Quantum of Solace (Parte 3) - Entrando en acción
Después de la secuencia pre títulos y la presentación, el paneo de Bond entrando en Siena fue un solaz. De haber dependido de mí, la mayoría del filme hubiese transcurrido en Italia. Los productores deberían pensar en ambientar allí una historia de Bond, aprovechando paisajes y geografía de ensueño. No sé si en acción completa; tal vez no toda, pero sí en parte importante. De la misma forma que supieron aprovechar lo que ofrecía Grecia en “Solo Para Sus Ojos” ¿porqué no probar con Italia?
Primer punto alto en el discurrir de la historia, como cité con anterioridad: la aparición de Mitchell. Si la persecución de los autos era vertiginosa pero válida como recurso para introducirnos en tema, el tiroteo previo y la posterior lucha en la capilla en refacción compensa la crítica y nos regala algo a lo que los directores y los guionistas nos desacostumbraron: La Sorpresa.
Mitchell me tomó por sorpresa. Totalmente. Y es difícil hoy por hoy que el espectador se quede azorado por una vuelta de guión. Los golpes de efecto ya no me provocan nada. Me causa gracia ver un filme de la mano con mi esposa y sentir como la de ella salta y se crispa cuando algo aparece de golpe, mientras la mía queda tan muerta como un pescado frío.
Son las vueltas inteligentes que se le dan al guión, a la historia, lo que me gusta que me sorprenda, lo que me sacude en el sillón. Y aquí hay que anotarles un punto importante a los guionistas.
La carrera por los tejados me pareció interesante, corre aquí lo mismo que para la persecución del comienzo. No voy a redundar. Una vez salvadas esas premisas, también me resultó soberbia. Buen ritmo. Una solución de continuidad al planteo de la sorpresa (con la que arranca esa parte) que demuestra que cuando uno trabaja a conciencia las buenas ideas fluyen, aparecen. En este sentido me pareció un punto muy alto (este será de seguro otro pase que quedará como clásico) el momento de la acción violenta tras el discurso de Mr. White, que determina la continuidad de la acción a velocidad infernal, cambiando de escenarios, llevando a los personajes de un lugar a otro en la persecución sin perder el hilo que hilvana las escenas en ningún momento.
El vértigo bien entendido lleva a que el espectador disfrute una píldora usual en las películas de Bond que se rescataron a partir de Brosnan: un Bond físico, de acción, que pone el cuerpo y te corre hasta debajo de la cama si es necesario.
La escena en el campanario y la caída sobre los andamios son las marcas en el orillo que le otorgan a “Quantum” la acreditación de “Filme Bond Legítimo” Espectacularidad, despliegue, acción inteligente, creíble. Esta es una muestra de qué velocidad debe mantener la cámara para transmitir vértigo sin perder enfoque ni visión. El espectador puede ser zamarreado de lado a lado sin perder de vista lo que está pasando. Lástima que dura poco.
A partir de este punto, el planteo de la trama, interesante muy bien encuadrado en la actualidad, comienza a mostrarse como complejo e inteligente a la vez. Aunque poco después se cometa el error de complicarlo sin sentido. Y aquí entra de nuevo el tema de la velocidad y las críticas con las que acuerdo: en el afán de poner vértigo se obviaron los momentos de calma en los cuales, por norma, el guión y los diálogos inteligentes nos cuentan de que va la historia. Al faltar esto y querer reemplazarlo todo con actos, con acción, el problema que aparece es la confusión.
A estas alturas del filme, el espectador llega a un punto en el que olvida cual es el verdadero objetivo que mueve a Bond
¿Es su venganza por la muerte de Vesper? ¿Responder al atentado para M? o ¿Detener al escurridizo Greene?
La idea base que los guionistas quieren mostrar se entiende e introduce un concepto que remite a las amenazas que asomaban en tempranas películas como “Thunderball”, “Desde Rusia con Amor” o “Solo Se Vive Dos Veces”.
Hay una amenaza concreta muy adecuada a los tiempos que corren. Una amenaza que se presenta con un pervertido concepto de globalidad de la cual, aparentemente, nadie está fuera ni a salvo. El discurso de Greene, en el avión que comparte con los americanos, es una prueba concisa. Habla de Sudamérica con un contexto de realidad, con una falta de respeto tan enorme por la libertad de elección de los pueblos, que eriza la piel.
El buen hombre tras el cual Bond va se llama Dominic Greene y poco a poco va quedando de manifiesto lo artero y peligroso de su discurrir. Negocia, compra, vende, traiciona, mata y pacta con quien quiere, lo que quiere y cómo quiere.
Su concepto de Venezuela y Ecuador acerca de sus bienes territoriales, el uso que se le puede dar y lo inestable de su equilibrio respecto a la pertenencia de los mismos, es descarnado. Cualquier parecido con la realidad es absolutamente cierto.
Lo que la organización de la cual Greene es parte plantea, también es pavorosamente real y cierto. Aquí nadie tiene delirios megalómanos de poder y supremacía como en filmes anteriores. Aquí solo se trata de negocios. “It´s just business” diría un americano. Y es así, tal cual. Por eso a partir de allí todo vale. ¿Porqué no hablar con Greene si él tiene lo que nosotros necesitamos? Muy real. Muy de esta época. Y Bond empieza a entender cada vez menos. Entonces se pone nervioso y empieza a hacer lo que mejor sabe. Darle de comer a los funerarios.
Bond empieza a caminar el mundo, o parte de él, a partir de un dato que lo lleva de Siena a Puerto Príncipe, previo paso breve por Londres. En Haití va al encuentro de alguien al que mata al cabo de una breve y violenta lucha. No tuve tiempo de enterarme ni quien era, ni que hacía, ni que rol jugaba dentro de la historia. Bond me lo despachó demasiado rápido.
Acto seguido, y sin que nadie la llame, una morochita con cara de pocos amigos, ojitos claros y poca ropa, aparece dándole ordenes a Bond. “Súbete” le dice desde el interior de un Ford Ka que parece salido de un zoológico, con ese dibujo tipo huella de garra en la parte trasera.
De acá en más, salvo transitar por el acto de redactar una sinopsis, es mejor hablar de las partes salientes, las altas y las bajas, y buscar elogios y críticas para hacer en lugar de caer en el aburrido trámite de la crítica convencional.
La persecución en lanchas me pareció bien lograda aunque a mí en particular no me atraigan. Prefiero ver luchas bien coreografiadas o persecuciones a pié. Los cambios de escenario tan veloces me dieron la impresión de no existir el tiempo entre ellos; como si para viajar de Haití a Austria, el recorrido durara lo que tarda la cámara en cambiar de secuencia. Bond viaja en esta cinta de país en país como quien hace combinaciones de subte. Baja de una camioneta para subir a un avión, para bajar de él y abordar un auto que lo depositará fresco y al mismo tiempo que quien salió antes que él, como si los efectos de jet lag no existieran. Lo mismo podríamos decir de los personajes que después de salir de mugrosos almacenes portuarios (Greene y su lacayo) abordan un avión y pasando por el toilette se ven muy presentables, para luego llegar a la opera espléndidos después de ¿Cuánto? ¿Mínimo ocho o diez horas de avión? Otra duda temporal que me quedó ¿Cómo hacen para embarcarse al otro lado del mundo y llegar justo a destino para el comienzo de la opera? ¿Hicieron escala en algún lado? ¿Pasaron por el hotel para cambiarse? Viajaron sin equipaje, así que mejor no nos metamos en el detalle de cómo viajar con lo puesto. Pero bueno, a Bond todo se le perdona.
Sin dudas coincido en que la parte que se juega alrededor del escenario de Tosca es notable. Bond logra a base de observación e inteligencia hacerse de lo necesario para participar de una ingeniosa conferencia. Luego, en una escena montada al estilo del final de “El Padrino 3” (cuando la hija de Michael muere en la escalera y, antes, los que deben ser ajusticiados sufren su destino al son de la música) Bond escapa por los pelos de un momento difícil, cuando con imágenes y música de la pieza corre por su vida mientras se tirotean sin piedad a través de un coqueto restaurante y su cocina. El manejo de la cámara, la contraposición de lo violento de la imagen y lo visceral de la música y la acción cambiada de velocidad en ciertos tramos, le otorgan al momento un dramatismo y una gravedad notable. Este es otro punto muy diferente a otras situaciones similares vistas durante la saga. También aquí parecen los productores dar una vuelta de tuerca y reafirmar que esta vez van más en serio.
A raíz de un pasaje de esta parte, recuerdo ahora los comentarios acerca de las citas a otros filmes u homenajes que “Quantum” plantea. En este tramo de acción, Bond permite que quien lo persigue caiga de lo alto de un techo, retirándole su sostén. Lo mismo hizo Roger Moore con Sandor, el compañero de Jaws, en Egipto cuando después de matar a la amante de Fekkesh terminan luchando en los techos de la casa y puesto al filo de los mismos, trata de no caerse agarrado de la corbata de Bond. Displicentemente, éste de un golpe la rompe y el esbirro cae al vacío. De la misma manera, la persecución de lanchas podría emular a la de “Vivir y Dejar Morir” y, obviamente, el hallazgo de Fields en la cama donde antes tuvieron sexo con Bond haciendo referencia al final de Shirley Eaton en “Goldfinger”. Pero salvo este último punto, soy más propenso a creer que ya los clichés se acabaron y solo resta repetirse a sí mismo ¿Qué vamos a descubrir de nuevo en el género? Puede haber escenas mejor o peor filmadas, con más o menos ritmo, más apagadas o con mayor brillo, pero originales, diferentes, no vistas con anterioridad… Imposible.
Alejados del glamour de la opera en Viena el derrotero lleva a Bond a Bolivia, previa parada en el privilegiado retiro de Mathis, quien en apariencia gracias a la picana que le suministraran gentilmente los británicos en “Casino”, ha podido instalarse en una tosca pero bellísima villa en las orillas del mar, en Talamone, Italia.
Decía que a la llegada a Bolivia comienza el principio del fin para toda esta intriga montada hasta aquí y que se vino complejizando de manera seria. Bond se instala en un hotel lo más acorde posible a su imagen (luego de un traspié de su enlace de la embajada) se da un tiempo de placer (creo que el más breve en toda la historia de la saga) es invitado a una fiesta y en lo que dura un suspiro pasa del cielo al infierno cuando una seguidilla vertiginosa de alianzas, traiciones y cambios de suerte repentinos en el póquer que todos están jugando lo ponen en jaque nuevamente.
En la sucesión de cosas que pasan de aquí al final (y haciendo constar que se trata de la película de menor duración de la saga) Bond estará a punto de morir a manos de la Policía Boliviana, pilotará un antiguo DC-3, saltará sin paracaídas para no morir acribillado, caminará por el desierto (en otro guiño a la escena de Moore / Bach en “La Espía…”), conocerá la intimidad de cómo viven los coyas y escapará de sus propios colegas para dar por terminadas dos cuestiones pendientes que trae a la saga: Descubrir si su amante le traicionó y pararle los pies al inquieto de Greene en su afán de negociar recursos con Dios y María Santísima.
Por último, el final va acorde con lo clásico. Bien. En general bien. Cerramos respetando la tradición; y obviamente que dentro de este cierre no puede faltar la vuelta de tuerca necesaria para reafirmar que éste Bond es un verdadero bastardo mal nacido, cuando se encarga del maldito Sr. Greene.
Algo que me llamó la atención sobre el final (y en tren de seguirles la corriente a aquellos que insisten en emparentar a Bond con Bourne) es que 007 tenga que viajar a Rusia para cerrar historias, escuchar explicaciones y atar cabos para que nada quede suelto. Justo igual que Bourne. Mismo lugar, parecidas situaciones ¿desafortunada coincidencia? Muchachos, hay tantos lugares en el mundo para encontrarse…
Creo que una de las últimas frases de Bond, antes de despedirse hasta la próxima vez, puede quedar como broche para esta etapa de transición. “Este hombre y yo tenemos algunos asuntos pendientes” le susurra a la hermosa canadiense que acompaña al hombre que está frente a la boca negra de la Walther, sostenida por una mano elegantemente enguantada.
Bond no deja nada colgado; salvo a alguien que lo haya mirado mal u osado meterse con su anatomía. Por eso podemos estar tranquilos que estando los hombres que integran Quantum dando vueltas por el mundo, deberá volver a plantarles cara para saber si será posible combatirlos y desterrarlos o, como dijo Mr. White al principio, terminará por descubrir muy a su pesar que lleva años trabajando para ellos.
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