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Los preparativos habían quedado atrás. Todas las charlas y conjeturas iban a ser resueltas y develadas a partir de las tres de la tarde de ese viernes que se había presentado nublado y destemplado. El día en que por primera vez la mayoría de nosotros se embarcaría en una experiencia inédita, novedosa.
Hoy, recorriendo lugares y juntando información y datos sobre aquel momento, me doy cuenta de que poco menos nos borraron de la memoria colectiva. Arranqué buscando por Internet, como es lógico, viendo qué me devolvía el monitor al escribir las palabras mágicas: “Marchemos a las Fronteras” “Operativo Frontera” o cualquier cosa que se relacionara con ello. Y lo que encontré fue poco menos que decepcionante, lo cual no dejó de llamarme la atención.
Salvo por un website muy prolijito, aunque sin referencia de actualización, perteneciente al Colegio Mariano Moreno, de la calle Zeballos 822 de la Localidad de Moreno, Provincia de Buenos Aires, el resto de lo que se encuentra son comentarios velados a una iniciativa originada en el gobierno militar y llevada a cabo por Gendarmería Nacional. De los que nos movimos a los confines del país a tratar de ayudar en lo que se podía a los hermanos de aquellos lares, ni noticias.
De verdad que me resultó curioso comprobar en sucesivas búsquedas que la mención hecha al tema era casi nula. Me dediqué entonces a rastrar desde otro lugar. Recorrí la Biblioteca del Congreso y la de la Legislatura Porteña. Busqué diarios y revistas. Revisé carretes de microfilmes. Creo que si todo lo que conseguí llena una carilla A4 es mucho.
Los diarios del 16 y 17 de noviembre de 1979 coinciden en hacer una cobertura más que escueta del hecho; transcribiendo una crónica del acto que, leída hoy a la distancia y con la posibilidad de ponerlos uno al lado del otro, parece haber sido redactada en un lugar específico y luego despachada a las redacciones para rellenar las portadas.
De la búsqueda hecha, pude acceder a ejemplares de La Nación, La Opinión, La Prensa y La Razón. No pude hallar ningún ejemplar de Clarín, cosa también que me llamó la atención. En los cuatro diarios fue común encontrarme que se hacía mención en primera plana, con el acompañamiento de una foto y el resto de la noticia se desarrollaba en el interior.
La Prensa, por ejemplo, mostraba un primer plano de los alumnos desfilando y portando los carteles que identificaban a cada colegio. En este caso, los que aparecían primeros eran los que pertenecían al E.N.E.T. Nro. 9 Alejandro Volta. Más atrás se distinguía a los alumnos del Instituto Gaspar Campos y sobre el filo un cartel en el que solo se lee la localidad. Vicente López.
Los datos que encontré en las crónicas comunes decían que los alumnos que viajaban eran cinco mil, pertenecientes a doscientas escuelas de Capital y Gran Buenos Aires. El estadio de River Plate estaba ocupado en un sesenta por ciento por toda la gente, familiares y compañeros, que había ido a formar parte del acto y la despedida de los contingentes. Una foto interior, que acompañaba a la crónica, mostraba al comandante en jefe del Ejército, general Roberto Viola, al lado de Videla, vestido de civil, que para ese entonces ejercía como Presidente por fuera de la propia Junta. A su izquierda se ve sentado al general de brigada Llamil Reston, ministro de trabajo de su gabinete.
En La Nación, las fotos que ilustran las notas son más generales y no se distinguen alumnos ni delegaciones. Una, muestra una vista de gran parte de la pista de atletismo ocupada por jóvenes formados, con sus pancartas y abanderados, flanqueados por sus profesores y los gendarmes asignados a cada grupo. En la otra se ve al ministro de educación, Juan Llerena Amadeo, en momentos de dar un discurso. En ese momento, el director general de Gendarmería Nacional era el general de división Antonio D. Bussi. Éste, junto al ministro de bienestar social, contralmirante Jorge Fraga y el interventor nacional de educación técnica, Dr. Carlos Burundarena, también participaron del acto y eran citados en la noticia.
Curiosamente se remarca que, aunque las distintas autoridades fueron bien recibidas por la gente en las tribunas, la silbatina fue generalizada y estruendosa cuando Videla apareció precedido por Llerena Amadeo en el palco oficial e hizo uso de la palabra. Me llamó la atención que se mencionara tan particular detalle para la época.
Cuando el acto dio comienzo, miles de papeles celestes y blancos cayeron de las tribunas a la vez que las bandas militares presentes atacaban con marchas que acompañaban la entrada de los contingentes a la pista de atletismo. Lo siguiente, con todo el mundo en su lugar, fue la ejecución del Himno Nacional y el izamiento de la banderola identificatoria del operativo, en el mástil ubicado frente a la tribuna Almirante Brown.
El pro vicario castrense era Monseñor Victorio Bonamín, quien pronunció un discurso que, al leerlo, me puso de punta el vello de la nuca “Ruego a Dios para que los jóvenes aprendan la lección de las fronteras; enséñales Señor, que los límites de cada uno son sus propias fronteras y que estar contenido dentro de ellas es estar contentos dentro de tu voluntad soberana…”
Prosiguió diciendo: “Recuérdales entonces que donde tales fronteras no se respeten, la verdad es desbordada por la mentira y hasta por la falta de belleza, y el bien sucumbe bajo la reacción de la barbarie y el terrorismo”
¿Sabría Monseñor que el terrorismo era a dos puntas y en el medio estábamos nosotros, simples y descartables mortales? Vaya uno a saber.
Las crónicas prosiguen comentando que, luego de las palabras alusivas de cada uno de los personajes que presidían, se inició la ceremonia de desfile y despedida de los cinco mil jóvenes que marcharon por la pista, alrededor de las tribunas, mientras las bandas militares ejecutaban la marcha “Nuestras Fronteras” con el acompañamiento del Coro del Conservatorio Nacional de Música.
Aparte de decirlo los diarios, recuerdo con detalle que nos habían hecho vestir a todos pantalones de riguroso azul a lo cual se agregaban remeras (provistas por Gendarmería) algunas celestes y otras blancas. La idea era que una vez formado cada grupo, en los extremos se ubicaban los vestidos de celeste y en el medio los de blanco, formando la bandera nacional. Mi remera era blanca y la conservé por un par de años hasta que quedó hecha percha.
Fuera de lo citado, invito a quien quiera a tratar de encontrar en los medios una cobertura más profunda en o por algún otro medio. Si encuentran algo, por favor, avísenme.
Durante el tiempo previo a ese momento clave, recuerdo algunas anécdotas risueñas y hasta disfuncionales que se dieron en el seno del grupo. Como cuando el profesor Rodríguez Getino se encargó de instruir a todos las recomendaciones del caso para encuentros cercanos del tercer tipo con personas del sexo opuesto. Al pobre le costaba hablar de algo que no entraba en los cálculos de ecuación profesor – alumno de esa época, pero alguien tenía que hacerlo. Y la línea bajada desde los organizadores y responsables (llámese militares y los rectores de los colegios) era más que clara: se trata de una marcha para apadrinar escuelas de frontera en sus necesidades básicas, no de poblar los lugares a visitar ni aumentar la cantidad de habitantes.
Los que conformaban el grupo, al menos la mayoría, ya habían experimentado los primeros escarceos con el sexo opuesto y pensar en caer en un lugar desolado en el que nunca pasaba nada y encima ocuparlo con porteños mezclados con mujeres que no tienen mucha oportunidad de tratar con extraños… No era una buena mezcla; no se si me explico.
Se que puede sonar bastante tonto, hoy a la distancia, pensar que era embarazoso abordar el tema, fuera del ámbito del grupo. Pero era así. Tal cual. Y nadie quería hablarlo ni con el profesor ni con el director, pero si pasaba algo fuera de los planes, la cantidad de patadas en la cabeza que recibiríamos sería memorable. La consigna, más o menos era: “Usted tiene que darse cuenta solo de lo que debe y no debe hacer” Como si fuera tan fácil…
Fue una risa. El “profe” Rodríguez Getino tratando de dar una clase sobre profilaxis sexual, lo más escueta y profesional posible, y alguien de nosotros lo redujo a un concepto básico y muy directo…
“Muchachos compren forros. Mejor no usarlos. Pero por las dudas que alguien se caliente mal… Compren forros”
A eso se reducía todo. A tratar de no dejar embarazada a ninguna jovencita (u otra postulante fuera de término cronológico) y que nadie se vuelva con una enfermedad de allá abajo (léase lugar físico geográfico y zona corporal específica) y haya que dar explicaciones a los padres de acerca de que había ido a hacer su hijo al sur.
¡Qué épocas! Piensen hoy en un profesor o preceptor que le plantee a un grupo de egresados irse de viaje con la condición de respetar no emborracharse, no probar un porro o no tener sexo entre propios o ajenos. Una risa. Hoy esa situación podría pasar por un sketch digno de Alfredo Casero o Peter Capusotto.
El Inicio
Viernes 16 de noviembre de 1979
Temprano por la mañana, todos menos Ureta estábamos impacientes reunidos en la puerta del colegio a la hora indicada. Micro, valijas e integrantes estaban preparados para emprender una de las empresas más importantes a las que podíamos aspirar en estos momentos tan particulares del país en los que los confines soberanos corrían peligro: marchar a las fronteras para ratificar nuestra presencia; para decir presente.
Entre besos, abrazos y saludos de familiares y compañeros abordamos el micro que nos llevaría a River y más tarde al aeroparque.
El micro se puso en marcha y un atronador rugido salió de su interior. Ya estábamos en viaje. El chofer enfiló por Lacroze hasta la zona de San Andrés para pegarse a la vía y salir a General Paz pasando por el costado del Club Mitre, Ferrocarriles Argentinos y el Círculo de Suboficiales del Ejército. A la altura del Club, exactamente en el cruce de Las Heras y Perdriel, un Ami 8 marrón chapa número 432.934 quedaba prensado entre nuestro micro y el que iba adelante llevando a nuestros compañeros del colegio que iban a participar del acto desde las tribunas. Hubo un momento de alboroto hasta que pudimos descongestionar el lugar y seguir camino. No sin antes permitir que la profesora Callegari (Esposa del Profe Rodríguez Getino y profesora de educación física de la escuela también) nos alcanzara gracias a esta demora, permitiendo que el retrasado Ureta (retrasado en el sentido de demorado) se una al grupo con el que debía estar desde temprano. La “cálida” recepción que se le brindó en el pasillo del micro hizo que en lo sucesivo fuera más cuidadoso con los horarios…
Luego seguimos sin mayor novedad hasta el estadio; al llegar, ya sabíamos todo lo que había que hacer. Nos ubicamos en el playón, formamos por grupo y cada grupo ocupó el lugar por orden de entrada que le correspondía, mientras hacíamos esto, la gente que había venido a despedirnos iba tomando ubicación en las tribunas. Exactamente a las diez treinta, las puertas del estadio se abrieron y se dio la orden de ingresar para formar en los andariveles. Al caminar por los pasillos ya se iba escuchando el griterío en las tribunas y nos íbamos haciendo una idea de lo que encontraríamos afuera; pero lo que vimos ni bien asomamos por las puertas detrás del arco del cartel electrónico, nos dejó sin habla. Desconozco cómo hicieron pero la cancha estaba llena de gente en casi todas las tribunas. Miles y miles de personas, chicos, adultos, compañeros, familiares, habían ocupado casi todos los lugares y nos ovacionaban desde lo alto. Increíble.
Rato después, ya en el micro pudiendo charlar con mis compañeros, todos coincidimos en que en ese momento nos inundó una emoción difícil de describir. Lo más fácil, sin entrar en chistes baratos, fue hablar de “piel de gallina”.
“¡¡Ar-gen-tina, Ar-gen-tina, Ar-gen-tina!!” El grito bajaba de las tribunas coreado por esa masa increíble de gente que saltaba y agitaba banderas y carteles, reproduciendo en algo lo que se había vivido allí mismo poco más de un año antes con la Selección Nacional de fútbol, en momentos de consagrarse campeón mundial.
Estos son algunos testimonios que recogí de ellos en ese momento:
· “Sentí orgullo y emoción. Fue algo que nunca me imagine vivir” Daniel Palacios, Alumno de 5to. Año.
· “Salimos a la cancha y ver a toda esa gente gritando por nosotros me puso la piel de gallina” Néstor Renda, Alumno de 5to. Año.
· “Lo vi en el Mundial pero nunca imaginé que sería protagonista” Edgardo Quaglia, Alumno de 4to. Año.
· “Sentí una emoción muy grande al desfilar ante tanta gente y ante el mismísimo Presidente de la Nación” Raúl Ferraro, Alumno de 4to. Año.
· “Es algo que no puedo expresar y espero se repita” Alberto Turczyn, Alumno de 4to. Año.
Todos experimentamos algo difícil de describir y que rara vez volveríamos a vivir. Nuestros compañeros desde las tribunas nos hacían sentir todo el apoyo con cantos y saludos. Llevaban una bandera que no habíamos visto subir al micro con la que nos saludaban y despedían. Eso sumó emoción, nos llamaban, nos aplaudían, todo era alegría y locura, y nosotros allí clavados en el piso sin poder movernos ni saludar. La organización había sido clara en ese sentido: ningún saludo hasta que se nos autorizara.
De inmediato comenzó el acto y pudimos relajarnos un poco ya que un silencio absoluto se hizo en todo el estadio. Entró la bandera de ceremonias, los Patricios ejecutaron el Himno Nacional que todos cantamos con profunda emoción, se dijeron un par de discursos y se entonaron marchas alusivas. Duró bastante tiempo, fue difícil en un momento mantenerse quieto. Los nervios nos tenían a mal traer para esa hora y agradecimos la orden de marchar, luego del final de los discursos. El Sr. Presidente no hizo uso de la palabra.
Cuando el clarín sonó indicando el inicio del desfile que nos llevaría a cada grupo a su micro, después de dar una vuelta completa a la cancha, pensamos que el estadio se venia abajo ante la tremenda exteriorización de alegría proveniente otra vez de las tribunas. La multitud, delirante de amor y orgullo hacia esos cinco mil jóvenes que marchaban a hacer patria, daba el más claro ejemplo de lo que era capaz cuando se unía detrás de una consigna común y un mismo ideal. El corazón no nos entraba en el pecho. Dimos toda la vuelta y justo antes de salir por la Puerta Maratón, nos encontramos con nuestros compañeros que estaban allí no mas, en una de las bandejas más bajas, saludándonos a rabiar.
Al llegar al micro las sorpresas no terminaban. Otro grupo se había dividido y nos esperaba junto a la puerta para subir con nosotros y acompañarnos hasta el Aeroparque Metropolitano, lugar al que llegamos rápidamente. Allí volvimos a sorprendernos. Pese a la negativa de permitir el paso de particulares en el Sector Militar desde el cual partiríamos, una vez más los nuestros se hacían presentes. Algunas novias, padres y amigos de otros cursos (tengan en cuenta que TODO el colegio estaba convocado al acto) se habían volcado allí y no hubo más remedio que dejarlos pasar.
Así, en medio de abrazos, besos y algunas lágrimas, llegó el momento triste de la despedida. La orden de abordar el avión se dio una sola vez y bastó para que todo el mundo, nuestro grupo y otros tres más, enfilaran en orden hacia las entrañas del enorme transporte. A nosotros nos tocó entrar por la puerta más cercana a la cabina de mando, por el frente. Otros lo hicieron por la rampa trasera. Tardamos nada en acomodarnos y de pronto estábamos en presencia de uno de los suboficiales encargados de instruirnos para el viaje, mientras veíamos en silencio como la rampa se cerraba. No había otro lugar a donde ir que a Lago Blanco, a dos mil trescientos kilómetros de Buenos Aires.
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