Hace tiempo estoy girando en torno a la idea de escribir acerca de como era mi vida de chico.
No se si ir por el lado biográfico, de hecho es inevitable en cierto punto, o por el documental porque me seduce más la idea de contar que se vivía, que pasaba, a fines de la década de los sesentas y principio de los setentas, visto hoy desde la experiencia de alguien que nació ni bien arrancó 1963.
Entonces empecé a abrir la mente a los recuerdos y éstos empezaron a venir en procesión. Y de verdad que son muchos. Me dediqué un tiempo a observarlos y disfrutar de ellos, y después empecé a entender que para ser claro debía ordenarlos. Y se ordenaron solos, como si fuesen dóciles a este servidor que los trató siempre con sumo respeto y deferencia. No porque sea nostálgico, más bien por ser respetuoso de la historia: nadie, individuo o sociedad, puede ser completo y entender de donde viene, hacia dónde vá y cómo lo hace, si no respetamos nuestra historia. La memoria merece el mismo tratamiento.
Así la lista se fue armando por temas: el barrio, los vecinos, los amigos, la escuela, los compañeros. Mi propia familia, las costumbres de la casa, la abuela (institución en todo hogar de aquella época, hoy dejada de lado, arrumbada en algún buen geriátrico), los juegos, las distintas etapas del año, cada una con sus particularidades... Y ahí me dí cuenta que tenía un paño enorme para cortar y entreverarme en esto de escribir, que es lo que más me gusta.
Total da lo mismo una novela que un ensayo, si en definitiva la idea es despuntar el vicio. Contar historias. Y dado que se ha perdido o es incómodo mantener el oficio de "storyteller", como los llamaban en algunas culturas de antaño, hoy lo práctico es esto que tiene usted delante suyo: una ventana en donde yo pongo letras y mucha gente elige abrirla para ver que tiene adentro.
Así que, con la cadencia que marca el deseo de recordar, irán subiendo aquí distintas historias, todas hilvanadas por un factor común, mi niñez, y el mágico entorno que marcaba los límites del continente del que eramos ciudadanos: el barrio.
Creo que el barrio es un buen comienzo...
Como dije, vine al mundo un sábado de carnaval de febrero del 63. Lo hice en el barrio al que pertenece el cruce de las avenidas Francisco Beiro y San Martín, límite entre Agronomía, Villa del Parque y Villa Devoto.
Desconozco el lugar. Nunca me supieron decir, ni se me ocurrió preguntar, cual fue la clínica u hospital donde ocurrió el hecho, más importante para mí fue el lugar a donde me llevaron después. Un sitio por demás curioso... Claro que esto lo descubrí con los años.
El lugar se llamaba, creo que aún lo hace, "Villa Progreso". Un nombre un tanto presuntuoso para un sitio que en los últimos cuarenta años progresó muy poco. De hecho habría que investigar un poco más atrás para saber si cuando lo bautizaron así era más prometedor, o en realidad estaba en los principios de un proceso de desarrollo.
Lo cierto, como dije, es que el lugar evolucionó muy poco en todo este tiempo que pasó. Pero no por ello dejó de ser entrañable. Al menos para mi.
Para ubicarse, los límites del lugar (según los que lo habitábamos, mejores conocedores que los cráneos que miraban todo desde un escritorio en la Municipalidad) eran mas o menos definidos.
Las vías del ferrocarril Urquiza, que une Federico Lacroze con Campo de Mayo era una de las líneas de frontera. Con la estación Fernández Moreno como hito, de un lado de la vía estábamos nosotros y del otro estaba Santos Lugares, parte componente del partido de Tres de Febrero. Y aquí la división era importante, porque no solo se trataba de una cuestión territorial a nivel barrio; lo era a nivel partidos. De la vía para allá, al oeste, estaba Tres de Febrero. De la vía para acá, hacia el este mas o menos, era San Martín. Todo provincia de Buenos Aires, pegados a la General Paz como la otra frontera vinculante.
Mirando hacia el norte, el otro límite lo ponía, a mi juicio, la calle Roma, camino derechito al cementerio de San Martín si uno tomaba por la actual H. Senet, que luego se convierte en Coronel Mom.
Roma era la calle importante que traía al colectivo 343 desde Ciudadela, pasando por Santos Lugares y la Basilica de Lourdes, para ir en busca de San Martín, Ballester, Munro y otros barrios que para mí en esos años sonaban igual de distantes que Marruecos o el Congo Belga. El tiempo quiso cambiarle elnombre por Hipólito Yrigoyen. De chicos nunca entendimos porque había que cambiarle el nombre a las cosas.
¿Podíamos nosotros hacer lo mismo y elegir llamarnos de otra forma?
Al sur, paralela a Gral. Paz, corría la otra calle importante por donde el 123 y el 237: Rodriguez Peña. Estos colectivos eran una marca registrada del barrio.
Y por último la calle que resta para cerrar el cuadrado era la denominada "Avenida Ancha" (en el idioma de la gente de allí) cuyo nombre siempre fue esquivo y que recien con el asfalto se recibió de adulta y le pusieron uno definitivo. No recuerdo cual era. Para nosotros siempre fue la Ruta 8, dado que era la continuación ininterrumpida de esta arteria que venía derecho desde Campo de Mayo y pasaba por la Coca Cola de Loma Hermosa, el cruce con la Avenida Marquez, el Policlínico de San Martín, el cruce con Tres de Febrero, Los Tribunales de San Martín y por último, la Avenida Guido Spano, en la que obligatoriamente había que meterse dado que allí la ancha calle de cuatro manos se convertía en una vía simple de una sola mano.
Hoy la llaman en un tramo Av. Ricardo Balbin, en otro Iturraspe (¿quién es?) y si no, como si hiciera falta otro, la 101.
Todo este benemérito territorio estaba incluído en una porción un poco más grande e importante que fuera del mismo era conocido como Villa Lynch.
Este era el barrio, y creo que sus límites se mantienen. De hecho... Una imagen vale mas que mil palabras.
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