Pasarella, antes de la B y "El Campeonato Económico", levanta la Copa del Mundo |
Lunes 26 de junio de 1978. La Selección Argentina de Fútbol llevaba horas de haber alcanzado su máximo logro en la historia al haber derrotado a Holanda en la final del campeonato del mundo.
La gloria había bajado del cielo y se había instalado entre nosotros.
La tarde del domingo se presentó fría y nublada; soplaba un viento importante desde el río y sobre las tribunas de la cancha de River. Parecía que el aguanieve empezaría a caer en cualquier momento.
Yo caminaba entre Chilavert y Malaver, estaciones del Ferrocarril Mitre del Ramal Suarez. Iba emponchado y con mi reglamentaria bandera argentina gigante atada a una caña de tacuara, caminando para la casa de mi amigo Martín Barracosa a ver el partido por TV.
No terminaron de pitar el final que ya estábamos corriendo a la calle para alcanzar el primer tren que pasara para ir para el centro a juntarnos con los otros miles que hicieron lo mismo.
Así festejaba la gente (Propiedad de Banco de Imágenes Santa Isabel) |
De repente el país entero era una gran fiesta. En la realidad en la que si te encontraban en la calle después de las diez de la noche solo te llevaban adentro, ese domingo estábamos todos de gran joda, en las calles y sin importarle a nadie quien era mayor de dieciocho.
Subimos corriendo la cuesta de la Plaza San Martín, nos metimos por Florida inundada de papelitos (El
y salimos a la 9 de Julio para ver la mayor concentración de gente que habíamos presenciado desde que teníamos memoria. El tránsito estaba cortado, bueno, a medias. La gente inundaba las calles y los coches se metían igual y todo era un caos y a nadie le importaba nada.
Hasta la Policía sonreía... ¡Lo que logra la pelotita!
No tengo idea de que hacíamos salvo maravillarnos y participar de la fiesta. Costaba tomar conciencia del logro. Durante los meses sucesivos no había semana en la cual alguien no organizaba algo para homenajear a los campeones. Les regalaron desde autos hasta menciones especiales, títulos honoríficos y electrodomésticos. Todo era válido para mantener vivo el espíritu de triunfo.
Hoy, muchos de esos mismos idolatrados jugadores de fútbol están pasando miseria y algunos hasta comen de la limosna ajena... Somos así. Está en nuestra genética. Vale tanto para los jugadores como para la gente.
Por esos raros avatares del tiempo y la memoria me acuerdo todo el recorrido que hicimos (y porque lo hicimos) volviendo por Corrientes, donde me crucé a mi compañera de siempre en la primaria, Adriana Calvo, con la que hice desde jardín hasta quinto grado y nos sentábamos juntos (toda una definición en sí de lo que "nos unía") que por su puesto no me reconoció y me miró con cara horrorizada pensando que era un aprovechador del momento para encararla con la excusa del fútbol.
En Corrientes y Esmeralda dos niñas mayores nos sonrieron y bailaron con nosotros al son de una banda de desaforados que le daban a los parches, bombos y redoblantes como si quisieran que se escucharan desde Colonia. Increíble... El campeonato del mundo lograba que hasta chicas más grandes que nosotros nos dieran bola...
Casi cuarenta años después vengo a descubrir que no fuimos nosotros quienes las deslumbramos por mérito propio... ¡Que tristeza! Nunca se lo revelé a Martín, a quien de grandes no vi nunca más, valga la aclaración.
Nosotros teníamos quince añitos, las chicas contaban con no menos de veinte y estaban para seguirlas caminando del Obelisco hasta el Palmar de Corrientes. Pero lo nuestro fue más modesto. Seguimos con la vista fíja en sus posaderas por Esmeralda hasta Santa Fe y desde ahí hasta el Botánico...
Un trámite para nosotros que eramos de caminar largo; total del Botánico llegamos hasta la Estación Tres de Febrero y probamos volvernos a casa cuando ya eran casi las once de la noche.
Los trenes volvían repletos. Tuvimos que ir en uno de vuelta a Retiro y desde allí salir en uno vacío.
Nos subieron gentilmente gracias a la masa informe que se formó con las seiscientas treinta almas que se metieron al vagón al mismo tiempo. Por efectos de la física yo terminé derecho en uno de los porta equipaje sobre los asientos entre la puerta y el cambio de vagón. Desde ahí vigilaba que la cabecita de Martín no se moviera de donde estaba, encajando entre otros cuarenta que ni se movían ni parecían respirar.
En San Martín todo volvió a la normalidad y pude bajar del porta. Volví a reunirme con mi amigo y tuvimos tiempo de programar que haríamos al día siguiente, el cual descontábamos no tendría la obligación de ir a clase (Ja!! nos metieron a todos de prepo al colegio a los gritos y a los empujones) pero nos equivocamos "La Susana" nombre popular con el cual se conocía a la jefa de preceptores del Comercial de Ballester, nos hizo ver que el encandilamiento de haber logrado el título mundial no tenía la misma influencia hipnótica sobre ella que en el resto de la masa mortal que habitaba Buenos Aires.
Al grito de "Vamos para adentro" y con ese mismo "Clarín", del cual la tapa abre la nota, hecho un canuto, "La Susana" nos daba ánimos a seguir sus ordenes ayudada por un par de machetazos aplicados a nuestras juveniles cabezas.
Recordé allí y ahora un pasaje célebre, de la no menos célebre "Mafalda", en el cual Felipe hacía referencia a la tonfa de la policía como "ese palito de abollar ideologías"...
Así esa mañana también gélida del 25 de junio de 1978, mientras a nosotros nos arreaban adentro del colegio a los clarinazos, esa tapa de diario esperaba a la gente en la calle y la recibía cálidamente con una de la pocas buenas noticias que compartíamos como sociedad por esos tiempos.
Creo recordar como única la sorpresa de ver a tanta gente junta un lunes a la mañana andar por la calle con semejante sonrisa...
Más que una simple foto, un documento de época. Festejo, frase de cabecera del momento y el Rastrojero dando testimonio de nacionalidad. |
El afiche oficial y la mascota del Mundial |
Los campeones al momento de la final... |
Otra hermosa foto de la fiesta de apertura. En esa figura, Carlos Surra formaba parte de la letra N |