Saurise
T´Hur recibió el primer ataque justo en el momento en
que el enlace de contacto con Ayles se cortaba. Los aviones, prácticamente
indetectables para los sistemas automáticos de defensa, llevaron a cabo su
tarea con precisión y efectividad, anulando toda posibilidad de coordinación y
ordenamiento de una defensa organizada. Los centros de comunicación fueron
atacados con prioridad como habían hecho en Ayles; una vez completada esa parte
de la misión, los aviones se concentraron en bases de cañoneras y sistemas de
defensa automáticos, que pondrían en peligro el futuro desembarco de tropas.
Una vez radiado el aviso de que la primer oleada había
quebrado el cerco defensivo del sistema y lo había golpeado seriamente, los
transportes de infantería fueron despachados desde los navíos de despliegue
rápido, escoltados por cazas de combate que se harían cargo de proteger en el
espacio a la fuerza de desembarco.
Los transportes, de estructuras anchas y poca altura, largos e impulsados por
poderosos motores, ganaron la órbita de T´Hur con facilidad y penetraron apenas
la atmósfera, lo justo para permitir la salida de los contingentes que harían
pie en el planeta. Las gigantescas puertas en su cubierta superior se abrieron
como una caja que despliega sus lados, permitiendo que las lanchas de
desembarco ganaran distancia veloces, al tiempo que desde compuertas
retráctiles en su panza, grupos de enlaces artillados se apuraban por preceder
a las lanchas para protegerlas en su descenso a la superficie y luego cubrir el
despliegue de la infantería por el terreno.
El espectáculo era aterrador. El avance avasallante de
las Legiones Oscuras paralizaba a cualquiera. Las fuerzas de defensa a cargo de
Lord Rivan y los otros Lores no atinaron ni siquiera a trepar a sus propios
aparatos; la mayoría de las bases quedaron inutilizadas y los aviones
destruidos en tierra, sin un solo combate aéreo, por medio de la acción de los
bombarderos y cazas de ataque que despegaron de los portanaves.
Enormes aparatos de cuerpos alargados y gran
envergadura alar, pintados de color negro, para ser imposibles de ver en vuelo
por el espacio, habían llegado cerca del planeta y saturaron la superficie
regando artefactos de explosión controlada que inutilizaron bases de despliegue
y espacio puertos desde donde algún navío hubiese podido levantar vuelo. Los
cazas se ocuparon de penetrar la atmósfera y controlar que la supremacía del
espacio aéreo les perteneciera. Patrullaron los cielos de las indefensas
comarcas como apoyo suplementario al desembarco de la infantería que encontró
el primer foco de resistencia importante en las tropas de tierra thurenses.
Impedidos de presentar batalla en las dos zonas
defensivas previas (la atmósfera y el espacio), los thurenses no tuvieron más
opción que entrar en combate de la forma más compleja y menos común por
aquellos tiempos: en zona y cuerpo a cuerpo, donde los ejércitos avanzaban y
retrocedían disputando cada palmo de terreno, generando una situación de
campaña tensa y sangrienta. La muerte se regó así por las planicies y las
colinas del planeta verde azulado; sus ciudades fueron destruidas una a una,
las tierras se rasgaron con las marcas de centenares de trenes de aterrizaje
que depositaban más y más invasores que avanzaban con furia y violencia. Pocos instantes después de las primeras
explosiones, los principales centros de actividad de los dos planetas eran un
caos de destrucción, muerte, ruinas e incendios.
Los batallones de infantería se hallaban en pleno
avance cuando el comando central de la fuerza ordenó poner en marcha la fase
final del ataque. El combate estaba entrando en un lento pero progresivo
equilibrio a favor de los nativos, luego de la brutal avanzada invasora; era un
hecho que en todo movimiento de asalto, se daba un período previo a la caída
definitiva en el cual las fuerzas atacadas parecían hacer pie en la defensa,
asegurando posiciones y parando en seco el avance enemigo. La ilusión venía
dada a través de una lógica reacción posterior a la sorpresiva parálisis que
provocaba un ataque conjunto, como el que se había llevado a cabo en Saurise.
En esos momentos nadie avanzaba ni retrocedía, aunque
los combates se libraban de manera feroz y sin treguas. Un tercer contingente
de naves se desprendió de las entrañas de los navíos más grandes que componían
la flota y avanzó hasta estacionarse en los estratos superiores de la
atmósfera. Se fijaron en órbitas geoestacionarias y adquirieron blancos
específicos sobre los cuales hacer fuego a su tiempo. La estrategia apuntaba a
ablandar las posiciones de resistencia enemigas, facilitando así el avance de
la invasión acorazada que marcaría el inicio del fin de la campaña.
Tud-Dommne
La táctica a aplicar en los gemelos era básicamente la
misma que en Saurise, al menos en la teoría. En la práctica, los responsables
de las órdenes en el lugar eran los comandantes de escuadrones, dirigidos por
los miembros que rodeaban al comandante de la fuerza de tareas, un
contralmirante de raza brosa cuya capacidad analítica lo ponía unos escalones
por debajo de un ordenador de a bordo. En la mayoría de los casos, esta
cualidad era la carta de triunfo cuando se enfrentaba a situaciones de una
linealidad lógica, pero en éste, al enfrentarse con un pueblo que no se atenía
a los mismos convencionalismos de raciocinio y pensamiento, esa característica
fue lo que le jugó una mala pasada
poniendo en peligro toda la operación.
Debido a que ninguno de los dos sistemas contaba con
un despliegue importante de fuerzas que pudiera hacerle frente, el
contraalmirante Dudde ordenó que, a diferencia de lo llevado a cabo en Saurise,
se obviara la incursión de vuelos de bombardeos de saturación y se apuntara a
interceptar las comunicaciones y a desplegar rápidamente unidades de infantería
apoyadas por fuego de enlaces y fuerzas acorazadas.
La flota no bloqueó los sistemas para evitar
movimientos de circulación por la periferia, se estacionó equidistante de ambos
y dispuso una formación que le permitiera controlar lo que ocurría en ambos
lugares a la vez. Esta decisión determinó que grandes espacios quedaran fuera
del control de la flota.
Para cuando Dudde ordenó la primera avanzada, fragatas
misilísticas hontties se habían agrupado cerca de la superficie de Yenray, el
primer planeta del sistema y del que más cerca se estacionara la flota, y le
salieron al cruce a los navíos de desembarco descargando potentes baterías de
misiles a corta distancia que no erraron un solo blanco. En la primer movida la
flota perdió casi la mitad de su fuerza de desembarco.
Las fragatas se retiraron a una órbita más baja,
quedando bajo la protección de dos escuadrones de combate, y se encargaron de
atacar y destruir a los enlaces artillados, fuertemente armados pero sin la
velocidad ni el blindaje para hacer frente a un avión de caza en una refriega
mano a mano. El resultado dio ventaja a los nativos, asestando una primer
derrota fatal a los invasores. La segunda sería aún más importante.
Una nueva
oleada de navíos de desembarco se preparó para descender sobre los planetas,
pero esta vez a cubierto de las descargas de destructores que abrieron una
brecha segura por la cual volar. Los enormes cañones disparaban cargas que
recorrían la distancia entre la flota y la superficie de los planetas de forma
casi instantánea; a veces estallaban a cierta altura sobre la atmósfera y eran
interceptados por disparos antiaéreos provenientes de las defensas. Otras
perforaban la invisible membrana de vida y daban de lleno en la delicada
superficie causando estragos en su
fisonomía; de cualquier manera el objetivo estaba asegurado: nada podía impedir
que la fuerza de desembarco pusiera pie en tierra.
Los primeros contingentes tuvieron cuidado de
aterrizar lejos de los centros poblados, en espacios vírgenes y abiertos donde
posibles emboscadas no pudiesen ser llevadas a cabo. Los infantes no abrirían
la avanzada precediendo a las tropas acorazadas, lo harían juntos, evitando
encontrarse con nuevas sorpresas y el paso que llevarían sería arrollador; no
estaban dispuestos a sufrir un revés similar por segunda vez.
Los enlaces artillados avanzaban por el terreno sobre
los objetivos asegurando posiciones que luego eran ocupadas por los tanques,
las baterías móviles y la infantería. Se iban fijando puestos de retaguardia
que aseguraban la posesión del lugar una vez tomado; una vez más, el confiar a
pie juntillas en la teoría de la guerra generó lo que los estrategas llaman
“imponderables.”
La libertad de vida de los hontties se hallaba
reafirmada en casi quinientos ciclos planetarios de historia, en los cuales
varios pueblos y culturas foráneas quisieron someterlos y no lo lograron;
curiosamente, cada vez que tuvieron que enfrentar una situación cómo esta lo
hicieron de la misma forma y ninguno de sus adversarios se tomó el trabajo de
leer la historia. Los hontties jamas resistieron una invasión, la dejaron venir
y, una vez establecida, la combatieron desde adentro, en su propia tierra, en
su propio territorio, llevando al invasor a lugares que los extranjeros
desconocían, a particularidades con las que jamás habían lidiado, desde el clima
hasta la geografía cambiante de la selva, o depredadores salvajes que acechaban
ocultos y pueblos marginales que sobrevivían en las entrañas de cerradas
concentraciones vegetales, aislados de cualquier contacto con otros seres.
En cuanto las Tropas Oscuras pusieron pie en las
bellas zonas selváticas que trepaban por altas y sinuosas colinas muy cerca de
los confines de los territorios urbanizados, la lucha volvió a equilibrarse.
Los soldados infundían miedo con su sola presencia.
Todos, sin excepción, poseían una gran contextura física y una estatura
importante. Se creía que eran mejorados genéticamente a partir de ciertos
experimentos que no acababan de confirmarse. Iban ataviados con uniformes que
parecían diseñados por la misma Maldad Personificada, sin distinguir en qué
Cuerpo o División revistiesen servicio. Llevaban sobre el cuerpo, de pies a cuello, una tipo de cota de malla blanca,
hecha de un entramado de fibras sintéticas delgado y liviano, resistente a pequeños
daños típicos de la misión de un soldado de infantería; sobre esta se colocaban
corazas blindadas de color rojo que protegían pantorrillas, antebrazos, codos,
torso y hombros. De las manos al cuello, los brazos se enfundaban en una
caparazón retráctil de pliegues dorados que los hacían ver amenazadores y
diabólicos, pero también engañosamente vistosos y llamativos.
La cabeza iba cubierta con una capucha negra
(curiosamente desistían de llevar cascos protectores) que contenía equipos de
visión mejorada, circuitos de aire para ser usados como apoyo de situación y
elementos de comunicación y telemetría. Del cinturón principal colgaban
diversos contenedores de equipo, el arma de puño y un elemento tubular para
llevar explosivos en formas de pequeñas bolas de material negro, metálico. En
la espalda, un dispositivo adosado a la coraza contenía un fusil de asalto
compacto, que se complementaba con equipo suplementario alojado en un cinturón
más pequeño, ajustado a su muslo izquierdo.
Un cobertor, también dorado, corría de lado a lado de
la mandíbula, extendiéndose hacia arriba, por detrás de las orejas, terminado
en punta por encima de la cabeza. Se desconocía el sentido de éste adminículo.
A medida que las Tropas Oscuras avanzaban ganando
terreno y reagrupándose, los hontties
coordinaban los usuales planes de resistencia que comúnmente ponían en practica
en situaciones como esas; se retiraban de lugares abiertos donde la supremacía
de las fuerzas acorazadas era indiscutible y esperaban al acecho en las zonas
selváticas y de mayor vegetación, donde aquellas no podían ingresar. Habían
formado un cerrojo dividido en dos sectores, a una distancia considerable de la
ciudad sobre la que marchaban los Oscuros, en las laderas de las colinas; al
pie de las mismas un sendero, que traía el tráfico terrestre desde las llanuras
afuera de los anillos urbanos, se iba cerrando imperceptible a medida que se
adentraba en un valle cada vez más angosto. Para cuando los enlaces de
avanzada, que habían llegado a observar el terreno mucho más adelante,
quisieron replegarse para evitar que las tropas terrestres siguieran esa
dirección, fue tarde. Ocultos hontties disparaban misiles portátiles desde
pequeños servidores que podían ser manejados por solo dos hombres.
Decenas de estelas blancas surgían del verde follaje y
buscaban las siluetas que segundos antes los rastreadores de estructuras habían
fijado en las memorias electrónicas de los mortíferos aparatos; los primeros
enlaces cayeron convertidos en bolas de fuego, justo enfrente de los tiradores;
otros un poco más lejos, cuando vacilaron sin comprender lo que ocurría. Para
cuando los que formaban la retaguardia tomaron la iniciativa, los que habían
infligido el daño estaban a cubierto en oportunas cuevas que recorrían las
entrañas de las colinas dándoles salidas por distintos lugares de la selva.
Las fuerzas terrestres quisieron ganar terreno para
batir con su artillería las laderas vacías y lo único que consiguieron fue
estancarse peligrosamente en una zona perfecta para un golpe similar al dado a
los enlaces.
Cuando el mando central recibió estas novedades retiró
de las zonas críticas a las tropas y ordenó el movimiento con el que deberían
haber abierto la campaña: bombardeos contra la periferia de los objetivos, cuya
finalidad sería allanar el camino de las tropas terrestres.
En la nueva etapa que se iniciaba, los nativos
pagarían el precio de la campaña.
NCS – Sulus, órbita exterior de Tud-Dommne.
Forzando al máximo el régimen de los potentes motores
cuádruples que impulsaban al transporte, los técnicos y navegantes del capitán
del Sulus lograron hacer entrar el navío en la primer órbita del sistema en un
tiempo notable, en momentos en que una extraña quietud cubría la zona.
Manejándose con suma atención, los navegantes
indicaban a los pilotos rutas cortas para recorrer, que hacían avanzar a la
nave poco a poco a través del invadido sistema. Se suponía que iban a encontrar
despliegue de naves, controles, hasta un ligero bloqueo de seguro; pero nada de
eso ocurrió. La zona se hallaba en una extraña calma, al punto en qué casi no
parecía real.
Alak, el capitán Zil Efam, Apoth y los oficiales
primero y segundo de la nave rodeaban la mesa de situación prestando atención a
los datos que el navegador central de a bordo reproducía en forma de imágenes.
Los sistemas de rastreo barrían el entorno de la nave con sensores que recogían
distinto tipo de información; esta información era procesada y distribuida,
según resultados, a distintas áreas del control de la nave en el puente de
mando. Una de esas áreas era la mesa, que convertía en imágenes lo que los
sensores “veían” en el espacio reproduciendo un cuadro virtual de la situación
real, a la vista de los analistas.
Allí estaba el “Sulus”
navegando solo a través de un vasto vacío; no había nada a la vista ni dentro
de los límites de alcance de los instrumentos.
- ¿Dónde están todos?- Se preguntó Smithsak en voz
alta - Deben estar al otro lado del
sistema, entre ambos Gemelos - se volvió al primer oficial y le habló –. Lancen
un par de RR y vean que hay más allá. Con cuidado; no queremos que nos
encuentren y nos vuelen en pedazos, Primero.
- Sí, señor. A la orden.
- Segundo.
- ¿Señor?
- Ponga una guardia doble frente los controles de esos
aparatos. Quiero información de primera mano y al instante.
- Sí, señor.
- Veremos con qué nos encontramos – dijo volviendo su
atención a Smithsak y a Apoth al haberse marchado los otros.
- ¿Han interceptado comunicaciones?
- Nada relevante. Tráfico nada más. Deben haber
llevado a cabo el desembarco hace ya rato.
- ¿Por qué no están aquí? - Volvió a preguntarse
Smithsak como ausente -. ¿Por qué no cubrieron la zona?
- Porque no esperaban refuerzos ni evacuación. El
ataque se debe haber realizado por total sorpresa.
- Lord Rivan olía algo. Había una anormal actitud de
relajamiento en el seno del gobierno en Onseron.
- ¿Complot? – Inquirió Efam.
- No exactamente. Creo que mi padre se refería a
luchas internas. Se estaba prestando mayor atención a disputas domésticas que a
cuestiones de estado. Alguien debe haber susurrado alguna palabra en los oídos
de los Oscuros.
- Siempre hay oídos dispuestos a escuchar – terció
Apoth.
- Más de lo que te imaginas, amigo mío. ¿Cuáles son
los pasos a seguir?- Preguntó clavando la vista en Efam.
El capitán le devolvió la mirada y meditó un momento,
paseando la vista por la reproducción virtual del entorno del “Sulus”.
- Nos moveremos con cuidado. Trataremos de levantar
toda la información que podamos. Si hay una avanzada sobre este lugar por parte
del Imperio, seremos sus únicos ojos y oídos.
- Inteligencia.
- Exacto. Trataremos de recabar toda la información de
inteligencia que podamos. Mientras tanto esperaremos instrucciones o
decidiremos por nuestra cuenta si éstas no llegan. Pero no haremos nada que nos
arriesgue o que ponga en peligro la seguridad de esta nave o su tripulación.
Smithsak y Apoth intercambiaron una fugaz mirada
cómplice y sonrieron imperceptiblemente mientras el capitán hablaba mirando la
reproducción virtual de su nave, ajeno a los planes de los otros dos.
Cuando los impulsores ubicados en el techo del enlace
dejaron de silbar y comenzaron a enfriarse, las puertas laterales se despegaron
de la estructura y bajaron como brazos hasta tocar tierra, haciendo las veces
de rampas por donde los hombres de Smithsak bajaron para poner pie en Yenray.
Se desplegaron poniéndose a cubierto, mientras otros
dos enlaces hacían lo mismo, escalonados, unos metros atrás. En segundos una
pequeña fuerza de unos cuarenta hombres con Smithsak, Yast y Haffez a la
cabeza, se había filtrado hasta el planeta de una forma atrevida, burlando la
dispersa vigilancia de las Legiones, que habían puesto mayor atención en
controlar lo que ocurría en Xsartys que en Tud-Dommne.
Los pilotos, usando los mandos de control en tierra,
movieron los aparatos hasta ocultarlos debajo de grandes y frondosos árboles
ubicados a los lados del espacio abierto en el que habían descendido. Los
soldados de Smithsak se dispersaron por entre la vegetación, adentrándose un poco en la espesura desde
donde comenzaron a observar el entorno y a planificar los movimientos a seguir.
Cuando el capitán había comenzado a exponer su
intención acerca de cómo manejarse en aquella situación, Smithsak ya tenía en
claro que sus planes no coincidían con la visión de Efam; por esto, los juicios
de Efam no amedrentaron a Smithsak en ningún momento. El joven comandante dejo
seguir al capitán, mientras él se ocupaba de evaluar la información que le
había conseguido Haffez; disponían de una fuerza efectiva, como para realizar
una incursión moderada, de más o menos cien hombres; bien pertrechados, con
dotaciones de armamento, munición y equipo perfectamente adecuado al tipo de
movida que Alak quería llevar a cabo. Siete de los diez enlaces que el
transporte llevaba en las bodegas estaban en condiciones de ser equipados con
baterías de armas desmontables, las cuales servían tanto como apoyo a tropas
terrestres como para ataques de cobertura y protección aérea. Todo esto
dependía directamente de la pericia de los pilotos a cargo.
El equipo estándar que cada soldado llevaba era
suficiente para el fin que se perseguía y los pertrechos que podían agruparse
dotaban a esos cien hombres de una reserva más que suficiente. Por una cuestión
de seguridad se optó por no usar el total de los elementos disponibles;
aproximadamente la mitad tomaría parte en la acción que Smithsak estaba planificando, en la cual él
mismo llevaría el mando. La otra mitad del contingente, a cargo del capitán
Apoth, quedaría estacionada en el transporte actuando como equipo de soporte
del que descendiera. Si la cosa se ponía fea, los de reserva serían los
encargados de ir en ayuda de los primeros.
Al momento en que Efam informó a Smithsak de la
situación, éste ya tenía en marcha el curso de acción a seguir: se acercarían a
Yenray todo lo posible, buscando una vía de aproximación liberada, y enviarían
al planeta tres enlaces armados con la mitad de los hombres de que disponían.
Buscarían ver qué situación se
desarrollaba en el lugar y tratarían de allanar el camino a una futura incursión
del Imperio, que ya se estaría despachando, a fin de restaurar el orden
alterado.
El grito de protesta que esgrimió Efam retumbó por
todo el puente de mando y llegado el momento en que las voces del capitán y del
comandante se hicieron ásperas a la tripulación, ambos y el séquito de
Smithsak, se retiraron a la cámara privada del primero a terminar de discutir
el asunto.
Las posturas eran claras: Efam no tenía ninguna otra
intención más que quedarse como observador del conflicto hasta tanto alguien le
comunicara un curso de acción a seguir. No comandaba una nave de combate, su
navío era un transporte, simple y sencillo, dotado de algunos lujos en cuanto a
tecnología y equipo, pero carecía en absoluto de armamento y protección de
guerra aunque fuera para enfrentarse a una simple patrullera orbital. No iba a
suicidarse internándose en medio de una zona plagada de destructores,
acorazados y fragatas.
Smithsak sabía que a bordo del navío, él y sus
hombres, como así también los soldados de los demás Lores, no eran de ninguna
utilidad. Si su padre le había transmitido por vía del Oficial de Seguridad la
necesidad de acercarse a Los Gemelos, era porque pretendía que se involucrara
en el asunto, buscando saber hasta qué punto podía hacer algo al respecto. Tal
vez contactaran una resistencia. Tal vez, podían ubicar el lugar donde el
gabinete de gobierno se hubiese refugiado. Tal vez, el eje de la invasión se
hubiese dirigido a alguno de los otros cinco planetas que conformaban la
totalidad de las áreas que abarcaban ambos sistemas. Cualquier cosa menos quedarse
allí a la espera de nada.
La discusión no avanzó mucho en los primeros tramos.
El capitán invocó reiteradamente las normas de navegación y servicio vigentes,
reguladas por el propio Parlamento, que marcaban muy claro que el transporte
era su territorio y donde no recibía órdenes de nadie. Ni de alguien muy por
encima de su autoridad fuera del navío.
A pesar de que el navío formaba parte de la flota
personal de Lord Rivan, y de que Smithsak era comandante de parte de la misma,
la ley amparaba al capitán Efam en
cuanto a que sus ordenes se emitían antes de partir de su base y nada podía
cambiarlas a menos que la cadena de mando se rectificara por un hecho
extraordinario, como parecía ser el que estaban sufriendo. Cuando Smithsak
entendió que autoridad por autoridad sus argumentos perdían peso frente a la
lógica clara del capitán, optó por abordar la discusión desde otro enfoque.
Él mismo había recibido órdenes cambiadas directamente
de su superior absoluto, Lord Rivan (aquí desaparecían los parentescos), rectificando
la consigna anterior, reunir y convocar a los Lores al viaje hacia T´Hur para
el cónclave, para cumplir la actual que era dirigirse a Los Gemelos. Una vez
allí, la lógica indicaba que haber recorrido semejante distancia solo para
oficiar de observador era una empresa inútil. En el final de la discusión que
no estaba llegando a ningún lado, se acordó hacer ciertas concesiones de ambas
partes para alcanzar un punto de acuerdo gracias a la palabra mediadora de
Haffez.
Efam accedía a que Smithsak desembarcara en Yenray,
poniendo como condición que el grupo de apoyo quedara en alerta en el
transporte y que éste, pudiera retirarse fuera de los límites del planeta en un
punto donde estar a cubierto de cualquier ataque.
A cambio, Smithsak se comprometía a regresar al
transporte una vez que hiciera una revisión in situ de la situación, y pudiera
aportar datos o informaciones potables ante una eventual acción por parte del
Imperio, o bien llevar colaboración de la Casa Smithsak a los
habitantes de Tud-Dommne, según ordenes de su Señor, Lord Rivan.
Cuando se acordó cumplir con lo pactado, tras dar
palabra de caballero entre las partes, las bodegas se llenaron de actividad y
en poco tiempo los enlaces volaban hacia las tropicales tierras de Yenray.
Ahora, habían superado el tránsito por la zona de
peligro que rodeaba el planeta, el “Sulus” estaba a buen resguardo a distancia
de allí y Smithsak había logrado su cometido de echar pie en Yenray.
Agachado, semioculto tras un tronco caído, Smithsak
observaba con atención todo el panorama por delante de sí. El terreno libre en
el que habían descendido era una especie de cauce seco abierto entre dos vastas
extensiones de selva que se perdían, una en dirección a una cadena de colinas y
la otra hacia el lado que daba a las playas y el mar. El cauce, bien ancho en
el lugar que se hallaban, venía desde varios kilómetros atrás y serpenteaba
hacia delante, perdiéndose cuando torcía su rumbo a la izquierda, en dirección
al agua.
- ¿Adónde llevará esta brecha?- Preguntó sin dirigirse
a nadie.
- No me lo imagino - contestó Yast que apoyaba la
espalda contra el mismo tronco que ocultaba a Smithsak y vigilaba las
posiciones de los hombres que estaban en su retaguardia – Ni siquiera sé que
pudo causarla.
- Pudo ser vía de tránsito de vehículos terrestres -
aventuró Haffez un poco más allá, casi al borde de la protección del follaje.
Se adelantó unos pasos y acarició el suave pasto mirando arriba y debajo de la
senda – No hace mucho que se regeneró la vida vegetal. Aunque aún la selva no
haya ganado terreno, no tardará mucho. Definitivamente usaban esto como
referencia de circulación.
- Eso significa que debe llevar a algún lado.
- Eso creo.
- Bien. Es un buen lugar por el que empezar. Nkay,
toma a tu grupo; sepáralo en dos y sigan la senda hacia delante, uno a cada
lado del claro. Tahr, tú irás atrás cerrando la marcha. Lo mismo, dos grupos.
No usen los equipos de comunicación, usaremos tu lenguaje de manos para
hablarnos. La rutina usual ¿entendido? - Miró a uno y a otro y ambos asintieron.
- Pasen la voz de mimetizarse y luego den la orden de
silencio de radio.
Haffez y Yast se ocuparon de cumplir con lo pedido.
Smithsak chequeó su equipo y aguardó a que todo estuviera listo para iniciar la
marcha, mientras pensaba.
No se habían cruzado con un solo Oscuro desde que
llegaron a los confines del sistema. ¿Dónde estaban todos? Volvía a preguntarse
una y otra vez. No les salió al paso una sola sección de naves de combate, que
deberían haber estado patrullando al menos algunas zonas de entrada al sistema.
No fueron interceptados en su transito interno hacia las órbitas interiores, a
un paso de los planetas. Tampoco hallaron resistencia al filtrarse al interior
y desembarcar como lo hicieron. Por último, lo más sorprendente, habían hecho
pie en territorio ocupado sin encontrar un atisbo de vida ni movimiento.
Nada era lógico.
Cuando Smithsak quiso comprobar la marcha de los
preparativos para empezar a moverse no vio a ninguno de sus hombres. Haffez,
Yast y todos los otros que un instante antes estaban desparramados, tratando de
no destacarse mucho contra el medio, habían desaparecido. No había rastro de
ninguno de ellos.
Smithsak sonrió y se calzó el casco, echando hacia
atrás la melena negra, y lo ajustó; acomodó el micrófono para tenerlo bien pegado
a los labios como le gustaba usarlo. Acto seguido tecleó una botonera que
llevaba adherida al antebrazo izquierdo, y al instante, la superficie de la
armadura de combate que vestía pareció ser recorrida rápidamente por un líquido
que cambiaba el color grisáceo de la misma por una gama de tonalidades
idénticas a las del entorno. A medida que se movía, el mecanismo ajustaba el
camuflaje copiando el color del lugar por el que pasaba. Él también desapareció
de la vista y tuvo que cubrirse la cara
con el visor del casco para que los sistemas internos le permitieran distinguir
a los ocultos guerreros que lo rodeaban.
Comenzaron a moverse.
Señaló a Yast, de pie a unos metros de distancia, y
luego extendió el brazo hacia adelante, indicándole que abriera la marcha. Yast
hizo señas a su grupo y, separándose como habían acordado, los hombres pasaron
frente al comandante dispersándose a medida que ganaban terreno.
Le hizo la misma indicación a Haffez señalando la
retaguardia y, a continuación, indicó a su propio grupo dividirse en dos y
penetrar en las zonas más resguardadas, a ambos lados de la brecha. Cuando pudo
comprobar que todo el mundo estaba en su lugar transmitió, a través de la
cadena preestablecida de hombre a hombre, la orden de avanzar y el grupo se puso
en movimiento.
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