Paxthis...
Las diferencias entre los distintos modelos de
reproductores holográficos que se comercializaban en cualquier estrato o
segmento de la población, eran ínfimas; por eso Alak se disponía a hablar con
Lord Rivan a través de un aparto casi igual que el que había comunicado a Roge
Kensheere con el Sumo Sacerdote Balafón.
Alak se sentía inquieto si hablaba frente al artefacto
sentado, prefería moverse. Por eso los técnicos debían prestar mayor atención
al fijar la señal, a fin de que la transmisión fuera correctamente hecha.
La figura del Señor de T´Hur se corporizó de repente
frente a él, tomando un tamaño casi idéntico al real; Lord Rivan se hallaba
sentado en su estudio, en el lugar habitual que ocupaba el equipo de
transmisión, cerca del gran ventanal que mostraba los jardines interiores del
palacio. Alak notó al instante que su padre mostraba la postura que adoptaba
cuando algo le preocupaba de manera especial.
- Padre – saludó al ver la imagen, y se inclinó
respetuoso.
- Hijo, me alegra verte bien. Tu madre te envía su
amor.
- Y yo el mío, padre. Estamos prontos a partir hacia
allí, supongo que mañana, antes del atardecer, estaré en castillo.
- Me alegro que así sea – expresó Lord Rivan
circunspecto – cada vez se hace más urgente este cónclave.
- ¿Ha ocurrido algo nuevo?
- No. Por ahora. Pero tengo un mal presentimiento.
Estaré más tranquilo cuando se decida un curso de acción de acuerdo a las
necesidades del reino. Los informes que se reciben no muestran distensión.
- ¿Quién recaba información?.
- Sir Onker Moo está a cargo de la información
referida a movimientos de vigilancia.
- Debes estar tranquilo entonces padre. Sir Onker es
un veterano conocedor de las artes del engaño en la guerra. Si algo se está
tramando, él lo descubrirá.
- No estoy tan seguro, hijo mío. Pero dime, que
resultados obtuviste tu.
- Excelentes. Todos los que convocaste están listos
para embarcar hacia allá mañana, como nosotros. Estoy seguro de que lograremos
un importante frente para actuar apoyando al Rey.
- Que así sea. Alak, la urgencia está puesta en llegar
aquí lo antes posible ¿lo comprendes?. No hay tiempo que perder.
- Lo entiendo padre. Haremos lo imposible por estar
allá lo más rápido que podamos. Cada Señor que me acompaña está de acuerdo en
apoyar la moción de ocuparse de la tutela de regiones del Imperio que se hallan
descuidadas. Es obvio que no podrán planteárselo así al enviado real, pero la
voluntad es firme, más allá de las formas.
- Sí. Eso es lo que necesitamos. Nuestros gobernantes
están un tanto distraídos. No lo comprendo, pero es así.
Por un momento Alak estuvo a punto de preguntar por
Lord Harrot y comentar el cruce que habían tenido con los Tai. Era una buena
oportunidad de aclarar el hecho consultando a su padre si había participado de
la reunión al representante del emblema pardo; al instante decidió que no era
buena idea y lo dejó pasar apartándolo de su mente.
- Padre,
mañana todo tendrá una forma distinta cuando se pueda abordar el tema; hasta
ahí no nos queda mucho por hacer.
- Tienes
razón. Comenta con los hombres esto que te he confiado. Tengo necesidad de
escuchar aportes de ideas fuera de mi consejo. No sé por que siento que no
hablamos de lo mismo.
Alak sonrió y sacudió la cabeza. Su padre mantenía
todavía el empuje que lo ponía a la cabeza de sus hombres tanto tiempo atrás,
aún antes de él nacer.
- Es porque tu quieres estar siempre delante de los
acontecimientos y a algunos se les hace difícil seguirte, Lord Rivan.
- Voy a
dejar de hablar antes de que deba escuchar un sermón a manos de mi heredero.
- Es una
sabia decisión, señor. Te veré mañana; dale un abrazo a mi madre.
- Lo haré hijo. Nuestro corazón está contigo.
Alak alzó la palma a modo de saludo y se despidió de
su padre. Esa fue la ultima vez que habló con él y que lo vio en su vida.
Zin-Haye...
El refugio hasta el que llegó el Sumo Sacerdote
Balafón se hallaba oculto en una zona alejada y deshabitada del planeta donde
reinaba la vida salvaje. No era la idea ocultarse de nadie en particular,
ningún ser viviente podía ser tan insano mentalmente como para arriesgarse a
meterse en una zona así. Aunque tuviera un motivo.
Era simplemente una razón práctica la que lo ubicaba
ahí: gobernaba absolutamente sobre el lugar sin ningún contratiempo; obedecían
a los designios del señor de la región bestias, fuerzas naturales y máquinas;
nada escapaba a su voluntad allí.
Balafón viajó por tierra en un vehículo particular
hasta un punto en el que la geografía comenzaba a mostrar un panorama poco
alentador y a partir de ahí cambió de transporte, pasando a una plataforma de
vuelo bajo que lo adentró en un ambiente selvático y montañoso. El vehículo se
desplazó a velocidad moderada por senderos pre marcados, ocultos por el denso
follaje que cubría el lugar como un techo. Hubiese sido imposible transitar por
allí por medios propios sin extraviarse y quedar a merced de la naturaleza.
Al llegar a destino, la plataforma se detuvo y posó su
pesada estructura sobre trenes de aterrizaje que se desplegaron entre siseos y
bufidos. Dos puertas se desplegaron arriba y abajo como la boca de un enorme
caimán y una explanada conectó el interior de la nave con el suelo húmedo, a
las puertas de una construcción excavada directamente en la roca.
La pared de piedra se perdía más allá del follaje, muy
alto sobre la cabeza del Alto Maestre; pocos lugares se podían percibir tal
lúgubres como aquel, que helaría la sangre de cualquiera que lo viese. Pero
Balafón había estado allí antes y no se amilanó, por el contrario su negro
espíritu descansó en la tranquilidad de estar de éste y no del otro lado en
estos tiempos que corrían.
Avanzó con paso firme por un pasillo ganado por
esqueléticas ramas muertas, tallos de alguna frondosa trepadora en otros
tiempos, e iluminado por tazas que contenían líquido inflamado. El lugar estaba
desierto y solo sus pasos acompañaban su marcha. Atravesó un portal doble e
ingresó a un patio interno, rodeado por altas murallas de un color gris azulado
rematadas en algunas torres; al otro lado se paró frente a las grandes puertas
que daban paso al interior de la fortaleza. Hincó en tierra una rodilla (la
izquierda) y agachó la cabeza en señal de respeto. Alzó la diestra con la palma
de frente a las puertas y la desplazó con un suave movimiento, como si
descorriera un velo invisible frente a él... y las puertas retrocedieron en la
oscuridad del lugar dándole paso.
Se incorporó y entró en el frío y húmedo refugio con
paso firme; echó hacia atrás su capa y movió los brazos abrazando el lugar de
forma simbólica: interminables conjuntos de tazas colgantes se encendieron y el
fuego iluminó hasta lo más recóndito de la gigantesca construcción, mezcla de
castillo y catedral, donde las proporciones de todo eran, por lo menos, tres
veces más grandes que las que corresponderían a habitantes humanos.
Torres y escaleras se perdían en las oscuras alturas;
las paredes eran irregulares en su superficie, sin llegar a percibirse un solo
lugar liso. No había forma de saber si aquello había sido construido en
piedra o con piedra. Todo formaba un conjunto simbiótico: el lugar, el
material de construcción y la roca que lo abrazaba.
Cientos de salientes como balcones se veían hasta
donde la vista alcanzaba; lo mismo ocurría con huecos oscuros que semejaban una
colmena gigantesca. El centro de la sala mostraba un complicado dibujo armado
con minúsculas piezas de cerámica, cuya forma y significado Balafón desconocía.
Y sobre el dibujo, en el techo de la estancia, un hueco enorme (el más grande
de todos los huecos que había en el lugar) se abría paso por entre las entrañas
de la construcción y trepaba alto y lejos como una chimenea, rematada en una
abertura a través de la cual se podía ver el cielo nocturno.
Balafón esperó tranquilo y de pié en medio del salón
vacío y cubierto de polvo. Comenzaba a acostumbrarse a los ecos del lugar
cuando un rechinar se oyó por encima de cualquier otro sonido casual de las
entrañas del edificio. Lozas del piso se removieron y abrieron un espacio hueco
del que emergió una figura cubierta por túnicas de color rojo intenso, tocado
por una capucha que ocultaba sus facciones. Iba sentada en un trono tallado en
piedra, cubierto de bajorrelieves imposibles de distinguir individualmente; en
su conjunto, el trono parecía tener vida propia, como si estuviese acunando a
la figura en sus brazos.
Balafón repitió la inclinación hecha a la entrada;
esta vez esperó paciente a que le indicasen que podía levantarse.
La figura levantó las manos delgadas y esqueléticas
como garras de los apoyabrazos de piedra y echó hacia atrás la capucha que
ocultaba su cabeza.
La piel amarillenta y las protuberancias adosadas a
ella fueron lo primero en verse. El ser se incorporó y sus ojos brillaron como
gemas contra la luz amortiguada del fuego que brillaba alrededor.
- Levántate, sicario. Estas sirviendo bien a tu Amo.
Balafón hizo lo que se le ordenaba, pero no miró al
Prime Sire.
- Mírame y dime lo que quiero escuchar.
- A tus órdenes, Amo. Todo está listo, tal como lo
pediste, Señor.
- ¿El humano cree que va a verme?.
- Sí, Amo.
- Bien. Deja que se acerque.
La voz era profunda y clara, fuerte para la presencia
que el ser tenía y que parecía engañosamente frágil y senil.
- No vamos a requerir de sus servicios por mucho más.
- Sí, Amo.
- Dependerá de cómo sirva a su Amo, el que obtenga
alguna recompensa. Tu te unirás a mí.
- Sí, Amo.
- Nos haremos dueños de las fuerzas y empezará el
reinado.
- Sí, Amo.
- Quiero saber el momento preciso en el que el humano va a moverse.
- Sí, Amo.
- Le liberaré el camino para poder conquistar más
rápido.
- Sí, Amo.
- Después vendrá la verdadera conquista.
- Sí, Amo.
- Avanzaremos sobre la Luz, tomaremos sus dominios, poseeremos a sus
súbditos. Son débiles; lo percibo. Su fe flaquea, sucumbirán a la fuerza de la
corrupción. Sus lugares sagrados me pertenecerán. Todo se irá fundiendo en una
sola cosa: oscuridad.
- Sí, Amo.
- Y existiremos para siempre. Seremos lo único que
exista. Este plano dejará de pertenecer a los mortales, en cualquiera de sus
formas. El Creador se equivocó; sus
criaturas son imperfectas. Y el precio que se pagará por ello es mi deseo. El
deseo de regir la supremacía de lo oscuro en todo y sobre todo.
Posó su vista sobre el Sumo Sacerdote y lo señaló con
un huesudo dedo.
- Libera ahora las fuerzas del humano. Dales poder
para que avancen y luego únete a mí para hacer grande la causa.
- Sí, Amo.
Y Balafón procedió a hacer lo que se le había
ordenado.
Kerkeden
– 2° planeta del Sistema Pharam
Había que remontar un largo camino de ascenso para
llegar al lugar llamado Kyomi. La región en la que se ubicaba era una de las
más inclementes del planeta, cerca del anillo central del mismo, donde los
rayos del único y enorme sol que regía el sistema caían a plomo en cualquier
época del ciclo orbital.
Encontrar el camino que llevaba a Kyomi era de por sí
difícil en medio de aquel laberinto de montes, acantilados, gargantas y mesetas
con las que se encontraba el viajero, luego de atravesar un desierto plano como
una hoja donde no había nada. Nada en el sentido literal de la palabra. Los
pocos animales salvajes que habitaban los alrededores cumplían movimientos
migratorios que les llevaban el triple de tiempo cubrir para desviarse al norte
y no tener que atravesar el desierto. Aquel que se atrevía a cruzarlo en otra
cosa que no fuese un vehículo rápido, se condenaba a muerte a sí mismo.
Luego de una interminable alfombra de color naranja,
las primeras elevaciones aparecían como una enorme construcción natural que
abarcaba una vasta superficie en esa parte del planeta. En su interior había
armado un microcosmos de vida propia. Algunos pueblos nómades, que no habían
podido asimilarse a las distintas culturas que fueron pasando por el planeta,
vagaban por el territorio con sus animales procurándose elementos básicos de
subsistencia.
Los moradores estables del lugar, una raza alienígena
que no tenía contacto alguno con otras etnias, llamada Battashavva, obtenía sus
recursos de los minerales del planeta. Esto era algo conjeturado basándose en
datos vagos aportados por alguna fuerza expedicionaria que los había observado
a la distancia. Aunque otros también eran moradores estables; en número mucho
menor que los battashavvas, y de condición humana.
Casi en el centro geográfico de la extensa región se
ubicaba Kyomi; una meseta enclavada a una altura considerable sobre el nivel
del suelo, que desalentaba su exploración a cualquiera, debido a sus
complicados y duros senderos, difíciles de transitar y más difíciles aún de
descifrar.
La construcción que se ubicaba en un rincón de la
meseta solo podía ser vista desde el aire; se hallaba oculta en una especie de
hondonada natural y se llegaba a ella a través de un pasaje abierto en la roca.
Nadie sabía como ni cuando había sido construida. Solo que se hallaba allí
desde siempre, como una parte más del inhóspito paisaje.
Su cuerpo principal era cuadrado y muy alto. Sobre
este primer cuerpo se montaban otros tres, cada uno más bajo y de menor
superficie, conformando una estructura de torre. Al frente, una larga escalera
apuntaba desde el suelo hasta casi la altura de su primer terraza, terminando
en un pórtico de entrada compuesto por una torre rematada por una cúpula y unas
normes puertas dobles que siempre se hallaban cerradas.
Del lateral de la torre otra escalera, amplia y de
piedra como la frontal, se elevaba adosada a la pared hasta terminar su
recorrido contra el suelo de la meseta, en uno de los ángulos del cuadrado
principal. De manera inteligente, la construcción no era más que la entrada a
una serie de laberínticos pasajes que, en la mayoría de los casos, solo
conducían a trampas mortales y encierros de los que salir resultaría
improbable. Solo unos pocos pasillos, conocidos por los que allí vivían, eran
los que llevaban a los lugares propios de la morada de los monjes, a kilómetros
de distancia.
Los monjes eran siete, un Hermano Guía y seis Hermanos
Guardianes; todos vivían allí recluidos y, ocasionalmente, si las
circunstancias así lo requerían, abandonaban el lugar para mezclarse con alguna
raza o etnia en cualquier lugar de la galaxia. Un par eran los más jóvenes,
otros tres tenían una edad indefinida oculta tras ojos de miradas cansadas y
largas melenas y barbas. Los dos restantes eran los más ancianos, con los
cabellos plateados por el tiempo y los rostros surcados por miles de arrugas.
Ambos se hallaban en una de las cámaras interiores de
Templo; una de las más importantes, la que guardaba el Libro Sagrado legado por
El Creador a su pueblo en tiempos de los orígenes de la vida. Ambos hermanos
habían desarrollado la capacidad de leer e interpretar las Escrituras hacía ya
tiempo, y en ese momento llevaban encerrados en la cámara varios días,
retirados en oración, esperando una revelación.
Según pasajes del Libro Sagrado, cuyo contenido era un
detalle preciso del curso de los acontecimientos de la vida en el universo,
hacía ya eones que la evolución había cambiado de rumbo hacia lo que se
describía como “... un período de limbo
antes de la definición de un nuevo nacimiento...”, aparentemente una época
de cambios profundos en los cuales el destino de Los Que Siguen La Ley estaba en juego.
La estancia estaba alumbrada por lámparas de aceite
que desprendían un suave perfume a bosque y hierba, en círculo se disponían
unas especies de taburetes sin patas, apenas despegados del piso, donde había
que cruzar las piernas para sentarse. En el centro del círculo, un arcón de
madera enorme, tallado con delicadeza y ornamentado con filigranas de cerámicas
de colores, guardaba en su interior el preciado objeto. Los Hermanos se
hallaban uno frente a otro, los ojos cerrados, las manos apoyadas en el regazo,
las espaldas rectas, los rasgos relajados, sin un síntoma de tensión a pesar de
llevar largo tiempo en esa postura. Dass Kaffee era el mayor de ambos y quien
ostentaba el honor de haber sido nombrado Hermano Guía, el de rango más elevado
entre los siete; Sai Kermomme, era el Hermano Guardián que seguía a Kaffee en
edad y jerarquía. Por ser el mayor del resto de los hermanos, su
responsabilidad lo ponía justo un escalón por debajo de Kaffee.
Los dos abrieron los ojos al mismo tiempo y sus
miradas se cruzaron sin mediar palabra.
“¿Viste lo mismo que yo?” Preguntó Kaffee con el
pensamiento.
“Sí” respondió Kermomme de igual manera.
“¿Significa esto que el inicio de la profecía está
cerca?”
“Más que cerca, diría que es inminente”.
“La cámara debe ser abierta. Ahí está la respuesta a
los tiempos que vendrán”.
“Sí. Así lo he visto también”.
“Debemos hacerlo ahora mismo”.
Ambos se levantaron al mismo tiempo y salieron del
recinto portando una lámpara que les proveyó luz para el camino. Se adentraron
por un pasillo que les obligaba a andar en fila, tan estrecho era que no tenían
lugar para ir codo a codo.
Sus hábitos de color marrón oscuro parecían flotar
detrás de ellos y las sandalias de cuero y suela raspaban el suelo de piedra,
arrancándole leves sonidos. El sistema de ventilación natural que formaban los
corredores les echaba hacia atrás las capuchas a la vez que les brindaba aire
fresco en los rostros.
Caminaron sin bajar la marcha pasando por distintos
lugares del monasterio, algunos abiertos en forma de amplias salas, otros cerrados
y ocultos. Bajaron un par de niveles y llegaron al final de una larga escalera
en bajada que los dejó frente a una puerta ornamentada con un extraño símbolo.
La puerta era de piedra y se hallaba incrustada contra la roca; muchas veces
habían llegado hasta allí como parte de la rutina que les llevaba a controlar
todos los lugares del monasterio, pero jamás se habían detenido a observar como
la puerta se desprendería de su marco para abrirse. Ni siquiera se les había
pasado por la mente la posibilidad de que aquello ocurriese. Era evidente que
estaban en las postrimerías de algo importante. Algo temerosamente importante.
Esa cámara se había sellado en algún momento de la historia, muy antigua y muy
profunda, con el objeto de guardar algo que sería utilizado solo cuando el
Curso de los Acontecimientos torciera su rumbo. Y ese momento había llegado. El
Curso de los Acontecimientos estaba por dar un giro y lo que estaba tras esa
puerta podía determinar hacia qué lado iba a girar: La Luz o La Oscuridad.
Los monjes se miraron y Kermomme asintió, como dándole
fuerzas a su hermano para que procediera. Kaffee se acercó y examinó la puerta
con más atención. Si hubiese querido abarcarla con los brazos extendidos no le
habrían alcanzado; además del símbolo que se grababa en el centro de ella, todo
el resto de la superficie se hallaba cubierta de bajorrelieves que dibujaban
intrincadas formas. Detectó una en particular que tenía la forma de una mano
humana. Con sorpresa noto que parecía haber sido tallada usando su propia
diestra como molde, porque el calce era perfecto. Miró a Kermomme sorprendido,
quien le devolvió la misma mirada, mezcla de miedo y sorpresa. Kaffee hundió la
mano en el molde y una luminiscencia amarilla e intensa se desprendió de la
cavidad, por detrás de su mano. Acto seguido, toda la puerta retrocedió con un
bufido, mientras polvo y piedra caían de las junturas y un ruido de piedra
desplazándose sobre piedra los sobresaltó.
Se echaron hacia atrás con sorpresa para ver como la
puerta retrocedía y se levantaba como el puente de un castillo sobre el foso.
Otros sonidos se escuchaban en el interior a oscuras de la cámara. Una
ruidosa maquinaria se había puesto en
marcha; se oían crujidos y bloques de piedra desplazándose, ruidos de grilletes
y cadenas, palancas que calzaban unas contra otras. De repente, un haz de luz
cayó desde algún lugar del techo, oculto en una impenetrable oscuridad, e
iluminó como un reflector el centro de la estancia.
Un enorme sarcófago de piedra, más alto que un humano
de estatura considerable, flotaba girando lento sobre su eje mostrando todas
las caras de su cuadrada estructura, tallada de forma elegante y prolija tal
como lo estaba la puerta de entrada. El cono de luz era, seguramente, fruto de
un juego de espejos qué la transportaban por reflejo desde el exterior; al pie
del sarcófago, una base esperaba que éste bajara y se incrustara en ella para
darle equilibrio y sostén.
Los dos monjes rodearon embelesados el flotante objeto
sostenido en forma majestuosa en el aire ante sus ojos. Giraron en torno a la
base de piedra buscando algo que los orientara en los pasos a seguir y
encontraron, tal como ocurrió con la puerta, una hendidura similar a la hallada
en el exterior con la forma de la mano, solo que esta vez era la diestra de
Kermomme la que calzaba.
Un pensamiento surgió entonces a la vez en la mente de
ambos monjes. Si la historia era verdad, y por El Creador que no llevaban
consigo un ápice de duda, desde el comienzo de los tiempos ellos habían sido
predestinados a estar allí en ese momento preciso de la evolución de los
tiempos. Sus huellas habían sido puestas ahí por El Creador eones de tiempo
antes de que cualquiera de los dos comenzara su fugaz existencia en este plano;
la dimensión de la comprensión de esa idea los hizo temblar de vértigo por un
instante. Se ayudaron a sostenerse mutuamente y luego Kaffee alentó a Kermomme
a hacer su parte.
El monje hundió sin dudar su mano en la huella y el
sarcófago dejó de girar al instante. Comenzó un suave descenso que concluyó cuando
se posó con un ruido sordo contra la base de piedra. Esta lo atrapó entre
rígidas guías y lo abrió por el medio como un libro voluminoso cuyas páginas se
separan a un lado y a otro.
El artefacto se inclinó hacia atrás, con delicadeza, a
medida que se abría, de forma tal que su contenido quedó perfectamente a la luz
cuando se detuvo y abrió por completo. Los hermanos tuvieron que dar la vuelta
a su alrededor para ver el contenido, que había quedado de frente a la entrada.
Ambas partes del artefacto eran de piedra maciza. El
peso del mismo debía de ser increíble; haber intentado penetrarlo por otro
medio que no fuera la combinación de la base que lo sostenía, hubiese sido inútil además de imposible. La
piedra del interior de ambas partes estaba tallada en la forma justa para
servir de encastre a un traje, a la izquierda, y a un extraño objeto de metal,
al menos en apariencia, a la derecha.
El traje parecía una armadura de combate, vacía de
cuerpo que la vistiera. El material del que estaba hecho era imposible de
adivinar; guantes y botas de una clase de metal dorado, cuya superficie
destellaba en brillos cegadores bajo la luz que la bañaba, remataban las
extremidades de un entretejido de piel
negra, que parecía formada por diminutas, resistentes y flexibles escamas que
se aglutinaban unas contra otras dando la impresión de ser impenetrable.
Los hombros y el cuello también estaban protegidos por
el mismo metal dorado. En el cuello una gema verde resaltaba furiosa en el
contraste de colores; el casco que protegía la cabeza de quien lo vistiera,
formado de idénticas escamas que el resto del cuerpo, mostraba una firme
mandíbula igualmente dorada y que daba al traje un aspecto feroz.
En la parte opuesta, una larga hoja de metal gris,
reluciente como las partes doradas del traje, iba rematada de una empuñadura
gruesa. Un guardamonte ancho y pesado, trabajado con el mismo tipo de tallado
que se veía en la hoja y el sarcófago, separaba la hoja de la empuñadura. Jamás
habían visto nada parecido ni remotamente. Giraron en torno al sarcófago y
revisaron la superficie exterior. Decenas de compartimentos disimulados por la
superficie quedaron revelados y fueron abiertos uno a uno; cada uno de ellos
contenía piezas, aparentemente de equipo, que supusieron sería complemento de
la armadura traje.
El último compartimento en ser abierto resultó ser el
más importante. Todo lo que necesitaban saber acerca del contenido del
sarcófago de piedra estaba allí. Aprendieron como desmontarlo de su base y
trasladarlo. Podrían haber usado sus capacidades telequinéticas, pero trataban
con un objeto de demasiada importancia como para usar métodos que podían no
aplicarse a él.
Solo cuando se adentraron en el conocimiento de lo que
ese traje era y significaba fue que comenzaron a comprender la dimensión de lo
que se les estaba revelando.
Haría falta mucho más tiempo de meditación y oración
para comprender la tarea que les estaba siendo encomendada a los siete a través
de esta revelación. Los tiempos que se abrían por delante eran realmente oscuros.
Tanto, que ambos flaquearon en su convicción por un segundo para luego
retractarse y ratificar que su misión sería llevada a cabo tal como había sido
planeada desde el principio de los tiempos.
Que La
Luz triunfara sobre la Oscuridad dependía de ello.
Todo el material aquí volcado es de propiedad intelectual del autor, Marcelo Branda, y esta resguardado por el correspondiente registro en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual de la República Argentina.