Diciembre se iba dejando atrás dos nevadas notables sobre Las Leñas. La del 20 generó evacuaciones, rescates en los caminos altos y varios animales que aparecieron al día siguiente cuando el sol derritió el manto blanco. La del 24 fue menos severa, pero dejó lo suyo también.
Varias veces habíamos intentado tomar la ruta que encara hacia Valle Hermoso sin éxito; hasta que el 29, cuando el año se iba, un llamado avisó que 15:30 se salía de Las Leñas con ese destino. Si se decidía ir, esa era la cita.
El camino desde Malargüe se hace tomando al Ruta 40 hacia el norte hasta llegar a la bifurcación con la Ruta 222 y la antena que se yergue como un hito señalando el cruce. A la derecha uno encuentra, lejos, San Rafael, a la izquierda, el camino que se abre es de ensueño.
El final de la ruta como asfalto es la parte trasera de Las Leñas, a partir de allí comienza un camino que a veces se adivina gracias a la pericia del conductor que guía con mano experta la 4 x 4. Aunque parezca increíble, muchos autos de todo tipo, sin preparación, al mando de conductores que no conocen ni el camino, ni la ruta y menos la montaña, se aventuran como una gracia.
Más tarde son los que trabajan conduciendo las 4 x 4 los que los tienen que auxiliar bajándolos de la montaña, a veces hasta muy entrada la noche.
Lo dicho, la 222 hacia el norte en busca de Las Leñas es un viaje aparte. Primero el camino serpentea trepando entre paredes de piedras cuyos colores sorprenden a cada curva. Sea delante de los ojos, en la pared que acompaña permanente o en las laderas lejanas que se ven al otro lado del valle, el paisaje funde roca, agua, vegetación y cielo en una pintura increíble. Las detenciones se hacían frecuentes para guardar el recuerdo de lo que se veía.
Fuera de temporada Las Leñas es un pueblo fantasma. Al menos así lo vimos nosotros los dos días que pasamos, en diferente fecha. Lo primero que se recibe al visitante es la estación de servicio que siempre está disponible para brindar auxilio a quien lo necesite.
La primera vez que la visitamos, los encargados se entretenían entre cliente y cliente (tres horas de espera) paleando nieve fuera del sector de atención. Una´charla rápida nos da cuenta de la seriedad de la tormenta del día anterior. La segunda fue más atenuada, aunque no faltó la anécdota del caprichoso que pasó igual más allá de la villa y Gendarmería tuvo que auxiliarle la camioneta que había quedado en dos ruedas, inclinada contra el desfiladero, cuando intentó morder un escalón de nieve y encontró debajo un par de buenas piedras que lo sacudieron.
La cuestión fue que esta vuelta, la segunda, el camino estaba a punto para abordarlo. Seríamos de los primeros en transitarlo después de un par de días con sol a pleno y deshielo, así que allá fuimos.
Vista del paisaje desde la Ruta. A lo lejos, los techos de las casas de Los Molles, aldea de montaña increíble. |
Los Molles, apenas un puñado de 15 o 20 cabañas y un complejo donde los celulares no funcionan, internet se conecta de a momentos y la T.V. Satelital es el nexo con la civilización. |
Al llegar al lugar indicado, el grupo de viajeros sumaba seis más Luis, el conductor, un conocedor del terreno oriundo de San Rafael y experto conductor de 4 x 4. Los que ocupamos el resto de los asientos eramos Carlos y su esposa, un ingeniero de Buenos Aires, su hijo y su nuera, extranjera ella a quien su marido le iria traduciendo todas las peripecias y quien escribe y su mujer, compañera inseparable de vida, travesías y aventuras.
Breves comentarios e indicaciones, acuerdo del tiempo de viaje en ida y vuelta, elección de los asientos y ya Luís ponía en marcha el vehículo iniciando el traqueteo que nos llevaría a trepar la montaña.
Algunas de la maravillosas montañas que sorprenden a la vista en cada tramo del camino. |
Dejamos atrás el asfalto para comenzar a trepar la montaña. Lo sobre elevado es la ruta, donde estamos tomando la fotografía es ya el ripio. Notese el desnivel. |
En primer plano, una de las unidades con las que la gente del operador cuenta. Detrás, el Land Rover con el que llegamos a las alturas. |
Al princípio la mano experta de Luís nos hacía entrar en confianza guiando la camioneta a mano firme y paso tranquilo. El movimiento del bamboleo se suavizaba con la charla del mendocino y de paso, empezábamos a conocer de las historias que jalonan el trayecto.
Conocimos de la vida de los cóndores, del trabajo y el derrotero de los puesteros y sus animales, conocimos la historia de los pioneros que abriendo caminos, sesenta o setenta años atrás, quedaron para siempre en lugares marcados y visitados con respeto reverencial por los viajantes.
De a poco nos aproximábamos a los dos mil novecientos metros de altura. Buena marca. La nieve se empezaba a agolpar a los costados del angosto camino y en varias oportunidades, con buena dosis de teatralización para la foto, las ruedas del Rover rompían los bloques de hielo y levantaban cortinas de agua.
En otros momentos, caprichos del sol y el viento tal vez, la nieve respetuosa quedaba al borde del camino haciendo un firme escalón.
El paisaje cambiaba de forma permanente. Las rocas y la vegetación rastrera daba paso a laderas limpias, peladas. A su vez éstas cambiaban por otras cargadas de jirones blancos que obligaban a ajustarse los lentes de sol, a pesar de ser la cuatro de la tarde pasadas.
Los ojos no dan abasto. Usted se preguntará ¿tanto para ver siendo todo montaña y nieve, nieve y montaña? Y sí. Nunca uno ve hacia dos lados y encontrando montaña, roca, nieve, se ve lo mismo. El entorno impresiona, quita la respiración y seduce con su calma, el paso del viento y el calor del sol.
El primer punto fuerte es una especie de terraza a donde el Rover accede a fuerza de muñeca y potencia de motor. Primeras trepadas fuertes, el conductor avisa.
La sensación hace un vacío en el estomago. Luís apunta al cielo confiado y, sin que veamos hacia adonde vamos (la trepada son más de 30° y no se ve que hay después de la cima a la que se apunta) el Rover se lanza como una bestia enojada mordiendo la tierra y rasgando el ripio, terco, hasta asomar el morro y dar paso a la sorpresa y la falta de aliento.
Una meseta de redonda perfección se abre ante el vehículo y nos coloca en la altura, sin nada alrededor, permitiendo ver todos los picos circundantes, de nieves eternas, que no son otros que los primeros de los Andes tan famosos. Uno de ellos es El Sosneado, el punto de referencia donde el avión de los rugbiers uruguayos cayó el viernes 13 de octubre de 1972.
La vista, imponente, obliga a fotografiar todos los ángulos posibles; mientras tanto yo aprovecho a colectar datos y abro la charla con Luís. Resultó ser que el hombre ya estaba en Las Leñas, en otra época y con otras obligaciones. Casi por casualidad se cruza con un vehículo todo terreno y empieza a cultivar el vicio haciendo cursos de conducción. Después el hobby se convertirá en pasión y de ahí a ser su medio de vida, solo hubo un paso. Hoy lleva varios años yendo y viniendo por el camino entre Las Leñas y Valle Hermoso hasta cuatro veces por día, cuando el tiempo lo permite, y sorteando las 84 curvas que hay en 450 mts. de desnivel que hay entre El Mirador, a donde nos dirigíamos, y el caserío del valle a orillas de las dos lagunas.
Basta de charla. Hay que volver al camino si no, no volvemos en horario. Todos arriba de nuevo.
Parte de la vista que brindaba El Mirador |
Otro rato de recorrida y otra vez el golpe de efecto. Por si alguna vez hacen este recorrido, no voy a estropearle la diversión ni al que guía ni al que visita. lo que sí no voy a obviar es comentar que si la anterior vista suspende la respiración, lo que se ve desde aquí directamente la quita.
Y para evitar explicaciones vanas y palabras que no van a alcanzar para describir paisaje, belleza y sensaciones... Mejor las imágenes.
Vista panorámica del punto al que se llega luego de trepar la montaña. Notese a la derecha, el inicio de la bajada hacia el valle, parte de las 84 curvas mencionadas. |
Increíble vista del Valle Hermoso con las dos lagunas y el caserío, minúsculo, en el margen derecho. Todo vigilado por El Tronador. |
El tiempo no alcanza para disfrutar de la vista. Uno quisiera quedarse el día entero allí arriba... ¡Pensar que hay gente que "trabaja" subiendo aquí a traer gente varias veces en una jornada laboral!
No. Imposible de entender y a la vez, enorme de conciliar con la rutina que cada uno de nosotros lleva en su realidad cotideana.
La hora marca la necesidad de la vuelta. Sacamos las últimas fotos, recorremos todo lo que podemos, tratamos de grabar en la memoria todo lo que podemos y cuando ya no podemos estirar más la estadía, le damos la espalda al valle y cerramos las puertas del Rover tratando de no mirar atrás. La tentación de bajarse es grande.
Lo que pasa (y uno no lo sabe para ese momento) es que parte del apuro atiene a que Luis tiene una sorpresa o dos para la vuelta.
Los tiempos en la montaña son respetados a rajatabla, como lo son en la mayoría de las actividades extremas o de cierto riesgo. Si uno queda en volver a las seis de la tarde, el momento de la llegada es las seis de la tarde. Si a las seis y media no llegaste, alguien va a salir a buscarte.
Luis encaró preguntando si alguien había tomado el tiempo que se había tardado en llegar hasta allí. No. Nadie reparó que saliendo a las 15:30 eran ahora las cinco de la tarde pasadas. Las 18:00 Hs. era el límite de tiempo para estar de vuelta en el punto de salida.
Dos avisos: Pararíamos en un río de deshielo para poder probar la refrescante sensación de beber agua pura 100 % ¿que tal? El segundo, el viaje que de subida nos llevó hora y media... de bajada lo haríamos en media hora.
¿De qué manera?
Paramos en el río y no solo nos dimos el gusto de beber ahuecando las manos, hemos colectado una cantimplora que está a buen resguardo llena de ese agua especial, la cual se irá tomando de a sorbos para recordar por algún tiempo el momento.
Arriba y abajo. La vertiente de donde disfrutamos el agua más pura que se pueda encontrar. |
Ahora sí, la excursión tocaba a su fin. No más distracción ni demoras. Viaje directo de la altura de Valle Hermoso al complejo Las Leñas.
Luis encaró el camino metiendo marcha una tras otra hasta que la cola del Rover empezó a corcovear y a irse de la huella. Empezaba el descenso prometido.
Saltos, bandazos, patinadas contra los bordes de nieve, piedras que salpicaban al vacío cuando las curvas se tomaban como veníamos y las ruedas de atrás quedaban casi en el aire. Y en un momento, perfectamente precedido por lo anterior, el conductor avisa que nos falta el tiempo por lo cual está obligado a tomar un atajo. ¿Atajo dijo? ¿Por dónde un atajo?
El volantazo que dio a la derecha nos pegó a todos contra un costado. El buen hombre había salido del camino y lanzó al Rover en una carrera loca a campo traviesa por la ladera de la montaña...
Imposible describir la sensación de terror viendo el vacío del desfiladero que aparecia y desaparecia según el morro de la camioneta se hincaba hacia tierra o apuntaba al cielo, combinada con la adrenalina y la admiración de ver como el hombre a cargo (nunca yo más convencido de que se trataba de un verdadero experto en lo suyo) hacía con el vehículo prácticamente lo que quería.
Increíble. Hasta tuvimos tiempo de ver las rocas plagadas de fósiles ¿Cómo? No lo se. Lo que sí se es que lo que disfruté de esa bajada enloquecida, no tuvo parangón con nada anterior. Si me quedaba un par de días más, era número puesto para repetir la experiencia.
Conclusión:
Si van para ese lado, ubiquen a Roberto (el responsable de toda la movida) o pregunten por Luis, todo desde Malargüe. No hay chance de arrepentimiento. Garantizado. Si no lo encuentran, Patricia de Cabañas Luz de Plata puede darles una mano.
Van a haber muchas más Crónicas de Malargüe y alrededores en lo sucesivo...
Fósiles en las rocas vistos de bajada desde El Mirador de Valle Hermoso. |
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