. de Alvear en noviembre de 1925, en la cual “se autoriza la creación de una escuela secundaria técnica de modalidad estatal en la Ciudad de San Martín”. Ubicada en la esquina de Pueyrredón y Balcarce, San Martín, Buenos Aires, la escuela recibe su primer nombre oficial: “Escuela de Artes, Oficios y Manualidades José Benjamín Zubiaur” poco antes de su inauguración en 1926.
En principio la escuela funcionaba ofreciendo cursos para mujeres dentro de las áreas de Corte y Confección, Cerámica, Tejido, Manualidades, Alfarería y Bordado a Máquina para luego ampliar su oferta también a varones.  El Secretariado Comercial se inicia en 1927 y su duración se establece en tres años de duración, en contrapartida del resto de los cursos que se completan en períodos menores de uno o dos años, según el curso.
Los jóvenes se sumaban a la posibilidad de formación pudiendo elegir entre varios cursos que comenzaron a ofrecerse poco tiempo después. Se habilitaron a tal fin especialidades como Mecánica General con Especialización en Ajustadores de Banco, Electricidad, Herrería, Carpintería y Fresadores. La duración de estos cursos era de dos años.
La primera promoción que egresó con títulos de Perito Mercantil lo hizo en el año 1940. Cinco años después, en 1945, se determinó la separación del Anexo Comercial de la Escuela Matriz, de inclinación técnica, y se dio origen a la formación de la Escuela Nacional de Comercio de San Martín y de dos establecimientos nuevos: La Escuela de Educación Técnica Nro. 2 “Alemania” y la Escuela de Educación Técnica Nro. 4 “Emilio Mitre”.
A la postre, establecimientos con los cuales “El Comercial” tendría históricamente una rivalidad territorial clásica, puesta de manifiesto en competencias deportivas y otras situaciones bastante menos académicas. Lo gracioso del tema es que pocos o ninguno debe saber que en el nacimiento, todos salimos del mismo lugar. Formalmente se considera que la fecha de origen de la escuela, tal cual la conocimos quienes formamos parte del viaje, data del 23 de abril de 1945 bajo la presidencia de Edelmiro J. Farrel.
En enero de 1946, la flamante escuela se traslada al lugar donde se encuentra hoy y donde quienes viajamos a la frontera cursamos nuestros estudios: Lacroze 133 de la localidad de Villa Ballester. Allí se instaló en terrenos que le son expropiados a la Sociedad Escolar Alemana. En su primera etapa de funcionamiento se abrieron cursos para varones por la mañana y para mujeres por la tarde. Mucho después, en 1950, se habilitó también el turno noche.
A pesar de no estar más ubicada dentro del radio directo de influencia de la ciudad de San Martín, hubo que esperar hasta 1957 para que su nombre cambie. A partir del 13 de noviembre de ese año, pasó a denominarse “Escuela Nacional de Comercio de Villa Ballester” y en el mismo edificio de aquella época, los integrantes del grupo cursamos nuestros años de secundaria. La vieja escuela funcionaba con parte integrada al nuevo edificio, que se había entregado al terminarse parte de la obra, en los primeros meses de 1978. Durante esa primera época, a los cursos nos tocaba cambiar de aulas cada bimestre para no ser siempre los mismos los que padecían las inclemencias de lo que extraoficialmente los alumnos llamaban “El Gallinero”, el sector de aulas más antiguo del colegio. “El Gallinero” era una especie de gimnasio gigantesco, loteado por aulas gracias a unas divisiones de madera que si las empujabas con ganas se bamboleaban de lo lindo.
El hecho de cómo estaba armado hacía que las aulas no tuvieran techo. El único que había era el de la construcción general, bastante más arriba del nivel de las paredes. Que puedo decir respecto de los objetos que, durante las horas de clases, volaban de un aula a otra en las batallas de fuego de artillería entre una división y la contigua.
Retomando la cronología, unos años después de establecerse en Ballester y de adoptar su nuevo nombre, la escuela entró en una nueva etapa de desarrollo. En 1965 se elevó de manera oficial la solicitud de compra del edificio que, coincidente con la inauguración del Anexo Bachillerato, se concretó en 1967. En 1969 se decidió e inició la construcción de un edificio por completo nuevo, que es el que hoy conocemos, y que se completa en su primer etapa para 1974.
El 24 de septiembre de 1979, en momentos de iniciarse el relato del viaje, el Profesor Livio Bettendorff, Director de la Escuela y docente a quien tuve el enorme gusto y orgullo de conocer, recibe de manos de las autoridades nacionales la primera parte, completa y funcional, del nuevo edificio para ser utilizada por la gran población estudiantil que el establecimiento albergaba. Las mismas se encuentran en estado de utilización provisorio, por lo cual se toma el compromiso de reintegrarlas a la obra general en diciembre siguiente para proseguir con las tareas de acondicionamiento.
En diciembre de 1980 la escuela es terminada por completo y el 24 de marzo de 1981 se inaugura de manera oficial, de manera coincidente con el nuevo ciclo lectivo y, de seguro no por casualidad, con un nuevo aniversario del golpe que derrocara a la última presidente constitucional hasta entonces. Recuerdo perfectamente ese día. Yo ya estudiaba desde el año anterior en el Turno Noche y la ceremonia de inauguración la presidió el Vice Director a cargo para el Turno, Prof. Alberto Meza.
Yo había desembarcado en Villa Ballester, más precisamente en Chilavert a unas diez cuadras, a principios de febrero de 1975 con intenciones de quedarme con mi familia solo unos días hasta terminar de organizar el viaje que nos llevaría a emigrar a Italia. Los apenas veinte o treinta días de demora se convirtieron en once años y así pasé toda mi adolescencia en un lugar del que guardo los mejores recuerdos.
Obligado por las circunstancias, tuve que cambiar por segunda vez de colegio en mis siete años de primaria.
Inicié mis estudios en el 68 en Nuestra Señora del Rosario, conocido en el barrio como “La Capillita”, porque la iglesia de la parroquia en ese entonces era de madera y chiquitita. Estaba ubicada en un barrio mal llamado Villa Progreso ya que lo único que cambió de su fisonomía en los últimos cuarenta años fueron los nombres de las calles. Allí arranqué jardín y llegué hasta quinto grado siendo un poco la mascota de la escuela. En 1974 me arrancaron del lugar donde me sentía más cómodo y me transplantaron a la Capital, a la Escuela República de Panamá de Av. San Martín entre Del Carril y Pareja. Allí no terminé de acomodarme durante el sexto grado que ya me estaban cambiando de nuevo por la mudanza.
La Escuela Nro. 9, de Boulevard Ballester 554, en el barrio de Villa Ballester, me recibió para terminar séptimo grado y egresar entusiasmado con estudiar diseño mecánico junto con un compañero que, si la memoria no me falla, se llamaba Pontello. Ambos cultivábamos la pasión por la Formula Uno, el fanatismo para con la Escudería Ferrari y una relación compleja de amor odio con el piloto del auto 7 de la Escudería Brabham, nada menos que el benemérito Carlos Alberto Reutemann, por aquellos años un tipo callado, híper concentrado, con cara de pocos amigos y tildado de amargo por muchos. Nada que ver con la imagen de político entrado en años que hoy vemos por los medios.
Las complicaciones de la vida quisieron que, en vez de acceder a una plaza en el E.N.E.T. Nro. 4 “Emilio Mitre” de San Martín, para estudiar esa especialidad o algo similar, apareciera en otro a un par de cuadras de mi casa, el E.N.E.T. Nro. 2 “Alemania”. Allí hice mis primeros meses y mi primera experiencia de secundaria, a partir de marzo del 76, al mismo tiempo que Isabel Martínez de Perón levantaba vuelo desde el techo de la Casa Rosada con destino incierto, en un helicóptero feo y desdibujado en la noche. Para septiembre, el colegio veía como me iba a mi casa para nunca más volver.
Dejé de estudiar dos días antes del esperado 21 de septiembre, con lo cual me acuerdo patente de cómo me quedé afuera de mi primer picnic como estudiante por elegir mal el día para desertar.
A fin de año la casualidad, ¿casualidad?, hizo que me cruzara con uno de los dos únicos amigos que había hecho durante mi sexto grado en el República de Panamá, en Villa Devoto. Se llamaba Carlos Surra y lo apodábamos “Conejo”. No parecía haber pasado el tiempo.
Antes de darnos cuenta, el otro socio que teníamos en “La Panamá” también se nos acopló desde Malaver, barrio pegado a Villa Ballester, donde vivía, y juntos volvíamos a conformar el trío inseparable que éramos solo dos años antes. Se llamaba Martín Barracosa y fue el gran responsable de que cambiara de parecer respecto a los estudios y volviera al colegio.  Durante el 77 no quise saber nada con los libros, pero volver a encontrarme con ambos me hizo replantearme la decisión y en el 78, con quince años y muchas cuestiones en la cabeza, el Comercial de Ballester me dio un lugar entre su gente y me iría un tiempo después con el título tan preciado bajo el brazo. Así fue como las cosas se acomodaron para ser protagonista de una aventura que casi treinta años después se convierte en libro.
¿Empezamos a contar la historia?


El Diario de Viaje

Viernes 16 de noviembre de 1979

Esta mañana se inició nuestra marcha a la frontera.
Hoy fue el día oficial del comienzo de esta experiencia que el grupo vivirá durante una semana aquí en Lago Blanco, Chubut, a más de 2.300 kilómetros de Buenos Aires. A continuación, en carácter de encargado de prensa, trataré de relatar los hechos y el viaje lo mejor posible en todos sus detalles, como verdaderamente lo sentimos y lo vivimos.
En realidad nuestro diario de viaje tiene su primera inscripción con un acto realizado en el Luna Park de Buenos Aires, ya que fue el primer hecho importante relacionado directamente con la marcha, después de formado el grupo.


El jueves 22 de octubre, el diario se abría con estas palabras…

Jueves 22 de octubre de 1979

Nos reunimos en la puerta del colegio a las 17 horas y desde allí partimos en tren hacia Retiro, para llegar luego al Luna Park donde Gendarmería Nacional ofreció un espectáculo para todo el contingente de Capital Federal y Gran Buenos Aires que viajaría a la frontera.
A decir verdad, todos pensamos que iba a ser una noche pesada y aburrida. Por el contrario nos sorprendió darnos cuenta que tuvimos la suerte de presenciar y disfrutar de un show bárbaro, estando cerca de figuras más que importantes del ambiente artístico y musical.
Algunos de los que desfilaron por el escenario fueron Los Indios Tacunau, Los Zorzales, Los Chalchaleros, Nito, Claudia y Mariano Mores, Susana Rinaldi y Luís Landriscina.
Nos sacaron fotos, nos filmaron, cantamos, gritamos y nos divertimos a lo grande. Una noche impensada. Fue una gran noche.


Desde esa fecha, el diario vuelve a ser protagonista el día 07 de noviembre en ocasión de una visita que algunos componentes del grupo hacemos al Edificio Cóndor…


Miércoles 7 de noviembre de 1979

Esa mañana, el Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea Argentina, Brigadier General Omar Rubens Graffigna, nos recibió a delegaciones de distintos colegios en su despacho.
Alejandro Boggio, Martín Barracosa, Gustavo Massad y yo representamos al Colegio en esa oportunidad. Fue una experiencia muy importante para todos, en particular para mí.
En el mismo lugar de trabajo que usaba a diario, nos reunimos con el Brigadier General y tuvimos oportunidad de escuchar unas palabras alusivas al viaje que emprenderíamos en unos días. El motivo real de nuestra visita era recibir de manera oficial la noticia que revolucionaría la ya excitada moral del grupo: la Fuerza Aérea Argentina ponía a disposición de varios contingentes (entre los cuales estaba el nuestro) un Hércules C-130 que nos llevaría a Lago Blanco y nos devolvería a Buenos Aires.
Cámaras de Canal 11 filmaron la reunión y el anuncio, haciendo un registro minucioso del encuentro. Estar junto al Jefe de la Fuerza Aérea, compartir su lugar de trabajo, tener un encuentro directo y cercano, donde pudimos charlar con él y conocer detalles de su rutina, fue una experiencia inolvidable; un honor se podría decir. Todos estábamos muy emocionados. De las aulas de la Escuela a ser filmados y fotografiados junto a la máxima autoridad de la Fuerza y, además, ser parte de una propuesta que solo contaba a cinco mil jóvenes de todos los colegios que había en Capital Federal y Gran Buenos Aires… Realmente nos sentíamos afortunados, honrados de ser parte de esta empresa que quedaría en el recuerdo de toda la gente.
En tanto el Brigadier General pronunciaba su discurso, se les obsequió a los rectores de cada colegio presente una maqueta recordativa del avión de combate argentino IA-58 Pucara y un plato recordatorio (con un emblema alusivo pintado) a cada uno de los alumnos.
Al finalizar su discurso, el Brigadier General cedió la palabra a uno de los rectores que fue el encargado de agradecer en nombre de todos la ayuda brindada por Fuerza Aérea en la facilitación de semejante viaje y luego de obsequiarle un cuadro alusivo a la marcha hecho por sus alumnos.
Acto seguido, fuimos invitados a pasar al microcine del lugar donde se proyectarían tres películas alusivas a la Fuerza Aérea.
La primera mostraba todo el poderío aéreo que posee la Argentina a lo largo y a lo ancho de todo su territorio. La exhibición de las bases de Buenos Aires, Mendoza, Córdoba y Santa Fe fue de lo más impresionante.
El despliegue táctico de los Mirage III, los Pucara y los Sabre entre otros era una prueba de peso y contundente de cómo la Argentina ejercía el control de su espacio aéreo, y la demostración de algunas maniobras de combate por parte de los pilotos no dejaban lugar a dudas de la sofisticación y eficacia que la defensa aérea había alcanzado a niveles técnico y humano, en los últimos años.
La segunda película se denominaba “Operación Marambio” y mostraba en todo detalle las características de la base que la Fuerza Aérea posee en la Antártida. La misma, es un verdadero complejo que va aumentando de tamaño año tras año, proyectando convertirla en un destacamento de avanzada capaz de albergar a un gran número de personal en los próximos años. Estos estarán destinados a la investigación científica y técnica en condiciones singulares, en esta parte del mundo.
Entre otras cosas se proyecta construir allí una pista sólida de aterrizaje para favorecer el tránsito aéreo por la zona.
La tercera y última película, denominada “Ríos de Hielo”, mostraba toda la majestuosidad que ofrece el desmoronamiento de los glaciares en el sur argentino. Tras el imponente marco de los lagos de nuestra Patagonia, la cinta reflejaba toda la belleza desprendida de tal espectáculo, motivo de asombro para gran cantidad de turistas que nos visitan cada año para presenciarlo.
Los desmoronamientos se dan durante el verano cada, aproximadamente, tres años y su superficie se va perdiendo lentamente con el tiempo; estos son los últimos glaciares existentes, por eso conllevan tanto interés.
Terminados los filmes, las delegaciones nos retiramos del Edificio llevando con nosotros una gran emoción y una sensación indescriptible de gratitud y orgullo.


Martes 13 de noviembre de 1979

Otra vez hechos que son de injerencia para el diario.
Este fue el día elegido por los organizadores para realizar el ensayo del acto central desde el cual los contingentes partirían hacia destino desde el Estadio Monumental de River Plate, tres días después, el viernes 16.
Por la mañana muy temprano, alrededor de las seis, el tiempo desmejoraba notablemente y se veían venir los primeros indicios de tormenta.
Tal cual, un rato más tarde Buenos Aires se cubría de una suave y persistente llovizna que ponía en duda el ensayo próximo a realizarse.
A las siete de la mañana debíamos estar todos reunidos en el colegio y desde allí salir rumbo al estadio. Nadie sabía si ir o no. No se nos habían dado indicaciones de qué hacer en caso de lluvia. Era real que el ensayo se dificultaba, pero el acto era en tres días y no quedaban muchas opciones.
Al ser el único ensayo que se haría, se había planificado con todos los elementos a contar el día del acto. Esto incluía ropa y otros elementos como un cartel identificatorio, el encargado de hacerlo tuvo que dejarlo en su casa, a bastante distancia del colegio. Por el horario de viaje, los colectivos no permiten subir con elementos de este tipo.
Mientras esperábamos la confirmación del ensayo, uno de los preceptores del colegio nos llevó a buscar el cartel. Al estar de regreso, y para nuestra sorpresa y desilusión, el ensayo se suspendió para el jueves. Para no perder la mañana (nadie quería perder la oportunidad de no estar en clase) aprovechamos para tener una reunión con todos los integrantes del grupo y nuestro jefe, el profesor Rodríguez Getino quien estando a cargo de Educación Física, ese día tampoco tendría actividad, y así ultimar detalles de la misión frontera…


Releyendo, me saltan a la vista detalles olvidados; hay tantos que debería haber pensado en una conferencia para poder transmitirlos todos en lugar de escribir un libro. Tengo una memoria privilegiada que a veces me juega en contra y me carga la prosa. Quienes me leen, y con buen tino, me corrigen e insisten en marcar que no debo dispersarme.
Lo primero que me asombra es cómo, cuando somos inconscientes del marco global de realidad, la percepción de ésta puede ser tan trastocada. Insisto tan trastocada.
No debemos perder de vista varias cosas para comprender esto; a pesar de ser chicos, no éramos tontos. Recuerdo perfectamente cómo durante los primeros años de la década del setenta las recomendaciones de los mayores eran precisas respecto de algunas cosas que para nosotros eran obvias y vistas a la distancia me resultan escalofriantes. Yo estaba en sexto grado. Era 1974 y el Ejército Revolucionario del Pueblo, Montoneros, Tupamaros y la Triple A debatían en las calles a quien le pertenecía el territorio. Una verdadera locura vista desde acá, como la otra locura que arrancaría dos años después. En el medio, a veces siendo instrumento y parte, las fuerzas de seguridad también hacían lo suyo. No se salvaba nadie. Los maestros nos remarcaban una y otra vez no pararnos al lado de un policía al cruzar la calle. La guerrilla tenía por costumbre pasar a velocidad por las esquinas y descargar ráfagas de ametralladoras cuando veían a uno. Cuando lo comento, entre los hijos de mis amigos principalmente y que ya orillan los veinte años, se me quedan mirando pensando que me deliré y les mezclo la realidad con “El Padrino”. Creen que les estoy tomando el pelo.
En esa época era usual, de todos los días, contar cuantos muertos de cada bando había regados por los lugares por donde pasábamos para ir a la escuela o llegar a la casa de un compañero. En realidad, si voy a hilar fino en la memoria, la cosa arranca de mucho tiempo atrás, por el setenta y tres, para la época en que un tipo grande, que gesticulaba mucho cuando hablaba y tenía la voz ronca y grandes bolsas bajo los ojos chiquitos aparecía bajando de un avión de Alitalia, una mañana lluviosa. Recuerdo que lo vi por televisión mientras jugaba con unos soldaditos de plástico en la mesa del comedor… Pero mejor volver al diario…

Miércoles 14 de noviembre de 1979

A dos días del viaje los preparativos nos presionaban junto con el tiempo y debíamos apurarnos lo más posible para completar todo lo que nos faltaba.
Ese día éramos los encargados de la tarea Raúl Ferraro, Alejandro Boggio y yo. Teníamos que pasar por la casa de deportes que funcionaba dentro de las instalaciones del Estadio de River Plate (propiedad de un familiar del profesor Rodríguez Getino) para retirar una bolsa de materiales deportivos que serían donados a la escuela que apadrinábamos.
En realidad lo de ese día no fue tan importante como para ocupar un lugar destacado en el diario, pero hubo detalles interesantes de la recorrida que hicimos que vale la pena ser citados.
Entramos al Estadio sin ningún problema; nos sorprendió la ausencia de controles. La casa de deportes estaba ubicada a pocos metros de la puerta principal de entrada por Av. Alcorta. La persona que debíamos ver aun no llegaba, por lo tanto había que esperar. Utilizamos el tiempo para conocer el club y sus instalaciones, encontrándonos con varias sorpresas en el recorrido.
La primera fue la mejor. Los accesos a la cancha estaban abiertos. No lo podíamos creer. Sin dudarlo nos colamos por las puertas abiertas que nos sacaron al campo por el lateral, detrás de los bancos de suplentes. Pisamos la grava y nos quedamos embobados mirando las tribunas desde un lugar al que no todo el mundo podía acceder. Nos tomamos nuestro tiempo. Salimos de ahí antes de que alguien nos viera y se armara lío, aunque lo que más nos llamaba la atención era que todo el estadio parecía estar vacío. A mí me hacía pensar en esas películas post Apocalipsis donde el protagonista anda por lugares desiertos que antes habían estado abarrotados de gente.
Seguimos recorriendo pasillos visitando la cancha de básquet, unos vestuarios, el corredor que da vuelta a toda la cancha de fútbol. En un momento de la recorrida empezamos a cruzarnos con gente… ¡Y qué gente! J.J. López, Merlo y Ortiz venían de frente, bolsitos en mano y los tres nos quedamos helados. No pudimos ni reaccionar para pedir autógrafos. Ahí nos dimos cuenta que el plantel de River debería estar entrenando, así que nos olvidamos de la bolsa que había que retirar y nos fuimos atrás de los jugadores. Los seguimos hasta una cancha auxiliar y nos encontramos con la sorpresa siguiente. En una cancha auxiliar en la parte trasera del predio, Luque, Fillol y Saporitti practicaban con otros jugadores. ¡¡Era para matarse!! El equipo profesional de River ahí nomás, trabajando, practicando y nosotros espiando sin que nadie nos diga nada.
Pero todo llega a su término; la encargada del local nos andaba buscando hacía rato y nos cruzó cuando estábamos volviendo para decirnos que lo que teníamos que buscar estaba en otra casa de deportes a unas cuadras de allí.
Así pasó otro día más en la cuenta regresiva hacia el ansiado viernes. Quedaban solo dos días.


Jueves 15 de noviembre de 1979

Siendo aproximadamente las ocho y media de la mañana partimos hacia River para practicar el desfile. Hacía frío, cosa extraña para esa época del año, a pesar de lo cual el tono festivo no faltó entre nosotros.
Durante el tiempo que debimos permanecer parados en el playón fuera de las instalaciones, nos hicimos amigos de compañeros del colegio Florencio Varela de Avellaneda, con quienes, casualmente, compartiríamos el avión que nos llevaría al sur. Un grupo macanudo el de estos chicos, con los que confraternizamos uniéndonos en cánticos futboleros y bulla, que nos permitieran expresar la alegría y la ansiedad con la que esperábamos la partida y el inicio del viaje.
Un rato después nos avisaron que la entrada a la cancha era cuestión de minutos, por eso el gendarme encargado de nuestro grupo nos hizo entrega de las remeras que usaríamos para ensayar y luego para desfilar, al día siguiente.
El ensayo fue corto, muy corto. Ingresamos al campo de juego y al momento de pisar el terreno, ya estábamos en el lugar que nos correspondía, sobre los andariveles de la pista de atletismo. Poco a poco todo el aro, o gran parte al menos, fue llenándose de gente.
Por megáfonos los encargados de la organización fueron dando indicaciones y nos explicaron el desarrollo del acto; luego de esto dimos paso al desfile en sí. Se practicó todo de manera ordenada y precisa, lo cual redundó en un resultado perfecto. Se podía decir que todo estaba listo para el día esperado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario