Al momento de escribir esto, mi estimado lector, yo estoy en posesión del conocimiento total de lo que aquí voy a exponer, pero usted no.
Por ello creo justo el ir llevándolo por un recorrido de hechos que, encadenados, terminarán por armar el cuadro completo y usted lo entenderá todo.
Decía un sabio viejo (y viejo sabio también) el Padre José Kentenich... "La obra de Dios es como un tapiz visto por el reverso. No comprendemos su trama ni la imagen que esconde. Pero cuando se voltea, todo esta en el lugar que corresponde y la visión se revela clara..."
Tenga fe lector, que así será también en éste caso.
Septiembre de 2014
Estoy buscando un ejemplar de "El Periódico del Barrio" (una publicación que utilizo a menudo en mi trabajo alternativo al de escritor...) el de septiembre, y no lo ubico por ningún lado.
No quedan ejemplares en los kioskos. Y recurro entonces a Internet. Pero no es lo mismo.
Es más, presentado así no me sirve... aunque...
Ya que estoy acá ¿Qué pierdo si recorro un poco el sitio?
Busco títulos acá y allá, hasta que uno me llama la atención. "Retrato De Un Hombre Invisible".
Es uno de esos que cada tanto a los escritores nos gusta sacar de la galera: contienen una paradoja imposible de resolver y nos parece "cool", como dicen los chicos ahora.
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Fotografía que ilustra la nota de "El Periódico del Barrio"
Propiedad de Marcelo Benini y/o El Periódico. |
Entro de fisgón no más y la primer línea que leo me paraliza la voz y el cuerpo.
En menos de tres segundos, asocio cuatro datos que me hacen estallar el cerebro.
El nombre de una persona que no conozco y su foto. El nombre de un guionista de historietas a quien seguí a rajatabla a partir de 1974 y hasta bien entrada mi adultez (¡es el de la foto!) y la cita de que es vecino del barrio y vive a no más de quince cuadras de donde yo mismo vivo.
Es como descubrir la identidad de Bruno Díaz o Clark Kent, así como si nada, de manera casual, y encima saber que es vecino de uno.
Sin salir del asombro empecé a rememorar recuerdos y situaciones, exactamente de cuarenta años atrás cuando conocí por primera vez al hombre que ahora conocía por segunda...
1974 - Escuela República de Panamá, Villa Devoto
Después de pasar toda mi vida escolar, hasta ahí, en la misma escuela, al terminar quinto grado me sacaron del colegio que me vio nacer y me trasplantaron de mala forma a uno nuevo.
Tenía que empezar a viajar solo en colectivo (el 123 que unía Palomar con Chacarita era imposible a las siete y media de la mañana) y enfrentarme por primera vez a encajar en un grupo que no conocía, después de haber pasado seis años siempre con los mismos compañeros.
La experiencia fue todo lo mala que pudo ser. El mundo me aplastó con todo su peso, en gran parte en la persona de un tal Juan Kleinnman, que mentía tener once años como los demás (el bestia parecía de diecisiete) un sujeto desgarbado, alto, con cara de dormido y la cabeza llena de rulos desordenados al que el primer día apodaron "El Preso", por su idéntica similitud con el célebre personaje de Vicente La Rusa.
Lo único que ese cambio trajo de bueno es que allí conocí a quienes serían mis dos inseparables y entrañables amigos de la vida hasta que cosas de mujeres nos separaron para siempre: Martín Barracosa y Carlos Surra.
Martín era nuevo como yo, pero como era un traga de aquellos los más vagos de la clase se le acercaron y lo incluyeron en su grupo para contar con él al momento de armar los equipos de estudio para el resto del año.
Carlos era un veterano; llevaba años de compartir aula con el resto, era uno más y contaba con la anuencia de la mayoría. Hincha de Boca y de Atlanta, jodón, simpático y ocurrente, tenía su lugar asegurado.
Yo cargaba con todo lo malo que el resto se había sacudido de los hombros...
Llega un día Martín al colegio y me comparte las novedades del fin de semana. Sus padres trabajaban en el centro. Hacían Malaver-Retiro en tren todos los días y por ser lectores consumados, siempre disponían de material renovado para matar el tiempo.
Saca entonces mi amigo de su portafolios una revista de historietas para adultos y me la muestra diciéndome que la estuvo hojeando y que estaba imperdible.
Uno de los primeros personajes que me llamó la atención era un morocho de cara cuadrada, bigote espeso que escondía parte de la boca y cabello abundante peinado de costado.
Se llamaba Zero Galván, bien macho latino, y era un teniente de los jodidos que tenía el Precinto 56 de la Ciudad de Nueva York.
La escribía un tal Ray Collins, a la postre el más admirado guionista del cual me hice incondicional a partir de allí y hasta bien entrados los ochenta.
Jamás sabría nada de él, más que su producción en las revistas de Editorial Columba y Ediciones Record... hasta encontrar su foto y asociar rostro, nombre real y seudónimo, cuarenta años en el futuro.
Ray Collins era un tal Eugenio Juan Zappietro, célebre guionista de quien yo quedaría prendido por muchos años, vecino del barrio y habitante de una casa que estaba a no más de un tiro de piedra de la mía...
Septiembre de 2014
Luego de un paréntesis de cuarenta años, Ray Collins (¿o era Eugenio Zappietro?) me miraba desde la pantalla de mi computadora gracias a una foto que Marcelo Benini había elegido para ilustrar la nota que encabezaba el número de septiembre del Periódico.
No salía de mi asombro.
Algunas veces me ocurrían cosas así en mi vida. Cosas extrañas de explicar y de entender... ¿Qué o cuantas posibilidades hay que un desconocido, solo un nombre al pié de página, a quien uno admira aparezca cerca de nuestro lugar cuarenta años después?
Pocas, creo. Deme la derecha de que al menos es curioso.
Leí la nota varias veces. Varias veces. Y entonces salí a ver si encontraba al hombre detrás del personaje que había llenado días y noches de lectura con sus historias y sus personajes.
La Persona Detrás del Personaje
Cuenta la leyenda que Eugenio Juan Zappietro nació en Buenos Aires, creció en San Martín, estudió dactilografía y entró a la escuela de oficiales de la Policía Federal por "sugerencia" de su padre. De allí se retiró años más tarde con el grado de Comisario Inspector y luego le encargarían la dirección del Museo Policial que está en la Calle San Martín del microcentro porteño.
Pero todo esto es lo común que se espera de una persona y su trayectoria, su vida. La cuestión para nosotros pasa por otro lado.
Zappietro, dicen (yo no lo comprobé de primera mano), arrancó por pedido del mismísimo Hugo Pratt quien le pidió que escribiera un policial que terminó siendo Precinto 56. De ahí en más, no voy a entrar en detalles tediosos, el hombre aporreó la máquina de escribir hasta aburrirse, generando páginas sublimes del entretenimiento local desde varias vertientes.
Escribió crónica deportiva, fotonovelas, cuentos románticos en "Para Ti", fue guionista de televisión desde la época de una de las telenovelas que marcaron hito en la historia de la televisión nacional: "Hombres y Mujeres de Bronce" una historia que transcurre en la Buenos Aires colonial y que tenía una ambientación de época y un reparto de la hostia.
Emitida en 1967 contaba con un elenco que tenía a Luis Medina Castro, Walter Vidarte, Perla Santalla, Selva Alemán, Hugo Caprera, Susana Rinaldi y Sergio Renan... Y una perlita.
En la base de datos global del cine y la T.V. de la cual es propietaria Amazon.com y creada en 1990 por Col Needham, los registros correspondientes a la novela le otorgan los créditos de guión a nuestro querido Eugenio Zappietro
(Ver) ¿Qué tal?
A partir de la década de los sesentas, Zappietro empezaría a desandar una larga lista de historias y personajes a los cuales daría vida por espacio de más de treinta años. Para precisiones, que mejor que conocerlas de primera mano en
la nota que Benini le hiciera para el diario
Águila Negra, Henga, Precinto 56, Skorpio, Hor son algunas de las creaciones a las cuales les dio continuidad en el tiempo; a ellas deben sumarse la inagotable lista de unitarios que ilustraron las publicaciones de Columba y de Record durante los años de furor de la historieta nacional.
Como si eso fuera poco, en 1983 en Italia (lugar en el que se reverencia a varios guionistas, entre ellos Zappietro) se filma "Yor, El Cazador Que Vino Del Futuro" basado en un serial del cual "Collins" es el autor: "Henga" y luego "Hor" hijo de aquel. Una vez más
IMDB hace honor a lo justo y lo menciona en los créditos como coautor del film.
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Afiche de cine de la película, en el cual se puede apreciar el nombre
artístico de Eugenio Zappietro como autor de la obra en la cual se basa
el guión del film. |
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Versión VHS de la película. |
Es bueno aquí hacer un punto e ilustrar a los más jóvenes. Antes de Internet, la información al segundo y la vida globalizada, la gente de esta parte del planeta leía y mucho. Los kioskos de diarios y revistas estaban abarrotados de publicaciones, nacionales en un ochenta por ciento, que iban desde revistas infantiles, historietas, automovilismo, deportes, fútbol, cine, televisión hasta enciclopedias en fascículos, fotonovelas y revistas para la mujer de las cuales no había menos de cuatro o cinco semanales y de tiradas continuas a lo largo de los años.
Mucho más cerca en el tiempo, en nuestros días, aparecen tres novelas del autor basadas directamente en su personaje más célebre, el Teniente Zero Galván. La última de reciente aparición y que ya tengo en gatera para leer.
En medio de ese entorno fértil y vigoroso Zappietro despliega toda la capacidad que Pratt supo ver en su letras y enamora a miles de lectores edición tras edición mientras el hombre detrás del seudónimo cumplía con su deber...
Nunca mejor aplicada la frase...
Diciembre de 2014
Cómo se logró no viene a cuenta. Falta menos de una semana para la Nochebuena y yo me estoy dando el enorme gusto de compartir unos mates con mi admirado escritor, disfrutando de una charla amena que recorre décadas de historia en las cuatro horas que gentilmente me dedicó.
Si hasta hoy, siendo un seudónimo a pie de página, el hombre me parecía enorme, después de la charla me resulta gigante.
Tiene la deferencia de haber leído mi novela y muchos de mis artículos publicados en el blog. Me felicita, me elogia, me alienta a seguir escribiendo y me muero de vergüenza volcándolo acá porque, en parte, me parece un deshonor mencionarlo. Pero lo hago solo por un buen motivo: si me voy de esta vida antes de lograr parecerme aunque sea un poco a mi querido Ray Collins y nadie me conoce, al menos me iré con la satisfacción enorme de haber recibido su vista, su consejo y su aliento. Y con eso basta y sobra.
Y a usted Maestro, ni por las tapas se me ocurriría contar una línea de las cuatro horas de charla que tuvimos, solo me resta el agradecimiento enorme y eterno por tanta humanidad, por tanta simpleza (esa que tanto falta hoy día) y por el inmenso gesto de haberle abierto las puertas de su casa a un ignoto lector de once años que lo ha tenido presente, nada menos, que en los últimos cuarenta...
Perdón... ¿de once años, dije, cuando ya pase los diez lustros? Sí, es así. El que escribe esta nota es ese chico que aún corretea por mi interior y cada día que nos levantamos me susurra al oído... "Nunca dejes de ser niño"
Mi afecto para con usted Eugenio... Siempre.