Capítulo
2
Paxthis...
Mucho antes de que el atardecer los sorprendiera, el
comandante Smithsak dio las órdenes pertinentes para ubicar el mejor lugar
donde pernoctar antes de emprender el descenso final hacia el espacio puerto.
Una vez ubicado éste, se montó el campamento que necesitaban para efectuar el
alto en la marcha.
Aunque a decir
de verdad, pensó entonces, luego del incidente de la caravana ya no tenía gran
sentido evitar las rutas comerciales y hacer el trayecto casi a pie buscando
pasar desapercibidos.
El concepto bajo el cual se planificó todo había
quedado desvirtuado. Tendría que decidir si recorría el corto trecho que
restaba bajo el plan original o si variaba su estrategia por lo poco que
quedaba.
El motivo del viaje desde T´Hur, su planeta natal, los
territorios de la Casa
Smithsak en el Sistema Saurise, se atenía a instrucciones de
su padre Lord Rivan derivadas de la última reunión que los Lores de la región
habían tenido con el emisario del Rey Breddar.
Sistemáticamente se habían incrementado los rumores
primero, y luego los informes acerca de desusados movimientos de revuelta, en
distintos sistemas lejanos del gobierno central del reino. Estos informes daban
cuenta de hechos poco usuales dentro de los territorios controlados por el
Imperio y tenían que ver con disputas territoriales, por un lado, y con la
aparición de Legiones Negras, por otro. Esto último era un hecho inédito en
largo tiempo. Su nacimiento se remontaba a la transmutación del Rey Lydar y el
momento en que el trono había pasado a manos de su heredero Breddar, actual
monarca; seis sistemas habían visto la oportunidad de escindirse de los
territorios asphartanos y generaron un levantamiento liderado por un oscuro
general a quien se le atribuían contactos con la secta milenariamente opuesta a
la Hermandad.
El crecimiento de la alzada fue casi tan rápido como
la disolución posterior de la
Alianza a manos del mismo hombre que la había propuesto. El
general Roge Kensheere tomó el mando sobre los cinco sistemas que lo habían
seguido y de ahí en más se convirtió en un oponente del Imperio Asphartax.
Donde Asphartax asimilaba cultura, Thiaris conquistaba
y anexaba; la tolerancia no estaba dentro de los cánones de las huestes de
Ken-Sheere. Por un tiempo sus ejércitos desaparecieron de la escena cuando se
internaron en territorios que habían sido abandonados de vida y tránsito hacía
ya eones de tiempo. Nadie sabía que existía allí; solo los monjes tenían
conocimiento teórico y jamás una palabra salió de sus bocas con referencia al
tema. A todas luces se veía que el tema era prohibido.
Sin embargo no fue ignorante la actitud de la Hermandad. Lejos
de desentenderse, instó a redoblar la
vocación por las escrituras, por la alabanza al culto y la disposición de todo
seguidor de la Orden
de La Luz a
profundizar de todas las formas posibles su vocación y compromiso. Se generaron
más espacios para templos, la
Orden se abrió a recibir mayor cantidad de aspirantes, los
súbditos atendieron más devotamente los ritos, y los señores dieron muestras de
disposición de no apartarse de los preceptos básicos de la Ley. Todo hacía pensar
que era importante reafirmar de que lado uno se alineaba. Luz u Oscuridad.
Poco después, la respuesta empezó a llegar, lenta pero
constante. Los ejércitos de Kensheere habían sido transformados en emisarios de
lo oculto, bajo la forma de millones de seres consagrados a la energía negra
del universo. Las Legiones Negras de la Inmensa Oscuridad
se desparramaron por la galaxia como lo hace un líquido volcado sobre una mesa.
Avanzaron rápido sobre todo lo que pudieron conquistar.
Primero sobre los más débiles, experimentando sus
fuerzas, luego avezándose cada vez más sobre quienes les opusieron resistencia,
hasta terminar avanzando sobre poderosos sistemas que eran sistemáticamente
doblegados y sometidos, aniquilados en muchos casos. Fue tal la explosión del
avance y la virulencia de la carga que se erigieron como habitantes de la
galaxia por el derecho de la fuerza; los Parlamentos miraban hacia otro lado.
Las coaliciones no los enfrentaban y mantenían un trato tributista para evitar
ser atacados. Una brecha muy amplia separaba a Asphartax del resto, por lo
cual, a fin de evitar una lucha total que llevaría a la galaxia a situaciones
que ya se habían vivido, el Imperio optó por dedicarse a cercar todo lo que
pudo el avance de las Legiones, evitando que las refriegas que, inevitables, se
planteaban a menudo en distintos y alejados puntos quedaran en eso, sin llevar
a una escalada de violencia.
Alak había crecido en ese ambiente, donde veía a una
sociedad justa y equilibrada, en constante amenaza de sucumbir, tal vez, a manos
de bárbaros legionarios. Pero había algo subyacente en estas huestes que
inoculaba mayor inquietud, y era algo relacionado con la maldad, con lo oculto,
con lo oscuro. Alak lo intuía cada vez más como un enfrentamiento final entre
bien y mal. Entre libertad y opresión, entre luz y negrura.
- ¿Qué es lo que te preocupa, si puedo saberlo?
Apoth apareció detrás de Alak con un cuenco de comida
humeante que despedía un aroma exquisito. Se lo pasó a su señor, que se
incorporó de donde había estado sentado pensando, y caminaron hasta unos
pequeños contenedores apilados que hacían las veces de mesa. A Smithsak no le
gustaba hacer mucha diferencia entre sus hombres por su rango y su calidad de
noble. Prefería mezclarse como uno más entre ellos, lo cual hacía sentir a
ambas partes más cómodas y en camaradería.
Se acomodaron en el lugar al tiempo que se iba sumando
a la improvisada reunión más gente. Lord Avalhot apareció con un par de
ayudantes y los otros se pusieron de pie en señal de respeto.
- Por favor tomen asiento – dijo al tiempo que los
palmeaba -. Me preguntaba si tendrían inconveniente en que este viejo noble
recordara los tiempos de campaña en que hacía esto con sus hombres...
- En absoluto, Milord, por supuesto que es usted
bienvenido –. Alak invitó al hombre a tomar asiento en la cabecera. Al mismo
tiempo Haffez entraba al lugar.
- Únetenos, Tahr. Ni si lo hubiese planeado, podíamos
estar en tan buena compañía.
Todos se acomodaron. Lord Avalhot dio instrucciones a
sus hombres para que les acercaran comida y bebida allí, en lugar de hacerlo en
las tiendas que les habían asignado para el descanso.
- Es mi honor, Milord. Se lo agradezco -. Haffez jamás
hacía uso de familiaridades con Smithsak frente a gentes que no fueran de su
absoluta confianza.
- ¿Tiene idea de a quién pertenecía el emblema del
contingente, señor?- interrogó Alak a Lord Avalhot, pretendiendo instaurar la
conversación.
- Sí. Supongo que es el emblema de la casa Harrot, si
mal no recuerdo. Hizo una pausa como recordando y luego prosiguió–. Lord Harrot
no dejó descendencia, por lo que su hermano continuó con la línea de herencia.
Lord Pinkert Harrot; gran prole. Ocho.
Todas Mujeres.
Haffez sonrió tímido y Alak y Seem se miraron
cómplices.
- ¡Vaya casa de la que hacerse cargo! – Comento Apoth.
- ¡Oh, sí! – Convino Lord Avalhot – Dignas herederas
de su padre, las jovencitas son famosas por su carácter. Sobre todo la mayor,
Lady Dapnee. Toda su corte está compuesta por mujeres.
- ¿Cree usted que era ella? – Quiso saber Alak.
- Tal vez. Casi con seguridad. Aunque debería usted
saber si fue convocada por su padre al cónclave.
- De hecho no he recibido indicación de ello.
- Entonces debe haber sido una coincidencia que nos
cruzáramos con ellos. Su destino será otro seguramente. A propósito, no tengo
vistos a los otros. Los perseguidores.
En esos
momentos un par de soldados de servicio entraron con comida y bebida para los
cuatro y dispusieron todo lo necesario para la cena rápidamente; luego se
marcharon tan discretamente como habían aparecido y la charla prosiguió sin
interrupciones.
- Los Tai no son caballeros; de hecho - aportó Apoth.
- Se los conoce como hombres Tai o Tai Shi - aclaró
Alak –. Nos hemos topado con ellos algunas veces en compañía de Haffez. En
realidad él sabe de ellos más que nosotros. Cuéntale, Haffez.
Haffez visualizó por una fracción de segundo la imagen
de un Tai rodando por la arena abrazado a Smithsak en violenta lucha, antes de
que el joven caballero alcanzara a desenfundar el arma oculta que siempre
llevaba dentro de la bota derecha. El disparo le atravesó el cráneo, entrando
por una hendidura de la unión de la armadura, en la base del cuello. Casi en un
acto reflejo, el hombre Tai propinó a Alak una descarga de energía desde la
palma de su mano que los separó violentamente, haciendo que el cuerpo gris
blindado del soldado llegara hasta el borde de un despeñadero y cayera por él
perdiéndose de vista. Apartó el destello de recuerdo y siguió el hilo de la
charla.
- Es más lo que hay para preguntar que lo disponible
para contar. Los primeros que dieron cuenta de estos misteriosos seres fueron
los hasselanos. Hasselet, Sistema Mira. Aparecieron haciéndose cargo de la
guardia personal del Primer Ministro. Hace tiempo acompañaba yo a Lord Rivan a
una reunión del consejo de seguridad del Parlamento. Estos “hombres” eran
soldados perfectos. Aplicados, rápidos, silenciosos. Cumplían con su deber de
una manera casi robótica.
- ¿Acaso son androides?
- No lo sé. No se sabe, realmente. Visten unas
armaduras formidables, repletas de armamentos y equipo. Usualmente se ocultan
bajo un capote oscuro y largo, parecido a los nuestros, que solo dejan cuando
entran en combate. Nadie vio nunca que hay debajo de la armadura o detrás de
las mascaras que cubren sus rostros.
- De hecho – hizo saber Alak – el nombre que le dieron
los hasselanos significa algo así como “el
hombre detrás de la mascara”. T´Sun Ai, en la lengua correcta.
- ¿Y por que estaban aquí? ¿Por qué perseguían a los
de la casa Harrot?
- Lo desconozco. Pero por desgracia, esto confirma ciertas
informaciones que nos han llegado de sistemas remotos. Muchos Tai Shi han sido
vistos en distintos planetas y sistemas. No iban con ningún ejercito ni
comitiva. No acompañaban a nadie. Por lo general no se los ve por su cuenta.
- ¿Y qué puede significar eso?
- Que quien los tiene de su lado se está ocultando –
acotó Apoth.
- ¿Kensheere? – Preguntó temeroso el anciano.
- Eso es lo que todos creemos – respondió Alak –.
Verá. El motivo por el cual mi padre convocó a esta reunión tiene que ver con
esto. Se busca aunar acciones efectivas para afrontar un temor que cada vez más
toma forma de hecho.
- El avance de las Legiones Negras.
- Correcto.
- Hace largo tiempo que se los ve rondando.
- En efecto. El Imperio y las Legiones nunca han
confrontado.
- No abiertamente - intervino Haffez.
- ¿Qué significa eso? - Quiso saber Alak.
Haffez se acomodó en el contenedor de equipo que le
servía de asiento y su expresión se volvió algo sombría.
- Sí han confrontado; muchas veces. Pequeñas
escaramuzas, apoyos velados a sistemas en conflictos. Luchas a través de
terceros. No debemos confundirnos. La guerra fue la relación sostenida que hubo
entre ambos bandos durante muchísimo tiempo. Secreta, silenciosa; feroz por
momentos. Pero, ciertamente, evitando que sea abierta y total.
- Sería, seguramente, la destrucción de ambos. O al
menos de uno de los dos.
Nadie habló por un instante sopesando las conclusiones
que se habían volcado. Cada uno estaba tratando de esconder muy en su interior
el miedo que crecía cuando pensaban en cómo se relacionaban los hechos y a qué
apuntaban en su conjunto.
El Imperio se había vuelto demasiado extenso y difícil
de supervisar; mucho más de controlar. Ese había sido el motivo por el cual se
había otorgado autonomía limitada a muchos de los sistemas que más tiempo
llevaban en el régimen, permitiendo que se autoadministraran.
A la vista de un buen observador era evidente que el
Parlamento y la sede del gobierno estaban perdiendo fuerza de control en los
lugares donde la distancia jugaba un papel crucial; eso sin mencionar a las
culturas nativas que presionaban para obtener supremacía en los sistemas
parlamentarios locales.
Todo indicaba que la maquinaria que en otros tiempos
mantenía en un funcionamiento óptimo cuestiones de control y gobierno, actualmente
se hallaba lenta, debilitada y descuidada.
- Creo que gran parte de esta situación comenzó con
una cuestión moral – expresó Lord Avalhot. Quiero decir que nos hemos dedicado
más a la expansión que al conocimiento. No creo que El Creador quiera un
monopolio de visión en la galaxia, debe haber otros pueblos que también puedan
aportar su propia forma. ¿Por qué hemos de creer que somos los más capaces de
dictar línea de conducta?
- Estoy de acuerdo con usted, Milord – convino Alak.
Apoth y Haffez asintieron.
- ¿Acaso el tener más tierras hace más sabio al señor?
– Se preguntó éste último en voz alta - ¿O es el conocimiento cabal de lo que
se tiene entre manos lo que le enseña al hombre a ser más sabio? ¿Acaso mayor
sabiduría significa mayor rectitud, mayor acción correcta en la vida? Creo que
en algún momento se ha confundido el camino y esta es la consecuencia.
- Buena reflexión la suya, Maestro –concedió el
anciano- Muchas veces me pregunto si no estaremos relajando nuestra atención
sobre el foco de lo que nos hace fuertes. La convicción de nuestras creencias.
A eso me refiero. Estoy convencido de que los cinco principios básicos de
nuestra Ley hace ya tiempo que no rigen la vida de la mayoría.
- Es un juicio muy duro el suyo, Milord – aventuró a
discutir Apoth.
- Creo lo mismo que Milord, Seem. No estamos tan
compenetrados en mantener la esencia de nuestra convicción. No sé dónde se
perturbó, pero una cosa es segura, lo oí de labios de un Hermano: “El hombre
olvida poseer espíritu, por lo tanto cualquier conquista que haga se vuelve
nula si no va acompañada por la conquista del corazón”.
- Así sea.- sonaron al unísono las voces de los otros
tres.
La puerta de la tienda fue separada por un guardia
personal del Comandante Smithsak y un segundo guardia, vestido distintivamente
con uniforme púrpura, entró en el lugar haciendo una reverencia.
- Milord, todo esta listo para establecer comunicación
con T´Hur.
- Excelente. Caballeros, si me disculpan... – se
levantó dejando la frase inconclusa.
Los demás se pusieron de pié y cuando Smithsak salió,
Haffez lo siguió sin preguntar nada. Si su Señor no lo necesitaba se lo hubiese
dicho.
Cuando salieron de la gigantesca tienda de campaña y
se dirigían al centro de comunicaciones, cambiaron unas palabras antes de separarse.
- Dile a Nkay que solo despache a los hombres a
descanso luego de tener todo listo para la partida al amanecer. Que un grupo
quede rezagado levantando el campamento
y embarcando luego; quiero estar en camino a Saurise sin demoras.
- Así se hará, Milord.
Se separaron y Smithsak fue al encuentro de su padre.
Zin-Haye,
primer planeta del Sistema Uralya
La ciudad de Lager tenía su origen en épocas remotas;
la realidad de su fundación se había mezclado con lo legendario de su folclore
a un punto tal que era imposible separar lo real de lo fantástico.
Lo cierto era que en el devenir del tiempo, el
agregado de un mercado a otro fue conformando un conglomerado que cubría una
superficie equivalente a la de varias ciudades juntas. Su crecimiento fue
arbitrario e irregular, dictado por urgencias y necesidades sin ningún tipo de
planeamiento ni orden. El resultado era una mega ciudad laberíntica,
intrincada, sucia y llevada por su propio ritmo; sin más ley que su propia ley,
ni más organización que su propia organización. Lo cual dejaba mucho que
desear.
Millones de seres transitaban por su compleja
urbanización diariamente; millones más entraban y salían a diario de ella,
llegados en naves mercantes, comerciales y de carga, además de los usuales
contrabandistas y traficantes que llevaban y traían todo lo que estaba a su
alcance.
La mejor palabra para definir el ritmo de vida de
Lager era caos. Todo podía resumirse en esa palabra: caos. Y al hombre, que
caminaba por la zona como por distracción, le encantaba ese concepto.
Recorría los lugares de mercadeo minorista con el
placer de quien sale a disfrutar de un campo florido en una mañana de sol y
cielo azul; se paseaba entre las gentes observando y consumiendo con avidez las
situaciones que presenciaba. Rencillas, regateos y robos eran las más comunes;
estafas, seducciones, engaños y despojos las más elaboradas; los asesinatos por
codicia y competencia eran lo más buscado, aunque había que estar atento para
no perdérselos. Ocurrían tan a diario que era difícil seleccionar aquellos que
serían más interesantes. De lo único que estaba seguro era de que le
reconfortaba su negro espíritu ver la corrupción de los seres, fueran del
origen que fueran. Una cosa había aprendido con el tiempo: cualquier ser vivo
que habitara este plano, del género que fuese y de la raza que descendiera, era
proclive a sucumbir a los mismos impulsos corruptos que regían la vida de los
humanos; y él se regocijaba en eso.
Se destacaba de la media del tipo de gente que se
hallaba en el lugar, podría decirse que
hasta peligrosamente. No era alto, tenía una fisonomía más bien robusta y baja,
bastante cercana a la obesidad; pero su persona en conjunto rezumaba clase. El
escaso cabello plateado iba peinado hacia adelante y estaba levemente untado
con aceites aromáticos; la piel mostraba una tersura y un color muy saludable;
sus ropas eran finas y elegantes y, como si hubiese hecho falta algún detalle
para hacer ver que se trataba de un hombre rico, el anillo que se destacaba en
su diestra explotaba en destellos de color cada vez que la luz daba en su
trabajada superficie.
Hubiese sido más cómodo ver como las presas venían
hacia él, mansas y voluntariosas, pero le costaba horrores resistirse a la
tentación que significaba verlas comer
de su palma, para luego capturarlas de un zarpazo con embriagante placer.
Era imposible dejar de observarlo recorriendo las
calles abarrotadas de puestos, que ofrecían desde comida hasta repuestos de
vehículos militares, desde joyas y orfebrería hasta sustancias ilegales, cargamentos
de mercancía robada y esclavos para los más dispares fines. Sus ropas de ese
día eran finas y de evidente calidad; a su paso, los mercaderes lo
identificaban como un posible comerciante rico que había querido ver con sus
propios ojos el agujero donde se generaba su riqueza. Otros lo veían como un
buscador de placeres sensuales, quizás a manos de alguna inquietante
alienígena. Lo cierto es que, para hacer justicia, el hombre era un compendio
de eso y mucho más. Cosas que jamás hubiesen pasado por la mente de esos
mortales moraban en la mente y el corazón de ese ser de espíritu maligno.
Como cosecha particular de ese día eligió, como primer
candidato a un joven humano moreno, de fuerte complexión y torso desnudo, que
vagaba masticando un fruto, manchándose los desarrollados pectorales.
Lo observó largo rato escrutando sus ojos oscuros de
mirada profunda, buscando en su inquieta mente y desnudando los más bajos
secretos de su alma. Sí, pensó imbuido de un absoluto placer, el mortal era un
ser torturado, buscaba presas, como él. Sobrevivía de esa forma primitiva y
violenta. Veía como el joven se alejaba entre la multitud, cruzando la calle
por donde en ese instante un transporte de granos intentaba abrirse paso.
Cuando el transporte pasó, se hallaba de frente al
joven, quien no pudo evitar fijarse en el elegante hombre, de porte señorial,
ataviado con costosos ropajes, apoyándose en un cayado bellamente trabajado y
aspirando perfume de un frasco oculto en su palma, a fin de paliar la intensa
mezcla de aromas que invadía el ambiente.
El hombre se volvió distraído acariciando su prolija
barba alrededor de su boca y siguió caminando; unos pasos detrás, el joven se
le puso a la saga sin perderle pisada. El hombre se movió con soltura entre la
multitud y en un momento el joven temió perderlo. Parecía flotar hacia delante
y moverse sin tocar el piso. Daba la impresión de que la gente se apartaba sin
darse cuenta a su paso, allanándoselo. Un par de veces estuvo a punto de
perderlo pero al centrar su atención,
volvía a ubicarlo.
El hombre se detuvo por un segundo y luego se adelantó
decidido en un callejón donde, a cada lado, se alineaban distintas puertas,
acceso a otro pliegue del sub-mundo del lugar. El joven lo alcanzó antes de que
el otro hubiese dado veinte pasos dentro de la estrecha calle vacía y se le
adelantó cortándole el paso.
- Se lo ve perdido. Puedo guiarlo, si gusta.
El hombre lo miró con ojos inocentes y sonrió
fingiendo nerviosismo.
- ¡Ah! Mi oportuno amigo, nunca nada más a tono – se
abanicó con la palma dándose aire –. Creí que la muchedumbre me arrastraría
allá afuera.
El joven
sonrió y en sus ojos hubo un destello maligno, señal de que disfrutaba de la
situación, al tiempo que no terminaba de creer en su suerte de aquel día.
- Pues yo puedo sacarlo de este apuro mostrándole la
forma de salir de aquí.
- Eso sería magnífico, puedo recompensarte por ello.
- Seguro que vas a recompensarme – Buscó entre los
pliegues abiertos de su pantalón y extrajo un unificador de carbono que llevaba
adosado al muslo.
- Y lo vas a hacer según lo que te diga, antes de que
te separe la cabeza del resto del cuerpo.
Tomó por el cuello al hombre con su siniestra y lo
incrustó contra la pared, unos metros atrás, llevándolo en vilo mientras en la
diestra conectaba la letal herramienta y un potente haz de luz roja unía los
extremos de dos gruesas puntas de metal.
La herramienta se usaba para soldar partes de metal en
lugares de difícil acceso para hacer reparaciones; aplicada a la carne producía
el mismo daño que un disparo láser a quemarropa.
El hombre golpeó contra la pared sin acusar recibo de
la violencia del impulso. Aún con los pies despegados del piso el joven le puso
el haz de luz chispeante frente a los ojos al tiempo que le hablaba tan de
cerca que pequeñas gotas de saliva salpicaban su cara.
- No solo vas a darme todo lo que tienes encima, sino
que además vas a llevarme a tu transporte, porque tu no perteneces aquí ¿eh, no
es cierto? – y para darle más énfasis a sus palabras le sacudió la cabeza
contra la pared.
El hombre esbozó una sonrisa que se fue convirtiendo
en risa franca en poco tiempo. El joven abrió los ojos, furioso: ¿acaso el
pobre imbécil estaba loco? ¿O no comprendía que estaba a punto de morir?. Lo
atrajo hacia sí hasta que sus narices casi chocaron.
- ¡Cuál es la gracia, extranjero!
- ¡Es cierto que no pertenezco a este lugar! ¡Lo
gracioso es que te des cuenta y aún así insistas! - El hombre hablaba entre
risas y tenía los ojos cerrados, como si escondiera algo detrás de ellos.
- ¿Insista en que, imbécil?
- ¡En que este error te haga mío! - La risa había sido
reemplazada por un tono de voz gutural que paralizó al ladrón dejándolo sin
reacción. Las facciones del ser (había dejado de ser un “hombre” en algún
momento reciente) iban cambiando frente a sus ojos, que no daban crédito a lo
que veían. Sus labios se estiraron en una sonrisa que corría en un rostro de
ojos velados entre pliegues de piel densa y verdosa, surcada de verrugas y
carente de vello por completo. Sus ojos se abrieron mostrándose rojizos, como
los de una bestia infernal, y su boca dibujó una mueca feroz mostrando hileras
interminables de afilados colmillos.
Posó unas manos esqueléticas en los hombros del joven,
hundiendo las largas y filosas uñas en la carne, haciendo que hilos de sangre
corrieran por su espalda, y lo volvió con violencia dejándolo, inmóvil, la piel
blanca como la nieve y paralizado de terror.
- Tu alma es mía ahora, y lo que quede de tu cuerpo
servirá a los propósitos de la Oscuridad. Pero antes... – el hedor que despedía
su aliento era insoportablemente fétido y lanzaba hilos de viscosidad que se le
adosaban al cuello y las mejillas -... reclamo el placer de corromper tu frágil
humanidad.
Echó la cabeza hacia atrás y de distintos puntos de su
cuerpo (cuello, torso, bajo vientre y muslos), a través de la carne agrietada,
fuertes y convulsos tentáculos se proyectaron sobre la espalda del infeliz,
tanteando orificios por donde penetrarlo.
Ubicaron uno y fueron dentro de su cuerpo arqueándolo
de dolor, a medida que su interior era desgarrado; más allá de esto, los
látigos de carne se abrieron paso a la fuerza perforando el cuerpo en varios
lugares, aprisionándolo contra el cuerpo del ser que se debatía de placer
profanando al moribundo; en tanto, a metros de allí, el mercado seguía con su
ritmo, ajeno a lo que ocurría en el callejón.
Al cabo de un rato, el ser que mutaba en criatura
volvió a aparecer en apariencia humana por la calle del mercado, desde el mismo
callejón donde se había puesto a cubierto de las miradas de intrusos.
En las sombras del callejón, el cuerpo yacente del
joven asaltante se hallaba de costado, brazos y piernas en grotesca postura, su
carne lacerada, en medio de un charco de sangre.
Su piel había tomado una tonalidad verdosa y opaca,
como si estuviese entrando en un estado acelerado de descomposición
El hombre observó la calle arriba y abajo. Seguía tal
cual la había dejado al momento de atraer su presa a la trampa. Nada había
cambiado. Aspiró de su frasco distraídamente y echó a andar en sentido opuesto
al que lo había llevado hasta ahí perdiéndose en la multitud.
Todo el material aquí volcado es de propiedad intelectual del autor, Marcelo Branda, y esta resguardado por el correspondiente registro en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual de la República Argentina.
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