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Originalmente el nombre era John Randale (se pronuncia
“randeil”) y era argentino, nacido en la Ciudad de Buenos Aires, pero como a
los compañeros de colegio les resultaba ridículo, ellos lo llamaban Juan; a
secas.
Y eso lo enojaba…
Así aprendió a convivir con su nombre original en su
casa y con el otro fuera de ella. Pero siendo hijo de irlandeses, al menos por
parte de padre, él tenía el convencimiento de que tenía derecho a llamarse y
que lo llamen John. Y como casi nadie lo quiso entender debió aprender a
agarrarse a trompadas desde chico. Y la elección dio sus frutos. Al poco tiempo
entró a formar parte de una selecta cofradía que reunía a lo mejor de la Escuela
Nro. 9 de Villa Ballester. Y aunque los años hubiesen pasado, y no de la mejor
manera que le hubiese gustado, Randale o “El Irlandés” como también muchos
aprendieron a llamarlo, se dedicó a transitar la vida con mucho de ese
encabronamiento que de chico le generó el tema de su nombre.
Tipo frontal y de pocas pulgas éste irlandés nacido
argentino que en esas primeras semanas de enero protestaba contra las
adversidades que le tocaba afrontar. Fue por eso principalmente que cometió el
error de seguirle la corriente al tipo que lo había llamado de parte de Finn
“El Toro” O´Harey, un paisano que había conocido años atrás en Hamburgo y con
quien había hecho buenas migas.
La gente como Randale no es fácil de convencer por
teléfono, aun viniendo de parte de un conocido, y menos personalmente cuando no
quiere entrar en razón. Pero este cabrón que lo llamaba tenía algo peculiar en
su forma de manejar la palabra… Te enroscaba hábil y sin vergüenza.
- ¿Si? - Dijo Randale cuando atendió antes del cuarto
pitido.
- ¿El señor John Randale? - La voz del otro lado del
teléfono sonó sorpresiva. Si alguien quería congraciarse de entrada, lo mejor
era arrancar llamándolo “John”. Pareciera como que quería agradarle el
desconocido.
- ¿Quién lo busca?
- Lucius Binder. Tenemos un amigo en común, el señor
O´Harey. Me dijo que podía llamarlo por una consulta.
- Sí, ubico a O´Harey ¿Por qué asunto es?
- Un trabajo de prospección. Bajo el agua. Me dijo que
usted se dedica a eso.
Sí, entre otras cosas, Randale se dedicaba a prospecciones
submarinas. Siempre y cuando las condiciones lo permitieran y el cliente
aceptara pagar lo que él pedía.
- Es correcto pero por lo general no trato temas de
trabajo por teléfono ¿Desde dónde me habla?
- Estoy en Buenos Aires. Alojado en el Microcentro ¿Éste
teléfono al que lo estoy llamando es de Olivos, verdad?
No es que fuera un secreto saber que la característica
4794 correspondía a los alrededores de la Quinta Presidencial, pero que lo
empiecen madrugando de esa forma, sumado al meloso “John”, ya lo puso de
nalgas.
- Sí correcto. Y dígame una cosa señor Binder ¿tiene
usted alguna referencia más concreta que la mención del nombre de O´Harey para
verificar que él en persona lo recomienda? No me avisó nada ni estuve en
contacto con él desde hace un tiempo.
- Si por supuesto, tengo una nota escrita de puño y
letra. Algunas fotos también. No éramos íntimos pero tuve oportunidad de
contratar sus servicios un par de veces… - Lo dijo como al pasar. De manera
casual. Pero hubo un ínfimo detalle en la entonación que hizo que a Randale se
le pararan los pelos de la nuca.
- Entiendo - Dijo cauteloso y sin dar lugar a mayor
confianza - Hagamos lo siguiente, déjeme su teléfono o una forma de contactarlo
y lo vuelvo a llamar. Necesito ver en qué momento podríamos encontrarnos.
- Me parece bien ¿toma nota?
Y así se hizo de una manera de ubicar al tipo. Y de paso
se lo quitó de encima. Ahora él podría tomar la iniciativa y chequearle un par
de datos antes de saber quién era y que quería.
Lo primero que hizo fue contactar al “Toro” O´Harey para
pedirle referencias. En un mail conciso pero bastante extenso, “El Toro” le
confirmó que él había hablado con Binder en Hamburgo antes de fin de año. Le
comentó que viajaría a la Argentina en los próximos días y que necesitaba hacer
una prospección en las aguas frente a las costas de un lugar en Rio Negro. Una
estancia de buenas dimensiones que pertenecía a alguien relacionado a él,
terminaba en el último tramo de tierras dentro de sus límites en ese sitio.
El tipo era alguna clase de asesor en planificación
financiera vinculada a seguros; Randale jamás había oído hablar de eso pero
entendía que en Europa desarrollaban ocupaciones que a veces tenían que ver con
ciertas cuestiones particulares de sus economías o sus dinámicas sociales, muy
distintas de las nuestras. “El Toro” tuvo el buen tino de pasarle un archivo
con una foto junto a su respuesta. La cara que lo miró desde la pantalla de su
computadora era la de un tipo de una edad indefinida en los cincuenta y pico.
Poco pelo, mucha frente, rubio obvio, ojos claros, vivaces y una sonrisa
sobradora, canchera. Era difícil decir que edad tenía con certeza. Pero se
podía ver en general que la vida le había sonreído al tal Binder. No tenía
traza de estresado.
Chequeó dos o tres cosas más y cuando estuvo conforme
cerró la computadora y dejó para el día siguiente la devolución del llamado. Un
trabajo como ese podía significar iniciar el año laboral con perspectivas más
alentadoras que con las que contaba hasta ese momento.
*****
Del otro lado del mundo, en un cálido y bien arreglado
piso frente al Drzewa Park, en Bergedorf, en las afueras de Hamburgo, un
anónimo sujeto desconectaba la computadora portátil luego de enviar la
respuesta a varias consultas que un tal Randale le hacía al pobre O´Harey.
El hombre envió a continuación un mensaje de texto que
sería retransmitido a Binder en Buenos Aires avisando que la supuesta comunicación
entre Randale y O´Harey ya se había hecho. Él no era O´Harey; se lo conocía
como Barnes y jamás se cruzaría con Randale.
Barnes se calzó su abrigo, guardó sus pertenencias en el
maletín y echó una mirada alrededor para cerciorarse de que todo quedaba en
orden y nada mostraría su paso por el lugar. Cuando quedó conforme salió
cerrando con la misma llave que había entrado.
Mientras él se disponía a regresar a su casa en Dover,
Inglaterra, Finn “El Toro” O´Harey yacía frío y medio comido por los peces en
el fondo de un lago de la Selva Negra alemana. Y John “El Irlandés” Randale
jamás sabría eso.
*****
Hacía ya varios años que Randale elegía circular sin
armas cuando la situación no lo exigía explícitamente.
Los chorros circulaban frente a los podridos servicios
de “seguridad” nacionales con arsenales de guerra que serían la envidia de
cualquier grupo paramilitar africano en aras de hacer un golpe, y nadie les
hacía nada.
Ahora si a cualquier ciudadano normal, que por error
creyera que tenía el derecho de protegerse, lo enganchaban con una .22 vieja y
oxidada, se comía tantos garrones en los siguientes diez años que no le
quedaban ganas ni de portar un gas pimienta.
Y ni que hablar si en defensa propia matabas a un caco.
Mejor pedías asilo político en un país en serio.
Mientras tanto a diario, los noticieros se regodeaban
mostrando cómo los delincuentes se tiroteaban a plena luz del día con la
policía o mataban gente a diestra y siniestra sin que a nadie se le moviera ya
un pelo. Encima algún candidato a presidente, pelotudo y trasnochado, salía a
declarar que él se postulaba para traer “seguridad y tranquilidad”…
¿Qué pensaba… que lo esperábamos a él para que se
cumplan esas necesidades?
¿Y todos los años que lleva en el gobierno en otras
funciones distintas a la de presidente? ¿Por qué no hizo algo en todo ese
tiempo…?
*****
Atravesó las puertas del hotel ubicado en la esquina de
Maipú y Av. Córdoba dos días después del llamado de Binder. Se presentó en el
mostrador y se anunció. Lo invitaron a tomar asiento luego de comunicarse con
el huésped y avisarle que en unos momentos bajaría a encontrarse con él.
Se acomodaba en unos sillones del lobby cuando giró la
vista por reflejo. Del ascensor venía un sujeto un poco excedido de peso, alto,
vestido con traje azul, camisa blanca impecable y sin corbata. El poco cabello
que tenía estaba bien acomodado. No usaba anillos ni nada exagerado a la vista,
salvo un Rolex Oyster Perpetual Sea-Dweller 4000 en la muñeca izquierda.
Se acercó con la mano extendida y Randale se sintió un
poco sorprendido ¿Cómo sabía que era él? Se paró por obligación y recibió a
Binder.
- Señor Randale, un placer. Lucius Binder ¿Cómo está?
Gracias por venir.
- No hay problema.
- Por favor - E indicó los sillones para sentarse. Se
acomodó mientras buscaba a alguien de la plantilla de empleados para pedir algo
de tomar.
Ordenaron sendas tónicas con hielo y limón; Randale
nunca ingería alcohol cuando trataba cuestiones profesionales.
- La verdad le estoy muy agradecido por la rapidez de su
respuesta.
- Tenía que resolver compromisos antes de vernos.
- Por supuesto, por supuesto…
- Bueno. Usted dirá en que puedo serle útil.
- Bien, sí. Verá, me dedico al asesoramiento acerca de
planificación financiera e inversiones en el mercado de seguros. Atiendo
demandas de clientes que buscan asegurar ciertos capitales a futuro,
principalmente dirigidos a cubrir alguna necesidad puntual. Educación, retiro,
renta, supervivencia… ¿Tiene usted seguro de vida, John?
Por una fracción de segundo lo miró por encima del vaso
del que bebía y estuvo a punto de ir al cruce del avance que el otro hizo. Pero
se reprimió. Quería constatar algo. Lo dejó pasar.
- No ahora. Lo tuve en otras épocas y ya lo rescaté…
- ¡Ah! - Dijo divertido Binder - Veo que domina la
jerga.
- Simple información básica.
- Bueno como le decía, me dedico a resguardar capitales.
Trato de sugerir colocar partidas en opciones que no sean muy osadas, todo lo
contrario. Discreción, seguridad y lo esperable en función de mantener una
línea y una buena imagen. Entonces cuando unos familiares de mi esposa me
comentaron que tenían tierras aquí y querían ver la posibilidad de moverse de
posición respecto a vender e invertir en algo distinto, levanté el guante.
- Interesante ¿Dónde tienen tierras?
- En Chubut. Es una estancia importante. Las últimas
tierras están sobre la costa.
- Y usted… colabora, de alguna manera, viendo cómo hacer
subir la cotización de esas tierras.
- Algo así. Y para eso, nos interesa saber que hay en
las aguas frente a esas costas.
Randale puso cara de sorpresa. En verdad no entendía.
- No comprendo ¿En qué les afecta o qué interés tienen
en lo que hay bajo el agua? Por más que sean tierras con propietario, la
posesión se termina en la línea del agua. De hecho no debería el dueño tener
injerencia hasta la línea de la playa. La propiedad debería terminar antes.
- Pues no es así. Los informes de agrimensión indican
que las playas entran dentro de la propiedad.
- Bueno entonces, suponiendo que así sea, lo que hay
bajo el agua, aun estando frente a tierras propias, no tiene nada que ver con
la propiedad sobre terrenos. Lo que hay bajo la línea de la costa no tiene
dueño. Ni acá ni en ningún lugar del mundo. Como mucho el dueño de lo que hay
bajo las aguas de un país es propiedad intrínseca del mismo. Se llama
soberanía.
Binder lo miraba alegre, con una sonrisa de oreja a
oreja. Divertido.
- Todo se puede discutir, mi amigo.
“No soy tu amigo gringo. Y ya me está rompiendo las
pelotas esta conversación” Pensó Randale, haciendo un esfuerzo para que no se
note.
- En realidad no quiero reclamar nada. Ni hacer revuelo
ni montar nada espectacular - Explicó el visitante adoptando un tono más
privado. Su cara se tornó sombría de golpe. A Randale le sorprendió el cambio
repentino. Pasó de una actitud confianzuda y dicharachera a un estado frío y
cortante. Amenazador diría Randale.
Se quedaron mirándose uno al otro por un par de
segundos. Cuando Binder se dio cuenta, volvió a cambiar con una facilidad
pasmosa.
- Mi estimado John… - Dijo adoptando un tono amistoso,
meloso - Che, podemos tutearnos ¿no?
Randale arqueó las cejas y se encogió de hombros.
- Si quiere hacerlo a mí no me molesta. Yo no lo hago.
Cuestión de principios.
- Lo que pasa es que me parece que somos de la misma
edad y… ¿Vos sos de acá de Buenos Aires? Yo de chico vivía en Martínez.
Estudiaba en el pupilo del colegio Hölters en Cardales.
Golpe bajo y desestabilizador ¿No era alemán este gringo
de mierda?
- Entendí que usted era de allá… - dijo Randale en
referencia a Alemania.
- No, no, soy hijo de alemanes pero criado acá. En
realidad para nosotros es lo mismo. Para los que viven allá no. Seguimos siendo
“experimentos sudamericanos”.
- No le entiendo muy bien…
- Quiero decir que por más educación y costumbres que
tengamos, los que nacimos fuera de Alemania para los alemanes nativos y
residentes, somos “extranjeros”. No nos reciben bien.
Randale no supo que responder.
- Son más jodidos de lo que parecen… perdone la
sinceridad pero, ya que me invita a la confianza… Dije lo que pensaba. Acá
creemos que ustedes, como otras colectividades, mantienen como primordial la
nacionalidad de sus padres antes que la nuestra.
- Si, no es tan así. La diferencia es la vertiente. Los
pueblos de ascendencia latina o normanda son tal vez más así. Los sajones o los
nórdicos son mucho más sectarios.
“Me perdí” pensó Randale “De qué carajos estamos
hablando ahora ¡Qué pérdida de tiempo este muchacho!”
- Señor Binder, para concretar, ¿Cuál es la necesidad
puntual que tiene para solicitar mis servicios? ¿Sabe usted a qué me dedico?
¿Sabe cómo manejo mis contratos, los costos, los honorarios? ¿Lo que implica
una operación de buceo? ¿Tiene idea de algo relacionado? ¿Qué necesita
específicamente?
Binder lo estudió un momento. Evidentemente había vuelto
a cambiar de rol. Pero esta vez Randale sospechaba que no iba a volver al
anterior, al del tipo simpático y entrador que quería pasar por porteño
alemanizado o alemán porteñizado.
- Sí estoy al tanto de a qué se dedica y cómo lo hace -
Lo dijo serio, tranquilo, mirándolo de frente sin quitarle la vista de encima -
Se perfectamente cómo maneja su trabajo y estoy al tanto de lo que implica una
operación de buceo. Créame.
Hizo una pausa, no se supo si para agregar dramatismo o
para que Randale asimilara lo siguiente que iba a escuchar.
- John, el motivo por el cual lo contacté,- Su voz se
tornó suave y su hablar pausado - es porque necesito que ubique un buque
hundido del cual se debe rescatar un elemento.
Se inclinó hacia adelante en su asiento y su mirada se
heló cuando le clavó la vista al irlandés.
- Necesito que encuentre un submarino alemán de la
segunda guerra que fue ocultado, hundido, en algún punto de una porción de
aguas territoriales argentinas.
Silencio
profundo flotando entre los hombres mientras alrededor el mundo seguía su
rutina en el lobby del hotel de Maipú y Av. Córdoba.