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El Recibimiento y La Estadía
Viernes 16 de noviembre de 1979
Lago Blanco es un pueblito de no más de veinte o veinticinco casas en total, incluidos edificios públicos e instalaciones. Unos cuantos de estos son los que más espacio ocupan y si no fuera por ellos, el lugar parecería mucho más pequeño de lo que es. La Comuna Rural (viene a cumplir las funciones de un Juzgado de Paz o Registro Civil) la Escuela, la Oficina de Correos, el puesto policial y en los límites del pueblo, la usina que genera la electricidad usada por los habitantes (cabe aclarar que solo era puesta en funcionamiento entre las siete u ocho de la noche y hasta las siete de la mañana del otro día)
Así entendimos que durante el resto de la jornada, la vida transcurría en absoluto diferente de lo que para nosotros era un día común. Sin televisión, ni radios (salvo a pilas) sin mayor movimiento, sin tráfico ni semáforos… Un pequeño gran cambio para unos bichos de ciudad muy mal acostumbrados.
Al momento de nuestra entrada al pueblo el sol estaba oculto detrás de gruesos nubarrones y una llovizna tenue caía haciendo más desolador el paisaje, vacío de gente y movimiento. El cambio repentino de las condiciones climáticas se haría una constante a lo largo de todo el viaje.
Bajamos del camión y nos llevamos una sorpresa mayúscula cuando vimos este panorama: ni un alma recibiéndonos ni andando, parecía que el lugar había sido evacuado. Fueron los mismos gendarmes quienes nos invitaron a pasar a la escuela, para después ocuparnos del equipaje cuando el tiempo lo permitiera. Hicimos caso de mala gana, para ser francos.
Segundos más tarde nos llevábamos la segunda gran sorpresa del día. Entramos a la escuela, que tenía un pequeño jardín que separaba la verja baja sobre la vereda de la entrada de puertas de hojas dobles. La entrada estaba sobre un costado y el resto del frente eran grandes ventanas con las cortinas de tela clara cerradas. No podía verse mucho más, el resto de las instalaciones estaban por detrás.
La puerta se abrió y en el gran hall que teníamos por delante, encontramos a todos los pobladores que pudieron estar a ese momento para darnos la bienvenida.
Un aplauso ensordecedor nos atajó en la puerta misma. A izquierda y derecha, formados y con caras radiantes de curiosidad y alegría estaban los niños – alumnos a quienes habíamos venido a ver; un poco más adelante, impecable y sonriente estaba aplaudiendo también el maestro de la escuela, Sr. Generoso, detrás de él, el resto de la gente que nos recibía como héroes o protagonistas de vaya uno a saber que logro, mientras las palmas no dejaban de batir. Nosotros a su vez, hicimos lo propio ofreciendo un aplauso en retribución y saludándolos a ellos.
El Sr. Generoso se adelantó y saludó en primer lugar al Profesor Rodríguez Getino, con quien se confundió en un profundo y sentido abrazo. Agradeció a todos, en nombre de todos, que estuviésemos allí y nos daba a la vez una calurosa bienvenida.
Estrechamos su mano cada uno de los integrantes del grupo presentando nuestros respetos y después hicimos lo propio con niños y lugareños, con quienes nos entretuvimos un largo rato, preguntando nombres y tratando de retenerlos. Los chicos estaban tan entusiasmados que empezaron a formar especies de “cortejos” en los cuales grupitos de cuatro o cinco se pegaban a cada uno de nosotros y nos oficiaban de “ángeles de la guarda” Durante toda la estadía y en cada momento que podían, nos esperaban, nos acompañaban y nos seguían a cada paso que dábamos.
Cuando la euforia fue mermando, la gente volvió a sus casas poco a poco y la situación se fue distendiendo; empezábamos a sentir los efectos del largo día y tantas emociones vividas. Nos invitaron a pasar a otra parte del salón donde habían dispuesto una mesa con algo para tomar y comer, hasta esperar la cena. No nos habíamos dado cuenta pero no habíamos probado bocado desde que cada uno saliera de su casa por la mañana temprano.
Tomamos luego un rato para estirar las piernas y recorrer las instalaciones de la escuela mientras la cena se iba poniendo a punto.
Al rato algunos volvieron, ya que habían sido invitados a compartir la mesa con las autoridades de la escuela (El Sr. Generoso y el personal auxiliar) y nosotros; al llegar el momento, todos nos reunimos y compartimos un riquísimo cordero al horno que devoramos con demasiado entusiasmo, como después nos dimos cuenta. Pudimos entremezclarnos con ellos e intercambiar las primeras impresiones, la charla salía amena y fluida, había mucho para conversar. Todo transcurrió en un clima de camaradería y comodidad pasando una noche que se presentaba perfecta como broche del día que vivimos.
Al momento de finalizar la cena, el grupo se dividió según las habitaciones que habían sido asignadas, ubicadas en diferentes lugares del pueblo. Esto fue hecho previo a nuestra llegada y consultado al Profesor Getino después. Dado el visto bueno, seis de nosotros (entre los cuales me cuento) quedamos destinados a una pensión frente a la escuela, diez en otra pensión con más lugar a dos cuadras de allí y los cuatro restantes a tres cuadras, en las dependencias de una casa de familia, ubicada frente al puesto policial.
Repartidos cada uno a su lugar, ya tarde ese largo viernes buscamos descanso luego de habernos dado el gusto de cumplir con lo deseado: Nuestra primer noche en Lago Blanco. El objetivo estaba cumplido…
Es curioso, no debería serlo pero el hecho nunca deja de maravillarme, cómo un recuerdo encadena a otro y así se arma una reacción con efecto dominó que te lleva a lugares impensados.
Reviviendo todo ese ajetreado día de viaje me venían a la mente fragmentos descolgados, pero llamativos, de pequeños hechos que aún no comprendo porque quedan tan marcados sobre otros.
Alberto Turczyn era un compañero que recuerdo vagamente; era corpulento pero de baja estatura lo cual lo hacía ver como una pequeña mole, de cuello grueso y cabello ensortijado que recordaba al look afro, tan de moda en los setenta. Cuando íbamos desfilando, nos hablaba permanentemente haciendo chistes, algunos inocentes y otros no tanto; y vale aclarar que no en el sentido pícaro que a uno se le puede ocurrir, sino en uno más bien combativo.
A Turczyn lo tenía a mal traer el romanticismo del Che Guevara y la guerrilla, en chiste estaba gran parte del tiempo dando la lata con lo mismo, y nosotros nos descostillábamos de risa sin pensar ni saber todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Estábamos en la cancha de River, cerrando el acto y por completar la única vuelta al estadio que deberíamos dar, y Turczyn empezó a dar indicaciones para que hiciéramos algo fuera de lo estipulado por los organizadores del desfile y que saludáramos a nuestros compañeros. Él daría la señal.
Íbamos en grupo, en dos o tres filas largas, no en fila india, lo cual facilitaba la conversación y el escucharse, por lo tanto sus indicaciones eran claras y les llegaban a todos. La consigna era que al pasar por delante de nuestros compañeros, identificados con una bandera del colegio pintada a mano y ubicados en las bandejas bajas del estadio, Turczyn daría la señal y todos levantaríamos el brazo, no recuerdo si derecho o izquierdo, con el puño cerrado y saludaríamos a los nuestros. “Casualmente”, nuestros compañeros estaban unos metros a la izquierda del palco oficial, donde se ubicaba toda la crema de la Junta Militar en pleno y otros popes del gobierno, incluido Videla, obviamente, Viola, Agosti y Masera.
La cuestión fue que en la cara de todos los que estaban en ese momento en el palco oficial, nosotros tuvimos la poco feliz idea de seguirle la corriente a nuestro compañero, sin saber que el propuesto gesto era la forma de saludo que los militantes de las diferentes formaciones de izquierda utilizaban en sus propios desfiles.
Si no salimos de ahí y nos llevaron derecho a la Escuela de Mecánica de la Armada, fue porque ese día se nos perdonaba todo y hubiera quedado chocante que veinte pendejos imberbes no subieran al avión que nos esperaba en Aeroparque. La verdad, Turczyn estuvo genial y nos hizo entrar a todos como lo que realmente éramos. Una manga de colgados que no le dábamos mayor bola a nada.
Alberto, si algún día lees y reconoces esto, te mando desde aquí un abrazo. A pesar de los años, jamás olvidé esa anécdota.
Una curiosidad, y un error, irreparable hasta este momento en que me encuentro redactando el libro (estoy en vías de solucionarlo) es darme cuenta que en ningún momento de la redacción del diario, durante el mismo viaje, tuve la precaución de dejar por escrito los nombres de los alumnos que conformaban el grupo. Pero estoy en tren de subsanar ese error, pero mientras tanto me gustaría ejercitar mi memoria y citar a todos los que recuerdo de ese grupo de veintiuno o veintidós jóvenes, que son estos:
Alejandro Eduardo Boggio
Aníbal Walter Pianetti
Daniel Gustavo Palacio
Edgardo Fabián Quaglia
Gustavo Claudio Massad
Martín Alejandro Barracosa
Miguel Alberto Turczyn
Néstor Daniel Renda
Raúl Néstor Ferraro
Ricardo Omar Frungillo
Rolando Ramón Ureta
Rubén Horacio Acquaticci
Por desgracia, mi visita a las dependencias del colegio no resultó todo lo productivo que esperaba. Con absoluta amabilidad, la Sra. Adela, a cargo de la Secretaría de turno noche y un colaborador egresado del La Salle de San Martín (a quien pido disculpas por no haberle preguntado el nombre para citarlo), me facilitaron los registros correspondientes a las divisiones de cuarto y quinto año de 1979. He recorrido a conciencia cada nombre y, si bien muchos me suenan familiares, no logro fijarlos como en el caso de la lista de arriba.
Haber pasado por esos registros me generó una movilización interior muy fuerte. En gran parte, supongo, tiene que ver con un momento de nuestra historia en el que muchas, sino todas, las creencias y los puntos de referencia que vamos sumando a lo largo de nuestra vida, se reformulan para dar paso a un panorama absolutamente diferente.
He encontrado en esa revisión nombres que, si bien nunca olvidé, de alguna manera quedaron relegados en la memoria solo como recuerdos, de alguna forma, un tanto vacíos de afecto y sentimiento. El hecho de recorrer las ajadas listas de los registros y volver a leerlos, los transformó de nuevo en caras, risas, miradas, gestos…
Pude por un momento reencontrarme con amigos, con compañeros, hasta con algunos profesores y autoridades que rubricaban los registros. Algunos ya no están. Otros, vaya a saber uno adonde los llevó la vida. Encontré novias, propias y ajenas, concretadas y pretendidas. Las que fueron y las que hubiésemos querido que sean. Amigos que no lo eran tanto. Y ciertos otros personajes de los cuales uno conocía su final por anticipado, desde aquella temprana época. El tiempo le da sentido y explicación a todo.
Me encontré con mucha gente en esos registros. Mucha. Y por todo este tiempo, esa sensación de familiaridad, de pertenencia, de encontrar algo que fue muy mío y que había dejado atrás, quedó conmigo, haciéndome muy bien. Fue muy bueno, creo que desde algún lugar, no se por que, la palabra que me viene a la mente es “reparador”.
Fue bueno encarar este trabajo por muchas razones. Tal vez la más importante la esté exponiendo acá y ahora. Mirar hacia atrás y sumergirse en las profundidades “… de un tiempo que fue hermoso…” como reza el tema popular, mueve cosas, trae a la memoria recuerdos y a la garganta nudos. Se nos nubla la mirada, se nos estruja el corazón y el primer pensamiento que tenemos es creer que la mayoría de las cosas que nos pasan van a destiempo; fuera de foco, cambiadas de lugar.
Aunque a veces traiga algo parecido a una puntada en el cuore, hacerle honor a los buenos momentos y recordarlos con cariño siempre es un ejercicio satisfactorio.
Sigo viajando…
Sábado 17 de noviembre de 1979
Esta mañana la levantada de nuestro grupo se cumplió siete y treinta en punto y recibimos la noticia de tener otro día de nubes, ni bien abrimos la ventana. Nos tomamos nuestro tiempo para prepararnos ya que a las nueve estábamos citados en la escuela. Al llegar puntuales, ya encontramos gente en el lugar; algunos habían madrugado más y cumplido las tareas previas en menor tiempo. Aprovechamos para cambiar opiniones sobre lo que había sido la primera noche en el lugar; no había mucho para contar, pero la verdad era que cualquier anécdota era buena y todo nos parecía notable.
Mientras nosotros discurríamos en esto, el Profesor Rodríguez Getino tuvo que moverse a buscar a una parte de la delegación que no llegaba y había que dar comienzo al desayuno ya que otras actividades pactadas esperaban con horario.
El grupo inauguró la mañana con una levantada rápida, auspiciada por el profesor y su inseparable silbato, y un trote tendido desde donde dormían hasta la escuela. Lo gracioso fue que el grupo se había dividido (era el más numeroso) y mientras parte corría con él a la cabeza, los demás llegaban a poco de salir el profesor en su búsqueda.
Rápido y sin mucho preámbulo, los que estábamos listos dimos cuenta del abundante desayuno compuesto de café con leche, mermelada, pan, manteca y galletitas a discreción. Todavía nos estábamos poniendo al día después del viaje.
Terminado el trámite del desayuno ocurrió el primer hecho para comentar de la jornada. El tiempo que habíamos compartido hasta ese momento con el que era nuestro profesor de gimnasia regular durante el año, pasó de una relación profesor – alumno cada vez más a una de tipo adulto – joven. Esto significa que, sin perder la línea del respeto y la ubicación, el tono paternalista con el cual el profesor se manejaba también había hecho marca en nosotros. Tomábamos cada cosa que nos decía o proponía con muy buen humor y confianza, en algún lugar lo sentíamos como uno más del grupo. Había muy buena comunicación y mucho respeto mutuo, lo cual habilitaba para llevar el trato a un nivel de confianza mayor. Insisto, sin perder el lugar que a cada uno le correspondía.
A conclusión de debate entre un grupo más alejado de donde yo estaba, se propuso y luego determinó por unanimidad, renombrar al profesor con el afectuoso sobrenombre “Papi”. Al principio sin que se enterara y después libremente, “Papi” Getino quedó como marca registrada a partir de ese momento y para siempre.
Teníamos un rato de tiempo libre después del desayuno hasta organizar la primera actividad del día, que consistía en una feria de juegos y actividades con los chicos.
Nuestro grupo (Martín, Ricardo, Daniel, Rubén, Gustavo y yo) elegimos recorrer los alrededores del pueblo, alejándonos lo más posible para ver qué encontrábamos. Así fue que tomamos un sendero, que luego identificamos como un cauce seco, que nos guió en dirección al lago que le daba nombre al pueblo.
Debido al tiempo medido del que disponíamos, debimos abandonar la caminata faltando poco para alcanzar el lago. No obstante esto, la recorrida de ida y vuelta nos permitió ver y recorrer una parte interesante del lugar. Al llegar de nuevo al pueblo, nos cruzamos con otros grupos que optaron por otras actividades como descansar o charlar con alguno de los habitantes.
La preparación de la feria se había extendido y teniendo el horario de almuerzo encima, se optó por posponerla para primera hora de la tarde; por lo cual, y para nuestra alegría, pasamos directo a deleitarnos con una buena sopa y un cordero en estofado del que dimos buena cuenta.
Después de esto, y habiendo cumplido con nuestra parte de la preparación de la feria, aprovechamos lo que restaba de tiempo para (los mismos que por la mañana) volver sobre el camino del cauce y alcanzar el lago, que nos quedaba pendiente, haciendo a tiempo esta vez. Como íbamos preparados, aprovechamos para sacarnos fotos y quedarnos recorriendo el lugar.
En esa recorrida nos encontramos con otro grupo que vino de una dirección diferente, y aprovechamos el regreso para tomar otro camino que nos llevó a hacer un gran rodeo alrededor del pueblo.
Al llegar, el profesor estaba haciendo participar a los chicos en una clase general de gimnasia, donde todos pudieron hacer pruebas, aprender rutinas y conocer actividades diferentes a las hechas a diario. Mientras tanto, nosotros con otros chicos practicamos un sketch que habíamos preparado para ofrecer un paso de teatro, donde los alumnos fueron los verdaderos protagonistas. Esto sirvió para profundizar nuestros lazos con los “guardas” que nos acompañaban a todos lados. Nos hicimos muy compinches con ellos y ellos con nosotros.
Todo duró hasta la merienda, la cual se hizo bastante tarde. Hubo que apurarse un poco ya que para la noche, después de la cena, todo el pueblo se había convocado en la escuela que habíamos convertido en un improvisado teatro, para ofrecer un documental sobre Buenos Aires.
Dado que las posibilidades de ver un audiovisual allí eran casi nulas, se había tomado el recaudo de preparar desde nuestra escuela una presentación a base de diapositivas, acompañada por una explicación brindada por el profesor Getino y un servidor. Casi todos los que presenciaban el audiovisual, jamás habían estado en Buenos Aires ni en ninguna ciudad importante, por eso el desfile de imágenes era más que interesante. Hablamos y mostramos calles y avenidas, las más representativas. El Congreso Nacional, la Casa Rosada, el Obelisco y la Nueve de Julio, el Cabildo y los Bosques de Palermo, entre otros lugares.
Al momento de aparecer una toma aérea de la cancha de River Plate, aprovechamos para comentar detalles sobre el Mundial del año anterior, del cual allí no se tuvo casi noticia. No dejaba de sorprendernos que diferentes y alejados estaban los mundos en los que cada uno de los grupos vivía. Después, algunos de los nuestros hicieron música para levantar un poco la velada.
La muestra del audiovisual había puesto de relieve lo poco que conocíamos y comprendíamos la forma de vida y pensamiento de esa gente que, siendo tan argentinos como nosotros, vivían una realidad tan distinta. Ellos lo notaron también y al despedirnos quedó flotando en el ambiente un dejo de desilusión por parte nuestra, sintiendo que no habíamos comprendido los caminos y la forma de acercarnos a la gente.
Para finalizar, el Sr. Generoso habló brevemente sobre estas primeras horas junto a la gente, agradeciendo todo el trabajo hecho. Esto fue lo último del día antes de dar paso al descanso.
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